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Dejé el billete arriba. Tuve que buscar a la dueña para que me abriera la puerta del apartamento y sobornar al taxista para que me esperara. Todo es tan terrible de controlar y eso que aún no he empezado…

Air India es fantástica. Hay una azafata llamada Suman y un piloto de apellido O’Connor. A mi lado se sienta una anciana que cada vez que puede toca el traje de Suman, un sari de color rosa y púrpura. Se llama señora Roth, y dice que trabaja en géneros. A Suman parece no importarle, así que le dije que yo también trataba en géneros…

Me siento un poco débil. Hemos estado volando casi un día entero, y eso significa un montón de martinis. También he bebido un Lassi doble.

Tengo miedo. Me siento como un chico en un colegio nuevo que piensa que no va a agradar a los demás.…

El aeropuerto de Dumdum. Creo que la única razón por la que elegí aterrizar en Calcuta fue para poder contemplarlo.

Tomé un taxi para ir al hotel donde descansaré antes de coger el tren por la mañana. Ferrocarriles Hindúes del Estado. Llevo poco equipaje. Unas pocas mudas, algunas camisas, corbatas, pantalones, un par de shorts, y mis tarjetas de crédito, que me servirán para solucionar cualquier problema que pueda presentarse. A todas partes llevaré este cuaderno, el libro «Viaje a la India», que me costó diez dólares y noventa y cinco centavos, y un tratado sobre la reencarnación que he cubierto con un forro marrón-Hace calor, y creo haber visto a un hombre muerto en la calle.

Las ventanas del hotel dan al Maidan. Es como el Central Park.

Cruzar la calle Chowringhi toma bastante tiempo. En la parte sur del final del parque está el Victoria Memorial, mucho mármol, con la estatua de la reina Victoria. Apoyado en la estatua hay un esquelético muchachito de unos siete años. Vende algo, que guarda en una pequeña bolsa, a un grupo de personas que están mirando una representación de la Gita. Me sorprende haber reconocido de qué se trataba. Recuerdo algo así como… «entre nosotros hay una diferencia» y es que yo recuerdo mis otras vidas pasadas y usted no…

Compro un cartucho al chico, y descubro que son semillas. ¿Debo comerlas? Paso por entre mítines estudiantiles, grupos que están en oración, y veo un oso que baila y un mono que adivina el porvenir. Le doy algunas semillas al mono, yo me como el resto. Ese mono podría tener la respuesta a todos mis interrogantes…

Un clip tiene sujetas un pequeño número de hojas del diario. Representan días, semanas, meses, de una aventura de cuyo conocimiento se excluía a Janice. Una página que lleva escrito «Benarés» le llama la atención.

Estoy en camino, y muchas cosas llegan hasta mí. Primero que nada es el olor del jazmín, muy dulce. Y las multitudes de personas y cosas, multitudes para una procesión nupcial, multitudes de vacas, de búfalos. Y luego están los hombres con esas largas barbas bíblicas, desnudos, apenas cubiertos por una tela atada a la cintura; peregrinos a pie; gran cantidad de camellos y de niños que gritan, se ríen, chillan; campanas, escucho campanas por todas partes; y veo cadáveres envueltos en seda o hilo blanco. Los ponen sobre camillas de bambú y los llevan al Ghat, donde los depositan hasta que les toque su turno de ser quemados.

Hablo con un hombre que no puede entenderme y cuya lengua no comprendo. Más tarde se me acerca un viejo que habla inglés con acento británico, pero me cuesta entenderle. Me dice que la ambición de su vida ha sido visitar Benarés, y que ahora que la ha visto cumplida le gustaría quedarse aquí para morir. Me dice que las aguas tienen el poder de salvación. Me habla de esas gentes que nunca han salido de sus aldeas y que un día vendrán a Benarés en peregrinación. Tardarán una semana en llegar, pero serán absueltos de todos sus pecados y mejorarán sus posibilidades de salvación. Me dice que su aspiración máxima sería no volver a nacer nunca más.

En este momento hay humo que se eleva hacia el cielo. Es de los cuerpos que están quemando en Ghats, y temo investigar más cosas. No comprendo mi temor, a menos que esté relacionado con el fuego que causó la muerte a mi mujer y a mi hija…

Miro cómo sacan los cuerpos de las camillas de bambú, y cómo los familiares los preparan para la incineración. Los Ghats miden cuatro kilómetros de largo, y tienen cuatro kilómetros de escalones que descienden en una pendiente muy pronunciada hasta las aguas del río sagrado. Estos escalones de piedra constituyen la alianza de esta gran ciudad hindú con el río Ganges.

Agua, flores, humo, fuego, representan fuerzas con un significado divino para esta gente. Bañan sus cuerpos en el Ganges, queman sus cuerpos en el Ghats. La vida y la muerte, los vivos y los muertos, avanzan juntos, muy próximos, y en perfecta armonía.

Niños. Jóvenes. Todos miran cómo queman los cadáveres. Cómo arde la carne. Sonríen y arrojan flores. Incluso dan unas tartas especiales, llamadas pindas, a los muertos. ¡Es inimaginable! Tartas. Para los muertos…

Pienso en Sylvia y en Audrey Rose, en sus cenizas mezcladas con el Impala 1962, juntas para siempre en esos cilindros de cobre, condenadas al gran olvido en el Mount Holyoke Mausoleum. Pienso en el breve servicio bautista… en las palabras leídas de un libro, en los gestos, poses y actitudes, el silencio reglamentado, la lágrima derramada, el intercambio de frases de condolencia… todo ha terminado en menos de una hora. No hay tartas. No hay pindas. En lugar de flores, la familia pide que se haga una donación a una institución de caridad. No hay ofrendas rituales de oración, renovadas todos los días, todos los meses, todos los años…

Janice se saltó un grueso puñado de páginas sujetas con un clip hasta llegar a la otra parte que Hoover consideraba esencial para su educación.

Aquí es una realidad que cuanto hacemos cada día es potencialmente un acto piadoso. Creo que estoy empezando a entender la verdad en que vive esta gente. O me estoy imaginando una manera maravillosa de vivir. Tengo que aprender más. Y no lo podré conseguir en cuarenta días.

Tal vez sea esto lo más importante que he descubierto en Benarés: el tiempo no tiene importancia.

La manera en que la mujer lava su ropa es un acto tan religioso como el del hombre que no ha dejado de mirar el sol. No sé, tal vez me esté alejando de la realidad. Tal vez sólo sea una forma poética de mirar un mundo y un estilo de vida que es totalmente nuevo y diferente del mío. O quizá sea cierto que aquí hay poesía en los sonidos y vibraciones del trabajo y de la religión…

La reencarnación parece aquí una realidad de la vida.

La destrucción, que me confundió al principio y me hizo preguntarme por qué había un templo para una diosa, que es la mujer del dios de la destrucción, es también una realidad de la vida.

Destrucción y creatividad marchan de la mano. Miro a mi alrededor y veo templos y casas inclinados —supongo que por efecto del monzón— prácticamente tocando el río, sostenidos por el río. Y una vez más, la idea de la destrucción —de la vida que persiste, de la vida que continúa, de la vida que lucha en medio de toda esta destrucción— parece empujarme hacia la comprensión de una verdad básica que todavía no está totalmente clara para mí. Y al tratar de definir esta verdad básica, tengo que volver a lo que leí en los Estados Unidos. Esa lectura que no tenía sentido allí, pero que aquí, viendo todo lo que me rodea, debe servirme para iniciar una educación de mí mismo completamente distinta.

Comenzaré por quedarme aquí, en Benarés, el centro de la religión hindú. Usaré la mochila como almohada si es preciso, pero continuaré observando estas cremaciones hasta que entienda por qué se puede considerar la muerte como una fiesta, y qué es lo que celebran. Si es la muerte final, si es, como me dijo aquel anciano, la celebración de que no va a nacer de nuevo, entonces lo que celebran es Dios. La unión con Dios. Pero si no han llegado a ese punto, entonces lo que festejan es que se les haya concedido otra oportunidad de progresar en su unión con Dios, de poder avanzar un paso más.

Aquí Hoover reemplazó la pluma por un lápiz, lo que dificultaba enormemente la lectura.

He encontrado un estudiante que habla algo de inglés y con el que tengo la suerte de poder compartir mis pensamientos. Me ha explicado que en el budismo el problema del conocimiento verdadero se presenta como un problema personal, y por eso Buda se sentó a meditar hasta alcanzar la verdad. Esto es muy importante para mí, porque es precisamente lo que me impulsó a venir a la India. Estoy aquí para buscar personalmente el camino hacia la verdad.

Muchas de las cosas que estoy escribiendo comenzaron a plantearse en mis diálogos con Sesh, mi nuevo amigo. Me está enseñando su idioma, tal vez en su forma arcaica, y yo le enseñaré el mío. Lleva un safa, una tela suelta con la que se envuelve la cabeza para protegerse de los rayos del sol, ya que pasa al aire libre la mayor parte de su tiempo. También una lengha, esos pantalones que parecen pijamas, y me ha regalado una camisa a la que dan el nombre de paharen. Cuando traté de darle las gracias, con mi efusivo estilo occidental, se molestó mucho y se marchó. Pasó una hora por lo menos antes de que volviera a verlo. Creí haber perdido a mi amigo Sesh. Pero volvió, y me dijo que agradecer a alguien por algo es quitar parte de su significado al acto de dar. Estoy aprendiendo muchas cosas cada día.

Pienso en las nobles verdades, en la senda de los «Cuatro buenos caminos» y estoy loco de alegría, pero incluso esa alegría debe ser orientada en una dirección, un orden, un equilibrio hacia la evolución.

En cierto sentido, la destrucción de mi esposa y de mi hija ha significado una reconstrucción para mí. Su muerte, la muerte de Audrey Rose, en plena belleza y dicha de vivir, me introdujo en un círculo de muerte, y me obligó a reconsiderar nuestra vida en común. Si creo en Dios, como esta gente, entonces tengo que creer que en algún momento, dentro de la noble senda de los «Cuatro buenos caminos», yo fallé. Fallé, y enturbié el ambiente que me rodeaba. De alguna forma destruí el orden, y esta falta de equilibrio fue causa de que algo tan encantador y maravilloso como el espíritu de Audrey Rose no pudiera sobrevivir en esta atmósfera. ¿Me reconozco culpable? No lo sé todavía.

Cuando miro a Sesh y pienso en todo el tiempo que me dedica, me doy cuenta de que lo que esta gente quiere hacer es el bien. Y si puedo probarme la existencia de Dios y de la reencarnación aquí, como Buda lo consiguió, y si puedo encontrar una forma creativa de existencia, eso significará que yo también quiero hacer el bien. Si las almas de Sylvia y Audrey Rose están sufriendo, entonces tengo que procurar hacerles bien a sus almas. Si puedo hacer algo tan pequeño, habré hecho algo muy grande para acercarla a ese cielo de felicidad al que tienen derecho…

La pequeña y compacta escritura danzaba ante los ojos de Janice, y se vio obligada a darles unos minutos de descanso antes de continuar. Al abrir el diario en la próxima parte señalada, descubrió que la escritura no mejoraba, por el contrario, las palabras eran cada vez más difíciles de leer.

Sesh y yo caminamos hasta Sarnath, el centro del mundo budista, porque allí fue donde Buda predicó su primer sermón. Queríamos ver lo que ha quedado grabado en piedra. Es aquí donde él reveló su senda de los «Cuatro buenos caminos» que conduce al término del sufrimiento, a la obtención de la paz interior, a la iluminación y, en último término, al Nirvana. Es aquí donde él estableció su doctrina del término medio, senda dorada entre los dos extremos: el ascetismo y la auto-indulgencia. Buda descubrió cuatro grandes verdades. El sufrimiento es universal. La causa de todo sufrimiento son los deseos egoístas. El remedio es eliminar el deseo. Y la manera de lograrlo es a través del camino del medio. Un camino para una acción práctica, y para recorrerlo tenemos la senda de los «Cuatro buenos caminos»: recto conocimiento, recta intención, recta conducta, rectos medios de subsistencia, recto esfuerzo, recta conciencia, recta concentración. Sus cinco preceptos son: abstenerse de matar lo que está vivo, abstenerse de apoderarse de lo que no nos ha sido dado…

La escritura se hacía aquí indescifrable, y Janice no pudo seguir leyendo. Se saltó varias páginas hasta llegar a una parte escrita con tinta. El cansancio de sus ojos desapareció.

Miro a Sesh y no se me ocurren palabras en su idioma, tampoco en inglés. Veo una lágrima en su ojo, pero no cae por su mejilla. Sabemos que tenemos que separarnos. Estamos consagrados a esta necesidad de buscar la verdad. Compartimos este deseo, necesitamos el perdón. Buscamos entender la reencarnación para poder amar a Dios. Y eso es algo que nos hemos regalado mutuamente.

Unas páginas adelante seguía, escrito con tinta:

He caminado durante muchos días. Lo hago porque sé que me he comprometido a vivir todos mis actos diarios de una manera que antes no era más que un ideal.

He descubierto otra cosa. He descubierto que cuando camino adquiero una aguda conciencia de mi cuerpo, de sus necesidades, de aquello de lo que puedo prescindir. Puedo prescindir del alimento durante un tiempo; no puedo prescindir de la verdad y la fe. Y ésa es mi alegría ahora. Tengo lastimados los pies y me duele la espalda. No estoy acostumbrado a esto, pero me obliga a tomar conciencia de esta carne que me hace transitar por este mundo de Dios. Descubrir por qué estoy albergado dentro de esta carne, entender la idea de que el alma ocupa el cuerpo, y no de que el alma tiene Un cuerpo, que es lo que yo solía creer. En esta caminata estoy aprendiendo que estamos ya en la eternidad. La eternidad está aquí, con nosotros.

Y una página más adelante.

Mientras camino veo una niña pequeña con largos cabellos negros que le llegan casi hasta los talones sujetos en una trenza. Tiene unos inmensos ojos, que casi no levantan la vista del suelo, y lleva una angosta falda blanca y un chal brillante, brillante, de color verde, naranja y verde, con el que se cubre. Lleva un canasto y al aproximarse puedo ver que está vacío. Tengo media naranja. Se la doy. La devora.

Me dice «Prana», que sé que quiere decir «respirar», y deduzco que ése es su nombre. Le digo «Prana ji», que he aprendido que es el sufijo que se agrega a los nombres. Canta mientras caminamos. Pero no puedo decir si canta sonidos o palabras.

Me lleva a su casa. Al aproximarnos veo el depósito para almacenar el agua, artefacto que hay en tantas aldeas aquí. Ha sido construido artificialmente, y parece una laguna. Una anciana camina con un recipiente de cobre sobre su cabeza, va hacia el depósito de agua. Hay un hombre con una barba negra rizada que lleva dos sillas sobre su cabeza. Se detienen y me miran. El hombre baja las sillas. No sé qué decir. Me conduce a su casa. Me alegro de recordar que debo quitarme las sandalias. Probablemente no volveré a ponérmelas más. El hombre, que parece ser el padre de Prana, me dice «Amdhu» y extiende la mano. La estrecho, y digo Elliot. Dice «Atcha». Repito «Atcha» y me río. «Atcha» quiere decir «está bien».

La mujer de la casa espolvorea el suelo con arena. Se levanta cuando entramos y cubre su cabeza con el chal. Su pelo es igual al de su hija, largo, trenzado, partido al medio. Lleva un grueso anillo en la nariz, pendientes, y grandes pulseras de plata en los tobillos. Prana lleva pendientes de oro, y una hermosa joya que cuelga de su sari.

La mujer se llama Rama, y parece estar embarazada.

La anciana entra en la casa. Su cabello, largo como el de la otra mujer, es completamente blanco. Su nombre es Shira, y parece ser la abuela. Lleva un kabja, esa blusa que cubre la parte superior del cuerpo, una amplia enagua, la chania, y el inefable sari encima. Todavía lleva el recipiente de cobre sobre la cabeza. Se lo saca. Todos nos sentamos en el suelo para comer. Hay chapati, pan recién cocido y aún caliente. Junto con nosotros comen el tío Chupar, la tía Kastori, y su hijo Shakur.

Viven como la mayoría de los habitantes de las aldeas, varias familias juntas. Casi como una comuna en miniatura. Toda la propiedad es comunitaria, y las ganancias de cada uno de los miembros se entregan para un fondo común. Hay una gran seguridad emocional y una gran seguridad económica. Si bien es cierto que este sistema no permite mucha intimidad ni soledad, hay que pensar en su religión, que les invita a buscar en su interior la intimidad y la soledad.

Más adelante.

La familia Pachali comienza su jornada a las cuatro de la mañana. Todos nos bañamos en agua fría y rezamos. Las mujeres se nos unen para la meditación, pero pronto se marchan para dedicarse a sus labores domésticas, batir, hacer mantequilla, y dejan a los hombres solos para que sigan con su meditación y sus plegarias.

Hay rituales diarios que cumplimentan todos los miembros de la familia. El primero es el Bhuta Yajna, y consiste en una ofrenda de comida al reino animal. Simboliza el cumplimiento de la obligación que tiene el hombre para con las formas menos evolucionadas de la creación. De esta manera, llegamos a comprender instintivamente que los animales más débiles también están sujetos a un cuerpo, como nosotros, pero que ellos carecen de la facultad de razonar, que nosotros poseemos. Así, al ayudar a los que son más débiles podemos tener la seguridad de que seremos reconfortados, de la misma manera, por seres superiores invisibles. Ésa es la primera forma diaria de adoración. La segunda es el ritual del amor silencioso, del amor silencioso por la naturaleza. De esta manera nos sobreponemos a nuestra incapacidad para comunicarnos con la tierra, el mar, el aire. Las otras dos yajnas diarias son el Pitri y el Nri, ofrendas a los antepasados para aprender cada día a reconocer nuestra deuda con las generaciones pasadas, ya que su sabiduría nos ha proporcionado luz.

Observo a Amdhu y a Rama y percibo el amor que los une. Se tratan con gran amabilidad, aunque no manifiestan su cariño en público o delante de sus hijos. Rama se sacrifica constantemente, por Amdhu, por sus hijos, haciendo de ellos el centro de su universo, sirviéndoles constantemente. A ella le preocupa el progreso espiritual de su marido, y piensa que todo lo que hace por él servirá para que él progrese en su unión con Dios. Hay también un gran afecto entre Amdhu y su hija Prana. Hasta que alcance la pubertad, ella podrá acompañarle en todas las reuniones con hombres solos. Su padre sabe que el día que se case tendrá que vivir en otra casa, y eso le hace ser indulgente con ella.

Arun, como todos los chicos de su edad, pasa cada vez menos tiempo en compañía de las mujeres y más en la de los hombres, junto con su padre y sus tíos, que son muy afectuosos con él. Pero Amdhu siempre conserva una cierta formalidad en sus relaciones con el niño. El deseo de tener hijos varones es grande en todos, porque sólo un hijo varón puede celebrar con propiedad los ritos fúnebres y la conmemoración anual, que asegura el descanso del alma de su padre.

Todo el tiempo se mira la muerte de frente, con un sentido de responsabilidad, haciendo planes que la incluyen, y con la certeza de que cada uno de nuestros días nos acerca a la muerte que, a su vez, nos garantizará un progreso seguro hacia la otra vida.

Y más adelante.

Hay miseria, dolor, enfermedad, sequía, hambre. Y, sin embargo, en medio de tanta calamidad la vida transcurre con alegría y con amor, con cuidado y reverencia.

La familia es un microcosmos del mundo de Dios.

Habían sido necesarios dos grandes clips para separar el grueso número de páginas que indicaban dónde debía seguir leyendo. Hoover estaba en otra parte de la India, en los bosques del Sur. Por alguna razón había abandonado a la familia Pachali y no pensaba que sus razones eran bastante importantes o no quería que Janice las supiera. Dos clips era lo único que le impedía enterarse. Sin vacilar, los quitó y volvió a sumergirse en el mundo conocido de Amdhu, Arun, Prana y los demás miembros de la familia.

La sequía continúa. Un atraso en la llegada del monzón representa la diferencia entre la abundancia y el infortunio. Toda la aldea sufre. La poca comida que queda se reparte escrupulosamente entre los habitantes de la aldea.

Los mellizos de Rama, que apenas tienen un año, lloran mucho. La niña llora más que el chico ya que sólo se le dan las sobras, que no son muchas, en cambio a él se le atiende y alimenta primero.

Khwaja, el niño, llora. Sarojini, su hermana, ya no llora. Prana también ha enfermado de hambre, lo mismo que su madre, ya que la poca comida que queda es para los hombres. No hay hostilidad por tener que privarse; es parte, simplemente, de una tradición profundamente arraigada. En todas las aldeas, las últimas que comen son las mujeres…

La situación es crítica…

De rodillas hurgamos la tierra buscando raíces y semillas…

Una niña ha muerto y otras dos morirán pronto. La familia partió esta mañana con el cadáver de la chica para Benarés, que está a dieciocho kilómetros hacia el Norte. Envuelta en lino blanco, la pequeña forma blanca de la muerta parecía temblar, llena de vida, con los saltos de la carreta sobre los montículos de tierra seca. Toda la familia empujaba la carreta.

Prana ya no habla. Sus inmensos ojos sólo pueden mirarme. Tengo que hacer cuanto esté a mi alcance para ayudarla a ella y a la aldea. Hacía dos años que no pensaba en el dinero, o en nada de lo que representaba mi antigua forma de vida, pero ahora debo hacerlo. ¡Y actuar!

Benarés. La temperatura es de 45 grados. Aceras y calles están cubiertas de cuerpos postrados. Las vacas sagradas muerden las cascaras de los cocos.

Hace cinco días que llegué; vivo junto al río, en un lugar destinado a los que están de paso. No quise ir a un hotel con aire acondicionado. Debería haber rechazado también la comida estadounidense (pollo frito y pastel de manzanas, por primera vez en dos años). Me hizo sentir muy enfermo.

Estoy esperando que el banco Barclay reciba un cable de la central de Nueva York aprobándome un crédito. Me he puesto en contacto con un hombre —un individuo poco confiable— para comprar comida en el mercado negro. Me prometió que hará una distribución apenas hayan llegado mis dólares. He confiado en él sin muchas ganas, pero ¿qué otra alternativa tengo? He hecho un trato por ocho grandes cargas de arroz, harina y semillas para plantar productos alimenticios. Serán distribuidos en nuestra aldea y en las aldeas vecinas, haciendo que la comida dure hasta donde sea posible. Emplearé en esto todo el dinero del seguro contra accidentes de mi mujer e hija. Me gusta pensar que Sylvia y Audrey Rose lo aprobarían…

Vientos del océano, lluvias devastadoras y un notable descenso de la temperatura. Ha llegado el monzón de pronto, con la furia de un dios vengador. En pocos minutos se han inundado las calles de Benarés. El río ha desbordado su cauce y su anchura ahora es de cientos de metros mayor. Me han dicho que algunas de las aldeas del Sur se han convertido en lodazales en menos de un día. No hay tráfico alguno, camiones, carretas, vacas, gente, porque los caminos están intransitables…

El banco de Barclay ha recibido el cable de Nueva York. Parece que mis tarjetas de crédito no son bastantes para satisfacer a mi banco de Pittsburgh. Habrá que llenar unos formularios. Comparar firmas. Una demora de una semana, por lo menos…

Todo se ha perdido…

El monzón está en su apogeo. Todos los días no hace más que llover y llover. El Ganges cubre la tierra hasta donde se puede ver con un remolino grisáceo. Las copas de los árboles emergen del agua, y de vez en cuando el cadáver hinchado de una vaca o de un ser humano pasa ante mis ojos…

Las aguas inundan la tierra por todas partes. Hombre, mujeres y niños se esfuerzan por contener la furia del agua, pero no pueden conseguirlo. Pienso en mi aldea, en Amdhu, en Rama y en los niños…

El empleado de la Comisión de Rescate del tercer sector me ha dicho que la mayoría de las aldeas del Sur están cubiertas de agua. Dice que toda India sufre y que éste es el peor monzón que se recuerda…

La marea se ha retirado, dejando la tierra en sombras de muerte y decadencia. Un buen abono para plantar, pero ¿dónde está la gente?

Al llegar a mi aldea veo que todo está desierto y que no hay ninguna casa en pie. Es como si una máquina mecánica hubiese aplanado la tierra…

Encuentro a Jafar Alí y a sus dos hijos caminando penosamente por el lodo. Me dice que estaban en otra parte cuando se produjo la inundación. Me informa que la tía Kastori está en otro sitio, pero no dice nada más. Parece como si estuviera aturdido…

Las viviendas provisionales se extienden a lo largo de la orilla izquierda del río. El agua está quieta. El sol es intenso.

Los cadáveres de varios de los ahogados son colocados, en una hermosa simetría, junto a las rocas. La tía Kastori y yo buscamos los de los Pachali; pero la terrible hinchazón de los cuerpos hace difícil reconocer los rostros de Amdhu, Rama, Prana, Shira, Arun, los mellizos, el tío Chupar, Shakur…

La tía Kastori se une a otra familia que busca a sus familiares. Son amigos de una aldea vecina. Incluso en su dolor, la tía Kastori no puede dejar de ser la que es: una entrometida. Estaba visitando a unos amigos en las tierras altas cuando la inundación barrió la aldea, llevándose personas, perros, vacas, casas, todo. Ser entrometida le salvó la vida…

En secreto deseo no encontrar a ningún miembro de mi familia entre los cadáveres rescatados. Prefiero pensar que ellos ahora forman parte del río. Una vez Sesh me dijo que estas aguas contienen unas propiedades químicas capaces de disolver un cuerpo humano, carne, pelo y huesos, en menos de un día…

Encontramos el cadáver de Prana. Blanco. Tumefacto. El estómago hinchado como si hubiera comido mucho…

Primero Audrey Rose. Y ahora Prana…

Incluso Kastori exhibe su dolor. No durará mucho, porque los hindúes no se torturan con la muerte. Yo no lloro. Puedo enfrentar la muerte de Prana sin necesidad de llorar. No me sucedió así con Audrey Rose.

Los Ghats trabajan sin descanso día y noche…

El humo agridulce penetra cada poro de la vieja piel de Benarés. Largas filas de carretas, jinrikishas, y camillas de bambú se extienden hasta los límites de la ciudad, en la medida en que las familias avanzan lentamente hacia los escalones que conducen al río sagrado. Puesto que la muerte es una corrupción, todos están ansiosos por incinerar rápidamente los cadáveres de sus familiares para que los espíritus de los muertos puedan purificarse.

Hay tratos y sobornos con la policía que mantiene la fila en orden. Las familias más ricas son escoltadas hasta los primeros lugares…

Espero mi turno junto con la tía Kastori y el liviano bulto envuelto en lino que yace acostado en el jinrikisha que he alquilado…

Floreros llenos de flores cubren el suelo del jinrikisha. Las hemos cortado esta mañana y ya comienzan a languidecer en esta terrible humedad…

La tía Kastori lleva la bandeja ceremonial de pindas

Aunque no soy pariente de ella, seré yo quien encienda la pira, pero es todo lo que haré. No me quedaré para la ofrenda de pindas, ni celebraré la conmemoración anual por el alma de Prana ni de su familia. Ni soy digno ni estoy preparado para esa responsabilidad.

En medio de tanta muerte no puedo dejar de pensar en la vida. No en la vida pasada o en la futura sino en la presente, plena, dulce, bella, llena de promesas…

En presencia de la belleza arruinada de Prana no he experimentado ninguna iluminación. No descubro cuál es la lección que debo aprender de su cuerpo flaquísimo e inútil o de la angustia final de su muerte cruel. No puedo ver qué bien puede desprenderse de todo este terrible sufrimiento del que he sido testigo…

No lo entiendo…

De pie frente a los Ghats, viendo cómo arden los cuerpos, se que bajaré por última vez los escalones que llevan al río, porque mañana me marcho de esta ciudad para no volver jamás a ella…

No sé qué dirección tomaré, ni por qué…

Estoy totalmente perdido…

Los ojos de Janice estaban empañados por el esfuerzo y la emoción cuando los levantó de la diminuta y difícil caligrafía con que estaba escrito el diario de Hoover. Miró su reloj: las cuatro y cuarto. Era mucho lo que aún le quedaba por leer, pero tendría que dejarlo por ahora y prepararse para despertar a Ivy. Pasarían a buscarlas dentro de una hora.

Guardó el diario en el estante superior del armario y fue a la cocina para preparar el desayuno.

La mente de Janice era un torbellino mientras observaba el aspecto del caldero de brujas que iba adquiriendo la avena al hervir. Aunque sólo había podido entender una parte de lo que había leído, las palabras de Hoover la habían impresionado profunda y poderosamente.

Tuvo una náusea repentina, su cuerpo temblaba incontrolablemente, sacudido por olas de malestar. Cerró los ojos y trató de dominarse para que cesaran, incluso procuró ver el lado humorístico de su patética debilidad, pero, finalmente, tuvo que subir corriendo al baño para vomitar. Después, se sintió mejor.

A Ivy le sorprendió tener que salir de casa en plena noche, pero estaba tan cansada y afiebrada que apenas hizo preguntas. Permitió que el chófer la arropara y se quedó dormida.

A Dominick también le extraño una partida a hora tan temprana y preguntó a Janice si iban a reunirse con el señor Templeton. Janice contestó:

—Sí. Hágase cargo de nuestra correspondencia, por favor.

La lluvia se había transformado en una fina llovizna. Una fosforescencia plateada se abría paso por entre las oscuras y amenazadoras nubes. Las empapadas hojas otoñales se habían apilado sobre la acera y el viento mordía desde el río Hudson, azotando sus caras con un látigo invernal.

Eran las cinco y veintiséis minutos cuando el coche se alejó del edificio, adentrándose en la neblina matutina.