Capítulo 20

La moralidad de la guerra de Hywel

Owen se colocó la bolsa de piedras talladas sobre el hombro sano y echó a caminar pesadamente por la nueva obra de manpostería del claustro hacia el frente oeste de la catedral. Mientras avanzaba, ordenaba sus ideas. Aunque era consciente de que fray Hewald esperaba ansiosamente en casa de Rokelyn, Owen no podía abandonar a Cynog, no en aquel momento. Había encajado muchas piezas, pero había huecos y contradicciones que no podía justificar. Tenía que conformarse con lo que tenía; la inminente partida del personal del arcediano Baldwin lo obligaba a actuar. Debía enfrentarse a Baldwin y a Simon para descubrir qué sabían o qué papel habían desempeñado en las tres muertes.

Los padres de Cynog dijeron que en una época él había hablado mucho sobre Owain Lawgoch, pero luego dejó de hacerlo. ¿Se habría desilusionado? ¿Habría dado copias de los mapas de Hywel al arcediano Baldwin? Y la mano derecha de Cynog… ¿quién era el verdugo que había huido antes de terminar su lúgubre trabajo? Owen temía que hubiera sido Hywel quien hubiera ordenado el hecho; si había golpeado a los ladrones de caballos por su error, bien podía haber ordenado que mutilaran y ejecutaran a un traidor. ¿Acaso de aquella manera servía a su príncipe?

No tenía suficientes pruebas para acusar a alguien de la muerte de Cynog. ¿Piers el Marinero? ¿Por qué? ¿Y por qué, eentonces, fue ejecutado, igual que su hermano? Al principio, Owen sospechó que habían estado ocultando algo en el barco. Pero las lenguas lo hicieron pensar en mentiras y traiciones. ¿Estaría equivocado? ¿Acaso las lenguas lo estaban guiando hacia una conjetura falsa? Pero con toda seguridad, aquel hecho tan terrible era como un mensaje. ¿Habría servido a su propósito?

Los tres hombres habían sido ejecutados. Rokelyn tuvo razón sobre la muerte de Cynog desde un principio. Sin embargo, ¿qué tenían que ver con ella Baldwin y Simon? ¿Y cómo era que Rokelyn no sabía nada? ¿O lo sabía? ¿Sería por eso que debía investigar Owen y no alguien de la ciudad?

¿Qué más sabía Owen? Glynis había puesto una droga en la cerveza que dio a Edmund y a Jared. Pero no ayudó a escapar a Piers aquel día. Lo hizo más tarde, por la noche. ¿Acaso algo la asustó en su primer intento? ¿O se enteró de algo por Piers y lo traicionó con Hywel, que luego le ordenó que le entregara a su amante?

Cuando Owen cruzó Llechllafar, pasando por la entrada de los peregrinos a la catedral, pensó en la tumba de sir Robert. Cynog había sido bendecido con aquel don. ¿Cómo podía Owain Lawgoch, el legítimo príncipe de Gales, ordenar la muerte de un hombre como aquél? En una guerra, quizá. Pero aquello no era una guerra. Todavía.

* * * * *

La casa del arcediano Baldwin estaba apartada de la mayoría de las demás, al otro lado del río Alun desde el palacio, cerca de la puerta de San Patricio. Varios carros atestaban la estrecha calle. Los peregrinos tenían que abrirse camino entre ellos, y algunos criados custodiaban su carga.

Uno de ellos se adelantó para cerrar el paso a Owen.

Owen dejó caer la bolsa al suelo y se refregó la mano izquierda.

—Deseo hablar con el arcediano Baldwin y con el padre Simon.

—¿Qué asuntos tenéis con mi amo?

—Por favor, decidle que el capitán Archer está aquí —dijo Owen con suavidad, aunque puso toda su irritación en el ojo con que miró fijamente al criado.

El hombre desapareció dentro de la casa.

Un momento más tarde, regresó.

—El arcediano os recibirá, capitán. —Se ofreció a cargaf con la bolsa.

Owen lo aceptó.

—Es para el arcediano. —No miró atrás, pero oyó la maldición que soltó el hombre cuando levantó la bolsa. No era excesivamente pesada, sólo una carga sorprendente cuando uno esperaba cualquier cosa menos piedras.

Owen se dejó guiar por la voz fuerte de Baldwin, apta para sermones, no para el trabajo doméstico. El arcediano estaba dando instrucciones mientras llenaban un arcón en la sala.

Benedicte, capitán Archer. —Su pelo oscuro estaba lleno de polvo, tenía varios trozos de tela envueltos en un antebrazo y una pila de documentos a los pies—. Como veis, estoy a punto de partir. Esperaba llegar al castillo de Llawhaden al anochecer, pero el incidente de la playa ha entorpecido a todo el personal.

El criado que cargaba con la bolsa de piedras la depositó con un golpe sordo a los pies de Owen. Baldwin miró al suelo con ojos interrogantes.

—¿Me permitirías echar un vistazo a la pared que Cynog reparó en vuestra cripta? —preguntó Owen.

—¿Qué hay en la bolsa?

Owen miró al criado que se inclinaba sobre el arcón.

—Sería mejor que habláramos en privado.

Baldwin siguió su mirada.

—No, no. No hay tiempo para que dejen de trabajar.

—Quizá podríamos hablar en la cripta. Y luego me gustaría hablar con el padre Simon.

Baldwin fijó la mirada en Owen.

—Está en la catedral.

—¿Podríais enviar a alguien a buscarlo?

—¿De qué se trata todo esto?

Owen levantó la bolsa de piedras.

—¿Tenéis un farol?

Baldwin dejó caer los trapos y ordenó al criado que siguiera empaquetando. El arcón tenía que estar listo cuando él regresara. En la entrada de la sala, el arcediano gritó a uno de los hombres que vigilaban los carros que se fuera de inmediato a buscar al padre Simon, a la catedral. Luego cogió un farol que estaba colgado de un gancho y atravesó una puerta hasta llegar a un descanso sobre una escalera de madera que bajaba hacia la oscuridad.

Baldwin encendió el farol y cerró la puerta tras ellos.

—¿Tiene que ver con las muertes?

—Las ejecuciones —dijo Owen.

—¿Creéis que yo ordenaría esos actos tan atroces?

—Podríais hacerlo. Si con esos actos pensarais que asegurabais la paz en esta ciudad santa.

—¿Estáis loco? —Baldwin acercó la luz a Owen, casi cegándolo.

—Por la sangre de Cristo —gruñó Owen, sujetando el farol con su mano derecha. Era doloroso, pero peor sería si tropezaba y caía porque aquel tonto le cegara su único ojo con la luz—. La pared, padre.

—Tenemos paz en la ciudad.

—¿Por cuánto tiempo? Cuando Owain Lawgoch llegue con su ejército galés y francés, ¿creéis que van a bordear San David y a dejaros en paz? Y los que están dentro, ¿cuántos galeses preferirían morir por el legítimo príncipe de Gales a hacerlo por el rey Eduardo?

—¿Sois uno de ellos?

—Mostradme la pared.

—Pensáis que yo soy uno de ellos. O que Simon lo es. —Baldwin trató de dirigirse a la puerta.

Owen le bloqueó la salida, con el farol en una mano y la bolsa de las piedras en la otra. El dolor le atravesaba el costado derecho, pero por Dios que iba a ver aquella pared antes de que llegara el padre Simon.

Baldwin hizo un gesto señalando la bolsa.

—¿Qué lleváis ahí adentro?

—Piedras. Venid. Mostradme la pared.

El arcediano se volvió hacia el descanso. Owen alumbró la escalera.

Baldwin vaciló.

—¿Por qué habría de confiar en vos?

—Trabajo para vuestro compañero el arcediano Rokelyn —gruñó Owen.

—Es verdad, lo había olvidado. —Baldwin meneó la cabeza y comenzó a descender.

El hedor a humedad, moho y cosas peores, y un frío que borraba el recuerdo del día primaveral de afuera, envolvieron a Owen cuando abandonó el rellano. Entendió la vacilación del arcediano. Pero una vez que Baldwin se puso en movimiento, bajó la escalera con rapidez. Owen dejó la bolsa en el último escalón y siguió deprisa a su guía, que navegaba a través de montones de muebles viejos y barriles apilados uno encima de otro, hasta un área despejada delante de la pared más lejana.

Era una pared de piedra, como cualquier otra, sin enyesar. Owen pasó la luz por delante de ella. En el extremo izquierdo, la humedad brillaba sobre las piedras manchadas, y hacia la derecha, las piedras estaban secas.

—Como veis, una pared húmeda, demasiado cerca del río, parcialmente reconstruida, por donde entraron las ratas. ¿Qué esperabais encontrar, capitán? —La voz de Baldwin parecía ahogada en aquella mazmorra atestada de cosas.

Owen se acercó al lado reparado, buscando algún signo de piedras sueltas o decoradas, algo que le indicara dónde estaban o habían estado los mapas. ¿Dónde los habría colocado Cynog? El techo era bajo, aquello era más un sótano que una cripta. Owen podía ver las piedras superiores. Simon era tan alto como él, pero Cynog no. Owen se agachó y recorrió con el farol las piedras inferiores. Nada.

—Que Dios nos ampare, tiene que estar aquí.

—¿Amo Baldwin? —dijo alguien desde arriba. Era el padre Simon.

—¡Simon! —gritó Baldwin—. Bajad.

Owen se levantó y se dirigió deprisa hasta las escaleras para recuperar las piedras. Baldwin, que protestaba por quedarse a oscuras, lo siguió. Con la bolsa en la mano, Owen pensaba en qué tenía que hacer. El padre Simon llevaba una lámpara de aceite que emitía una luz tan débil que obligaba al monje a moverse con lentitud. Aun así, ya casi estaba abajo.

Owen se deslizó a la derecha, seguido de Baldwin.

—¿Amo? —dijo Simon.

Owen colocó el farol sobre un barril, levantó las piedras con los mapas y se las entregó a Baldwin.

—¿Las reconocéis?

Baldwin las acercó a la luz y las hizo girar, examinándolas.

—Alguien las ha pintarrajeado. ¿Por qué me las enseñáis? ¿Qué tienen que ver con Simon?

—Tengo razones para creer que Cynog usó piedras como éstas en la reparación de vuestra cripta. No están pintarrajeadas, contienen mensajes.

—¿Mensajes? ¿En la pared de mi sótano? —Baldwin logró emitir una risa nerviosa—. Estáis loco.

Owen sintió la presencia de Simon a sus espaldas, atrapó el farol y se dio vuelta. Cegado, Simon dejó caer la lámpara de aceite.

—¡Por el amor de Dios! —exclamó Baldwin, abalanzándose hacia un charco humeante de aceite derramado.

Demostraba un saludable miedo al fuego, pero Owen vio que no había necesidad de aquello.

—Es una lámpara pequeña, y el suelo es de tierra —dijo.

—Pero los barriles… —Baldwin quiso pisotear el humo.

Owen lo arrastró hacia atrás.

—Salvad vuestras botas. Corréis más riesgo si el borde de vuestra túnica toca el aceite encendido.

Simon se inclinó para recoger la lámpara vacía y la colocó sobre un barril.

—¿Habéis encontrado lo que buscabais, capitán? —preguntó con una voz carente de toda emoción.

—Afirma que… —comenzó Baldwin.

—Tengo dos de las piedras —dijo Owen.

—No es posible —dijo Simon—. Las saqué esta mañana.

—¿Qué es esto? —Baldwin aferró el brazo de su secretario—. ¿Qué sabéis de todo esto?

Simon se soltó de la mano del arcediano.

—Cynog vino a buscarme y no yo a él. Pero no lo rechacé. —Hablaba con Owen.

—¿De qué se trata? —Baldwin miró a uno y al otro—. ¿Qué habéis hecho, Simon? ¿Qué significan estas piedras?

—Sólo pido que me juzgue el obispo Houghton, no el arcediano Rokelyn.

No eran las palabras de un hombre que tenía la intención de huir. Owen pensó que había que correr el riesgo con tal de tener un poco de aire fresco y luz.

—Subamos. Tenemos mucho que discutir.

Despidieron al criado que estaba en la sala. A la luz, Owen vio los estragos que el día había dejado en la cara de Simon. Ojeroso, con la boca desencajada, era un hombre que había visto la enormidad de lo que había ayudado a poner en movimiento. Se sentó en un banco con la cabeza gacha.

Baldwin permaneció de pie cerca de él.

—Hombre entrometido. Decidme. Contádmelo todo.

Owen se sentó en una silla.

—¿Qué hicisteis con los mapas?

—Quería entregárselos al obispo Houghton. Tiene el poder suficiente para capturar a Hywel y salvar nuestra ciudad santa de la guerra civil.

—¿Qué son estos mapas? —quiso saber Baldwin.

—El camino hacia los campamentos de Hywel. Cynog talló marcas de mapas sobre la base de piedras como éstas y las colocó en el campo —dijo Owen.

—¿Y luego dibujó mapas sobre piedras para el padre Simon? —Baldwin no parecía creerlo.

Simon sacudió la cabeza.

—Los mapas ya estaban sobre piedras… fueron entregados a Cynog de esa manera. Lord Hywel debió de creer que se trataba de un ardid. Después de usarlas para colocar los marcadores, Cynog me las trajo, con el pretexto de trabajar en la cripta. Las ooculté en la pared hasta que pudiera entregarlas al obispo Houghton.

—Lord Hywel —murmuró Baldwin—. Empiezo a entender. Pero debisteis ir a ver al arcediano Rokelyn.

Simon permaneció sentado en silencio, mirando hacia abajo, las manos flojas sobre su regazo.

—De esa manera, Cynog os dio los medios para localizar a los partidarios de Owain Lawgoch —dijo Owen—. Y fue por eso, por su traición a Hywel, por lo que fue ejecutado. ¿Estoy en lo cierto?

—No debí aceptar —susurró Simon.

Baldwin se hundió en una silla con una mirada de horror.

—¿Así es como pretendíais protegernos de un derramamiento de sangre?

—Cynog estaba furioso —dijo Simon—. Debí guiarlo hacia la oración, no al engaño.

—Debisteis ocuparos de vuestros asuntos —exclamó Baldwin.

—Os lo ruego, dejad hablar a Simon. Debemos oír la verdad de todo esto —dijo Owen al arcediano.

Baldwin apoyó la cabeza sobre sus manos.

—¿Qué enfureció tanto a Cynog? —preguntó Owen.

Simon levantó una mirada angustiada hacia Owen y sacudió la cabeza lentamente, como si se preguntara cómo había llegado hasta allí.

—¿Por qué me atormentáis con preguntas? Ya conocéis la historia.

—Contádmela.

—Cynog amaba a Glynis. Ella le dijo que admiraba a los hombres que se unían a la causa de Hywel. Para ganarse su admiración, él se acercó a Hywel y se unió a sus hombres. Y después de un tiempo, Glynis dejó de quererlo. Ante una orden de Hywel, ella dirigió su atención hacia Piers el Marinero.

—¿Por qué él?

La respiración de Simon era entrecortada y agitada.

—Piers se había jactado de que formaría parte del ejército de Hywel. Su hermano Siencyn lo alentó; Piers no era el tipo de hombre que un capitán admitiría en su barco, ni siquiera su hermano. Usaba sus puños en lugar de su inteligencia.

—Y Piers ejecutó a Cynog —dijo Owen.

—Efectivamente. Me confesó que lo hizo para probar que era digno de la confianza de Hywel. Podría haber funcionado, si no hubierais aparecido vos. La gente quería creer que se habían peleado por Glynis, que Cynog había querido recuperarla.

—Un hombre no cuelga a un rival, padre.

Simon bajó la mirada hacia sus manos, en silencio.

—¿Y qué hizo Cynog para ganarse la confianza de Hywel? —preguntó Owen.

Simon inspiró profundamente.

—No sé cómo se la ganó al principio. Pero últimamente, Hywel sentía que Cynog se estaba alejando y le encomendó una nueva tarea: debía averiguar lo que pudiera sobre vos, para poder tener algo que usar para persuadiros de que os unierais a su causa. Cynog lo lamentó. Tenía la intención de advertiros cuando regresarais. —Levantó la mirada hacia Owen—. ¿Y cuál fue vuestra prueba, capitán? No me imagino que hayáis logrado ejecutar a los hermanos; al menos, no herido como estabais. ¿Qué hicisteis? ¿O acaso será mi ejecución la que confirmará vuestra postura hacia ese loco?

Baldwin levantó la cabeza bruscamente.

Por Dios, ¿eso creía? Owen comenzó a protestar. Pero estaba demasiado cerca de comprenderlo todo. No era el momento de tranquilizar a Simon.

—Hywel mandó ejecutar a Piers porque os lo había confesado todo, ¿no es verdad?

—Le cortaron la lengua. —Simon se cubrió la cara con las manos.

—Pero Piers debió de haber hecho mucho más que eso —lo aguijoneó Owen.

El secretario no dijo nada.

—Piers nombró a otros en San David que trabajaron para Hywel —aventuró Owen.

—Sí —susurró Simon.

—¿Por qué?

Simon levantó la cabeza; su rostro expresaba indefensión.

—Le dije que el arcediano Baldwin tenía la intención de instar a Rokelyn para que lo enviara a la prisión del obispo en Llawhaden, para ser juzgado como traidor al rey. A menos que nos ayudara.

—Ya veo por qué el arcediano os llamó entrometido.

Simon no lo negó.

—Piers creyó, todo el tiempo, que Hywel lo iba a salvar. Pero la ayuda nunca llegó.

Hombre tonto.

—Piers no había comprendido que iba a convertirse en mártir por la causa galesa.

Simon sacudió la cabeza.

—Pero el capitán Siencyn se lo imaginó. Y se lo explicó a Piers.

—No le hizo un gran favor a su hermano. De mártir a traidor, sólo aceleró la ejecución. ¿Acaso Siencyn no entendió que en la guerra los traidores son ejecutados?

Simon miró a Owen como si estuviera loco.

—No estamos en guerra.

—Vos no lo estáis. Hywel sí. ¿De modo que el capitán Siencyn fue ejecutado por convencer a su hermano de que traicionara a Hywel?

—Él también lo traicionó. Por él me enteré de gran parte de lo que sé. Incluso de algunos de los nombres. Al final, no había muchos. Así que ¿estáis aquí para ejecutarme?

—¡No os atreveríais! —tronó Baldwin.

Owen se puso de pie.

—Sé poco más de lo que he oído aquí. No vine a ejecutaros. Sólo quería resolver la muerte de Cynog y averiguar más sobre Hywel.

—Me engañasteis —exclamó Simon, poniéndose de pie.

—En absoluto. Simplemente tardé en corregiros.

—¿Cómo podéis ser tan cruel?

—¿Cómo? ¿Vos me lo preguntáis eso a mí?

—¿Ahora qué haréis? —preguntó Baldwin a Owen.

—Le diré al arcediano Rokelyn todo lo que acabo de averiguar.

—¿Eso es todo? —dijo Baldwin—. ¿No queréis nada de él?

—Sólo quería la verdad. Hay muy poca en esta ciudad santa. —Owen se echó la bolsa, ya mucho más liviana, sobre el hombro—. Que Dios os acompañe, padre Simon, arcediano. —Atravesó la sala y salió por la puerta.

Afuera, el sol le acarició el rostro. Aunque debajo de la túnica tenía pegada la camisa ensangrentada, no se dirigió a la ciudad, sino a la puerta de San Patricio. Nadie lo detuvo.