Gert Kinshaw se dirigía hacia el lavabo (casi corriendo, de hecho) cuando, milagro de los milagros, vio a la mujer a la que había estado buscando. De inmediato abrió su gran bolso y empezó a buscar la fotografía.
—¡Lana! —gritó—. ¡Eh, Lana!
Lana subió el sendero.
—Estoy buscando a Cathy Sparks —repuso—. ¿La has visto?
—Sí, está en la pista de lanzamiento de herraduras —repuso Gert señalando la zona de picnic—. La he visto hace dos minutos.
—¡Genial! —exclamó Lana mientras echaba a andar en aquella dirección.
Gert lanzó una mirada anhelante al lavabo, pero a continuación alcanzó a Lana. Suponía que su vejiga aguantaría un poquito más.
—Creía que había tenido uno de sus ataques de angustia y había salido del parque por piernas —decía Lana en aquel momento—. Ya sabes cómo se pone.
—Ajá.
Gert alargó a Lana el fax de la fotografía justo antes de que entraran en la arboleda. Lana la examinó con curiosidad. Era la primera vez que veía a Norman, porque no vivía en Hijas y Hermanas. Era una asistente social especializada en psiquiatría que vivía en Crescent Heights con un marido agradable, no abusivo y tres hijos igualmente agradables y no disfuncionales.
—¿Quién es? —inquirió.
Antes de que Gert pudiera responder, Cynthia Smith pasó junto a ellas. Como siempre, incluso en aquellas circunstancias, su extraño pelo la hizo sonreír…
—¡Eh, Gert, me encanta tu camiseta! —exclamó Cynthia con aire travieso.
No se trataba de un cumplido, sino de un simple Cynthiaísmo.
—Gracias. A mí me encantan tus bermudas. Pero ¿no podrías haber encontrado unas que enseñaran más?
—Sí, desde luego —replicó Cynthia mientras seguía caminando, el trasero pequeño pero innegablemente bien puesto oscilándole como un péndulo a cada paso.
Lana se la quedó mirando con aire divertido antes de volver a concentrarse en la foto. Mientras la observaba se acarició sin darse cuenta el cabello blanco, que ahora llevaba atado en una cola.
—¿Lo conoces? —inquirió Gert.
Lana meneó la cabeza, pero a Gert le produjo la sensación de que estaba expresando una duda más que una negativa.
—Imagínatelo sin pelo.
Lana hizo algo mejor: cubrió toda la parte superior de la cabeza de Norman. Luego volvió a examinar la foto, moviendo los labios como si la leyera en lugar de mirarla. Cuando levantó la vista, su rostro aparecía confuso y preocupado.
—Le he dado un yogur helado esta mañana —empezó vacilante—. Llevaba gafas de sol, pero…
—Iba en silla de ruedas —la atajó Gert, y aunque sabía que en aquel momento empezaba el verdadero trabajo, se había quitado un gran peso de encima, porque era mejor saber que no saber; era mejor estar segura.
—Sí. ¿Es peligroso? Lo es, ¿verdad? He venido con un par de mujeres que han sufrido muchos traumas en los últimos años. Están bastante delicadas. ¿Va a haber problemas, Gert? Te lo pregunto por ellas, no por mí.
Gert reflexionó unos instantes.
—Creo que todo irá bien —aseguró por fin, escogiendo cuidadosamente las palabras—. Creo que lo peor ya ha pasado.