Fueron catorce años de infierno en total, pero ella apenas si era consciente de ello. Durante la mayor parte de esos catorce años existió en un letargo tan profundo que era como la muerte, y en más de una ocasión estuvo casi convencida de que su vida no estaba sucediendo en realidad, que en un momento dado despertaría bostezando y desperezándose con la elegancia de la heroína de un dibujo animado de Walt Disney. Esta idea se le ocurría sobre todo después de que él le propinara tales palizas que tenía que meterse un rato en la cama para recuperarse. Eso había sucedido tres o cuatro veces en nueve años. En 1985, el año de Wendy Yarrow, el año de la reprimenda oficial, el año del «aborto», había sucedido casi una docena de veces. En septiembre de aquel año había emprendido su segundo y último viaje al hospital como consecuencia de los servicios de Norman… la última vez de momento. Había tosido sangre. Norman había pospuesto el viaje al hospital durante tres días con la esperanza de que se le pasara, pero cuando empeoró en lugar de mejorar, le explicó lo que tenía que decir (siempre le explicaba lo que tenía que decir) y a continuación la llevó al hospital de St. Mary. La llevó allí porque los enfermeros la habían llevado al City General después del «aborto». Le diagnosticaron una costilla rota que se le estaba clavando en el pulmón. Contó la historia de la caída por la escalera por segunda vez en tres meses, y ni siquiera creía que el interno encargado de la exploración y el tratamiento se la hubiera tragado, pero nadie le hizo preguntas embarazosas, sino que la curaron y la mandaron a casa. Sin embargo, Norman sabía que había tenido suerte, y después de aquello se había andado con más ojo.
En ocasiones, cuando estaba tumbada en la cama de noche, las imágenes se arremolinaban en su mente como extraños cometas. La más frecuente era la del puño de su marido, con la sangre esparcida sobre los nudillos y el oro en relieve de su anillo de la academia de policía. Algunas mañanas, Rose había visto las palabras de aquel anillo, Servicio, Lealtad, Comunidad, estampadas en la carne de su estómago o impresas en uno de sus pechos. Con frecuencia aquello le recordaba el sello azul de las autoridades sanitarias que se veían en los trozos de tocino o ternera.
Siempre estaba a punto de sucumbir, de relajarse y abandonarse cuando visualizaba aquellas imágenes. Pero entonces veía el puño flotando hacia ella, despertaba sobresaltada y permanecía tendida junto a él, temblando, esperando que Norman no se diera la vuelta, medio dormido, y le asestara un puñetazo en el vientre o en el muslo por molestarlo.
Entró en aquel infierno cuando tenía dieciocho años y despertó de su letargo alrededor de un mes después de su trigésimo segundo cumpleaños, casi media vida más tarde. Lo que la despertó fue una única gota de sangre, apenas del tamaño de una moneda de diez centavos.