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Tal vez lo mejor que le ocurrió aquel día, incluso mejor que la asombrosa noticia de Rhoda, según la cual era posible que Rosie tal vez merecía ganar mil dólares a la semana a los ojos de Robbie Lefferts, fue la expresión que se pintó en el rostro de Pam Haverford cuando Rosie se apartó de la caja registradora de La Cafetera Caliente con su segunda taza de té. En el primer momento, la mirada de Pam pasó de largo sin reconocerla…, y de repente volvió a ella, y los ojos de su amiga se abrieron de par en par. Pam esbozó una sonrisa y de repente profirió un grito estridente que con toda probabilidad acercó peligrosamente media docena de marcapasos al límite de sobrecarga.

—¡Rosie! ¿Eres tú? ¡Oh…, Dios… mío!

—Soy yo —rió Rosie, azorada.

Era consciente de que la gente se estaba volviendo para mirarlas y descubrió, oh, milagro de los milagros, que no le importaba.

Se llevaron las tazas de té a la misma mesa junto al ventanal, y Rosie incluso dejó que Pam la convenciera para tomar otra pasta, aunque había perdido ocho kilos desde que llegara a la ciudad y no tenía intención de volver a engordar si podía evitarlo.

Pam no dejaba de decir que no podía creeeeerlo, que de verdad no podía creeeeeeerlo, un comentario que Rosie se habría sentido tentada de considerar adulador de no ser por el modo en que los ojos de Pam se desviaban hacia sus cabellos, como si intentara captar la verdad de lo sucedido.

—Te quita cinco años de encima —comentó Pam—. ¡Dios mío, Rosie, te hace parecer una cría!

—¡La verdad es que por cincuenta dólares debería parecerme a Marilyn Monroe! —replicó Rosie con una sonrisa…, aunque desde la conversación que había sostenido con Rhoda, lo cierto era que no se sentía tan culpable por haberse gastado tanto dinero en la peluquería.

—¿De dónde has…? —empezó a preguntar Pam, pero se detuvo en seco antes de proseguir—: Del cuadro que te compraste, ¿verdad? Te has hecho el mismo peinado que la mujer del cuadro.

Rosie creyó que iba a ruborizarse, pero no fue así. En lugar de ponerse nerviosa se limitó a asentir.

—Me encanta ese peinado, así que he decidido probarlo. —Titubeó un instante antes de continuar—: En cuanto al tinte, ni yo misma me lo creo aún. Es la primera vez en mi vida que me tiño el pelo.

—¡La primera…! ¡No me lo creo!

—De verdad.

Pam se inclinó hacia delante y pronunció las siguientes palabras en tono ronco y conspiratorio:

—Ha pasado, ¿verdad?

—¿De qué hablas? ¿Qué es lo que ha pasado?

—¡Has conocido a alguien interesante!

Rosie abrió la boca, pero volvió a cerrarla en seguida. La abrió de nuevo sin tener ni la menor idea de lo que quería decir. De todos modos, nada brotó de sus labios aparte de una carcajada. Rió hasta que se le saltaron las lágrimas, y Pam no tardó en unirse a ella.