Owen oyó un relincho, luego otro. Math y Enid no tenían caballos. La perra se levantó y comenzó a ladrar. Owen se esforzó por ponerse de pie. Math lo hizo de un salto y cogió un cuchillo y una horquilla que había apoyado junto a la puerta.
—¿Dónde están mis cuchillos? —exclamó Iolo desde el rincón.
—No desperdiciéis vuestras fuerzas a menos que yo grite —dijo Math—. Y eso va por ambos. Enid, mantén callada a Llar.
Enid agarró a la perra y le tapó el hocico con un trozo de tela de los vendajes.
El granjero apoyó una oreja contra la puerta, prestando atención.
—Jinetes. No muchos.
—Uno es suficiente si es el equivocado —murmuró Enid.
Especialmente, si era el asesino de su hijo.
Math abrió la puerta sin hacer ruido y salió a la húmeda mañana.
Un caballo volvió a relinchar. Math gritó.
Owen se sobrepuso a su dolor y se levantó. Pero Math apareció en la puerta antes de que Owen la alcanzara. El granjero rió al sacudirse la lluvia del pelo.
—¿Amigos? —preguntó Enid.
—Sí. El amigo de Cynog. El flamenco manco. Y otros dos. Se están ocupando de sus caballos.
—Alabado sea Dios. —Enid soltó a la perra, que salió de la cabaña, corriendo y ladrando, y dijo—: Tengo que añadir verdura al potaje.
—¿Le echáis ese diablo pequeño y ladrador a un amigo? —preguntó Iolo. Se estaba sentando. Tenía el aspecto de haber pasado la noche debajo de la mesa de una taberna.
—Conoce a Martin —dijo Enid—. Y no es ningún diablo, sino la mejor perra guardiana que podría desear un granjero.
—Martin Wirthir —dijo Owen.
Math asintió con entusiasmo.
—Dice que ha venido a coronaros rey de los tontos.
—Iré a saludarlo. —Owen esperó que caminar le aliviara el endurecimiento de las piernas. Sus heridas le hicieron caminar más despacio, pero no lo detuvieron. Afuera, levantó la cara hacia la fría llovizna e inspiró el aire fresco. La expansión de sus costillas le provocó dolor, pero sus pulmones se sintieron limpios. Se dirigió a la maleza para aliviar la vejiga. Cuando regresó al patio, Martin Wirthir salía del granero con su equipaje sobre el hombro izquierdo, y la perra trotaba contenta junto a él. Llar lanzó un ladrido cuando vio a Owen. Martin se detuvo y se agachó a acariciarla. Se parecía tanto a Owen que se les habría podido tomar por hermanos, la única diferencia era que el pelo de Martin era apenas un poco más claro y más lacio. Como Owen, tenía una terrible cicatriz, aunque no en la cara. Le faltaba la mano derecha. En aquel momento estaba sucio y desaliñado.
—Veo que has cabalgado mucho esta mañana —dijo Owen.
—Caminamos. Acampamos al otro lado del bosque. —Martin rió cuando Llar tiró de su equipaje. Con la mano izquierda, cogió una ramita y la lanzó lejos, hacia el otro lado del patio. La perra salió corriendo tras ella con sus cortas patas—. Llar cree que es cazadora de ciervos —dijo Martin al ponerse de pie y sacudirse las rodillas enlodadas—. No es un lanzamiento tan malo para alguien que, hace no muchos años, sólo podía hacerlo con la mano derecha, ¿no es verdad? —Luego observó detenidamente a Owen—. Por san Sebastián, esta mañana no pareces un arquero.
—Mi arco no me habría servido de mucho en el bosque —dijo Owen—. ¿Te dijeron mis hombres dónde estaba?
—No.
—¿Te lo dijeron tus espías?
La perra dejó caer la rama a los pies de Martin y luego corrió hacia la cabaña.
Martin se cargó el equipaje al hombro.
—Vámonos dentro. —Hizo una inclinación a Owen y se alejó. En la puerta de la cabaña, Martin lanzó una mirada a Owen, que seguía observando el bosque—. No hay necesidad de que te quedes ahí parado. Mis hombres están vigilando.
Owen lo siguió, aunque no a causa de la lluvia. Habitualmente, el flamenco viajaba solo. Para que llevara acompañantes y montara una guardia tenía que haber algo que lo preocupara. ¿Quizá temía a los mismos hombres que habían atacado a Owen?
Enid y Math recibieron a Martin con mucho afecto. Owen se enteró por su conversación de que Martin había sido quien les había llevado la terrible noticia del asesinato de Cynog. No lo habían mencionado la noche anterior cuando Owen los había interrogado.
Martin se inclinó sobre el pie herido de Iolo.
—Pensé que eras mejor luchador, amigo.
—Fueron tres contra dos, tres hombres que conocen el bosque —protestó Iolo—. Tenían la ventaja de nuestra sorpresa.
Martin se irguió.
—¿Puedes cabalgar?
—Cabalgar sí. Pero montar y desmontar… —Iolo sacudió la cabeza mirando su pierna.
—Podemos ayudarte. —Martin se volvió hacia Owen—. ¿Y tú?
—Mañana —dijo Enid, interponiéndose entre ellos.
—Hoy sería mejor —dijo Martin.
—Mañana ya es una locura —dijo ella—. Se le va a abrir la herida del costado y va a desangrarse todo el camino hasta San David.
—Podría sufrir mucho más si se acurruca a dormir hasta que se le aparezca su problema.
La inquietud de Martin recibió toda la atención de Owen.
—¿Quieres que hablemos acerca de ese problema? —preguntó.
—Primero comeremos —dijo Enid—. Luego os dejaré a los tres a solas.
A Owen le resultaron molestas sus órdenes maternales. Pero Martin se lo agradeció gentilmente.
El potaje espeso y la fuerte sidra de Enid pronto calmaron a Owen, que se sintió con más confianza para poder cabalgar. Pero no pensaba lo mismo de Iolo. Podrían montar durante gran parte del camino hasta San David. A través del bosque podría inclinarse contra su montura, pero sería peligroso que se quedara sobre el caballo en los tramos de rocas más empinadas. Sin embargo, ¿podría caminar? Owen le preguntó a Martin si tenía en mente una ruta distinta.
Dándose por aludidos, Enid y Math se levantaron de la mesa, se pusieron sus capas y salieron para dedicarse a sus tareas. Ya iban retrasados en sus obligaciones matinales, dijo Math a Enid para que se diera prisa.
Martin apoyó los codos sobre la mesa, jugueteando con un cerco de sidra que había quedado en la madera.
—¿Quieres regresar a San David? ¿No sería más sensato viajar hacia el sur y luego hacia el este, hacia tu casa?
—No es buen momento para eso.
Martin levantó los ojos de su mano para mirar a Owen a la cara.
—Yo diría que es precisamente el momento.
—Con mis hombres en San David, la tumba sin terminar… —La expresión sombría de Owen no cambió—. Math dijo que habías venido a coronarme rey de los tontos. ¿A qué se refería?
—¿Qué sacas con regresar a la ciudad? Si le pagaste al albañil, terminará la tumba. ¿Por qué no habría de hacerlo? Será un monumento a su arte y a la vida de sir Robert.
—¿Y el asesino de Cynog? ¿Debo abandonar su búsqueda?
—¿Qué ganarás con encontrarlo para el arcediano? ¿Un barco? Puedo conseguirte un pasaje.
—Aún no he terminado aquí.
—¿Cuánto tiempo perderías en San David?
—Tiene razón —dijo Iolo.
A Owen le pareció una locura siquiera considerarlo.
—¿Y el resto de mis hombres? ¿Cómo voy a abandonarlos en San David?
—Ellos no son importantes —dijo Martin ligeramente—. Rokelyn no va a detenerlos. Deberían tener papeles. Tú no tenías papeles cuando te atacaron, ¿verdad? ¿O es que eres el emperador de los tontos?
Aquella discusión podía continuar todo el día. Owen quería saber de qué estaba huyendo.
—Piensas que nuestros atacantes van a regresar, y pronto. ¿Por qué? ¿Para terminar su trabajo? Pudieron matarnos ayer. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren de nosotros?
Martin levantó los brazos.
—Son muchas preguntas a la vez, amigo. —Se inclinó hacia delante—. No sólo tus atacantes podrían regresar. ¿Y el arcediano Rokelyn? Sabes que no me atrevo a mostrarme ante nadie leal al rey Eduardo. No puedo quedarme.
—Ah. Tú eres quien debe irse rápidamente.
—¿Te estoy interpretando mal? ¿Disfrutas siendo la marioneta de los clérigos?
Owen lo detestaba. Pero cuando regresara a York, estaría en las manos de Thoresby. ¿Acaso era mejor que Rokelyn? Martin tenía razón. Owen debía irse de inmediato. Quizá debería marchar a caballo. Podría pasar por Usk y visitar a su hermana de nuevo. ¿Por última vez? ¿Qué probabilidades tenía de volver a verla?
Martin se reía.
—Tu precaución es sabia. Pero ahora vámonos.
Owen se sintió tentado. Pero nunca había abandonado a sus hombres. Era el acto de un cobarde, de un hombre sin honor.
—No voy a dejar atrás a mis hombres.
Martin desvió la mirada. Su mentón y su mano apretada expresaron su frustración.
—Entonces déjame enseñarte algo. Nos iremos nosotros dos.
—¿Y nuestros atacantes? —preguntó Iolo.
—Mis hombres se quedarán aquí —dijo Martin—. Te ayudarán a ocultarte si se acerca el peligro.
—¿Y vosotros dos?
—Lo más probable es que estén vigilando el camino a San David. —Martin se puso de pie—. Vamos, Owen. Quiero que comprendas a Cynog.
* * * * *
Como Iolo y el capitán no habían regresado por la mañana, Tom, Edmund, Sam y Jared se prepararon para ir a buscarlos. Pero fueron rodeados en la casa del guarda del palacio y escoltados a la casa del arcediano de San David. Al parecer, Rokelyn creía que era un ardid, que tenían la intención de escapar.
Edmund había tratado de razonar con el hombre.
—Esto no es una discusión —dijo el arcediano con la mirada fría—. Este joven, Thomas, cabalgará con mis hombres. —Las rodillas de Tom empezaron a temblar—. Prefiero manteneros separados. —El arcediano bajó los ojos al hablarles y en ningún momento los miró directamente a la cara.
Edmund y Jared recibieron la tarea de vigilar a Piers el Marinero en su celda. Sam debería sentarse en la casa de vigilancia con el guarda de palacio. Tom salió por Bonning’s Gate con la cabeza gacha, esperando que nadie lo reconociera en compañía de los guardias del arzobispo. Era un esfuerzo inútil, puesto que la gente que a él le importaba ya conocía la humillación de Tom: Sam, Edmund, Jared. Y pronto Iolo y, el peor de todos, el capitán Archer, entenderían las cosas. Seguramente el capitán se imaginaría por qué el arcediano Rokelyn lo había elegido para que acompañara a los guardias. Edmund se lo explicó a Tom mientras recogía sus cosas.
—Eres joven y experimentado, pero dudan que tengas el estómago preparado para mentirles —dijo Edmund.
A lo largo de todo el viaje en la compañía del capitán Archer, el estómago de Tom lo había traicionado. Se había puesto verde dos veces al cruzar aguas agitadas. Se había avergonzado durante una sesión de entrenamiento en el castillo de Cydweli, cuando vomitó tras recibir un golpe en el estómago. Había dejado de contar las ocasiones en que había salido tambaleándose de la casa con arcadas después de beber demasiado. Los otros hombres se reían y le decían que algún día se convertiría en soldado. Pero Tom tenía sus dudas. Tenía la voluntad, pero no el estómago. Y aquellos guardias pensaban que no tenía estómago para mentir. Le rezó a san Osvaldo pidiéndole valentía para engañarlos. No veía cómo podría hacerlo. Ellos conocían el plan del capitán. Archer le había dicho al arcediano Rokelyn adónde se dirigía; en efecto, había recibido la bendición del arcediano.
* * * * *
Owen y Martin salieron del patio cabalgando lentamente. Owen se volvió una última vez y vio a Enid aún mirándolos. Él la saludó. Ella siguió allí, inmóvil. Owen supuso que temía que él estuviera abandonando la búsqueda del asesino de su hijo.
—El asesinato de su hijo ha puesto a prueba su confianza —dijo Martin.
—Me vigilas demasiado. No te invité a entrar en mis pensamientos. Hasta el Señor Dios nos hace el favor de fingir que necesita oír nuestra confesión a través de sus sacerdotes.
Martin miró fijamente hacia delante.
El sendero por el que pasaban estaba cubierto de maleza y rocas y, al parecer, lo habían escogido para seguir el terreno más difícil. No lo era lo suficiente para tener que desmontar, pero los caballos avanzaban a la misma velocidad que lo hubieran hecho los hombres a pie, de no haber estado Owen herido. Al tambalearse sobre el caballo, sentía una punzada en las heridas cada vez más fuerte. El hombro le dolía cuando trataba de mantener el equilibrio en la montura. Rogaba para que no tuvieran que ir muy lejos; de lo contrario, no iba a estar en condiciones de volver a cabalgar al día siguiente.
A mitad de camino por un sendero que subía por un terreno árido y rocoso, bajaron a una pequeña depresión formada por un arroyo con algunos árboles jóvenes. Dos senderos conducían en diferentes direcciones. Martin indicó una parada y desmontó.
Owen lo imitó, con cuidado.
Martin se agachó donde el arroyo hacía una curva hacia él, alrededor de una roca sobresaliente cubierta de tojo. En la curva había un montículo de piedras lisas. Después de las lluvias torrenciales el agua debía de bajar de las tierras altas con fuerza y velocidad, depositando algunas de las piedras atrapadas en el torrente. En aquel momento, estaban secas porque el agua fluía lentamente. Martin parecía mover las rocas lisas ociosamente, dándoles la vuelta y luego volviéndolas a colocar en el montículo. Todas eran blancas.
—¿Lees signos en las rocas? —aventuró Owen.
Martin se inclinó sobre el arroyo, levantó una piedra y se la entregó a Owen. Alguien la había marcado con líneas y ángulos.
—He visto escritura como ésta en cruces al borde del camino, pero no puedo leerla.
—No tienes por qué. Hasta un experto en esta escritura pensaría que ésta es un acertijo.
—¿Las ha dejado Lawgoch?
—Cynog —dijo Martin—. Las talló y las puso en este lugar.
Si había un hombre a quien Owen había juzgado mal, era Cynog.
—¿Qué significan?
—Direcciones. Caminos seguros.
—¿Para quién?
—Hablaremos cuando regresemos a la granja.
Owen observó las otras rocas blancas del arroyo. Cynog había hablado de Lawgoch a Math y Enid. Si había estado trabajando para la causa de Lawgoch, su asesino bien podía haber sido, como había supuesto Rokelyn, un hombre del rey, alguien que quería hacer de Cynog un ejemplo para otros traidores. ¿Alguien que lo había sorprendido tallando las piedras?
¿Un albañil compañero? Pero ¿por qué a un hombre semejante le importaría tanto si Cynog traicionaba al rey? ¿Acaso el gremio habría decretado aquel acto? ¿Para proteger sus libertades? Ciertamente, los gremios de York se preocupaban mucho por el comportamiento de sus miembros.
¿Quizá el marinero Piers registró el cuarto de Cynog en busca de pruebas de una traición? ¿Habría resultado tan obvio para un espía del rey? Aun así, Eduardo era el rey allí, más allá de los sentimientos de la gente. Seguramente, si Piers fuera el hombre del rey, alguien aparecería en su defensa. Pero ¿acaso alguien habría entendido lo que veía, piedras lisas sobre las que Cynog había tallado algunos símbolos? ¿No era más probable que lo hubieran atacado mientras las colocaba?
—Varias de ellas tienen símbolos —dijo Martin al ver que Owen seguía observando las piedras—. No todas.
Owen se concentró completamente.
—¿Cuántos aprenden estos símbolos?
—Los suficientes para que alguien piense que vale la pena el esfuerzo. —Los ojos oscuros de Martin estudiaron a Owen—. Ahora ves las complicaciones. Cynog no fue la víctima de un amante celoso.
—Nunca pensé que lo fuera. —Pero Owen había creído que era inocente.
—Esto significa ingleses contra galeses —dijo Martin—. Tú eres vulnerable. Ninguna de las partes sabe si puede confiar en ti.
—¿Crees que no me doy cuenta de ello? No busqué involucrarme en todo esto.
—Podría sacarte de aquí. Hacerte volver con Lucie y tu buena vida en York.
—Deberías querer que me quedara. Que trabajara para Lawgoch, como tú.
Martin rió.
—Trabajo para el rey Carlos. Si él me dijera mañana que debo cortarle el cuello a Lawgoch, bueno, lo sentiría mucho, pero dudo que vacilara.
—¿Has visto a Owain?
—Varias veces.
—Háblame de él. Ahora que estamos lejos de Enid y Math.
Martin miró a Owen y asintió.
—De modo que no son tus hombres los que te mantienen aquí, es Lawgoch.
—¿Cuestionas mi honor?
—En absoluto. —Martin miró a su alrededor—. No podemos hablar aquí. Está demasiado abierto.
—Entonces vayamos a otra parte.
Owen dio la espalda a Martin, condujo su caballo hasta una elevación del terreno y la usó para montar. Una vez instalado, hizo una seña con la cabeza a Martin, que seguía junto a su caballo, sacudiendo la cabeza.
Owen hizo girar a su montura y bajó por la senda hacia la granja.
—Vamos, Martin, ve tú delante —dijo.
Lo oyó montar.
Owen notó que tenía el costado mojado. El vendaje que debía mantener su brazo y su hombro inmóviles había comenzado a soltarse. Pero por fin había averiguado algo.
Martin se adelantó. Poco después, se apartó del sendero y se metió debajo de unas ramas bajas. A Owen le pareció oír agua que corría. Lo siguió, sujetándose el costado al inclinarse sobre la montura. Los árboles empezaron a escasear a medida que el sonido del arroyo aumentaba. A Owen le pareció una mala elección para su propósito; nadie podría oírlos, era verdad, pero ellos tampoco podrían oír si alguien se acercaba. Sin embargo, Martin no se detuvo junto al agua sino que la cruzó y cabalgó por una ladera hasta una loma con árboles.
—Desde aquí podremos observar todos los flancos —dijo Martin desmontando.
* * * * *
Salía humo de la chimenea de la granja. Los gansos graznaron a los tres que salían a caballo desde el bosque. Un hombre espió desde el granero y luego desapareció.
—Venid conmigo —ordenó uno de los guardias a Tom—. Registra el granero —dijo a uno de sus compañeros.
Estaban desmontando cuando una pequeña perra llegó corriendo desde el granero, ladrando.
Una mujer salió de la casa, gritando algo en galés. Si era una orden para que la perra desistiera, no funcionó. El hombre salió caminando del granero. Era joven, quizá de la edad de Tom, pero con un mechón de pelo blanco sobre la oreja derecha. Habló en galés a la mujer, que asintió y volvió a entrar.
Uno de los guardias trataba de alejar a la perra de su bota. El otro preguntaba a los demás qué había dicho la mujer, pero ninguno parecía dominar el galés. Tampoco Tom. Pero sabía cómo hacerse amigo de un perro. Se agachó y llamó al animal. No quería que resultara herida por las patadas cada vez más furiosas del guardia. Cuando la perra trotó para olisquear la mano de Tom, los guardias se alejaron. Tom le rascó detrás de las orejas e hizo una seña al hombre de pelo extraño, que se acercaba.
—¿Queréis decirme quiénes sois y qué queréis? —preguntó el hombre a Tom, en inglés.
Tom se presentó como hombre del capitán Archer; los otros, como guardias de San David.
El hombre asintió.
—Yo soy Deri. Hermano de Cynog. Vuestro capitán estuvo aquí ayer. ¿Se olvidó de preguntar algo?
Al parecer, Iolo y el capitán habían dejado la granja lo suficientemente temprano para llegar a San David antes del toque de queda. A Tom no le gustaron las noticias. ¿Dónde estaban? Los guardias se habían acercado a oír la conversación.
—¿La mujer no habla inglés? —preguntó uno de ellos a Deri.
—Mi madre sólo habla su lengua —dijo Deri—. Lo mismo que mi padre. A mí me echaron a perder cuando salí al mar.
Con razón tenía más confianza que Tom. Ya había salido al mar. Y había sobrevivido.
—¿Así que el capitán se ha marchado?
—Sí.
—Nos gustaría comprobarlo. El granero. La casa.
—Haced lo que queráis. Estoy seguro de que no podría impedirlo aunque quisiera —dijo Deri.
Los guardias no encontraron nada. Pero Tom sí. En un canasto arrojado debajo de un banco había una camisa enlodada y empapada en sangre con un remiendo en el cuello que él reconoció. Tom le había cosido aquel desgarro al capitán. En el bosque, habían pasado por un área donde el lodo estaba removido y la maleza pisoteada. ¿Acaso el capitán había estado allí?
—¿Han herido al capitán? —preguntó Tom a la mujer, olvidando que ella no hablaba inglés. Pero con toda certeza reconocería su nombre—. Es del capitán Archer —dijo, levantando la camisa y enseñándosela. Ella asintió, empujándola hacia él. Tom pensó que ella quería que se la quedara.
Él corrió con ella hasta Deri. Los guardias estaban hablándole. Tom le arrojó la camisa ensangrentada a la cara.
—¿Qué le ha pasado al capitán?
Deri meneó la cabeza de lado a lado, como si toda aquella sangre no significara nada.
—Llar lo mordió —dijo. Hizo una seña hacia la perra, que estaba sentada tranquilamente a su lado.
Uno de los guardias se rió.
Deri lo miró con expresión de disgusto y luego dirigió su atención otra vez hacia Tom.
—Mamá limpió al capitán y le dio una de mis camisas.
Tom no lo creyó. La perra era lo suficientemente dócil si uno se le acercaba con buenas intenciones. Y el capitán sabía cómo acercarse a un perro guardián. Deri hizo una mueca y se encogió de hombros. Pero la forma en que miró fijamente a Tom obligó al joven a cerrar la boca.
* * * * *
Owen estaba sentado bajo los árboles. Martin acercó el odre que colgaba de su montura. Enid lo había llenado con una mezcla de hierbas y sidra eficaz para calmar el dolor. Owen bebió, pero muy poco. Quería mantenerse bien alerta.
Martin se sentó junto a Owen, pero mirando hacia la dirección opuesta.
—¿Qué sabes de Yvain de Galles, el principito que iba a redimir este país de los ingleses? —Había llamado a Owain Lawgoch por su nombre francés.
—Poco.
—Yvain es un hombre de honor. La primera vez que lo vi fue aquí, en Gales. Su padre había muerto hacía dos años, pero Yvain acababa de enterarse, y también de que le habían confiscado sus tierras. Había venido de Francia a elevar una petición al rey para que le devolviera su propiedad.
—¿La recuperó?
—Gran parte de ella. Luego vendió algunos bosques para preparar el regreso a Francia con su dinero.
Owen gruñó.
—Quiere el dinero. No es el héroe que la gente cree.
—Te equivocas. Hasta un héroe necesita dinero para vivir. Cuando regresó a Francia, Ieuan Wyn, otro galés, se unió a él. Quizá has oído hablar de él.
—Debe de haber un error. Ieuan es el agente de policía de Lancaster en Beaufort y Nogent.
Martin se rió.
—Ya no. Yvain y Ieuan se unieron a Bertrand du Guesclin en Castilla… contra tu duque. Yvain es nieto de Llywelyn el último, Ieuan pertenece a la familia del senescal de Llywelyn. Al rey Carlos le gusta el eco del pasado en su asociación: príncipe y senescal otra vez. Es la clase de eco en el que el rey deposita mucha fe. Y es la pérdida de Lancaster. Eso también lo complace.
—¿Cómo sabía Cynog dónde colocar las marcas?
—¿Ha mencionado alguien en San David a Hywel?
—No —dijo Owen—. ¿Por qué habrían de hacerlo? ¿Quién es?
—Los indicadores son cosa suya —dijo Martin—. Tus caballos los tiene él, estoy seguro.
—¿Es un ladrón de caballos?
—No un ladrón común. Es lo que entre tu gente pasa por un noble —dijo Martin—. Rico, ambicioso, generoso con quienes lo ayudan, despiadado con quienes se oponen a él.
Dice que es hombre de Yvain y que está reclutando un ejército para apoyarlo cuando desembarque. Pero Hywel está robando dinero para sus preparativos, y ese dinero debería llegarme a mí, para el príncipe. De hecho, Hywel ya va de príncipe. Pronto olvidará que debe apoyar a Yvain y va a proclamarse Redentor de Gales él mismo.
—Me gustaría hablar con Hywel.
—No quieres conocerlo a él. Deseas conocer a Yvain de Galles. Hywel no está a su altura. Quizá te encuentres con un señor feudal que te disgustará tanto como el duque de Lancaster.
—Me causaría un agradable placer luchar por mi propia gente.
—Yvain se alió con los franceses. Perdiste el ojo luchando contra ellos. Es posible que él haya estado en el campo de batalla contra ti. ¿Has pensado en eso?
—He pedido hablar con Hywel, no luchar para Owain Lawgoch.
Martin se rió.
—Ah, amigo, si te vieras la cara… Ya estás imaginando actos heroicos que liberarían a tus compatriotas. Basta de esto. Debes descansar si vas a cabalgar de regreso a San David por la mañana.
—¿Cabalgar? ¿Vas a conseguir caballos?
—Pensaba que podrías montar tus propios caballos para atravesar el bosque. Te lo dije: Hywel debe de tenerlos. Mis hombres Deri y Morgan te llevarán hasta él.
—¿No vas a acompañarnos?
—Me mantengo alejado de Hywel. No nos queremos mucho.
—Entonces Deri y Morgan me llevarán hasta él.
* * * * *
Llar anunció su llegada ladrando y correteando como si pensara que llevaban un plato de carne para ella. Deri y Morgan la seguían y, en cuanto se encontraron, les explicaron todo sobre los visitantes.
—Iolo los oyó acercarse antes que nosotros. Se escondió bien. Eran tres: dos de los criados del obispo y Tom, vuestro hombre. —Deri hizo una seña a Owen.
—¿El joven Tom estaba con la guardia del arcediano? —preguntó Owen.
—A disgusto —dijo Deri—. Mantuvo la boca cerrada para ayudarme a mentir. —Explicó lo que había sucedido—. Regresarán cabalgando lentamente, os buscan por el camino. Supongo que piensan encontraros tirado por alguna parte entre la maleza, herido por el ataque de Llar.
Enid se disculpó por no haber pensado en la camisa. Math estaba furioso con el arcediano porque había enviado a sus hombres a buscar a Owen y, en cambio, jamás se había preocupado por su hijo.
—Todo esto es por Cynog —dijo Owen, tratando de calmarlo.
—Todo esto es por Owain Lawgoch —dijo Enid—. Maldigo el día en que oí su nombre.
* * * * *
El arcediano Rokelyn arrojó la camisa ensangrentada de Owen sobre la mesa que estaba delante de él.
—Primero encuentro a vuestros amigos dormidos durante la guardia y ahora esto. ¿Dónde está el capitán Archer?
Tom abrió y cerró la boca sin emitir sonido. Volvió a intentarlo.
—No lo sé. Como dijeron los otros, Iolo y el capitán salieron a tiempo para llegar aquí anoche, antes del toque de queda.
Rokelyn miró a los dos guardias que habían cabalgado con Tom. Ellos asintieron.
—Vete entonces. Encontrarás a tus amigos junto a los establos del palacio. En uno de los bebederos de los caballos.
Tom hizo un movimiento como para llevarse la camisa.
—¡Déjala! —ladró Rokelyn.
—Pero es una buena camisa —protestó Tom.
—Si el capitán regresa, se la daré —dijo el arcediano.
Sam lo esperaba fuera de la casa del guarda de palacio.
—Tengo permiso para regresar a los establos contigo. Afortunadamente. No quiero soportar más el genio de ese hombre. —Echó un vistazo al guardia.
—¿Es verdad que Edmund y Jared están en uno de los abrevaderos de los caballos?
—Eso he oído. Los encontraron dormidos durante su guardia, apestando a cerveza.
—No es típico de ellos hacer algo semejante.
—No —dijo Sam, pasando deprisa junto al guardia. En cuanto estuvieron en el patio del palacio, Sam se volvió y preguntó—: ¿De quién era la camisa ensangrentada? ¿Dónde está el capitán?
Tom le contó lo poco que sabía.
—¿Atacado por una perra? ¿El capitán Archer? —Sam sacudió la cabeza.
—Yo no me lo creo —dijo Tom—. Pero el hombre pareció aliviado cuando fingí hacerlo.
—Entonces, ¿dónde está el capitán?
—No lo sé. Los caballos no estaban allí. Tampoco Iolo. Es todo lo que sé.
Las sombras de la tarde enfriaban el patio del establo. Los bebederos estaban desiertos. Tom y Sam encontraron a sus compañeros roncando en un rincón de los establos, envueltos en mantas, con su ropa colgada de una soga, secándose. Alguien había sido amable con ellos.
Sam, que era hijo de una comadrona, se arrodilló y les olió el aliento.
Hizo una seña a Tom para que se acercara.
—Huélelos.
Tom se arrodilló junto a él.
—Amargo —dijo.
—Sí. Han bebido más que una simple cerveza. Una pócima para dormir, creo.
Tom deseó que el capitán estuviera allí.
—El capitán se iría ahora a avisar a los hombres que vigilan a Piers el Marinero.
—Sí, eso haría.
—Entonces vayamos.
Tom tuvo una sensación de intranquilidad en el estómago al cruzar el patio corriendo, pero trató de pasarla por alto. Sam iba delante, subiendo los escalones del porche del arcediano de dos en dos. El portero les bloqueó el camino.
—No se me ha informado de que os deba dejar entrar.
—Tenemos que advertir a los guardias —dijo Tom.
El portero meneó la cabeza.
—Debéis hablar con el arcediano.
—¡Eso nos llevará demasiado tiempo, hombre! —exclamó Sam.
—Esas son mis órdenes. —El portero se mantuvo firme.