A media manzana, el semáforo de los peatones cambió a verde. Pam Haverford, que se había quitado el uniforme blanco de doncella y ahora llevaba pantalones rojos ajustados, cruzó la calle con otras dos docenas de personas. Había trabajado una hora más de lo habitual y no tenía ninguna razón en el mundo para creer que Rosie estaría en La Cafetera Caliente, pero aun así, lo creía. Intuición femenina, si se quería.
Miró de reojo al tipo alto y fornido que cruzó la calle junto a ella; creía haberlo visto en el quiosco del Whitestone hacía unos minutos. Podría haber resultado alguien interesante de no ser por la expresión de sus ojos…, que brillaba por su ausencia. El hombre la miró un instante cuando llegaron a la acera de enfrente, y la falta de expresión de aquellos ojos, la sensación de cierta ausencia tras ellos, le produjo un escalofrío.