Había sido un día tranquilo en la casa y en la tienda, pero la paz terminó cuando Lucie envió a Jasper a buscar a Filipa para cenar. El muchacho volvió enseguida corriendo escaleras abajo, empujando a Gwenllian con las prisas.
—¡Filipa se ha ido! ¡Se ha llevado su ropa, todo! —dijo sin aliento.
Lucie corrió a la planta alta. La cama estaba ordenada, la capa de Filipa no se encontraba en el gancho y su bastón no estaba apoyado junto a ella. Gwenllian comenzó a chillar con tardía indignación. Lucie miró en todo el cuarto. El arcón de Filipa estaba a los pies de la cama. Quizá había guardado su capa y su bastón dentro de él. Susurrando una plegaria, Lucie levantó la tapa. El otro vestido de Filipa y su camisón estaban ordenadamente doblados sobre sus zapatos, sus medias, su cepillo y su espejo de plata. Pero faltaban la capa y el bastón.
Lucie luchó por dominar el pánico que sentía. Bajó la escalera lentamente. En aquel momento, Kate desaparecía en la cocina con los niños.
Jasper estaba sentado en el último escalón. Lucie se recogió la falda y se sentó a su lado.
—Voy a volverme loca —murmuró—. De verdad, completamente loca. ¿Dónde puede estar?
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Jasper.
Lucie lo abrazó.
—Eres mi fuerza con sólo estar aquí.
Jasper le palmeó la espalda con torpeza.
—Filipa no puede estar muy lejos. Kate dice que a media tarde, cuando fue a verla, estaba dormida.
Lucie se enderezó.
—Quiere regresar a su hogar, de modo que estará buscando la forma de llegar. ¿Habrá ido a la casa de Roger Moreton? Ella sabe que viajamos en su carro. O quizá a la Taberna de York. —¿Habría sido la conversación del día anterior en el jardín lo que había provocado todo aquello?
—Esta mañana, Filipa ha vuelto a estar confundida —dijo Jasper—. Todos conocen su estado y nadie va a aceptar llevarla a ningún sitio. Pero ¿por qué querría dejarnos?
—Porque yo desempaqueté sus cosas cuando quiso irse a su casa.
—¿Por qué quiere irse?
Lucie miró al joven plantado delante de ella y le acarició el pelo.
—Ve a buscarla, Jasper, eso es lo que puedes hacer. Luego, cuando la tengamos a salvo en casa, te prometo que te lo contaré. No sé por qué no lo he hecho todavía… podrías ayudarme a pensar en cómo salir de esto.
Jasper se puso de pie.
—La casa del señor Moreton, luego la de la señora Merchet. —Salió deprisa.
Lucie fue a la cocina a preguntar a Kate qué recordaba sobre la conducta de Filipa y a ver si Gwenllian se había hecho daño o sólo chillaba porque estaba asustada. Magda Digby, aún envuelta en una gran bufanda y con las botas de viaje todavía puestas, estaba sentada en la cocina, con Gwenllian en su regazo, contándole un cuento de los escandinavos. Levantó la mirada cuando Lucie entró; asintió, pero no interrumpió el relato. La niñita tenía apoyada la cabeza contra su hombro; los párpados se le caían, pesados. Kate estaba cortando pan para empaparlo en leche caliente para los niños. Hugh estaba sentado a sus pies jugando tranquilamente con un puñado de ramitas.
—Dice que Daimon tarda en curarse —dijo Kate a Lucie.
—¿Cómo está tu hermana?
—La Mujer del Río dice que Tildy está contenta ahora que Alfred y Gilbert están allí. —Kate suspiró al oír un golpe en la puerta de entrada y se limpió las manos en el delantal.
—Quédate aquí, ocúpate de los niños —dijo Lucie—. Yo veré quién es. —Quienquiera que fuera, Lucie no tenía intenciones de recibirlo. Quería oír lo que Magda tenía que decir.
Era Roger Moreton quien estaba en la puerta, sin sombrero y nervioso.
—Jasper acaba de contármelo —dijo sin aliento—. ¿Qué puedo hacer para ayudar?
Lucie dio gracias a Dios por tener buenos amigos.
—Jasper debe de estar en la taberna. Podríais buscar con él. ¿Creéis que el guarda de Micklegate Bar lo recordaría si Filipa hubiera pasado por allí?
—No lo sabremos si no se lo preguntamos —dijo Roger, que ya retrocedía—. Ofreceré mis servicios al señor Jasper.
—Que Dios os acompañe, Roger —le dijo Lucie cuando él salió deprisa por el jardín lateral a Davygate, donde giró a la izquierda, hacia la plaza de Santa Elena.
Encontró a Magda sentada en la abandonada mesa de la cena; se estaba quitando de la cabeza, el cuello y los hombros la larga bufanda de lana. Por último sacudió la cabeza y se acomodó las trenzas blancas.
—Así está mejor. Los niños están comiendo. Debéis calmaros y pensar en otras cosas. Tenéis a dos buenas personas buscando por la ciudad.
Lucie tomó una botella de brandy y dos jarras de la alacena. Magda estaba sentada a la cabecera. Lucie se deslizó en el banco lateral. Se refregó las manos.
—Decidme cómo encontrasteis a Daimon. Y al resto.
Magda tomó las manos de Lucie.
—Primero servid el brandy y contadle a Magda por qué su vieja amiga Filipa se ha ido de vuestra casa.
—La encontré…
—Calentaos con el brandy —ordenó Magda, señalando de forma imperiosa la botella.
Lucie le hizo caso y, después de tomar varios sorbos reconfortantes, le contó a Magda la convicción de Filipa de que la necesitaban en Freythorpe y le habló sobre el pergamino en el que parecía pensar tanto.
—Douglas Sutton, sí. Filipa lo lloró, pero los dioses sonrieron a vuestra tía al llevárselo tan joven.
—¿Lo conocisteis?
—Magda no necesitaba hacerlo. Él seguía en los ojos de Filipa. No eran ojos felices.
Alguien gritó en la calle. El corazón de Lucie se aceleró. Comenzó a ponerse de pie, pero sintió la fuerte mano de Magda sobre el antebrazo.
—Si es para vos, vendrán a la puerta —dijo.
Por supuesto que sí. Pero ¿cómo podía quedarse sentada?
—¿Qué pensáis que le puede pasar a vuestra tía? No es tonta.
—Está coja, confundida…
—¿Lleva una bolsa con dinero?
—No.
—¿Usa joyas? ¿Anillos caros?
—No.
—Los ladrones no harán caso a una pobre vieja. Magda lo sabe. —Hubo un atisbo de sonrisa en sus profundos ojos azules.
Jasper y Roger entraron bulliciosamente en la casa. Roger se mantuvo algo alejado, mientras Jasper corrió hacia Lucie y le besó la frente. Olía a aire fresco y sudor.
—Bess no la ha visto, tampoco el guarda de Micklegate, ni el de Bootham, ni en los establos de los señores Cobb y Wakefield.
—Ahora, las iglesias —dijo Magda—. Comenzad por la catedral.
—¿Por qué? —preguntó Jasper.
—¿Acaso dudáis de la Mujer del Río?
—Ve, Jasper —dijo Lucie, con el corazón agitado. Dios quisiera que Magda tuviera razón. Apretó la mano del muchacho.
Él le dio un abrazo y atravesó el cuarto trotando hasta donde estaba Roger.
—Venid, señor Moreton. ¡Tenemos muchas iglesias donde buscar!
El pobre Roger parecía cansado, pero asintió mirando a Lucie y Magda y siguió a Jasper.
—Esperemos que Magda no los haya enviado en una búsqueda inútil.
—¿Dudáis de lo que habéis dicho? —preguntó Lucie, temiendo que sus esperanzas se desmoronaran.
—No. Ahora Magda debe contaros algo sobre Freythorpe. —Le explicó a Lucie cómo había reaccionado Daimon a los medicamentos, el trabajo eficiente de Harold, el suave gobierno de Tildy de la casa.
Lucie encontró preocupantes los delicados humores de Daimon. ¿Se habría olvidado de algo? Ciertamente, ella lo había cuidado antes. Dejó aquel pensamiento a un lado con la intención de meditarlo más tarde.
—¿Han llegado Alfred y Gilbert?
Magda hizo una mueca.
—Sí. Dos soldados ansiosos. La joven Tildy está muy aliviada, pero el mayordomo prestado desea verlos lejos.
—¿Por qué?
—Le gustaría ser el primer caballero. Su presencia lo insulta.
—Es una tontería.
—Tiene un secreto que guarda con mucho celo. ¿No lo habéis observado con los criados?
—¿Qué clase de secreto?
—Lo tiene bien guardado. ¿Lo habéis observado con los criados?
—Sí. Era muy solícito con Tildy. Mostró respeto hacia Daimon. ¿Es demasiado blando con los criados?
Magda inspiró con desdén y miró por la ventana.
—Os mostró una cara diferente, eso cree Magda. Es un falso, entonces. Quizá por ello Tildy no confía en él.
—Ella no me dijo nada.
Magda meneó la cabeza.
—Es algo que sucede lentamente: dudas, preguntas. Ella piensa que a él le gusta ser mayordomo de Freythorpe Hadden. Pero Daimon se interpone.
A Lucie le llevó un momento entender lo que implicaba, y luego se enfureció.
—¿Ha perdido Tildy la razón? Le habéis dicho que la confusión de Daimon fue por mi culpa. Harold es un hombre bueno. Nunca envenenaría a un hombre para robarle el puesto. No tiene necesidad.
A pesar de su edad, Magda tenía unos ojos penetrantes que en aquel momento estaban fijos en los de Lucie.
—Cómo protestáis, señora boticaria. ¿Conocéis tan bien a Galfrey?
—Sabéis que no. Pero me pareció un hombre bueno. ¿Qué ha hecho para merecer semejante sospecha?
—Nada, sólo que está demasiado cómodo.
—Tildy es una joven tonta.
—No. Es leal a vos. Es mucho más fácil para ella creer que un extraño podría cometer semejante error que pensar que pudierais hacerlo vos.
Lucie vio la verdad en ello.
—Perdonad mi genio.
—Tenéis mucho en la cabeza. Un poco de genio es bueno. Pero Magda no ha terminado. ¿Conocéis a Colby, el criado de Gisburne?
—¿El ladrón al que siempre perdonan?
—Sí. Apareció en Freythorpe ayer y pidió ver al mayordomo prestado. Le dijo que el hijo de Nan, Joseph, estaba por la región.
—Ha sido amable por parte de John Gisburne advertir a mi mayordomo.
—Sí. Demasiado bueno.
—¿Por qué habríais de dudarlo?
—Parece un poco lejos para enviar a un criado con semejante información. ¿Le debéis a Gisburne ese favor? ¿Le habéis salvado la vida?
—No. Dudáis de Harold.
Magda meneó la cabeza.
—A Magda no le gusta el interés que Gisburne demuestra por esto.
A Lucie, tampoco. John Gisburne nunca se había mostrado particularmente amistoso con su familia.
—Quizá conoce bien a Harold Galfrey. Se lo recomendó a Roger.
Magda recogió su bufanda y se alejó de la mesa.
—Magda tiene que ver si su casa se ha ido flotando.
—Me gustaría que os quedarais hasta que regrese Jasper.
Pero Magda ya se estaba envolviendo en la bufanda.
—Es mejor llegar a Bootham Bar antes de que el guarda la cierre.
—Dios os bendiga por todo, Magda.
—Magda disfrutó del fuego y la comida. Nan maldice la tierra pero honra la cocina.
* * * * *
La señora Constance abrió la puerta de Roger Moreton. Era una mujer pequeña, apenas más alta que una niña, aunque tenía la cara llena de arrugas que delataban su edad. Su nariz aparentemente había seguido creciendo cuando ella dejó de hacerlo, puesto que era digna de una amazona. O de un águila.
—Oh, qué pensaréis del señor. No está en casa. Pero entrad, os lo ruego, y me encargaré de ofreceros vino para calmaros y una silla cómoda donde esperarlo.
El hermano Michaelo le dedicó una inclinación.
—¿He llegado demasiado temprano?
—En absoluto. Os lo ruego, entrad.
Constance lo acompañó hasta una gran sala con un brasero y varias sillas de excelente diseño, respaldos altos y tallados y almohadones bordados en los asientos. El señor Moreton tenía un gusto elegante.
—El señor debe de estar al llegar —parloteó la mujer—; no se ha olvidado. Es sólo que la anciana tía de la señora Wilton ha desaparecido y están angustiados por la pobre mujer.
No está como en otro tiempo. El señor Moreton está ayudando a Jasper de Melton en la búsqueda.
—¿La señora Filipa ha desaparecido? —Michaelo se santiguó. Al recordar la confusión de la anciana en su casa, comprendió su preocupación—. Seré paciente.
Aquélla, entonces, iba a ser la penitencia del hermano Michaelo: sentarse allí, esperando a un mercader, escuchando el parloteo de aquella mujer. Se resignó a su castigo, aunque hubiera preferido que lo dejara solo para rezar por Filipa.
* * * * *
Lucie fue a la cocina para ver a los niños, estaba cansada de esperar y necesitaba una distracción. Pero Hugh se había quedado dormido en el regazo de Kate y Gwenllian estaba acurrucada en un banco en el rincón, con su muñeca de trapo favorita entre los brazos.
—Debería acostarlos, pero están tan tranquilos así… —susurró Kate.
—Déjalos descansar. Cuando te canses o entre Jasper, llévalos a la cama.
Lucie arrancó un poco de pan de la hogaza que había sobre la mesa y volvió a la sala a pasearse mientras se lo comía.
Estaba tratando de concentrarse en las noticias de Magda, en considerar qué haría, pero no podía evitar preocuparse por Filipa. Estaban haciendo todo lo que se podía. Pero si le pasaba algo a su tía, Lucie no podría soportarlo. Sería culpa suya. Debió de haber comprendido lo mucho que Filipa deseaba regresar a su casa. ¿Estaría tirada en la calle? Santo Dios. La semana anterior habían encontrado a una anciana vecina en una zanja llena de agua de lluvia, junto al camino, en el bosque de Galtres. Se decía que su familia se había negado a acompañarla hasta la casa de una vieja amiga moribunda en Easingwold. La gente ya rumoreaba sobre Lucie. ¿Qué diría sobre todo esto? La catástrofe acechaba entre las sombras.
Cuando oyó que alguien forcejeaba con el cerrojo de la puerta de la sala, corrió a abrirla con el corazón desbocado. Gracias a Dios, eran Jasper y Filipa. Lucie se echó a llorar de aalivio, abrazó a su tía y la guió hasta una silla mientras la reñía por no decirle a nadie que iba a salir.
—Estaba rezando en muchas iglesias —dijo Filipa—. ¿Por qué me trajo a casa el muchacho?
Lucie miró a Jasper.
—Kate ha mantenido el potaje caliente y hay una buena hogaza de pan en la cocina. Trae un poco para ti y para la tía. —Lucie volvió a mirar a Filipa—. ¿De qué se trata todo esto?
—Quiero rezar en todas las iglesias de York para que el Señor oiga mi necesidad y me diga dónde escondí el pergamino.
Filipa comenzó a quitarse la capa. Lucie la ayudó.
—¿Por qué en todas las iglesias?
—No puedo creer que el Señor pase por alto una plegaria de todas las iglesias de York.
—¿A cuántas llegaste a ir?
Filipa cerró los ojos y estiró un dedo por cada iglesia mientras recitaba:
—La catedral, San Miguel le Belfry, la capilla de san Cristóbal, santa Elena, san Martín. El señor Moreton y Jasper me interrumpieron allí e insistieron en que regresara con ellos.
Aquél no era uno de los momentos de confusión de Filipa. Lucie había aprendido una valiosa lección aquella tarde. No volvería a tratar a su tía como a una niña, simplemente prohibiéndole las cosas sin discutirlas.
—Por favor, la próxima vez pídenos a cualquiera de nosotros que te acompañemos. Te prometo que lo haremos.
Jasper colocó un cuenco de potaje y un trozo de miga blanca de la hogaza delante de Filipa, le sirvió una copa de vino y le añadió un poco de agua.
—Eres el mejor muchacho —dijo Filipa palmeándole la mano—. Te ruego que perdones el arranque de ira de una vieja.
Jasper se encogió de hombros.
—A mí tampoco me gusta que estropeen mis planes. —Se deslizó en el banco junto a ella.
Lucie preguntó por Roger Moreton.
—Recordó que tenía un invitado que llevaba un buen rato esperando —dijo Jasper con la boca llena de pan.
—Iré a su casa mañana con un cesto de flores para agradecérselo —dijo Lucie. También le preguntaría por la relación de Harold con John Gisburne—. Espérame aquí —dijo a Jasper—. Me ocuparé de que los niños y mi tía se acuesten y luego tendremos la charla que te prometí.
* * * * *
Michaelo bebió poco vino. Estaba a gusto: la señora Constance había notado que hacía una mueca al removerse en la silla, levantó las manos horrorizada porque él no le había dicho que no estaba cómodo y le ofreció almohadones elegantemente bordados. Pero aquél era el problema. Michaelo había dormido bien la noche anterior, gracias a la poción del hermano Henry, pero una noche de descanso no compensaba toda su vigilia penitencial, y temía que el vino y una silla confortable pudieran vencerlo. La buena mujer deseaba oír todo acerca de Gales, de modo que se mantuvo despierto hablando, ofreciéndole descripciones extensas y detalladas de los castillos, los palacios, las grandes mansiones y las abadías donde había recalado durante su peregrinación.
Cuando Roger Moreton entró en la sala, desaliñado y ruborizado, la mujer se puso en pie con desgana.
—¿Habéis encontrado a la pobre anciana? —preguntó.
—Sí, en efecto.
—Bendito sea Dios. ¿Desearéis algo más que vino?
—Si así es, os llamaré. —Roger esperó a que ella se hubiera ido. Luego se volvió hacia Michaelo y se disculpó. Le explicó su pequeña misión y su final feliz—. Pero os he hecho esperar mucho tiempo. Ahora tenéis toda mi atención.
Sin duda, Michaelo sintió que había sido más que paciente, aunque entendía las circunstancias.
—Su eminencia, el arzobispo, está preocupado por los problemas en Freythorpe Hadden. Como padrino del joven Hugh, el futuro heredero, y su hermana, su eminencia considera que su deber es, en ausencia del padre, velar por la familia. Por lo tanto, os pide que le aseguréis que Harold Galfrey es capaz de ocupar el puesto de mayordomo mientras el sirviente hherido se recupera. Le gustaría ver su carta de recomendación y enterarse de cualquier otra cosa que pudierais saber sobre su anterior empleo.
Roger hizo una mueca. Realmente, era un poco complicado.
—De hecho, no he llegado a ver su carta de recomendación. Lo asaltaron unos forajidos cuando viajaba hacia York. Le robaron la bolsa. Pero sé que estuvo empleado como mayordomo en la mansión Godwin, cerca de Kingston-upon-Hull.
—Entonces, ¿cómo llegó John Gisburne a recomendar tanto a Galfrey, si no tenía una carta?
El mercader parecía incómodo.
—No se me ocurrió preguntárselo.
—¿Hay algo más que podáis decirme de él?
—No. Me siento muy tonto, os lo confieso. Pero confío en John Gisburne. Siempre se ha portado bien conmigo.
Deus juva me, Michaelo había aceptado la garantía de la señora Wilton. Sin embargo, ¿sabía ella que Roger Moreton estaba tan influenciado por John Gisburne? El gusto de aquel hombre por los criados y los asistentes había sido la causa de no pocos rumores. Michaelo temía informar de todo aquello a Thoresby.
* * * * *
La sala estaba en silencio, sólo seguían encendidas dos lámparas de aceite, una al pie de la escalera y otra sobre la mesa. Lucie se preguntó si Jasper estaría demasiado cansado para esperar a que ella terminara de ayudar a acostar a Filipa. La anciana no había querido beber su tisana calmante. Lucie pasó un buen rato allí arriba convenciendo a su tía de que no iba a dormir el sueño de los muertos. En realidad, la tisana era más fuerte que otras noches, pero Filipa no tenía que saberlo. Lucie no deseaba que se despertara confundida y tratara de ir a otra iglesia.
Lucie tomó la lámpara del pie de la escalera y la sostuvo en alto para ver mejor la mesa. Vio el pelo rubio de Jasper que colgaba del banco sobre el que había estado sentado. Se acercó silenciosamente y lo vio tumbado de lado, tapado con una manta. Dormía, sí, pero estaba decidido a hablar con ella. La estaba ayudando mucho. ¿Se lo había agradecido lo suficiente? En los últimos días, ella no había podido predecir su comportamiento. Pero ¿por qué eso la molestaba tanto? ¿Lo había hecho alguna vez o era sólo que antes él había sido más obediente, había estado más dispuesto a hacer lo que pensaba que ella deseaba, en lugar de seguir los impulsos de su propio corazón?
—Jasper —le susurró Lucie al oído, y fue a sentarse en una silla a la cabecera de la mesa, pero allí ya se habían instalado Crowder y Melisenda, acurrucados. Pasó al banco del otro lado de la mesa, frente al muchacho.
Jasper se puso derecho y se echó la manta sobre los hombros, mientras se refregaba los ojos y sacudía la cabeza.
—¿Se ha ido a la cama? —preguntó.
—A salvo, sí. —Lucie sonrió ante la pregunta—. ¿No querrás salir a buscarla otra vez esta noche?
Él rió.
—Cuéntame de qué se trata todo esto.
Lucie le contó todo lo que sabía sobre el pergamino desaparecido por el que Filipa estaba tan preocupada. Le confió su sospecha de que entre los ladrones había alguien que conocía bien la casa, le explicó la lenta recuperación de Daimon y la sospecha de Tildy por la visita de Colby. Vio que él entendía que lo estaba tratando como a un hombre.
Jasper escuchó con rostro solemne.
Cuando Lucie terminó, sirvió vino con agua para los dos.
—Dios me ha estado tratando mal —dijo—. Perdona si no te he escuchado como debería.
—Podría ir a la casa a buscar el pergamino y asegurarme de que los libros de cuentas están correctamente.
Lucie evitó su propia inclinación a rechazar la oferta y dijo:
—Lo pensaré. Tenemos que discutirlo con Filipa y averiguar dónde lo ocultó por última vez. Quizá eso sugiera dónde buscar.
—O podría recordarlo. ¿Qué crees que podría ser?
—Ojalá lo supiera, amor mío. Eso también podría ayudarnos a saber quién atacó Freythorpe.
—¿Podré estar presente cuando hables con ella?
—Sí.
Terminaron su vino en un silencio afable y luego subieron, agotados, a sus camas. Los gatos caminaron pesadamente delante de ellos.