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¿Rosie? —llama Rhoda por el intercomunicador, despertándola de su ensoñación horripilante, pero tan atractiva a un tiempo—. ¿Estás bien?

Domina tu mal genio, pequeña Rosie.

Domina tu mal genio y recuerda el árbol.

Rosie baja la vista y comprueba que el lápiz que sostenía en la mano está partido en dos. Se queda mirando a sus compañeros durante unos instantes, respirando profundamente en un intento de controlar su corazón desbocado.

—Sí —asiente cuando tiene la sensación de que puede hablar en un tono más o menos sereno—. Estoy bien. Pero tienes razón; la niña no me ha dejado dormir mucho, y estoy cansada. Dejémoslo por hoy.

—Buena chica —dice Rhoda.

Y la mujer al otro lado del vidrio, la mujer que se está quitando los auriculares con manos ligeramente temblorosas, piensa: No, buena no. Enfadada. Chica enfadada.

Yo resarzo, susurra una voz en las profundidades de su mente. Tarde o temprano, Rosie, yo resarzo. Quieras o no, resarzo.