Capítulo 29

Malas noticias

Después de cerrar la tienda, Lucie por fin se retiró a casa. Cruzó el jardín rápidamente porque estaba empezando a llover. El aroma a lluvia sobre la tierra seca después de un período de calor le resultaba muy agradable, pero no lo suficiente para detenerla en aquel momento.

Kate y los niños estaban en la cocina haciendo un pastel: los niños añadían frutas y nueces mientras Kate mezclaba.

—Me pareció que lo mejor era mantenerlos ocupados —dijo en voz baja.

—Bendita seas, Kate. —Lucie tenía suerte al poder contar con ambas hermanas, Kate y Tildy—. ¿Dónde está mi tía?

—Mirando vuestros libros sobre el jardín. Dice que está buscando un dibujo del que le hablasteis, que indica la temporada para el trébol. Luego iba a pediros que se lo leyerais.

—¿Está lúcida?

—Sí. Dice que es porque hoy no le habéis dado nada para calmarla.

Lucie suspiró. Ojalá fuera tan sencillo.

Filipa estaba sentada frente a la mesa de la sala rodeada de los libros de Nicholas y otros más viejos que habían sido de su padre. En sus diarios, habían registrado todas las nuevas plantas, semillas, especímenes y todo el saber del jardín del boticario que habían reunido. Entre las páginas había cartas de muchas tierras. En aquel momento, Filipa estaba sentada con las manos sobre el regazo, mirando fijamente por la ventana hacia el jardín. Delante de ella, sobre la mesa, había un diario abierto. Su cofia estaba en orden; sus ojos, alerta al volverse y notar la presencia de Lucie.

—¿Sabes? Quería mantenerme ocupada y lejos de los problemas. —Sonrió e hizo un gesto a Lucie para que se sentara con ella.

El grado de alivio de Lucie la hizo sentirse culpable. La confusión de su tía se había convertido en otro de sus problemas. Se deslizó en el banco junto a Filipa y miró la cubierta del diario que estaba abierto.

—Las notas de la obra maestra de Nicholas. Es el corazón del jardín.

—Hay cartas de distintas personas. Creo que no lo respeté lo suficiente —dijo Filipa.

—Lo respetaste lo suficiente para alentar nuestro matrimonio.

—Pero siempre pensé que eras mejor que él. ¿Qué es la sangre, me pregunto? ¿Por qué la respetamos tanto? Al final, lo que importa es lo que hacemos con los dones de Dios.

—¿Se te ha ocurrido todo esto con sólo mirar los diarios?

—Y al pensar en mi esposo. Una buena familia, excelente sangre. Tu abuelo cedió y permitió nuestro matrimonio por la valentía de Douglas en la batalla. Pero aun así, no pudo administrar sus tierras. Era mucho peor que su padre. Y luego la amargura se instaló en su corazón. «¿Por qué los demás tienen riqueza y yo no?», decía. Nunca dijo: «¿Qué podría hacer para mejorar la tierra?» Me siento muy avergonzada. —Filipa meneó la cabeza—. Al mismo tiempo que tu suegro, Paul Wilton, estaba trabajando tanto para convertirse en boticario, aprendiendo todo esto, Douglas y Henry se ofrecieron para hacer de correos entre las personas temerosas y los hombres del rey de Escocia. Se aprovecharon de las necesidades de la gente. El trabajo de Paul Wilton valió mucho más. Y fue más duradero. Veo que después, Nicholas mejoró lo que su padre había hecho.

—No puedes leer estos diarios.

—Puedo ver el cuidado al escribirlos, Lucie, mi amor. Éstos eran hombres buenos y trabajadores. Dios debió de recibirlos con un coro de ángeles.

—Al hacer de correo, ¿no estaba tu Douglas ayudando a la gente?

Filipa palmeó la mano de Lucie.

—No lo entiendes. Se quedaban con parte del tributo que transportaban, una joya aquí, una pieza de oro allá.

—Me pregunto por los hombres del rey de Escocia, entonces. ¿No echaban de menos esas cosas?

—Douglas decía que se esperaba que los correos hicieran eso. Eso ya era bastante malo. Me tortura pensar si también sería un asesino.

—Dudo que alguna vez lo sepamos, tía Filipa. Pero volvía a casa cuando lo necesitabas. —Desvió la mirada, pensando en Owen, de pronto invadida por una oleada de ira.

—Ven, busquemos tréboles —dijo Filipa.

* * * * *

John Thoresby examinó al hermano Michaelo, mojado, desaliñado y, peor aún, muy pálido. No debería de ser para tanto, después de sólo dos días de viaje. Aun así, había hecho el trayecto mucho más rápidamente de lo esperado.

—Terribles noticias, eminencia.

—Puedo verlo por la cara que traéis ambos. ¿Cómo está vuestra espalda, hermano Michaelo?

El monje sacudió la cabeza suavemente.

—Harold Galfrey no era mayordomo.

—No me sorprende. Podéis iros a vuestro cuarto. Mandaré llamar al hermano Henry.

—No hay necesidad, eminencia.

—Yo digo que sí. Id. Quitaos la ropa mojada y meteos debajo de un par de mantas para calentaros. Enviaré a un criado con un brasero, cerveza y algo caliente para comer. —Lo echó con un gesto—. El señor Moreton puede decirme todo lo que tengo que saber.

Se volvió hacia el otro viajero desaliñado.

—Estoy seguro de que mis criados podrán encontrar algo para que os pongáis mientras secan vuestra ropa en la cocina —dijo Thoresby. No toleraba el olor a sudor humano y equino, lodo y ropa húmeda.

—Si vuestra eminencia me perdona, preferiría irme a mi casa, pasar por la de la señora Wilton…

—Es temprano. Podréis hacer eso más tarde. ¿Está vuestro hombre afuera?

Moreton asintió.

—Me espera.

—Se le dará un asiento junto al fuego y una buena comida. Ahora venid, mi criado os llevará al cuarto de huéspedes.

Cuando Moreton salió de la sala, el arzobispo se levantó lentamente —el regreso de la lluvia le había producido dolor en las articulaciones— y se dirigió al cuarto de Michaelo.

Allí había un criado encendiendo un fuego. Michaelo estaba en la cama, boca abajo.

—No necesito todo este lío.

—Creo que sí. Me alegro de que me hayáis obedecido —dijo Thoresby al abandonar la habitación.

Moreton ya estaba en el salón cuando el arzobispo regresó, vestido con una túnica de bombasí y con calzas. Parecía un jardinero.

—Agradezco a vuestra eminencia la ropa seca. —Parecía tener los dientes apretados.

Thoresby hizo una señal en dirección al vino caliente que había sobre la mesa. Un criado se acercó y sirvió dos copas.

—Venid, sentaos y contadme lo que averiguasteis.

—Harold Galfrey no tenía ese apellido cuando trabajaba para los Godwin y tampoco era mayordomo. Tenía el cargo de subtesorero, puesto del que abusó actuando como correo servicial y amable pero quedándose con la mayor parte de los fondos. Sus robos fueron descubiertos, pero él y Joseph, el mozo, huyeron antes de que pudieran atraparlos. Joseph es el hijo de la cocinera de Freythorpe, un hombre vengativo al que despidieron después de que causara problemas en ambas propiedades.

Sería difícil imaginar una combinación peor, dadas las circunstancias, salvo que uno o ambos fueran asesinos.

—¿Oísteis esto de una fuente fiable?

—De la propia señora Godwin, eminencia. —Moreton extrajo una carta lacrada—. Fue tan amable de dictar esta carta a su secretario.

Thoresby estudió el sello. La leería cuando hubiera despedido a Moreton. No hacía falta mostrarle al hombre cuánta luz necesitaba y cuánto tenía que alejar un documento de sus ojos últimamente para poder leerlo.

—Al parecer, la señora Wilton es víctima de vuestras buenas intenciones.

Moreton bajó la mirada.

—Sí, eminencia.

—Y Jasper de Melton, que decidió cabalgar hasta Freythorpe.

Él levantó los ojos, la consternación teñía sus mejillas.

—¿Solo?

—He enviado hombres a buscarlo, pero sí, se fue solo.

Moreton se cubrió el rostro con las manos. Thoresby hizo tamborilear los dedos sobre los brazos de la silla, pensando en qué más podría hacer. El gobernador debía estar al tanto de aquellos pasos.

* * * * *

Lucie y Filipa tenían las cabezas juntas y hojeaban los libros cuando oyeron que llamaban a la puerta del salón. Lucie se levantó para ir a abrir y le hizo una seña a Kate para que regresara a la cocina.

Sintió un vuelco en el corazón al ver a Alfred, mojado y lleno de lodo por haber cabalgado bajo la lluvia; apestaba a sudor de caballo.

—Señora Wilton.

—Entra, Alfred. Tenemos vino en la mesa.

—No puedo, señora Wilton, debo darme prisa para ir a ver a su eminencia. Pero quería que supierais que vi a Jasper. Llegó a Freythorpe después del mediodía. No encontró nada que faltara en el tesoro. Harold Galfrey nos pidió a Gilbert y a mí que lo acompañáramos a casa con vos. Me temo que utilizó la cortesía para sus propios fines. —Hizo una pausa para tomar aire.

—¿Jasper está aquí?

Alfred sacudió la cabeza.

—Él y Gilbert regresaron en cuanto estuvieron fuera del alcance de la vista de la casa. Jasper deseaba volver con Tildy y ayudarla a demostrar que Harold es el causante de todos los problemas. Yo seguí viaje para venir a buscar más hombres. Me encontré con cuatro compañeros nuestros en el camino, más allá de la ciudad, que iban hacia Freythorpe Hadden.

—Qué bien que hayas venido.

—Al estar tan cerca de la ciudad cuando vi a los hombres, pensé en informaros de que Jasper estará a salvo y decirle a su eminencia lo que ha sucedido.

Lucie sintió un nudo en el estómago.

—¿Qué ha hecho Harold?

Alfred le dijo que habían removido la tierra del laberinto, que habían registrado el tesoro, que faltaban las espadas y que Joseph estaba merodeando con más hombres.

—Santa Madre de Dios —susurró Filipa—. ¿Qué está pasando?

—¿Y Tildy?

—Iba a encerrarse en la capilla con Daimon.

—¿Dijiste espadas, joven? —preguntó Filipa.

Alfred asintió.

—Sí, tres espadas de la colección de sir Robert ya no están en el salón.

Lucie notó con un gemido interno que Filipa volvía a tener la mirada perdida.

—¿Qué sucede, tía?

—Algo. —Filipa meneó la cabeza—. Se fue. Algo sobre las espadas.

Lucie rogó para que no estuviera volviendo a sufrir confusión mental. La necesitaba lúcida, pues tenía que poder dejarla e ir a Freythorpe.

—¿Regresarás a la casa? —preguntó a Alfred.

—Por la mañana, sí. Ahora voy a hablar con su eminencia. Está diluviando. No me atrevería a salir esta noche. Mi caballo podría romperse una pata en un charco. Ahora debo darme prisa. Que Dios os acompañe, señora Wilton. No os preocupéis.

—Que Dios te proteja, Alfred. Muchas gracias.

* * * * *

Alfred dejó un arroyo de agua de lluvia tras de sí cuando atravesó el salón hasta la cómoda silla de Thoresby junto al fuego. El arzobispo estaba a punto de despedirlo, empapado y apestoso como estaba, pero una inspección más detenida de los ojos del hombre lo llevó a preguntarle:

—¿Qué ha sucedido en Freythorpe Hadden? —Mientras escuchaba, Thoresby meneó la cabeza, consternado. La situación estaba cada vez peor. Y el muchacho no había regresado—. Te quedarás esta noche aquí y por la mañana contarás todo esto al gobernador antes de volver a Freythorpe.

—Pero eminencia, si mañana él no está aquí, yo nunca…

—No temas. Dos de mis hombres irán esta noche a informar al gobernador de que el arzobispo de York requiere su presencia en su palacio por la mañana. No creo que John Chamont os haga esperar.

* * * * *

La lluvia caía con toda su fuerza. En una esquina del cuarto de los niños, se formó un charco en el suelo de madera. Gwenllian quería saber dónde estaba Jasper. Lucie dejó que Kate le contestara esa pregunta. Alguien estaba llamando a la puerta. Cuando Lucie corría escaleras abajo hizo una nota mental de que había que reparar las tejas de la esquina del techo. No quería dejarse llevar por sus temores sobre quién podía ser.

Cuando Roger le dio la noticia sobre Harold, ella contuvo el aliento; sentía que le faltaba el aire.

—¿Por qué me está castigando Dios? —dijo con una voz que no reconocía—. ¿Qué he hecho?

—¿Vos? —Roger se puso de pie, se acercó a su lado de la mesa y se sentó junto a ella—. Dulce amiga, es culpa mía. Mi hhorrible error. No puedo creer que os haya hecho algo semejante.

—Mañana vendréis conmigo a Freythorpe —dijo Lucie con furia—. Debemos enfrentarnos a Harold.

—Lo que deseéis. —Tenía los ojos llenos de remordimiento.

* * * * *

—Lucie, ¿estás despierta?

Lucie se incorporó hasta quedar sentada.

—¿Qué sucede, tía? ¿Necesitas algo?

—¡Lo he recordado! Santo Dios, lo he recordado. Cuando Robert trajo esas espadas, también trajo un relicario. La mano de santa Paula, ¿recuerdas?, para mí, una viuda.

—Está en la capilla, sí. La trajo de Tierra Santa. —Él pensaba darla al convento de Clementhorpe, donde vivía Lucie, pero en su lugar ofreció un cáliz con piedras preciosas y guardó la reliquia para Filipa. Las hermanas se habían quedado muy decepcionadas.

—Es allí donde escondí el pergamino —dijo Filipa—. En el relicario. Sabía que nadie iba a abrirlo. Robert prohibió a todos que lo tocaran.