¿Iba a explicarle a Lucie la tentación que había sentido? Owen se imaginaba su reacción. Se sentiría herida. Y furiosa de que él pensara siquiera en abandonar a sus hijos. Dudaría que alguna vez la hubiera amado. ¿Y cómo podría tranquilizarla? ¿Acaso su regreso sería la prueba? ¿No podría haber vuelto por otras razones? ¿Simplemente por un sentimiento de culpa? ¿Por cobardía? Dios santo, no podría contárselo. Estaba galopando por el campo, loco de temor por ella. Pero ella no lo sabría. No le creería.
Un vado desbordado por las lluvias primaverales lo obligó a concentrar su atención en otras cosas. Owen observó cómo cruzaban Edmund y Sam, vio el punto donde la resaca era más fuerte y trató de guiar a su caballo de frente hacia la corriente. El animal vaciló, tropezó y luego cojeó hasta la orilla.
Owen desmontó, calmó al caballo y examinó el casco sobre el que había caído la bestia. Le faltaba una herradura.
—Veo humo más adelante —exclamó Jared—. Es posible que encontremos un granjero que coloque él mismo las herraduras a sus caballos.
—Nadie es tan rico por este camino —dijo el fraile—. Pero conocerá al herrero más cercano.
—Cabalgaré con el fraile en uno de vuestros caballos —dijo Owen a los demás, que habían regresado para ver qué sucedía.
Sam y Tom se quedaron con el caballo cojo.
¿Sería una señal de Dios? ¿Debía confesárselo todo a Lude? ¿Por qué había pasado aquello en el momento en que juró guardar silencio? «Dios santo, ayúdame a decírselo de manera que ella lo entienda.»