Capítulo 27

Un sueño anormal

Después de desayunar, Tildy fue hasta la despensa a buscar la medicina matinal de Daimon. Aprovechó que estaba sola para acomodarse el vestido y la cofia y pellizcarse las mejillas. La puerta se abrió con un crujido.

—¡Oh! —exclamó Nan, retrocediendo y cerrándola.

¿Qué pensaba hacer para que Tildy le resultara una sorpresa tan turbadora? Tildy pensó en la conducta de la cocinera mientras mezclaba la medicina de Daimon. Cuando cerró los tarros, notó que quedaba muy poca mandrágora. ¿No había mucha más la noche anterior? Ella usaba muy poca; Magda le había dicho que mantendría alejados a los malos espíritus en la casa y haría que Daimon durmiera pacíficamente, pero que era peligrosa en dosis más elevadas. Tildy no había usado tanta, con toda certeza. Cerró con el talón la puerta de la despensa detrás de ella y salió rápidamente hacia el salón.

El día anterior, a la misma hora, Daimon ya había salido con la ayuda de uno de los criados para orinar y, mientras él no estaba, Tildy había hecho su cama. No era una sorpresa que aquella mañana durmiera hasta tarde, puesto que el día anterior había estado sentado mucho rato en el patio y el suceso del laberinto lo había inquietado bastante. Pero ¿sería aquélla la verdadera causa de que durmiera tanto? Tildy se quedó cerca de él, observando la barba rubia oscura que le crecía; deseaba poder afeitarlo. Pero aún tenía pequeñas ampollas en la cara causadas por el fuego y no quería arriesgarse a pasar una navaja cerca de ellas. Era una lástima ocultar su apuesto rostro.

Tildy se agachó junto a Daimon y se le acercó, susurrando su nombre. Como él no respondió, se inclinó más y suavemente lo besó en la frente. Fue apenas un levísimo roce de sus labios, nada demasiado osado. Aun así, él siguió sin moverse, sus párpados no se agitaron.

Ella se echó atrás sobre sus talones, perpleja. ¿Cómo podía seguir durmiendo? ¿Estaría jugando con ella?

¿O le habían dado la mandrágora? Alarmada, buscó la jarra de vino aguado que le había llevado para que tragara la amarga medicina, sirvió un poco en una copa y la acercó a la boca de Daimon. No obtuvo ninguna respuesta.

Pronunció su nombre, le palmeó la mejilla.

Una de las criadas se acercó a preguntarle qué ocurría. Tildy le dijo que buscara agua y un trapo. Volvió a palmear la mejilla de Daimon. Por fin sus párpados se movieron, jadeó como si de pronto estuviera inspirando mucho más aire y levantó los brazos.

—Por la sangre de Cristo, estoy despierto. ¡Dame una oportunidad! —exclamó Daimon.

—¿Te ha traído comida alguien que no sea yo? —preguntó Tildy.

Daimon la miró y parpadeó, confundido por un momento, luego se bebió el vino de un trago.

—No —dijo por fin—. ¿Por qué?

—No podía despertarte.

—Soy así. ¿Dije algo que te ofendiera? Mi madre dice que a veces la insulto cuando intenta despertarme.

Parecía estar bien. Ella se sintió un poco tonta.

—No dijiste nada más fuerte que «por la sangre de Cristo».

Cuando Daimon estuvo incorporado y hubo comido un poco de pan empapado en leche, Tildy llevó la bandeja a la despensa y ordenó los tarros. Estaba segura de que alguien había usado la mandrágora. ¿Dónde podría ocultar los tarros de la vista de Nan? ¿Quién más podría poner algo en la comida de Daimon? Pensó en el tesoro. Lucie le había confiado la llave a ella. Sólo a ella, pensó Tildy. Pero cuando abrió la puerta y entró con una pequeña lámpara, descubrió un revoltijo de libros de cuentas sobre la mesa. Había estado allí adentro el día anterior. Todo estaba ordenado entonces. Volvió a poner orden. Notó que había más espacio en el estante que el día anterior. ¿Un libro? ¿Dos? Registró el cuarto, detrás del arcón, en su interior y debajo de él y de la mesa. Nada.

Eso la decidió. Cerró con llave el tesoro y la despensa y regresó con Daimon.

Nan entró súbitamente un rato después.

—Alguien ha cerrado con llave la despensa.

—Fui yo —dijo Tildy.

—No voy a aceptarlo.

—No puedo abrirla —dijo Tildy.

—¿Por qué?

—Si necesitas algo de la despensa, mándame a Sarah.

—Así no lograré hacer nada.

Tildy no dijo nada más. Nan se alejó enojada.

—¿Cuál es el problema, Matilda? —preguntó Daimon—. ¿Por qué has cerrado la despensa con llave?

—Han desaparecido cosas, mi amor. Nada que deba preocuparte. Ahora descansa. Debes de estar aburrido, sentado aquí. —No quería que se volviera a dormir—. ¿Te gustaría hacer algo para matar el tiempo?

A Daimon se le iluminó el rostro.

—En los establos hay un poco de madera y está mi cuchillo de tallar.

Tildy envió a una criada a buscarlos mientras ella comenzaba a ordenar el salón. Mientras trabajaba, soñaba despierta con la partida de Harold y el regreso de Filipa. ¿Cuál sería su condición en la casa entonces? ¿La enviarían de regreso? ¿Se quedaría para ayudar a la señora Filipa? ¿Se casaría con Daimon?

Espió a Daimon, que canturreaba mientras elegía los trozos de madera y consideraba cuál usar. ¿Se había equivocado en lo referente a la medicina? ¿Habría estado realmente tan cansado? Pero el tarro de mandrágora estaba más lleno.

Al volver a su trabajo, notó un espacio vacío en la pared encima de uno de los escudos de sir Robert. Debería haber tres espadas. Los soportes seguían allí. Miró a su alrededor, pensando que quizá la criada las había bajado para limpiarlas, aunque era trabajo del mozo. Quizá Ralph las había tomado, pero no debía hacerlo a menos que Tildy se lo ordenara.

La conducta de Nan, las espadas, el laberinto. Algo se estaba cuajando. No era imaginación suya. Se aseguró de que Daimon estuviera ensimismado en su trabajo y se fue deprisa a los establos. Hablaría con Ralph y luego con Alfred y Gilbert, si seguían allí.

Ralph no sabía nada de las espadas. Alfred y Gilbert estuvieron de acuerdo en que quizá debían hacer otra ronda por la propiedad. Saldrían de inmediato y examinarían con cuidado las casas y los edificios anexos de los alrededores.

En el patio, Tildy se encontró con Harold.

—Nan y Sarah me dicen que habéis cerrado la despensa con llave —dijo Harold, con ojos fríos.

—Sí.

—¿Por qué?

—Alguien ha registrado el tesoro y ha sacado algunos libros de cuentas y no sé qué más. Además, falta gran cantidad de la medicina de Daimon. Así que cerré la despensa con llave.

—Queréis crear problemas. ¿Por qué?

—¿Cómo podéis decir tal cosa? No soy yo quien causa problemas.

—Oí que Daimon protestaba diciendo que estaba bien.

—Queda muy poco de uno de sus medicamentos.

—El tesoro tiene una llave aparte.

¿Cómo sabía aquello?

—Yo… sí, ya lo sé. Pero dos puertas con llave son más obstáculo que una.

—¿Sospecháis de Nan o Sarah? ¿De que robaron medicinas y libros de cuentas? Ninguna de las dos sabe leer.

—No. No lo sé. Pero quiero que haya orden. Siento que tengan que venir a pedirme las cosas. Pero así será hasta…

—¿Hasta cuándo? —Harold esperó a que continuara—. Hasta que considere que puedo abrirla.

Él hizo una mueca. No era una sonrisa.

—¿Cuál es vuestro plan, señora Tildy? ¿Envenenar a Daimon, tomar el dinero del tesoro y huir con algún amante? ¿Quién podría ser? ¿Joseph, el hijo de Nan? ¿Eh?

—¡Estáis loco! —¿Cómo había dado la vuelta a las cosas?—. No tengo tiempo de estar aquí, escuchándoos. No necesito estar aquí. —Cuando Tildy empezó a alejarse, Harold le sujetó el brazo.

—Sois una mujer tonta, señora Tildy —dijo con voz suave.

Ella se soltó y corrió hacia la casa.

* * * * *

Tildy se mantuvo ocupada ordenando y buscando cosas para Nan, que se estaba vengando por la despensa cerrada y descubría que había ingredientes que necesitaba de inmediato, uno tras otro.

Después del mediodía, Tildy oyó un grito en la casa del guarda y a continuación un caballo que entraba en el patio. Miró por la puerta del salón, con temor de que surgieran más problemas.

—¡Jasper! —exclamó, y salió corriendo. El mero hecho de verlo la alegró.

—¿Qué estás haciendo aquí, muchacho? —preguntó Harold, frunciendo el entrecejo mientras salía de los establos.

—¿Ha ocurrido algo en York? —quiso saber Tildy. Jasper parecía agitado.

—¿La señora Wilton te ha dejado venir solo? —cuestionó Harold—. ¿En estos momentos?

Ralph llegó corriendo de los establos para ayudar a Jasper a desmontar y llevarse el caballo.

—La señora Wilton no sabe que he venido —dijo Jasper—. Quería ayudarla. Está atareada con tía Filipa, que está muy confundida. Pidió algunas cosas de su casa. Pensé en venir a buscarlas… La señora Wilton tiene muchas cosas de las que preocuparse.

Jasper pronunció todo el discurso sin aliento. Tildy se dio cuenta de que algo no iba bien. Lo acompañó hasta el salón. Pero Harold los siguió. Tildy necesitaba llevar a Jasper a algún lugar donde pudieran hablar a solas.

Daimon exclamó:

—¡Jasper! Hacía mucho que no te veía. Apuesto a que estás más alto que yo.

El muchacho se agachó, simulando estudiar la talla de Daimon, pero Tildy lo oyó preguntar a Daimon cómo se encontraba de verdad, pues la Mujer del Río estaba inquieta. ¿Qué sabía Jasper, que le hacía comportarse como un espía? ¿Acaso Magda Digby les había explicado sus preocupaciones? La señora Wilton tenía una opinión muy buena de Harold Galfrey… y aquello molestaba a Tildy.

—Ve con Matilda —dijo Daimon en voz baja—. Trata de mantenerte alejado del hombre. —Levantó la voz cuando Harold se acercó—. He estado demasiado tiempo sin hacer nada. Mira cómo he arruinado este trozo de madera.

Jasper levantó el tarugo y lo giró pensativamente.

—Yo no podría hacerlo tan bien.

—Alfred y Gilbert han salido esta mañana temprano —dijo Harold—. Pero cuando regresen y hayas recogido lo que viniste a buscar para la señora Filipa, les ordenaré que te acompañen de regreso a York, Jasper. No deberías andar solo por los caminos.

—Para entonces ya podría haber oscurecido —dijo Jasper—. ¿No sería mejor esperar a mañana?

—No quiero que la señora Wilton se preocupe por ti.

—Entonces no hay tiempo que perder —dijo Tildy, empujando a Jasper hacia la despensa. Tomó la lámpara de aceite que estaba afuera y cerró la puerta cuidadosamente detrás de ellos.

Jasper miró a su alrededor, en la despensa, y comenzó a registrar entre los cestos y los tarros.

—¿Qué estás buscando?

—Tía Filipa habla todo el tiempo de un pergamino. Piensa que es lo que alguien está buscando. Durante un tiempo estuvo cosido detrás del tapiz que fue robado.

Por eso lo habían desgarrado. Qué terrible… alguien había estado registrando el salón aun antes del ataque.

—¿Dónde está el pergamino ahora?

—No puede recordar dónde lo escondió.

—¿Cómo es posible? Algo tan importante…

Jasper meneó la cabeza.

—Es vieja, Tildy, y lo escondió en muchos sitios.

—Bueno, pergamino o no, creo que Harold está tratando de envenenar a Daimon.

Jasper no rió. Ella se dio cuenta de que le ocultaba algo.

—¿Crees que es posible? —preguntó Tildy—. Dime.

—Nadie sabe mucho de él, Tildy —susurró Jasper, mirando hacia la puerta temerosamente—. Dice que lo asaltaron de camino a York, que le robaron sus papeles, todo. John Gisburne sabe poco de él excepto que dice ser un pariente lejano suyo.

—Por Dios.

—¿Qué está pasando aquí? Debo saberlo todo para poder ayudar.

Tildy vaciló. Jasper era apenas un niño. Pero era el aprendiz de Lucie. Seguramente eso significaba que tenía confianza en él. Tildy le contó todo: Nan y la comida, el laberinto, las espadas, el libro de cuentas, la mandrágora.

—Creo que mantienen a alguien oculto en la casa, le llevan comida y le han proporcionado las espadas —dijo Tildy—. Creo que es Joseph, el hijo de Nan.

—Y el laberinto podría haber sido uno de los escondites de la señora Filipa para el pergamino.

—Nan puede habérselo dicho. Sería típico de ella contar chismes sobre la señora.

—Pero ¿y la mandrágora? —preguntó Jasper.

—Si no están envenenando a Daimon, no sé de quién se trata. Tampoco sé por qué alguien quiere los libros de cuentas.

Abrió el tesoro para que Jasper entrara y encendió otra vela.

¿Qué era todo aquello? Alguien había puesto orden en el tesoro, y los libros de cuentas estaban en el estante, como el día anterior.

—¿Quién ha hecho esto? —susurró Tildy—. Los libros están todos aquí.

—Faltaba por lo menos uno cuando la señora Wilton buscó aquí después del ataque —dijo Jasper—. ¿Podría alguien estar registrando los libros en busca del pergamino?

—¿Deberíamos hacerlo nosotros? —preguntó Tildy.

—¿Qué libros faltaban?

Tildy sacudió la cabeza.

—Acerca aquella lámpara. Los examinaremos todos.

Mientras hojeaban los libros, Jasper preguntó si Alfred y Gilbert sabían todo lo que Tildy le había contado.

—Sí. Salieron a inspeccionar la propiedad.

—Regresa a York conmigo, Tildy.

—No puedo dejar la casa. Es mi responsabilidad.

—Entonces fingiré irme con Alfred y Gilbert.

—¡No! Debes volver a York.

—Enviaré a uno de ellos a ver al arzobispo para pedirle más hombres. Descubriremos qué está pasando aquí. Debes seguir como si no pasara nada.

—Eso será difícil.

—Los hombres de refuerzo podrían estar aquí mañana, Tildy. —Jasper guardó el último libro sin haber encontrado nada.

—Ven, si nos entretenemos más, Harold vendrá a ver qué pasa con nosotros —dijo Tildy.

Cerró el tesoro con llave y luego la despensa. Gilbert la sorprendió al aparecer detrás del biombo del dormitorio en penumbra de Filipa.

—Silencio, antes de que me descubran en la sala —dijo—. No quiero que Nan me oiga. Joseph está oculto en un edificio anexo con varios otros hombres que no conozco. Ese es el problema. No Harold.

—¡No vais a decirle nada a Harold de esto! —dijo Tildy.

—No, no le hemos dicho nada. Pero ¿por qué no habría de saberlo?

Tildy le contó que Harold sabía que la llave del tesoro no era la misma que la de la despensa.

—Nunca he confiado en él —dijo Jasper—. Y ahora parece que se sabe muy poco de él. No tiene forma de demostrar que es quien dice ser.

Gilbert gruñó ante las noticias.

—Esto es un lío lamentable. ¿Cómo es que estás aquí, Jasper?

—Quiero ayudar.

—Tendremos que vigilar el edificio anexo. Podrías hacer eso mientras hablamos otra vez con Jenkyn, el techador.

—No tendréis tiempo de hacerlo —dijo Tildy—. Harold quiere que escoltéis a Jasper hasta York.

—Sólo fingiré ir —dijo Jasper, que contó a Gilbert su plan.

—¿Y vos, señora Tildy? —preguntó Gilbert.

Ella sintió que temblaba, pero debía pensar. Cerró los ojos.

—Intentaré seguir como siempre. Pero si las cosas empeoran, Daimon y yo podemos refugiarnos en la capilla. Sólo tiene una ventana, muy alta. Y la puerta de afuera está bloqueada con un hierro. Por eso nos escondimos allí la noche del ataque.

Harold los había encontrado.

—Bueno, Jasper, ¿tienes ya lo que necesitas?

—Tengo que mirar en el dormitorio de la señora Filipa —dijo el chico.

—Vuelve pronto —susurró Tildy cuando lo dejó.