Iris, algunas rosas tempranas, brotes de romero y lavanda. Lude los ató con hierbas largas y se los llevó a Roger Moreton. La señora Constance lanzó una exclamación de asombro al ver el ramo y se apartó a un lado para permitir que Lucie entrara.
—No me las llevaré hasta que el señor haya visto el fruto de vuestro jardín —dijo el ama de llaves. Llamó a un criado y le ordenó que buscara a Roger—. Entrad en la sala, por favor.
—El señor Moreton fue muy amable al unirse a la búsqueda de mi tía Filipa ayer por la tarde.
—El pobre hermano Michaelo estuvo aquí y me explicó cosas maravillosas mientras esperaba. Es un hombre muy paciente.
—¿El hermano Michaelo?
—Señora Constance —dijo Roger desde la puerta. Su tono sonó a advertencia para aquella mujer que no parecía recordar que no toda la ciudad necesitaba conocer los detalles de la vida de su señor. De hecho, no tenía que conocer ciertos detalles.
La mujer hizo una reverencia y abandonó el cuarto.
—Señora Wilton. —Roger se inclinó ante Lucie.
Ella extendió las flores, y al hacerlo se sintió un poco tonta por el gesto.
Pero Roger se mostró gentil como siempre, alabó la belleza del ramo y aseguró a Lucie que no hacía falta recompensa alguna.
—Jasper no necesitaba mi ayuda.
—Me sentí mejor cuando supe que no estaba solo —dijo Lucie—. Pero siento que llegarais tarde para recibir al hermano Michaelo.
—Sentís curiosidad por eso.
También sintió preocupación cuando vio que la sonrisa de Roger se desvanecía.
—¿Qué sucede?
—¿Veis qué amigos somos? Nos leemos la expresión en el rostro.
Lucie imaginó a Jasper con ella, oyendo eso.
—No tenéis que contarme lo que discutisteis. No quiero entrometerme.
—Pero tenía que ver con vos. Su eminencia, el arzobispo, quiere saber más sobre Harold Galfrey. Me temo que no impresioné mucho a su secretario con mi confesión de que sabía muy poco acerca del mayordomo. Tengo la intención de hablar de él con John Gisburne.
Lucie rogó no haber sido tan tonta para confiar en Harold. No necesitaba más problemas.
—Os agradeceré que me transmitáis lo que dice Gisburne. La Mujer del Río también está inquieta por Harold.
Roger levantó las manos.
—¿Por qué de repente todos desconfían de él?
—Yo no, Roger. Creo que Harold es un excelente mayordomo. Magda sólo tenía cosas buenas que decir sobre lo que él ha logrado. Pero el criado de Gisburne, Colby, fue a Freythorpe a ver a Harold. Preguntó por él por su nombre. Advirtió a Harold sobre el hijo de Nan, Joseph. Le dijo que estaba por la región. ¿Para qué iba a enviar John Gisburne a ese criado en particular con esa misión?
Estaba claro por la expresión de Roger que lo había sorprendido.
—Que Dios me perdone por decirlo, pero no es típico de John confiar a Colby semejante cosa o, para el caso, ser tan considerado y enviar a alguien por un asunto como éste. Averiguaré todo lo que pueda. Es lo menos que puedo hacer.
Roger era un hombre muy bondadoso y bienintencionado. Pero Lucie últimamente se estaba dando cuenta de que su naturaleza confiada podía ponerse en su contra. Parecía una extraña cualidad en un mercader de éxito.
* * * * *
John Thoresby cambió de postura en el asiento de piedra. Los huesos viejos no deberían apoyarse sobre la piedra fría. Pronto estarían bajo la tierra fría. Él y Jehannes, arcediano de York, estaban sentados en el jardín del palacio del arzobispo, cerca de la catedral. Thoresby había ordenado a sus criados airear la gran casa. Estaba cansado de hacer de huésped en la casa de Jehannes, pero las reparaciones del techo en Bishopthorpe continuaban. De modo que había transigido en abrir su casa en la ciudad. El sol de aquella mañana era bastante cálido para calentar la cabeza de Thoresby incluso a través de su sombrero, pero el asiento de piedra conservaba el frío de la noche y el rocío matinal. Más tarde se arrepentiría de haberse sentado allí. Pero deseaba hablar con Jehannes lejos del hermano Michaelo y, a la vez, estar cerca en caso de que su secretario tuviera alguna pregunta que hacer. Michaelo estaba ocupado en el palacio supervisando a los criados.
El arzobispo no estaba de acuerdo con el arcediano Jehannes con respecto a qué hacer con la repentina pasión por la penitencia del hermano Michaelo. Jehannes creía que podría ser una señal de despertar espiritual y, por ello, debía ser alentado, o por lo menos no ser desalentado. Thoresby nunca había tenido paciencia con la idea de que infligirse latigazos era el camino hacia Dios. Y con Michaelo era particularmente cuestionable.
—Está muy cambiado, eminencia —argumentó Jehannes.
—No para mejor. El viaje a Kingston-upon-Hull para investigar sobre Galfrey será bueno para Michaelo.
—Ocuparse de esta casa seguramente también sería suficiente distracción. Enviarlo a otro viaje tan pronto es cruel, después de su regreso de Gales.
—Viajó a Gales como peregrino. Esto le recordará que es un representante del arzobispo de York y, como tal, tiene deberes que lo obligan a comportarse de un modo sensato.
—Debe alentarse en él semejante devoción, señor. Es un monje.
—Por supuesto que lo es. Pero eso nunca le molestó antes.
Thoresby vio que Jehannes luchaba por ocultar una sonrisa. Bien. Había distraído al hombre de su piadosa protesta. Michaelo saldría al día siguiente para la casa de Godwin en Kingston-upon-Hull y eso era todo.
—¿Por qué os preocupa Galfrey? —preguntó Jehannes—. El mensaje de la señora Wilton mencionaba que la casa estaba bien vigilada y que ya habían empezado a trabajar en las reparaciones. El hombre puede resultaros desconocido, pero parece un buen mayordomo.
—Sólo quiero saber. Y Michaelo está ocioso. Tres días, diría yo. Otro podría llegar cabalgando en uno y regresar el siguiente, pero él irá a un ritmo tranquilo. Oídme bien. —Thoresby se puso de pie, puesto que sus huesos le exigían cambiar de postura—. Veamos cómo progresa el trabajo.
Era temprano por la tarde cuando el arzobispo por fin pudo sentarse en la sala del palacio y volver a familiarizarse con la atmósfera de la casa. No era tan agradable como Bishopthorpe, pero tenía una grandiosidad y un sentido del pasado que siempre le habían gustado. Oyó que el hermano Michaelo explicaba el valor del trabajo cuidadoso a un criado que lo había decepcionado. Quizá abrir el palacio había sido suficiente para sacar a Michaelo de su tontería. En aquel momento, si Archer estuviera allí, la vida podría volver a ser agradable. Llegaría pronto, seguramente. Y debía ser pronto. El techo del palacio estaba en terribles condiciones. Alguien debía acelerar el trabajo en Bishopthorpe y luego trasladar a los obreros a la otra casa.
Thoresby estaba considerando la capacidad de Michaelo para supervisar aquel trabajo cuando un criado anunció a Roger Moreton. El nombre le era familiar. Sin embargo, el rostro no era… sólido. Estaba ruborizado y resultaba apuesto de un modo común. Usaba el uniforme del gremio de mercaderes. Riqueza, riqueza nueva. Pero ¿quién era él para Thoresby? El arzobispo se puso de pie y ofreció su anillo para que lo besara.
El hombre cayó de rodillas y le besó el anillo. Uñas limpias, excelente hechura del sombrero de fieltro. Buenas botas.
—Benedicte, señor Moreton. ¿Cómo podemos ayudaros?
—Eminencia. Quizá debería ver al hermano Michaelo. Pero anoche me dijo que la preocupación de vuestra eminencia por la propiedad de la señora Wilton lo había llevado a hacer averiguaciones sobre Harold Galfrey.
Ah. Así que se trataba del vecino con buenas intenciones.
—Me preocupo como padrino de los dos niños de la señora Wilton y el capitán Archer. ¿Tenéis más información de la que ofrecisteis anoche?
—Acabo de estar en casa de John Gisburne, eminencia.
John Gisburne. Un rico mercader de carácter cuestionable que todavía tenía que ofrecer fondos para terminar la catedral.
—¿Os prestó Gisburne alguna ayuda para mis averiguaciones? Tomad asiento, buen hombre. Me va a coger dolor de cuello si tengo que seguir levantando la cabeza para miraros.
Roger Moreton miró a su alrededor, escogió una cómoda silla e hizo una señal al criado que revoloteaba por allí para que la acercara. Thoresby lo aprobó. Un hombre que conocía su valor. Quizá podría confiar en su juicio para escoger a un mayordomo.
—Id a buscar un refresco —dijo Thoresby al criado—. Y pedid al hermano Michaelo que venga. —El arzobispo sentía curiosidad por el hombre que era tan amigo de la señora Wilton. Un viudo que vivía al lado de una mujer guapa y rica de alta estima en la comunidad. Una mujer casada con un hombre de clase inferior a la de ella que se estaba demorando demasiado en Gales. ¿Albergaba Roger Moreton esperanzas de que Archer, en efecto, hubiera abandonado a su familia, tal como decían los rumores?—. Habéis demostrado ser un buen amigo para la señora Wilton —dijo Thoresby.
Moreton hizo una mueca.
—Es mi deber cristiano, eminencia.
—¿Prestar vuestro carro, vuestro caballo, vuestro mayordomo? Eso parece más que un deber cristiano aun desde la más amplia interpretación.
Thoresby apreció un rubor en Moreton, pero los ojos del comerciante no pestañearon. No era un hombre tímido.
—La señora Wilton me prestó mucha ayuda cuando mi esposa cayó mortalmente enferma. —Permaneció en silencio—. Por el momento, no necesito a mi mayordomo, eminencia. Pero es por él por quien he venido.
El hermano Michaelo entró en el cuarto. Thoresby le señaló una silla.
—Los criados traerán refrescos, eminencia, señor Moreton. Ellos… —Michaelo frunció los labios y meneó levemente la cabeza—. Perdonadme. Ahora no queréis hablar de eso.
—No por el momento —coincidió Thoresby—. El señor Moreton viene a vernos por una conversación que ha mantenido con el señor Gisburne referente a Harold Galfrey.
Michaelo se metió las manos en las mangas y se echó atrás para escuchar. El arzobispo inclinó la cabeza hacia Moreton.
—Ahora, por favor, contadnos lo que habéis averiguado sobre Galfrey.
El mercader se aclaró la garganta y desvió la mirada hacia el suelo.
—Creo que el señor Gisburne abusó de nuestra amistad cuando me instó a ver a Harold Galfrey. Al parecer, Harold es un primo lejano de Gisburne y quería aprovechar esa relación cuando llegó a York sin cartas de presentación, ya que se las habían robado.
—Dijisteis su primo, al parecer —notó Thoresby—. Se es o no se es.
—Escogí la palabra adrede, eminencia. De hecho, Gisburne nunca había visto a ese primo antes y Harold no conocía a nadie en la ciudad, de modo que Gisburne le creyó.
Al arzobispo no le gustaba lo que oía.
—¿Escribió a sus parientes para verificar las afirmaciones del hombre?
—No, no lo hizo, eminencia. Pero me dijo que si hubiera tenido algún motivo para dudar de ellas, les habría escrito. Cuando mencioné la visita de Colby a Freythorpe Hadden…
El hermano Michaelo se incorporó.
—¿Qué visita?
Al parecer, Michaelo conocía ese nombre, Colby. Moreton explicó la visita y concluyó con una información interesante: el señor Gisburne se había sorprendido al enterarse del incidente.
El señor Moreton se había enterado de lo mucho que no sabía. Thoresby pensó que los dos criados de poca confianza eran interesantes.
—Debemos escribir otra carta al gobernador antes de vuestra partida —dijo Thoresby al hermano Michaelo.
—¿Dejaréis York tan pronto? —preguntó agradablemente Moreton.
—Mañana cabalgará hasta Kingston-upon-Hull, a la casa donde sirvió por última vez Harold Galfrey —contestó el arzobispo, que no deseaba que Michaelo exteriorizara sus sentimientos en aquel momento en particular.
Moreton parecía interesado.
—¿Os dirigís hacia la casa de los Godwin?
Michaelo asintió.
—¿Podría acompañaros?
—¿Por qué querríais hacerlo? —preguntó Michaelo. Últimamente se había vuelto un hombre muy cauteloso. Thoresby aprobó ese cambio.
—Debí haber investigado la naturaleza del hombre antes de recomendarlo a la señora Wilton.
—Pero no lo hicisteis —dijo el arzobispo.
Moreton se ruborizó. El hombre no merecía ninguna delicadeza.
—Deseo reparar las cosas de alguna manera.
Al parecer, Michaelo sintió pena por Moreton.
—Me agradará tener un acompañante —dijo con amabilidad—. Es un viaje largo para hacerlo sólo con un criado.
La discusión se había vuelto pesada. Thoresby deseaba retirarse a su sala privada a considerar lo que podría hacer para mejorar el palacio, no buscar acompañantes para su secretario. Los dos hombres también se pusieron de pie.
—Si podéis salir mañana, no me opongo a que acompañéis a mi secretario. Os dejaré para que hagáis los arreglos necesarios. Os agradezco vuestra información, señor Moreton, y espero tener más novedades a vuestro regreso. —Thoresby se inclinó y salió de la sala.
* * * * *
Después de que Kate acostara a Gwenllian y a Hugh, Lucie, Jasper y Filipa se sentaron alrededor de una pequeña mesa en la cocina, cerca del fuego. Aunque el día había sido cálido, la tarde se había vuelto fría. Jasper estaba desplomado sobre la mesa, tratando de arrancar una astilla de la esquina. El pelo le caía sobre los ojos. Lucie conocía la causa de su expresión. Al regresar de su entrevista con Thoresby, Roger Moreton les había ofrecido su carro con el burro para el viaje a Freythorpe, pero les pidió que esperaran hasta que regresara con más información sobre Harold Galfrey.
—Ten paciencia, Jasper. Irás a Freythorpe —dijo Lucie—. No es el carro del señor Moreton lo que esperamos. Deseo saber más sobre Harold Galfrey para poder aconsejarte.
Jasper no dijo nada. Ya había expresado su convicción de que Lucie y Roger encontrarían razones para mantenerlo en York. Nadie lo consideraba lo bastante hombre para hacer el viaje. También Filipa estaba cabizbaja. Deseaba acompañar a Jasper a Freythorpe. Lucie se había negado con firmeza. Era una petición que no podía concederle.
—Pero podrías ayudarnos contándonos todo lo que sepas sobre el pergamino —dijo Lucie—. Cualquier cosa que recuerdes sobre las actividades de tu esposo en aquel momento, cualquier cosa de aquella época.
Filipa había estado mejor y más coherente los últimos días. Lucie esperaba que se hubiera recuperado de la impresión del ataque a su casa y volviera a ser ella misma.
—Por momentos, el pasado me resulta más claro que el presente —dijo Filipa—. Pero he tratado de olvidar a Douglas Sutton.
Fue Jasper quien volvió a sacar el tema a colación.
—¿Por qué quieres olvidar a tu esposo? —preguntó Jasper—. ¿Tan malo era?
—No, muchacho, fue tan buen esposo como pudo. Y yo lo amaba. Y a mi bebé, mi Jeremy. —Las lágrimas cayeron sobre las manos huesudas y arrugadas de Filipa.
Jeremy fue el primo de Lucie, a quien nunca conoció. Había muerto antes de que ella naciera.
Jasper cubrió una mano de Filipa con la suya.
—Tengo algunas ideas sobre dónde podrías haber escondido el pergamino.
Levantando la vista con expectación, Filipa se secó los ojos con la mano libre.
—Di meló. Tal vez me ayuden a recordar.
—Una temporada estuvo escondido detrás del tapiz que trajiste de tu casa, así que quizá lo trasladaste a otro.
Filipa sacudió la cabeza.
—Aun entonces, me preocupaba la humedad y que alguien lo desgarrara. No lo habría puesto en un lugar semejante.
—¿Detrás del respaldo de una silla?
La anciana rió.
—Muchacho listo. Yo no lo soy tanto.
Lucie se alejó de puntillas para ver si Kate necesitaba ayuda. Cuando volvió, Filipa estaba hablando de los ataques de los escoceses a Yorkshire tres años después de su boda. Jasper estaba hipnotizado, sin duda imaginando que luchaba contra el rey de Escocia.
—La destrucción fue tan horrible que muchos señores con tierras en el norte y muchas ciudades pagaron al rey para que se fuera o para que no se apoderara de sus tierras —dijo Filipa—. No recuerdo qué señores ni qué ciudades. Nosotros no teníamos tanto dinero. Los Sutton tenían tierras, pero habían pasado por épocas difíciles. Yo estaba en casa, temerosa por mi familia; estuve encinta durante aquella primavera y aquel verano terribles. Los rumores me aterraban. Douglas pasaba mucho tiempo lejos.
—¿Luchando? —preguntó Jasper.
—Había peleado con las fuerzas del arzobispo Melton en Myton-on-Swale. Fue una masacre. Nuestros hombres no estaban entrenados como soldados. La mayoría de ellos pertenecía al clero. Los escoceses hicieron lo que quisieron con ellos y los masacraron. Pero Douglas sobrevivió. Yo curé sus heridas. Y luego nos casamos.
—¿Te casaste con él porque había sido valiente? —preguntó Jasper.
—Mi padre lo permitió porque había sido valiente —dijo Filipa—. Antes de la batalla me habían prohibido seguir viendo a Douglas. A mi hermano Robert nunca le había gustado, y a mi padre tampoco.
Lucie nunca conoció a su abuelo. Se reclinó en su asiento para oír el resto. Pero los ojos de Filipa estaban lejos. Jasper envió a Lucie una mirada interrogativa. Ella asintió y le hizo un gesto para que volviera a intentarlo.
—Tía Filipa, ¿volvió a luchar Douglas Sutton después de que os casarais? —dijo.
Ella negó con la cabeza al tiempo que volvía la mirada al presente.
—No lo sé, muchacho.
—Pero dijiste que pasaba mucho tiempo lejos.
—Por negocios.
—¿Y el pergamino?
—Después de ausentarse durante días, a veces semanas, regresaba cansado y silencioso. Pero nunca tanto como el día en que trajo el pergamino. Volvió mucho antes de lo que yo esperaba. Dijo que era porque estaba preocupado por mí, estaba a punto de dar a luz y había perdido a nuestros dos primeros bebés. Me pidió que lo cosiera en la parte trasera de un tapiz que había sido de su madre. Yo no quería hacerlo, pero él dijo que era un buen sitio para ocultar cosas de los invasores. De modo que lo cosí, dejando un espacio abierto en la parte superior. Terminé justamente antes que naciera nuestro bebé. Lo bautizamos Jeremy, por el vecino que era su padrino. Un día, mientras estaba con el pequeño Jeremy, oí que alguien llegaba a casa y discutía con Douglas. —Filipa se levantó de su silla, buscando su bastón a tientas. Jasper se puso de pie y se lo dio. Ella miró a su alrededor, al parecer confundida—. Mi arcón. ¿Dónde está mi arcón?
—Arriba, en el dormitorio, tía —dijo Lucie—. ¿Quieres que Jasper lo vaya a buscar?
Filipa se apoyó sobre el bastón con la mano derecha y se llevó la izquierda a los ojos. Sacudió la cabeza.
—No —susurró—. Quemé la ropa hace mucho tiempo. No sé por qué pensé en eso.
—¿Te gustaría tomar algo para calmarte? —preguntó Lucie, rodeando con un brazo a Filipa, que temblaba—. Regresa junto al fuego.
Filipa meneó la cabeza y se soltó de Lucie.
—Cuando sepas lo que hice, no me vas a perdonar.
Jasper acercó a la chimenea una silla más cómoda que el banco que había junto a la mesa.
—Siéntate aquí, tía. Cuéntanos. Debemos saber todo si deseamos proteger a la gente de Freythorpe ahora.
—Tienes razón, muchacho. Madre del cielo, todos sufrís por mi pecado. Había olvidado tanto… pero ese hombre… al verlo…
—¿Quién? —preguntó Lucie.
Filipa no pareció oír la pregunta de Lucie mientras dejaba que Jasper la acompañara hasta la silla. O quizá estaba perdida en sus recuerdos.
—Los ruidos provenientes del otro cuarto me aterraron. Jeremy comenzó a llorar. Le di de mamar… oh, muchas veces pensé que mi temor cortó la leche y eso mató a mi pequeño. O la culpa de su padre. —Inspiró profundamente—. Más tarde, Douglas vino a verme. Se había cambiado de ropa. Le pregunté por qué se había cambiado en medio del día. Estaba pálido, callado; se sentó junto a mí, tomó la pequeña mano de Jeremy en la suya y le besó la frente. Algo iba mal, yo lo sabía. Pero él permaneció sentado allí, con la cabeza gacha. A la mañana siguiente, salí de la cama muy temprano y encontré a Douglas afuera, junto al granero, enterrando su ropa, creí. Qué desperdicio de ropa buena. Me acerqué. Era un cuerpo. —Filipa levantó los ojos, oscurecidos por los recuerdos—. Dijo que el hombre ya estaba mortalmente herido. Era su socio, Henry Gisburne, dijo. Habían sido atacados y Douglas lo había abandonado pensando que estaba muerto. No sabía que Henry podría haberse salvado. Y luego, después de recorrer todo el camino hasta nuestra casa, Henry había muerto.
Lucie y Jasper se santiguaron.
—John Gisburne dijo que su padre y mi tío habían sido amigos —dijo Lucie.
Filipa no estaba escuchando.
—«Ve a buscar al sacerdote», dije yo. Pero Douglas dijo que no iban a creer que no había matado a Henry. «¿Y su familia?», pregunté. Douglas dijo que Henry no tenía a nadie. A nadie, dijo. De modo que yo… regresé a la cama. Unos días más tarde, me dijo que cosiera la abertura del tapiz. Sentí que había algo allí. Me hizo jurar que nunca hablaría de ello hasta que él lo hiciera. Rompí el juramento una vez. Tuve un sueño y le supliqué que me dijera qué había en el tapiz. «Una carta que será nuestra salvación —dijo—. Cuando llegue el momento apropiado, alguien va a pagar mucho por ella. Henry estaba seguro de eso.» Douglas murió poco después, de una fiebre. Y Jeremy, también.
Nadie habló durante un largo rato. Lucie estudió el rostro desolado de su tía y se preguntó cómo había vivido tanto tiempo sin hablar de aquello. ¿Cómo pudo estar con Douglas Sutton noche tras noche, día tras día, y no preguntarle qué había sucedido?
—¿Y el arcón de tu dormitorio en Freythorpe? —preguntó Jasper.
Filipa lo miró, confundida.
—El pergamino. ¿Es posible que lo hayas escondido en el arcón?
—Douglas escondió su ropa ensangrentada allí, no el pergamino. ¿No me odias, muchacho?
—Tal vez tu marido no hizo nada malo —dijo Jasper—. El pergamino podría demostrar que fue inocente.
—¿Y la familia de Henry? —preguntó Lucie—. ¿Fueron a verte? ¿Crees que conocían la existencia del pergamino?
—Douglas me dijo que habían escondido el pergamino en nuestra casa porque Henry había pescado a su esposa mirándolo. —Filipa inclinó la cabeza—. Había tantos hombres que iban a pelear y nunca regresaban… —Se apretó los párpados con los dedos—. Vi a la señora Gisburne una vez. —Su voz se había convertido en un murmullo—. No dije nada. Que Dios me perdone.
Ése era el pecado que quemaba a Filipa. Sin embargo, ¿no había sido la culpa de su esposo?
—¿Por qué Douglas Sutton se limitó a enterrar a su amigo? El sacerdote sabría que muchos se arrastraban hasta sus casas para morir. —Lucie recordó los temores de Filipa sobre los hombres que habían estado observando su casa—. ¿Crees que la familia de Henry Gisburne era la que estaba observando la casa, tía Filipa?
—Los hijos de Henry. Me enteré de que tenía hijos. Yo también tenía uno. Pero como tu Martin, murió antes de caminar. —La voz de Filipa cayó en el tono bajo de su confusión.
—Vete a la cama, Jasper —dijo Lucie—. Volveremos a intentarlo mañana.
Cansada, ayudó a Filipa a acostarse.
Lucie permaneció sentada junto a la ventana de su cuarto hasta muy entrada la noche. Se preguntaba por su tío y por los Gisburne. ¿Se habrían enterado de que Henry había muerto en casa de Douglas Sutton? Cuánto mejor habría sido para todos si su tío hubiera enviado el cuerpo de Henry a su familia. A menos, por supuesto, que lo hubiera asesinado. Pero ¿por qué habría de hacerlo? Quizá Jasper tenía razón. El pergamino podría contener la clave de todo aquello.