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Aquel jueves por la noche, antes de irse a la cama, Rosie conectó su nuevo teléfono y llamó a Anna. Le preguntó si había alguna novedad y si alguien había visto a Norman en la ciudad. Anna contestó con una firme negativa a ambas preguntas, le aseguró que todo estaba en calma, y luego dijo lo típico, que la ausencia de noticias eran buenas noticias. Rosie tenía sus dudas al respecto, pero las guardó para sí. En cambio, dio el pésame a Anna por la muerte de su ex marido, preguntándose si la Señorita Modales tendría reglas para afrontar aquellas situaciones.

—Gracias, Rosie —repuso Anna—. Peter era un hombre extraño y difícil. Le encantaba la gente, pero no era muy encantador que digamos.

—A mí me pareció muy amable.

—Me lo creo. Para los desconocidos era el buen samaritano. Para su familia y las personas que intentaban entablar amistad con él, y yo he pertenecido a ambos grupos, así que lo sé, era más bien como el levítico; te esquivaba. Una vez, durante la cena de Acción de Gracias, cogió el pavo y se lo arrojó a su hermano Hal. No recuerdo muy bien el motivo de la disputa, pero probablemente era por la OLP o César Chávez[3]. Siempre era por una de las dos cosas.

Anna suspiró.

—El sábado por la tarde celebramos un círculo de conmemoración…, es decir, que todos nos sentamos en círculo como borrachos en una sesión de Alcohólicos Anónimos y hablamos de él por turnos. Al menos eso creo.

—Suena bien.

—¿Tú crees? —replicó Anna.

Rosie la imaginó arqueando las cejas con esa arrogancia inconsciente tan característica, pareciéndose más que nunca a Maude.

—A mí me parece bastante tonto, pero a lo mejor tienes razón. La cuestión es que me iré del picnic el tiempo suficiente para hacer eso, pero seguro que nadie se quejará. Las mujeres maltratadas de esta ciudad han perdido a un amigo, de eso no cabe la menor duda.

—Si lo hizo Norman…

—Sabía que dirías eso —la atajó Anna—. Llevo muchos años trabajando con mujeres doblegadas, aplastadas, humilladas y mutiladas, y conozco el nivel de masoquismo que llegan a desarrollar. Forma parte del síndrome de la mujer maltratada del mismo modo que la disociación y la depresión. ¿Recuerdas cuando explotó el Challenger?

—Sí… —repuso Rosie extrañada, pero lo recordaba, desde luego.

—Aquel día, una mujer vino a verme llorando como una magdalena. Tenía las mejillas y los brazos llenos de marcas rojas porque se había abofeteado y pellizcado. Me dijo que era culpa suya que hubieran muerto aquellos hombres y aquella encantadora profesora. Cuando le pregunté por qué, me contestó que había escrito no una, sino dos cartas al Chícago Tribune y una al representante gubernamental de su distrito en apoyo al programa espacial tripulado. Al cabo de un tiempo, las mujeres maltratadas empiezan a aceptar la culpa, es así. Y no sólo la culpa por algunas cosas, sino por todo.

Rosie pensó en Bill mientras la acompañaba hacia el Edificio Corn y le rodeaba los hombros con el brazo. No pronuncies la palabra culpa, le había dicho. Tú no creaste a Norman.

—Tardé mucho tiempo en comprender esa parte del síndrome —prosiguió Anna—, pero ahora creo que lo entiendo. Alguien tiene que cargar con la culpa, pues de lo contrario el dolor y la depresión no tendrían sentido. Te volverías loca. Mejor sentirse culpable que volverse loca. Pero ya es hora de que superes eso, Rosie.

—No te entiendo.

—Sí que me entiendes —insistió Anna con calma.

Y a continuación habían hablado de otras cosas.