Capítulo 25

Viajes

Melisenda despertó a Lucie antes del amanecer; se desplomó junto a ella y la usó de apoyo mientras se limpiaba los restos de la cacería matutina. El movimiento rítmico acunó a Lucie, que volvió a adormecerse. Harold ya no estaba detrás de sus ojos cerrados. Una lástima. Sus hombros calentados por el sol… Lucie abrió los ojos, pensativa por la vivida sensualidad del recuerdo. Pero en el sueño ella le había temido, había temido lo que él era.

¿Y si Tildy tenía razón al desconfiar de Harold? ¿Y si los Gisburne tenían conocimiento del pergamino? ¿Habían enviado a Harold a Freythorpe para vengarse? Pero Gisburne había recomendado a Harold a Roger Moreton, no a Lucie.

Esperaba que Roger regresara aquella mañana. Estaba deseando despertar a Filipa y tratar de averiguar más. Pero arrancarla de su sueño no ayudaría a su tía a recuperar la memoria.

Lucie se levantó, lo cual irritó a Melisenda, que acababa de acurrucarse junto a ella. Unas cuantas caricias amables y palabras suaves calmaron a la gata. Melisenda se levantó, se estiró, buscó las piernas de Filipa y se instaló para dormir otra siesta.

Esperando encontrar consuelo en las cartas de Owen, Lucie cogió la caja donde guardaba su correspondencia y la llevó a un banco junto a una pequeña ventana. Extrajo las cartas que le había enviado desde Gales, abrió los postigos lo suficiente para poder ver pero tratando de que Filipa no recibiera luz en los ojos, luego se puso los pies debajo del cuerpo y desplegó la primera carta; quería calmarse imaginándose la voz de Owen.

Las cartas no tuvieron el efecto deseado. Mientras leía la tercera, a Lucie le costó concentrar la mente en las palabras. Los rumores no parecían tan poco razonables aquella mañana. Lucie podía creer perfectamente que Owen eligiera luchar por sus ex compatriotas. Al fin y al cabo, ¿qué sabe realmente una mujer de su esposo?

Habían pasado más de cuatro meses desde la partida de Owen. Algunas noches antes, Gwenllian se había despertado llorando y preguntando por su padre. ¿Acaso Owen soñaría con ellos? ¿Se preguntaría por ellos? ¿En qué pensaba mientras cabalgaba junto a sus hombres?

Lucie supuso que no era la única esposa que se paseaba por el cuarto preguntándose por su esposo. Cecily Gra había dado a luz a una niña concebida antes de que su esposo partiera hacia Bruselas. La niña nació y murió sin que su padre llegara a conocerla. Las esposas de otros mercaderes sufrían de la misma manera. Algunas tenían amantes.

Lo cual recordó a Lucie lo que había soñado. Si llegaban a ser amantes, ¿sería discreto Harold? ¿Podría confiar en él? Preguntas inútiles. En realidad, por muy provocador que fuera Harold, Lucie no ardía por él como lo había hecho por Owen cuando se acostaron por primera vez. Cerró los ojos, pensó en el olor de su esposo. Por Dios, cómo lo amaba, aunque lo odiara por aquella larga ausencia.

¿Y si no regresaba? El estómago le quemaba al pensarlo, igual que sus ojos. «Madre del cielo, no permitas que me olvide.»

«Basta.» Lucie se vistió y bajó a la cocina, donde encontró a Kate ya avivando el fuego. Comió pan y queso, se tomó una jarra de cerveza y se dirigió a la botica bajo el frío matinal. El trabajo la calentaba, la cansaba. Había dos clientes y Jasper todavía no había aparecido. Lucie oyó a Gwenllian chillar y reír en el jardín. Salió del taller y llamó a Kate, que llegó corriendo, con su cofia volando en la brisa.

—¿Has visto a Jasper esta mañana?

—No, señora —dijo Kate jadeando—. Pensé que se había ido temprano a la tienda. No estaba en el cuarto cuando fui a buscar a los niños.

¿Se habría ido a Freythorpe? ¿Habría sido capaz?

—Tráeme a los niños. Yo los cuidaré mientras vas a casa de los Merchet y de Roger Moreton. Pregunta si han visto a Jasper.

—Pero el señor Moreton…

—Está de viaje, sí, pero su ama de llaves estará allí. ¡Ve!

—Sí, señora.

«Cálmate. Kate regresará sin noticias y más tarde Jasper aparecerá, explicando que se ha ido a la abadía de Santa María.» ¿Y si se había ido a Freythorpe? Quizá las sospechas de todos eran infundadas. Pero el corazón de Lucie no lo creía.

Hugh y Gwenllian querían quedarse más tiempo en el taller, donde había grandes cántaros de piedra, cestos y bolsas de hierbas secas, piedras y otras cosas más exóticas en estantes bajos a lo largo de una pared. Lucie los envió a la tienda.

Pero Kate regresó demasiado pronto, haciendo muchas muecas.

«Dios santo, ¿qué debo hacer?»

—¡Cogió un caballo de los establos de los Merchet, señora! —dijo Kate—. El mozo creyó que vos lo habíais enviado a Freythorpe.

«Madre santa, protégelo.»

Lucie levantó a Hugh y lo abrazó con fuerza. ¿Cómo podría ayudar a Jasper en aquel momento?

* * * * *

Después de que Kate se marchara con los niños, Lucie se puso a recorrer la tienda, pensativa. Bess fue a disculparse por la parte de culpa que tenía su mozo en la desaparición de Jasper.

—En otras circunstancias no me hubiera importado que el muchacho saliera solo a caballo —dijo Bess—. Pero con tantos maleantes en los caminos, y después de semejante ataque salvaje a Freythorpe, no estaré en paz hasta que regrese.

—Es peor que eso, Bess. —Lucie la empujó dentro del taller y le dijo lo que pensaba.

—Cielo santo. Enviaré a un criado con un mensaje a los asistentes del arzobispo. Deben ir tras el muchacho.

—Son los hombres del arzobispo. No puedo ordenarles que me ayuden. —Lucie se rodeó el cuerpo con los brazos y luchó para dominar la histeria.

—Entonces envía un mensaje al arzobispo, por el amor de Dios —la instó Bess.

Por lo menos, Bess estaba de acuerdo con ella en la necesidad de buscar ayuda. Lucie acababa de tomar su pluma y su pergamino cuando Alice Baker entró en la tienda.

—Señora Wilton, necesito…

Lucie la interrumpió.

—Hay un excelente boticario en Stonegate, señora Baker.

Alice Baker se enderezó y frunció el entrecejo.

—No me gusta.

—Quizá deberíais volver a intentarlo. Yo no os volveré a atender más.

—No podéis negaros.

En voz baja, Lucie dijo lentamente, pronunciando bien cada palabra:

—Salid de mi tienda.

—Le contaré esto al alcalde.

Lucie mantuvo los ojos fijos en el papel. Se negaba a seguir hablando. No había dicho nada que Alice pudiera repetir y la hiciera arrepentirse. Hasta el momento.

—Señora Merchet, vos habéis sido testigo —dijo Alice con voz chillona.

¿Cuándo se iría la mujer?

—Sí —dijo Bess—. Y estoy de acuerdo. Ella no debería daros los medios para envenenaros.

Con un movimiento brusco de su falda, Alice salió indignada de la tienda. La puerta se cerró con un golpe detrás de ella.

Por fin, Lucie levantó la vista.

Bess la miró radiante.

—¡Bien hecho!

Lucie no pudo sonreír.

—Debo ir tras él, Bess.

—¿Y qué harás?

—Es sólo un niño.

—Eso lo sé. Y tú eres sólo una persona, debatida entre tus pequeños, tu tía enferma, tu botica y un aprendiz que se ha ido para ayudarte. Alfred y Gilbert están en casa de tu tía. Si Thoresby envía hombres tras Jasper, el niño encontrará ayuda haga lo que haga. Buscaré a uno de mis muchachos para que lleve tu solicitud al arzobispo. No será el mozo que prestó el caballo a Jasper, te lo prometo.

—No fue culpa suya.

—Debería saber que no podía hacerlo.

Lucie se sentó y escribió la carta a su eminencia. Para cuando la hubo terminado, uno de los criados de Bess estaba listo para ir deprisa al palacio del arzobispo.

Lucie no tuvo que esperar mucho su respuesta. Había recibido a tres clientes cuando el joven regresó.

—Su eminencia os asegura que enviará a cuatro hombres de inmediato —dijo con una pequeña inclinación.

—Dios misericordioso, es un hombre bueno —susurró Lucie, santiguándose.