Estaba tumbada en la cama, a punto de conciliar el sueño, escuchando los sonidos de los grillos procedentes del parque Bryant.
Mientras se deslizaba hacia el sueño recordó sin dolor y en apariencia desde una enorme distancia el año 1985 y a su hija Caroline. Por lo que a Norman respectaba, Caroline nunca había existido, y el hecho de que se hubiera mostrado de acuerdo con la tímida sugerencia de Rosie acerca de que Caroline era un nombre muy bonito no había cambiado las cosas. Para Norman tan sólo había existido un renacuajo que había desaparecido en cuestión de semanas. ¿Y qué si resultaba ser una renacuaja según la paranoia chiflada de su mujer? A ochocientos millones de chinos rojos les importaba un pepino, en palabras de Norman.
1985, qué año. Qué año tan infernal. Rosie había perdido (Caroline) al bebé, Norman había estado a punto de perder su trabajo (de hecho, Rosie tenía la sensación de que había estado a punto de ser detenido), Rosie había acabado en el hospital con una costilla rota que se había lacerado y casi le había perforado el pulmón, Norman le había metido el mango de una raqueta de tenis por el culo. Asimismo, había sido el año en que su mente, hasta entonces notablemente estable, empezó a desviarse un poco, pero en el torbellino de todos aquellos acontecimientos, apenas se había dado cuenta de que a veces pasaba media hora en la Silla del Osito y se le antojaban unos pocos minutos, ni de que algunos días se duchaba ocho o nueve veces desde que Norman se iba a trabajar hasta que volvía a casa.
Debía de haberse quedado embarazada en enero, porque fue entonces cuando empezó a sentir náuseas por las mañanas, y tuvo la primera falta en febrero. El caso que había desembocado en la «reprimenda oficial» a Norman, la que figuraría en su expediente hasta el día en que se jubilara, había tenido lugar en marzo.
¿Cómo se llamaba?, se preguntó mientras seguía debatiéndose entre la vela y el sueño, pero aún más despierta que dormida. ¿Cómo se llamaba el hombre que desencadenó aquel asunto?
En el primer momento no se le ocurrió, sólo le vino a la memoria que se trataba de un negro…, un negrata de mierda, en palabras de Norman. Y de repente lo recordó.
—Bender —murmuró en la oscuridad mientras escuchaba el leve chirrido de los grillos—. Richie Bender. Así se llamaba.
1985, un año espantoso. Una vida espantosa. Y ahora tenía esta vida. Esta habitación. Esta cama. Y el sonido de los grillos.
Rosie cerró los ojos y se durmió.