La nave de la catedral de York estaba iluminada con velas y en su interior retumbaban las voces del capítulo que cantaba el réquiem en el coro. Lucie no había esperado que tanta gente asistiera a la misa. Su padre había hecho más amigos en la ciudad de lo que ella sabía. Filipa observaba nerviosamente la multitud, pidiendo a Lucie que identificara a quienes no conocía o no distinguía con su vista deteriorada.
—No te preocupes —murmuró Lucie palmeándole la mano con la que aferraba su brazo—. No he invitado a toda esta gente para que venga a casa después.
—Nada de extraños —dijo Filipa.
—Por supuesto que no. ¿Por qué habría de invitar a extraños?
Filipa desvió la mirada y murmuró algo para sí.
Lucie rogó para que se le pasara aquel humor. Filipa entraba y salía de estados de lucidez y confusión.
Bess y Tom Merchet, propietarios de la Taberna de York, que estaba junto a la tienda de Lucie, habían notado los cambios de carácter impredecibles de Filipa. Tom decía que todos terminarían igual. Bess opinaba que debía ponerla a trabajar. El trabajo era la mejor solución de Bess para todas las conductas extrañas, como si una persona necesitara el ocio para volverse rara.
Pero el ocio no era el problema de Filipa. Lucie deseó que así fuera. Cuando Filipa estaba lúcida, se ocupaba de las cosas de la casa. Criticaba la cocina de Lucie, la crianza de sus hijos y su forma de limpiar; le decía que no era lo suficientemente estricta con los niños y, sin embargo, malcriaba a Gwenllian y a Hugh cuando su madre se daba la vuelta, insistía en hacer cambios en la dieta de los críos para «hacerlos medrar» y censuraba a Lucie por la cantidad de tiempo que pasaba en la botica. En cambio, en sus momentos de confusión, permanecía sentada, moviendo las manos nerviosamente y murmurando para sí, o se paseaba lentamente y sin destino de cuarto en cuarto.
Lucie se arrepentía de haber llevado a su tía a la ciudad. Y no sólo porque perturbaba la casa. Su temor hacia los extraños alimentaba la preocupación de Lucie. Había pensado mucho en la pregunta del gobernador con respecto a los enemigos. ¿Cómo iba a saber quién podía albergar resentimientos contra la familia por algo que su padre había hecho durante su carrera militar o por las investigaciones de Owen? Temía por la casa y por su familia. Prefería tener que enfrentarse a una Alice Baker, que la acusaba abiertamente, a luchar contra un enemigo invisible y desconocido. ¿Cómo podía proteger a su familia contra aquella persona?
Lucie trató de controlar un bostezo, pero la mandíbula se le abría, tensa. La preocupación la mantenía despierta, no sólo por Filipa, sino también por la casa y por Owen. Y en realidad, se tomaba a pecho parte de las críticas de su tía. En el fondo de su mente siempre estaba el temor de que, a causa de la botica, estaba muy poco con los niños, aunque no conocía a ninguna madre que pasara con sus hijos todo el tiempo que quería. La noche anterior, mientras arropaba a los niños, había sentido un nudo en el estómago. Temía las horas largas y oscuras que pasaba lo más quieta posible para no despertar a Filipa o escuchando cómo se movía inquieta y murmuraba dormida. Lucie trató de no esforzarse por comprender las palabras de su tía, demasiado confusas para tener sentido, gemidos que le daban escalofríos. Le venían ganas de llevar a su cuarto a Gwenllian y a Hugh y mudar a Filipa al cuarto de Jasper, pero entonces despertaría al pobre muchacho. Además, Lucie sin duda seguiría despierta la mayoría de las noches. Tenía la mente demasiado ocupada.
Unos crujidos arrancaron de sus pensamientos a Lucie, que seguía de rodillas cuando todos los demás ya se habían puesto de pie. Se levantó, inclinó la cabeza y dirigió sus pensamientos a las oraciones por el alma de su padre.
Después de la misa, el hermano Michaelo preguntó a Lucie si podían hablar un momento. Lucie vio la profundidad de los sentimientos del hermano, tenía los ojos rojos e hinchados de llorar.
Michaelo no quería hablar sobre sir Robert. Llevaba una invitación del arzobispo Thoresby para cenar con él en la casa del arcediano Jehannes la noche siguiente. Su eminencia deseaba ofrecer sus condolencias y saber más sobre la situación en Freythorpe Hadden, averiguar si podía hacer algo más. Michaelo alegró a Lucie con la noticia de que Thoresby ya había enviado a dos asistentes a la propiedad y también al saber quiénes eran: los hombres en quien Owen más confiaba. El hecho de que también hubiera enviado a un mensajero a buscar a Owen hizo acelerar los latidos de su corazón. Se sentiría muy agradecida de tenerlo de vuelta.
Lucie se apresuró a volver a su casa con el fin de estar lista para recibir a los invitados. Muchos miembros del gremio asistieron a la reunión y le ofrecieron amables condolencias, ansiosos por enterarse de más detalles sobre el ataque a Freythorpe Hadden y curiosos por tener noticias de Owen. También asistieron miembros del Consejo y algunas personas a las que ella misma había invitado por ser demasiado influyentes para excluirlas. Entre ellas se encontraba John Gisburne, cuyo intento por hablar amablemente con Filipa fue rechazado de un modo incómodo.
Filipa se había mantenido cerca de Lucie o Jasper y les había pedido que identificaran a la gente. Cuando los invitados hablaban sobre sir Robert, Filipa respondía amablemente y agradecida, pero si se mencionaba el asalto a Freythorpe Hadden, se quedaba muda y adquiría una mirada perturbada que inquietaba a la gente. Cuando Gisburne expresó su preocupación por el incidente, Filipa no pudo soportarlo más y salió del cuarto a toda prisa.
Lucie trató de desviar las preguntas curiosas mostrando interés por los sacerdotes del coro y alabando la apología del arcediano Jehannes. Nadie habló directamente de Alice Baker, aunque Lucie vio que algunas personas juntaban las cabezas y se separaban con expresión culpable cuando ella se acercaba. En voz alta para que todos pudieran oírlo, Thorpe, el jefe del gremio, y su esposa, Gwen, se aseguraron de invitar a Lucie a cenar con ellos la semana siguiente. Fue una amable muestra de apoyo que Lucie agradeció mucho.
Las preguntas sobre Owen comenzaban a molestarla. Demasiadas averiguaciones de la gente significaban dudas de que Owen fuera a volver. La primera vez que alguien preguntó si «él iba a regresar pronto», ella lo interpretó como si fuera una afirmación. Pero después de dos o tres de esos deslices, ella ya no pudo pasarlo por alto. ¿O era simplemente su preocupación natural cuando Owen no estaba la que coloreaba su percepción?
Notó lo que parecía una discusión en silencio entre el regidor Bolton y John Gisburne. Le pareció que era hora de demostrar a este último su gratitud por haber asistido al funeral. Cuando Lucie lo vio alejarse de Bolton y terminar su copa de cerveza al hacerlo, se acercó a él.
—Señor Gisburne, os ruego que perdonéis el comportamiento de mi tía. No ha estado bien, y temo que esta reunión no ha sido muy acertada.
Gisburne se inclinó ante Lucie y juntó sus manos enjoyadas al ponerse de pie. Era un hombre elegante. Su túnica era azul oscuro; su gorro, de seda color ámbar.
—Quizá ya sepáis que Harold Galfrey ha estado ayudando a mis empleados en Freythorpe Hadden.
—¿De verdad? Pensé que era el mayordomo de Roger Moreton.
—El señor Moreton no lo necesitaba todavía…
—Qué amable es Roger. Sois afortunada de contar con su amistad. Mi padre y vuestro tío eran buenos amigos, ¿lo sabíais?
—¿Mi tío, Douglas Sutton?
Gisburne asintió.
Lucie se avergonzó mucho más por el comportamiento de su tía hacia aquel hombre.
—No recuerdo a mi tío.
—Yo tampoco a mi padre. Lo mataron durante los ataques de los escoceses a Yorkshire.
Gwen Thorpe se les acercó para preguntar por la esposa de Gisburne, Beatrice. Lucie aprovechó para ir a ver cómo estaba Filipa. Su tía se había sentado en la cocina y dormitaba en una silla junto al fuego. Lucie volvió con el grupo de gente y se propuso hablar con el regidor Bolton para que no se sintiera desairado.
Cuando los invitados se marcharon, Lucie se encontró sin tener nada que hacer el resto de la tarde. Jasper había ido a la abadía de Santa María, que era su escape acostumbrado cuando necesitaba consuelo. Filipa estaba durmiendo arriba con la ayuda de un calmante. Gwenllian y Hugh también estaban en sus cunas. Kate no necesitaba ayuda para limpiar: Bess Merchet había enviado una criada de la cocina para ayudarla. A Lucie le pareció que era un momento perfecto para ir a ver a Magda Digby.
* * * * *
El sol calentó a Lucie y mejoró su estado de ánimo. Sus problemas le parecieron menos aterradores. La verdad es que el ataque podría haber sido peor. A excepción de Daimon, nadie tenía lesiones de gravedad. Habrían perdido mucho más si los ladrones hubieran sabido dónde estaban guardadas las joyas de su madre o las armas de su padre. Pero para sus otros problemas no halló consuelo en el sol. Quizá el estado de confusión de Filipa y su debilidad nunca mejoraran. Quizá Lucie nunca llegara a saber qué sentía Jasper.
Magda estaba sentada sobre un tronco de madera y cortaba raíces con un hacha pequeña. Tenía el pelo cubierto con un pañuelo y un delantal protegía su colorido vestido.
—Me alegro de que estés bien —le dijo Lucie.
Magda asintió, pero siguió con su trabajo. Lucie se instaló en un banco que le permitió recostarse contra la vieja casa y considerar la cabeza de dragón que la miraba con furia desde lo alto. El techo de Magda era un viejo barco vikingo al que le habían dado la vuelta. La mujer le había explicado una vez que aquel rostro aterrador había protegido a los marinos de los mmonstruos marinos y pensó que era sensato proteger su casa en la isla en caso de que aquellos monstruos se aventuraran alguna vez río arriba. Los gusanos habían carcomido la cara del dragón y el clima había hecho hendiduras en la pintura. En aquel momento parecía tan viejo como Magda.
—Os estáis convirtiendo rápidamente en buenos amigos, ¿no es así? —dijo Magda mientras guardaba las raíces cortadas dentro de un tarro. Limpió el hacha con el delantal y se reunió con Lucie en el banco.
—Freythorpe Hadden necesita un dragón. Pero de momento me conformo con aceptar a algunos de los hombres del arzobispo.
—Es generoso.
—Igual que tú.
—Magda ya tiene planeado marcharse mañana a una granja cerca de Freythorpe para hacer salir a un niño del vientre de su madre. En un día o dos, debe ir a ver a Daimon a Freythorpe, en cuanto el bebé esté de acuerdo. Aunque Magda duda que pueda hacer por el muchacho más de lo que vos hicisteis.
—No fui la mejor enfermera —dijo Lucie—. Sucedieron demasiadas cosas a la vez. Temo haber pasado algo por alto. Envié a Harold Galfrey ayer con medicinas que no tenía en aquel momento, pero aún ahora no estoy segura de haber pensado en todo.
—¿Ese Harold es el mayordomo de Moreton?
—Sí. —Lucie le contó a Magda lo útil que había resultado.
—¿Es verdad que John Gisburne se lo recomendó a Moreton?
—Sí. ¿Por qué?
—Gisburne es amigo de los forajidos, eso lo sabéis…
—Rumores.
Magda guiñó.
—¿De verdad? Pero Harold… —Lucie se detuvo. ¿Qué sabía exactamente del hombre excepto sus acciones?—. No lo creo de él.
—Bien. No necesitáis más problemas.
—El gobernador me preguntó acerca de posibles enemigos.
—Hay muchos que temen el ojo de vuestro esposo, pero hasta donde sabe Magda, nadie es tan tonto como para provocar a Ojo de Ave con semejante hecho.
—Él no está, y quizá por eso se sienten confiados.
Magda miró hacia el sol y entrecerró los ojos.
—¿Tenéis noticias de él?
—Una pregunta muy repetida hoy.
Magda se puso de pronto de pie y se encaminó hacia el borde de la piedra sobre la que estaba apoyada su casa, luego permaneció con las manos cogidas en la espalda, mirando hacia la ciudad. Lucie se acercó a ella. El sol bailoteaba sobre el agua poco profunda, un perro ladró en alguna parte entre las casuchas en la lejanía, repicaron las campanas de una iglesia, unos niños chillaron mientras jugaban en el agua corriente arriba, un barquero gritó. Pero Magda permaneció en silencio.
—¿Qué sucede? —preguntó Lucie.
—¿Cómo respondéis a los rumores sobre vuestro esposo?
—¿Qué rumores?
Magda observó el surco que trazó una gaviota al pasar rozando el río y se volvió hacia Lucie.
—¿No los habéis oído?
—No.
—Estas preguntas… ¿La gente las hace sin explicar por qué? —Magda sacudió la cabeza ante el asentimiento de Lucie—. ¿Incluso Bess Merchet?
—¡Decídmelo, por Dios!
—Owain Lawgoch, Owen de la Mano Roja. ¿Habéis oído los cuentos?
—Sí. ¿Qué tiene que ver él con Owen?
—Se dice que Ojo de Ave podría ver en el principito una causa noble.
—¿Quién acusa a mi marido de traición?
—Magda supone que nadie lo acusa, sólo se lo preguntan.
—¿Quién pensaría semejante cosa de Owen?
—Aunque sea vuestro esposo, es un extraño del oeste.
Lucie sintió que las piernas se le aflojaban. Se retiró al banco, en un intento por recordar si Bess también había hecho preguntas sin explicar por qué. ¿Y Gwen y Camden Thorpe? ¿Por qué no habían dicho nada de aquello? Dios santo, ¿y Jasper? ¿Cómo recibiría semejante rumor? ¿Respondería a eso la invitación a cenar de su eminencia el arzobispo? ¿Quería interrogarla acerca de la lealtad de Owen?
Magda se sentó y cogió con fuerza una de las frías manos de Lucie entre las suyas, cálidas.
—Mirad a Magda.
Con desgana, Lucie levantó la mirada.
—Magda no deseaba decíroslo. Debe de pasar lo mismo con todos vuestros amigos. Quizá algunos crean que sabéis lo que dice la gente y preferís no hacer caso. Que es lo que ahora debéis hacer.
Pero los pensamientos de Lucie habían regresado a las cartas de Owen.
—Debo hablar con el hermano Michaelo.
—¿Sospecháis que detrás de todo esto hay algo de verdad?
—No puedo creer que Owen sea capaz de traicionar a su rey. Pero en cada carta ha escrito algo sobre el maltrato que sus compatriotas recibieron de los señores ingleses y sus hombres. No ha podido quedarse callado.
—¿Mencionó al principito?
—No. No iba a arriesgarse tanto. Las cartas podrían haber ido a caer en manos equivocadas. ¿Acaso los ladrones oyeron esos rumores? ¿Fue eso lo que los envalentonó?
—Vuestro padre también tenía enemigos, eso es seguro.
—Es posible que nunca sepa la verdad de esto.
—Quizá.
Lucie regresó a su jardín con la esperanza de no ver a más gente. Su pequeño rastrillo no estaba en su gancho, en el cobertizo. Al buscar en los estantes entre los cestos, se topó con el viejo sombrero de fieltro de su padre. Lo levantó y lo giró en sus manos, y los ojos se le llenaron de lágrimas. El sudor y la lluvia lo habían oscurecido; todavía se podía ver una mancha en la coronilla donde sir Robert se lo había quitado con una mano llena de tierra para limpiarse la frente. Lucie apretó el sombrero contra su cuerpo, dijo una plegaria por el alma de su padre y luego lo colgó de un clavo para que no estuviera en medio de nada, pero para que fuera visible a la luz de la puerta abierta.
Se arrodilló junto a las rosas de la botica que rodeaban la tumba de su primer esposo, Nicholas. Aunque le gustaba todo el jardín, aquel lugar había sido su favorito. En la estación de cultivo, trabajaban allí antes de abrir la tienda, Nicholas le enseñaba con paciencia la forma correcta de podar cada planta, cómo fertilizarla, cómo darse cuenta de cuando estaba enferma, cómo cosecharla y, a la vez, dejar suficiente planta para que creciera y lograr otra cosecha. Habían sido felices, y él siempre estuvo allí. No como Owen. Aunque sentía por Owen una pasión que por Nicholas nunca había experimentado, Lucie echaba de menos el compañerismo de su primer matrimonio. Una oleada de tristeza la invadió. Después de la muerte de Nicholas, había corrido a los brazos de Owen. Pero su primer esposo había sido un hombre bueno y amable. Con estos pensamientos, se inclinó sobre su trabajo y empezó a remover la tierra para extraer la maleza.
Al oír pasos detrás de ella, levantó los ojos. Era Roger Moreton, que se detuvo y la miró con una expresión de preocupación. Lucie se limpió los ojos con el borde de la chaqueta suelta que tenía puesta sobre el vestido y se puso de pie para saludarlo. Inesperadamente, él la tomó en sus brazos y le apretó la cabeza contra su hombro. Aquello cogió a Lucie por sorpresa, pero al recordar su agonía por el beso de Harold, rápidamente se alejó.
—¡Roger!
Él tenía las mejillas ruborizadas.
—Os ruego que me perdonéis. Es que… al veros de rodillas allí, llorando sobre la tumba de Nicholas, me he dado cuenta de lo que estaríais sintiendo. Yo también lloro por Isabel. Y ahora vuestro padre también se ha ido. Y Owen está lejos… —Roger se cogió las manos en la espalda y desvió la mirada hacia el sendero.
—¿Por qué no termináis lo que estabais diciendo? ¿Que Owen está lejos en una aventura traicionera? ¿Que Owen se ha ido para siempre?
Él la miró a los ojos.
—¡No pensaréis que creo esos rumores!
—¿Por qué no me lo habíais dicho?
—¿No lo sabíais?
—Magda me lo ha dicho.
—Entonces vuestros amigos se han cuidado de no decíroslo.
—¿Cuánto hace que empezó?
Roger hizo una mueca.
—Hace tiempo, pero comenzó solamente con la sorpresa de que el hermano Michaelo regresara solo. Luego, después de que pasara la noticia de la muerte de vuestro padre, dirigieron su atención al capitán.
Lucie notó que el pelo de Roger estaba húmedo de sudor, como si se hubiera apresurado para ir a verla.
—Pero no me habéis contado la razón de vuestra visita —dijo—. ¿Hay alguna novedad?
—No, no, simplemente quería ver cómo estabais. —Se mostraba cada vez más incómodo—. Vendré otro día.
—¿Deseáis hablar de Harold Galfrey?
Roger vaciló, luego dijo:
—Hablaremos de él otro día. —Y con eso, se volvió y se alejó deprisa. Al desaparecer detrás del seto que conducía a la puerta, lanzó una exclamación.
Lucie no podía ver a través de los arbustos, pero oyó la voz de Bess Merchet con toda claridad.
—Qué prisa, señor Moreton. No hay perros en el jardín. ¿Acaso el diablo os está pisando los talones?
Roger murmuró algo. Lucie oyó que la puerta se abría y se cerraba.
—¿Bess?
Con su característico paso decidido, Bess apareció al principio del sendero y se acercó a buen ritmo. Se había puesto lo que ella llamaba su traje de fregar, un simple bombasí sin mucha forma, y una de sus cofias viejas sin lazos. Lucie se imaginó que estaban instruyendo a alguna criada de servicio sobre los puntos más importantes en la limpieza de la posada. Bess llevaba una jarra.
—Pareces ocupada. ¿Qué te trae por aquí? —preguntó Lucie.
Bess se acomodó un mechón rojizo suelto dentro de la cofia y luego levantó la jarra.
—Aguardiente. Pensé que podías necesitar consuelo, al quedarte de pronto sola, pensando en tu padre. Pero veo que Roger Moreton ha tenido la misma idea. Otra clase de consuelo.
Lucie sintió que se ruborizaba, lo cual era algo desafortunado al estar bajo la atenta mirada de Bess.
—Ya veo —dijo Bess, y entrecerró los ojos.
—¿Qué es lo que ves?
—Te ha abrazado y no te has alejado. Eso sí que lo he visto.
—Me encontró llorando y quiso consolarme. Sí me he alejado. Y él se ha disculpado.
Bess parecía dudarlo.
—Tenía la cara ruborizada cuando salía. Supongo que sabe que os he pescado.
—No has pescado nada, Bess. Un amigo que consuela a una amiga. Eso es lo único que has visto.
—No te entiendo, Lucie. Estás casada con el hombre más apuesto que he visto jamás, que te ama con locura, y coqueteas con un mercader y un mayordomo mientras él está ausente.
—¿Qué?
—¿O Jasper estaba equivocado? ¿No fue Harold Galfrey sino Roger Moreton el que te besó la mano el otro día?
Aquello era peor que si Filipa lo hubiera presenciado todo. Además, Jasper ya sospechaba de Roger Moreton. ¿También de Harold Galfrey?
—¿Cuándo te ha dicho eso Jasper?
Bess apoyó la jarra en el suelo junto a sus pies y se refregó las manos.
—Esta mañana. Mientras arreglaba las cosas para tus huéspedes. Parecía triste. Le dije que seguramente echaría de menos a sir Robert. Pero me di cuenta de que eso no era lo único. Insistí un poco y me lo dijo. —Bess sacudió la cabeza—. ¿Fue Harold?
—Harold Galfrey me besó la mano, es verdad.
—¿Qué está sucediendo? ¿Hace ya tanto que se fue Owen?
La pregunta sobresaltó a Lucie.
Bess asintió.
—Siempre me he preocupado por ti cuando Owen ha emprendido una de sus aventuras.
—Amo a Owen. Nunca le sería infiel.
—¿Pero?
—Me siento muy sola.
La irritación de Bess se disolvió en compasión. Recogió la jarra y rodeó a Lucie con un brazo.
—Escúchame, lamento regañarte cuando últimamente has estado afligida con una cosa u otra. Lo que te ha pasado pondría a prueba incluso la paciencia de Job, y no se me ocurre la perseverancia de quién. Lo que vio Jasper no lo destrozará… Dile que amas a Owen, es lo único que quiere oír. Vamos, necesitas tranquilidad. Entra en casa y compartamos una buena copa que te alegre un poco.
* * * * *
El hermano Michaelo caminó lentamente de regreso a casa del arcediano, turbado por lo que acababa de oír. El arzobispo Thoresby había sugerido que Michaelo se dirigiera a Bedern, el área donde vivían los clérigos de la catedral, y estuviera atento a cualquier chisme. No le había resultado difícil hacer hablar a los empleados; todos sabían que había acompañado a Owen Archer y a sir Robert d’Arby a Gales, y querían noticias del viaje. Cómo había muerto sir Robert, dónde estaba enterrado, quién iba a vivir en Freythorpe Hadden, si Gales era tan salvaje como decían, si los franceses estaban en la costa, por qué el capitán seguía allí.
Lo que desasosegaba a Michaelo eran las preguntas acerca del capitán. Necesitaba pensar cómo decírselo a su eminencia de manera que no revelara la misma inquietud de sir Robert hacia Owen. Pues sir Robert estaba preocupado por su yerno. La conducta de Owen había empezado a cambiar cuando la compañía cruzó el río Severn y entró en la zona fronteriza galesa. Entonces había empezado a ponerse cada vez más a la defensiva cuando se tocaba el tema de los galeses y se enfurecía por cómo los trataban los ingleses. También estuvo en contacto con un viejo amigo, un flamenco que trabajaba para el rey Carlos de Francia y en aquel momento estaba colaborando con la causa de Owain Lawgoch. A Michaelo le parecía que había pocas probabilidades de que Owen abandonara a su familia para unirse a una de las marionetas del rey de Francia. El capitán había pasado gran parte de su vida luchando contra los franceses. Sin embargo, ¿cómo se debía interpretar su ira por que los ingleses se sintieran conquistadores en Gales? Michaelo se contuvo; él también se estaba dejando influir por los rumores aunque había estado recientemente con el capitán en Gales.
* * * * *
Lucie se quedó más tiempo en la mesa con Bess, agradecida por el calor que la bebida le producía en el estómago. Pero su compañera no parecía cómoda.
—No debo robarte más tiempo —dijo Lucie.
Sus palabras parecieron despertar a Bess de un ensueño.
—El polvo seguirá allí, si en algo conozco a mis criadas. —La queja era hueca.
—¿Qué sucede?
Bess hizo una mueca y sirvió un dedo más de brandy en ambas copas, sin hacer caso de las protestas de Lucie. Pero Bess no bebió, más bien se quedó mirando fijamente su copa.
—No deseo causarte más preocupaciones. Pero debes saber lo que dice la gente.
—¿Sobre Owen? Ya lo sé, Bess.
Bess pareció desinflarse del alivio.
—Alabado sea Dios, no deseaba ser yo la primera que te lo dijera. ¿Quién ha sido?
—Magda. No entiendo cómo alguien puede pensar eso de Owen.
—En mi opinión, nadie piensa mal de Owen, simplemente disfrutan hablando. Cuando una cabeza chismorrea, no piensa. —Bess se puso de pie, se dirigió rápidamente hasta la puerta de la cocina y la abrió—. Ah, aquí estás, Kate. ¿Cómo se ha portado la nueva criada esta mañana? ¿Te ha ayudado?
Lucie no pudo oír la respuesta de Kate por encima de los sonidos de los niños que se despertaban en la planta alta.
—Bess, pídele a Kate que traiga a Gwenllian y a Hugh.
Bess lo hizo y luego regresó a la mesa al tiempo que Kate se dirigía rápidamente al piso de arriba.
—¿Crees que estaba escuchando? —preguntó Lucie.
Bess introdujo firmemente el corcho en la jarra y se estiró la falda.
—Kate es honesta y trabajadora, lo sé, pero no es lo suficientemente inteligente para darse cuenta de lo mucho que podrían lastimarte los chismes. —Se puso de pie cuando Gwenllian bajó corriendo ruidosamente del dormitorio. Kate la seguía, con Hugh en los brazos. Parecía preocupada cuando se lo entregó a Lucie.
—¿Qué sucede?
—Será mejor que suba, señora Lucie. La señora Filipa está recogiendo su ropa. Dice que se va.
Santa María madre de Dios, ¿en qué estaba pensando aquella mujer? Lucie le pasó Hugh a Bess y corrió a su habitación, donde, en efecto, la ropa de Filipa estaba amontonada en desorden dentro del pequeño arcón que había traído de Freythorpe. La anciana se paseaba y murmuraba para sí. Llevaba puesta la pequeña cofia de hilo con la que dormía y el pelo gris le caía sobre la espalda en mechones finos y enmarañados. Su enagua estaba arrugada, y tenía las piernas y los pies desnudos. La ropa que había usado aquel día todavía estaba colgada de un gancho en la pared.
—¿Tía? —dijo Lucie suavemente, sin saber si Filipa estaba despierta o dormida. La valeriana podía seguir haciéndole efecto, pero Kate había dicho que Filipa le había hablado y alguien tenía que haber metido toda la ropa en el arcón. Lucie llamó a su tía en voz más alta.
Filipa notó su presencia, se detuvo, miró su arcón y luego otra vez a Lucie.
—Fuiste muy amable al pedirme que me quedara, pero debo regresar a mi casa.
—¿Por qué? Tildy, Harold y todos los criados están allí. He enviado a Magda para que se ocupe de Daimon. ¿Qué más se puede hacer, tía?
—Tengo que estar allí.
A Lucie le dolía ver así a la en otro tiempo indómita Filipa. Le puso un chal de lana sobre los hombros.
—Ven a sentarte. Te cepillaré el pelo y te ayudaré a vestirte.
—¿Y luego nos iremos?
—Ya veremos. —Allí, junto a la cama, Lucie encontró el motivo por el que Filipa estaba despierta. Su taza de tisana seguía medio llena. Lucie la levantó y se la ofreció a su tía—. Bebe esto. Te calmará.
—No lo entiendes.
—Entonces dímelo.
—Olvido demasiadas cosas.
—Como has olvidado tomar esto.
Filipa cogió la taza y se bebió la valeriana con miel.
—¿Por qué no duermes hasta que estemos listas? —le sugirió Lucie. Ayudó a su tía a recostarse en la cama, la cubrió y salió silenciosamente del cuarto. Más tarde, volvería a sacarlo todo del arcón.