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Caminó lentamente por Dearborn Avenue, apenas consciente de los autobuses que pasaban por su lado rugiendo, deteniéndose cada una o dos manzanas para descansar en los bancos de las paradas de autobús. El dolor de cabeza, causado sobre todo por la tensión de saberse perdida, había desaparecido, pero los pies y la espalda le dolían más que nunca. Tardó una hora en llegar a Elk Street. Allí torció a la derecha y preguntó a la primera persona que vio, una joven embarazada, si iba bien para Durham Avenue.

—Déjeme en paz —espetó la joven embarazada con una expresión tan iracunda que Rosie retrocedió unos pasos.

—Lo siento —se disculpó.

—Lo siento, lo siento. ¿Quién le ha pedido que me hable, eh? ¡Eso es lo que me gustaría saber! ¡Déjeme en paz!

Y para abrirse paso la empujó con tal violencia que estuvo a punto de derribarla. Rosie la siguió con la mirada, estupefacta y anonadada, antes de darse la vuelta y continuar.