Capítulo 23

No son lo que parecen

Los gansos chillaban en el patio de Freythorpe Hadden, perseguidos por Walter, el hijo pequeño del guarda. La casa de éste estaba en silencio ese día, los hombres habían salido a cortar madera. Tildy alejó su taburete del sol. Era más fácil zurcir a media luz, donde no tenía que bizquear.

—Se está bien aquí afuera —dijo Daimon—. Gracias por el trabajo que te has tomado.

—¿Y quién lo merece más que tú? —Tildy dejó su trabajo y sonrió a Daimon. Esperaba que el sol lo reviviera. No le gustaba su palidez, las sombras bajo sus ojos. Tenía motivos para mostrar aquel aspecto, después de pasar todo aquel tiempo encerrado en la casa. Había insistido en atravesar el salón caminando y salir a sentarse, pero dos criados lo acompañaron y él les agradeció su ayuda cuando tropezó. Tildy había colocado una silla de respaldo alto, un taburete para que apoyara los pies, una manta y algunos almohadones. Una vez instalado, parecía más alegre de estar afuera.

—Un hombre no debe permanecer ocioso frente al fuego —dijo Daimon.

Se quedaron un rato en un afable silencio, hasta que Hoge, el jardinero, apareció. Se quitó el sombrero manchado de sudor e inclinó la cabeza hacia Daimon y Tildy.

—Señor. Señora. —Tenía el pelo oscuro pegado a la cabeza aquel día cálido, y el rostro marcado por el sol. No miró a los ojos ni a Tildy ni a Daimon, sino al suelo—. Se lo diría al señor Galfrey si estuviera por aquí, pero como no está, os lo diré a vosotros. Si no estáis conformes con mi trabajo en el jardín, deberíais quejaros antes de ordenar a otros que hagan mi labor a mis espaldas. —Retorció el sombrero con las manos manchadas de verde y marrón por su trabajo.

Tildy se dio cuenta de que estaba muy angustiado por tener que decirles todo aquello.

—Estoy satisfecha con tu trabajo, Hoge —dijo—. No sé nada de otros que trabajen a tus espaldas. ¿A qué viene esa queja?

—El laberinto, señora. Toda la tierra está removida. No sé por qué querríais que hiciera semejante cosa y llenara de lodo los senderos, pero sólo teníais que pedirlo.

—¿Los senderos, removidos? —murmuró Daimon—. ¿Qué tontería es ésta? Te lo ruego, ve con él, Matilda, a ver qué ha pasado.

Hoge se volvió y con su paso característico, que se debía a que tenía un pie deforme, condujo a Tildy hasta el laberinto, donde, en efecto, alguien había levantado la tierra de los senderos. La grava estaba mezclada con la arena.

—No lo entiendo —dijo Tildy—. ¿Por qué alguien habría de hacer esto?

—Yo me pregunto lo mismo, señora. ¿Qué sabe el señor Galfrey del jardín?

—¿Sabes si fue él quien ordenó esto?

—No. Pero ¿qué otro? Vos sois más sensata, igual que el señor Daimon. —Hoge meneó la cabeza al contemplar el desorden.

Tildy estaba complacida con sus palabras, pero turbada por su segunda sorpresa de aquel día. No se le ocurría ninguna razón por la que Harold pudiera ordenar aquello. Estaba demasiado ocupado con la reconstrucción de la casa del guarda.

—Supongo que podrías apisonarla bien y luego agregar más grava.

—Sí, eso es lo que haré, con toda seguridad, señora.

Pero ¿por qué alguien habría hecho aquello?

—¿Está todo igual hasta el corazón del laberinto, Hoge?

—Sí, y la tierra está removida incluso debajo de los bancos. Pero el sendero del otro lado no está tan estropeado.

¿Acaso alguien había estado cavando, no removiendo? Tildy no quería dar ideas al hombre.

—¿Podrías guiarme a través del laberinto para verlo? —Había estado en el laberinto muchas veces el verano anterior, con Gwenllian y Hugh. Pensó que notaría si algo estaba cambiado, pero seguramente Hoge también lo habría notado de inmediato—. Muéstrame todo lo que está fuera de lugar.

—Está enlodado, señora. ¿Estáis segura de querer entrar?

—Sí.

Entró con cuidado y pronto se arrepintió de su idea. Pero ¿de qué otra manera podría describir aquello con claridad a Alfred y a Gilbert? Habían salido todo el día a buscar al techador que según Daimon podía tener algo en contra de los D’Arby. Los huecos no parecían ser muy profundos, aunque en algunos lugares el suelo estaba muy removido y dejaba a la vista varios niveles de tierra y grava. En el centro, donde cuatro bancos de piedra flanqueaban un área con losas bastante cubierta con tomillo, una de las losas había sido levantada y vuelta a colocar en su sitio.

—Menuda chapuza —dijo Hoge, sacudiendo la cabeza con tristeza.

—¿Puedes colocarla de forma adecuada? —preguntó Tildy.

—Puedo hacerlo, si eso os complace.

—Me complacería, Hoge. —Tildy miró alrededor y no vio nada más fuera de lugar aparte de la tierra removida—. Cuánto trabajo inútil.

—Quizá alguien se ha burlado de mí —dijo Hoge.

—¿Por qué?

Él giró la cabeza y desvió la mirada. Tildy estaba desconcertada, pero no hizo más preguntas.

—Gracias por enseñarme esto, Hoge. Por favor, arréglalo cuando tengas tiempo. Le diré al mayordomo que te preste un buen trabajador para que te ayude.

—Gracias, señora.

Tildy volvió junto a Daimon deseando que no estuviera tan frágil. Le gustaría confiar en él, pero no quería preocuparlo.

No podía relacionar aquel incidente con lo que había presenciado por la mañana. Se había cruzado con Nan, que llevaba un cesto de comida. Al ver a Tildy, la cocinera rápidamente había cubierto el contenido y le había dicho que llevaba comida a Walter, el guarda, y su familia, que se habían mudado a la cabaña el día anterior. Tildy se enteró después de que la familia de Walter aún no se había trasladado.

Se preguntó si estaría por allí el hijo de Nan.

* * * * *

Más tarde, después de ayudar a Daimon a entrar, Tildy se fue a los establos para ver si Alfred y Gilbert habían vuelto y hablar con ellos. Desafortunadamente, Harold entró mientras hablaban. Alfred y Gilbert asentían mientras Tildy describía el jardín con la tierra del sendero removida. Harold meneó la cabeza.

—Un misterio, el del sendero del jardín —dijo Gilbert.

—Una sorprendente travesura —concordó Harold—. Haré que dos hombres vigilen las dos entradas esta noche. Si el hecho no está terminado, podríamos atrapar al culpable.

—¿Y el hijo de Nan, Joseph? —preguntó Tildy—. ¿Alguien lo ha visto?

—¿Habéis preguntado a Nan por él? —preguntó Harold.

—Quizá ella no quiera que lo sepamos —dijo Tildy.

Harold hizo una mueca.

—Ella es demasiado para vos.

Alfred y Gilbert sonrieron.

Tildy se preguntó si debía confiar en ellos. Parecían demasiado amigables con Harold.

—Sé que tiene mal humor, pero ¿quién podría reemplazarla? —dijo Harold.

«Yo podría, y reinaría la paz», pensó Tildy.

—Gracias por poner una guardia esta noche —dijo a Harold. Luego, volviéndose hacia Gilbert y Alfred, preguntó—: ¿Qué hay de Jenkyn, el techador?

Gilbert estiró las piernas y bostezó al tiempo que Alfred dijo:

—Lo encontramos con mucha facilidad. Está trabajando en un techo cerca de aquí. Parece un tipo cortés.

—¿Que Jenkyn es un tipo cortés? —preguntó Tildy—. Eso no es lo que algunas de las criadas me han dicho.

Alfred se encogió de hombros.

Tildy se volvió hacia Harold.

—¿Hablaréis con Jenkyn?

Harold últimamente tenía dos maneras de reaccionar con Tildy. O bien fruncía el entrecejo como si ella hubiera dicho algo muy irritante o bien se reía. Aquella vez arrugó el ceño.

—¿Y por qué tendría que hacer eso? Seguramente está demasiado cansado después de un día de trabajo como para venirse a cavar en el laberinto. —Luego hizo una mueca burlona.

La mano derecha de Tildy le ardía de las ganas que tenía de darle una bofetada.

Alfred y Gilbert también sonrieron.