En enero, un día en que la nieve se extiende a ráfagas por la ciudad, el test doméstico de embarazo revela a Rosie Steiner lo que ya sabe, que va a tener un hijo. Sabe algo más, algo que el test no puede decirle: será una niña.
Caroline está en camino por fin.
Todas las cuentas cuadran, piensa con una voz que no es la suya mientras contempla la nieve por la ventana de su piso nuevo. Le recuerda la niebla de aquella noche en el parque Bryant, cuando llegaron a casa y se encontraron con Norman.
Sí, sí, piensa ya casi aburrida de aquella idea, que le vuelve a la memoria con la frecuencia de una melodía pegadiza que no se puede olvidar. Cuadran siempre y cuando recuerde el árbol, ¿no?
No, replica la mujer loca con voz tan mortalmente clara que Rosie gira en redondo mientras el corazón le da un vuelco, convencida por un instante de que Rose Madder está en la habitación con ella. Pero aunque la voz sigue ahí, la habitación está vacía. No…, siempre y cuando domines tu mal genio. Siempre y cuando consigas eso. Pero sale a lo mismo, ¿verdad?
—Vete —ordenó a la habitación vacía con voz temblorosa—. Vete, zorra. Note acerques a mí. Desaparece de mi vida.