—Vuelve con tus pacientes hasta que haya aclarado este asunto —ordenó Gert a Lana—. Y hazme un favor… No hables de esto con nadie, al menos de momento. Tus amigas no son las únicas mujeres psicológicamente frágiles del parque hoy.
—Ya lo sé.
—No pasará nada, te lo prometo —insistió Gert oprimiéndole el brazo.
—Vale, tú sabrás.
—Eso, tú ve soñando. Pero lo que sí sé es que no costará encontrarlo si sigue paseándose por ahí en silla de ruedas. Si lo ves no te acerques a él. ¿Lo entiendes? ¡Note acerques a él!
Lana la miró con profunda consternación.
—¿Qué vas a hacer?
—Un pis antes de que me muera de intoxicación urémica. Luego iré a la oficina de Seguridad y les diré que un hombre en silla de ruedas ha intentado robarme el bolso. Luego ya veremos, pero lo primero es sacarle de aquí.
Rosie no estaba; tal vez tenía una cita o algo parecido, y Gert jamás había experimentado un alivio igual en toda su vida. Rosie era el gatillo; si ella no estaba cabía la posibilidad de que pudieran neutralizar a Norman antes de que hiciera daño a alguien.
—¿Quieres que te espere mientras vas al lavabo? —inquirió Lana con nerviosismo.
—No te preocupes.
Lana miró el sendero que se adentraba en la arboleda con el ceño fruncido.
—Creo que te esperaré de todas formas.
—Vale, no tardaré mucho, te lo prometo —dijo Gert con una sonrisa.
Estaba a punto de llegar al lavabo cuando un sonido se abrió paso en sus pensamientos. Alguien jadeaba con fuerza. No…, dos álguienes. Los gruesos labios de Gert se curvaron en una sonrisa. Alguien dándose un revolcón detrás de los lavabos, a juzgar por el sonido. Un agradable…
—¡Háblame, zorra!
La voz, tan grave que casi parecía el gruñido de un perro, le heló la sonrisa en los labios.
—¡Dime dónde está! ¡Dímelo ahora mismo!