A Daniel A. Lipsig, que me proporcionó ideas y consejos; al doctor Donald Schwartz que generosamente me dedicó parte de su tiempo, información y asesoría; al doctor Jay L. Dickerson, al profesor Irwing R. Blacker, al padre Joseph Casper, a Ivy Jones, a Jeanne Farrens y a Willard M. Reisz que contribuyeron con sus conocimientos y apoyo moral. A Dorothy De Felitta, que me ayudó constantemente con su valiosa comprensión y simpatía por este libro que ayudó a crear. A William Targ, mi editor, que lo hizo posible.
A todos, mis agradecimientos.