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Rosie experimentó un profundo alivio cuando el autobús salió de la terminal (a su hora), torció a la izquierda, volvió a cruzar el Puente Trunkatawny y tomó la 1-78 hacia el oeste. Tras dejar atrás la última de las tres salidas del centro, Rosie vio el edificio acristalado triangular que albergaba el nuevo cuartel general de la policía. Se le ocurrió que su marido podía hallarse tras una de aquellas grandes ventanas en aquel momento, de que incluso podía estar contemplando aquel autobús grande y reluciente que reptaba por la interestatal. Cerró los ojos y contó hasta cien. Cuando volvió a abrirlos, el edificio había desaparecido. Desaparecido para siempre, esperaba.

Había escogido un asiento hacia la parte posterior del vehículo, y el motor diesel zumbaba de forma constante no muy lejos de ella. Volvió a cerrar los ojos y apoyó la mejilla en la ventana. No dormiría, porque estaba demasiado tensa, pero al menos podría descansar. Tenía la sensación de que necesitaría todo el reposo posible. Todavía la asombraba cuán deprisa había sucedido todo aquello, con una rapidez que recordaba más a un ataque al corazón o una embolia que a un cambio de vida. ¿Cambio? Una forma suave de expresarlo. No sólo había cambiado su vida, sino que la había desarraigado por completo, como quien arranca una violeta africana de su maceta. Cambio de vida, ya. No, no lograría conciliar el sueño. Ni hablar de dormir.

Y mientras pensaba en todo eso, se sumió no en el sueño, sino en ese cordón umbilical que conecta el sueño y la vela. Se balanceó adelante y atrás, vagamente consciente del zumbido constante del motor diesel, el sonido de los neumáticos sobre el pavimento, un niño sentado cuatro o cinco filas más adelante que le preguntaba a su madre cuándo llegarían a casa de la tía Norma. Pero también era consciente de que se había distanciado de sí misma, de que su mente se había abierto como una flor (una rosa, por supuesto), abierto como sólo se abre cuando una no se encuentra ni en un lugar ni en otro.

Soy realmente Rosie…

La voz de Carole King cantando la letra de Maurice Sendak. Las palabras llegaron flotando por el pasillo en que se encontraba procedentes de una cámara lejana, resonantes y acompañadas por las notas cristalinas y fantasmales de un piano.

… y soy Rosie Real…

Pues resulta que sí voy a dormir, pensó. Creo que sí. ¡Fíjate!

Será mejor que me creas… Soy fantástica…

Ya no se hallaba en el pasillo gris, sino en un espacio abierto y oscuro. Tenía la nariz, la cabeza entera inundada de olores estivales tan dulces e intensos que casi resultaban apabullantes. El más intenso de entre ellos era la fragancia del panal, ráfagas de esa fragancia. Oía grillos, y cuando alzó la mirada vio la superficie pulida y cremosa de la luna, que cabalgaba en lo alto. Su brillo blanco se esparcía por todas partes, convirtiendo en humo la niebla que se elevaba desde la maleza que la rodeaba.

Soy realmente Rosie… y soy Rosie Real…

Levantó las manos con los dedos extendidos y los pulgares casi unidos; enmarcó la luna como si de un cuadro se tratara, y cuando el viento nocturno le acarició los brazos desnudos, sintió que el corazón se le henchía de felicidad y acto seguido se contraía de miedo. Percibía un salvajismo aletargado en aquel lugar, como si en la tierra perfumada acecharan animales de grandes dientes.

Rose. Ven aquí, cariño. Quiero hablar contigo de cerca.

Volvió la cabeza y vio su puño surgiendo como un rayo de la oscuridad. Las luna gélida arrancaba destellos de las letras en relieve de su anillo de la academia de policía. Vio la mueca tensa en sus labios, separados en algo parecido a una sonrisa…

… y despertó sobresaltada en su asiento, jadeante, con la frente perlada de sudor. Debía de haber respirado con fuerza durante un rato, porque la ventanilla estaba húmeda de aliento condensado, casi totalmente empañada. Limpió un trozo con el dorso de la mano y miró al exterior. La ciudad había desaparecido casi por completo; estaban pasando por un desierto periférico de gasolineras y restaurantes de comida rápida, pero tras ellos vio grandes extensiones de campo abierto.

He escapado de él, pensó. Me pase lo que me pase, he escapado de él. Aunque tenga que dormir en un portal o debajo de un puente, he escapado de él. Nunca volverá apegarme, porque he escapado de él.

Pero descubrió que no acababa de creérselo. Norman se enfurecería con ella e intentaría encontrarla. Estaba convencida de ello.

¿Pero cómo va a encontrarme? He borrado las huellas; ni siquiera he tenido que escribir el nombre de mi amiga del colegio para comprar el billete. He tirado la tarjeta de crédito, eso es lo más importante. Así que, ¿cómo va a encontrarme?

No lo sabía con seguridad…, pero Norman se dedicaba a encontrar a gente, y Rosie tendría que andarse con mucho, mucho ojo.

Soy realmente Rosie… y soy Rosie real…

Sí, suponía que ambas caras de la moneda eran ciertas, pero jamás se había sentido menos fantástica en su vida. Se sentía como una partícula diminuta de desecho flotando en un océano inmenso. El terror que se había apoderado de ella al final de su breve sueño seguía dominándola, pero también los indicios de euforia y felicidad; la sensación de ser, si no poderosa, al menos libre.

Se recostó en el asiento de respaldo alto del autobús y vio desaparecer los últimos restaurantes de comida rápida y talleres de tubos de escape. Ahora no quedaba más que el campo, campos recién abiertos y cinturones de árboles que estaban adquiriendo ese fantástico color verde nebuloso que sólo se observa en abril. Los vio pasar con las manos entrelazadas sin tensión sobre el regazo, permitiendo que el gran autobús plateado la llevara a cualquiera que fuera el futuro que la esperaba.