Norman estaba tan ocupado buscando a Rosie que no se dio cuenta de que la mujer negra que había reparado en su presencia antes lo estaba observando en aquel momento. Se trataba de una mujer extremadamente corpulenta que se parecía un poco a William Nevera Perry.
Gert estaba en el parque infantil y empujaba a un niño pequeño en el columpio. En aquel momento se detuvo y sacudió la cabeza como si pretendiera aclararse las ideas. Seguía observando al inválido de la silla de ruedas y la cazadora de cuero, aunque ahora sólo lo veía de espaldas. En el respaldo de la silla advirtió una pegatina que proclamaba YO RESPETO A LAS MUJERES.
Y también me suenas, pensó Gert. ¿O será que te pareces a algún actor de cine?
—¡Venga, Gert! —ordenó el hijo de Melanie Huggins—. ¡Empuja! ¡Quiero subir muy alto! ¡Quiero dar la vuelta entera!
Gert empujó con más fuerza, aunque al pequeño Stanley le faltaba mucho para dar la vuelta entera y no la daría, no, señor, al menos a esta edad tan conflictiva. Sin embargo, era una maravilla oírlo reír; sus carcajadas la hacían sonreír. Lo empujó un poco más alto, desterrando de su mente al hombre de la silla de ruedas. De su mente consciente.
—¡Quiero dar la vuelta entera, Gert! ¡Por favor! ¡Venga, por favooooor!
Bueno, pensó Gert, a lo mejor una vez no le hace daño.
—Pues agárrate fuerte, héroe —advirtió—. Allá vamos.