La poderosa atracción que ejerció sobre ella era algo que jamás había experimentado en su vida, pero no le pareció extraordinario, pues durante el último mes había vivido numerosas experiencias nuevas. Y además, aquella atracción no se le antojó anormal, al menos al principio. La razón era bien sencilla: tras catorce años de matrimonio con Norman Daniels, años en que había permanecido prácticamente aislada del resto del mundo, había carecido de las herramientas necesarias para distinguir lo normal de lo anormal. El criterio que había empleado para medir el comportamiento del mundo en situaciones determinadas consistía sobre todo en dramas televisivos y alguna película que Norman la había llevado a ver (Norman Daniels iba a ver cualquier película de Clint Eastwood). En el marco creado por aquellos medios de comunicación, su reacción al cuadro parecía casi normal. En las películas y en la tele, la gente siempre se daba unos sustos de campeonato.
Y en realidad, nada de todo aquello importaba. Lo que importaba era el modo en que el cuadro la llamaba, haciéndole olvidar lo que acababa de descubrir acerca de su anillo, haciéndole olvidar que quería salir de la tienda de empeños, haciéndole olvidar lo contentos que estarían sus pobres pies cuando viera el autobús de la línea Azul detenerse delante de La Cafetera Caliente, haciéndole olvidarlo todo. Lo único que pensó fue: ¡Mira! ¡Es el cuadro más maravilloso del mundo!
Era un óleo con marco de madera, de aproximadamente un metro de anchura por setenta centímetros de altura, y estaba apoyado contra un reloj parado a un lado y un pequeño querubín desnudo al otro. Estaba rodeado de cuadros (una vieja fotografía tintada de la catedral de San Pablo, una acuarela de un bodegón, góndolas al amanecer en el Gran Canal, una reproducción de una escena de caza que mostraba a una manada de perros persiguiendo a un par de zorros en un brumoso brezal inglés), pero Rosie apenas si les echó un vistazo. Era el cuadro de la mujer en la colina el que la interesaba, y sólo aquél. En cuanto a tema y ejecución no se diferenciaba gran cosa de los cuadros que siempre se pudren en las casas de empeños, tiendas de curiosidades y puntos de venta que se montaban en graneros junto a las carreteras de todo el país (de todo el mundo, la verdad), pero llenó sus ojos y su mente de aquella clase de emoción pura y reveladora que sólo despiertan las obras de arte que nos conmueven profundamente, las canciones que nos hacen llorar, las historias que nos permiten ver el mundo con claridad desde otro punto de vista, al menos durante un rato, los poemas que nos hacen ser felices por estar vivos, las danzas que nos hacen olvidar por unos instantes que algún día dejaremos de existir.
Su reacción emocional fue tan repentina, ardiente y totalmente desconectada de su vida real y práctica que en el primer momento su mente vaciló sin saber en absoluto cómo afrontar aquellos súbitos fuegos artificiales. Durante esos instantes, Rosie fue como una transmisión a la que le hubiera saltado la marcha para quedarse en punto muerto; aunque el motor seguía revolucionado, nada se movía. Pero entonces se activó el embrague, y la transmisión se deslizó suavemente hacia su lugar.
Es lo que quiero para mi nueva casa, por eso estoy emocionada, se dijo. Es exactamente lo que quiero para hacer mía la nueva casa.
Se aferró a aquel pensamiento con avidez y gratitud. No sería más que una habitación, cierto, pero le habían prometido que sería una habitación grande con una pequeña cocina y un baño independiente. En cualquier caso sería el primer lugar verdaderamente suyo y sólo suyo. Eso lo convertía en algo importante y convertía las cosas que eligiera para él en algo importante…, y la primera sería la más importante de todas, porque sentaría el precedente para todos los demás objetos que la siguieran.
Sí, por agradable que fuera, la habitación sería un lugar en el que docenas de personas solteras de pocos recursos habían vivido antes que ella, y donde muchas más docenas morarían después de ella. Pero pese a todo sería un lugar importante. Aquellas últimas cinco semanas habían sido un período de transición, un hiato entre la vieja y la nueva vida. Cuando se mudara a la habitación que le habían prometido, su nueva vida, su vida de soltera, empezaría de verdad…, y aquel cuadro, que Norman nunca había visto ni juzgado, que era enteramente suyo, podía ser el símbolo de aquella nueva vida.
Ése fue el modo en que su mente cuerda, razonable y nada preparada para admitir o incluso identificar nada relacionado con lo sobrenatural o lo paranormal, explicó, racionalizó y justificó la reacción repentina e intensa ante el cuadro de la mujer en la colina.