Capítulo 10

Math y Enid

Una perra pastor de patas cortas les ladró cuando subieron renqueando hasta la gran casa de piedra de la granja. Owen trató de recordar lo que Ranulf de Hutton le había dicho acerca de la casa de los padres de Cynog. ¿Acaso todo aquello se parecía a lo que él había descrito? ¿O sólo era que Owen esperaba que así fuera? No habían caminado mucho, pero sentía que estaba arrastrando a Iolo, no sólo sosteniéndolo. La cadera de Owen estaba empapada en sangre por la herida del costado, y sentía fuego en el brazo.

Una mujer salió de la casa mientras se limpiaba las manos con un trapo. Se protegió los ojos del sol para ver quién se acercaba y luego corrió hacia ellos. La perra la siguió, describiendo grandes círculos alrededor de los dos hombres mientras ladraba. La cabeza de Owen le estallaba.

—Le he dicho a Math que había oído gritos en el bosque —dijo la mujer en galés—. ¡Estáis heridos!

—Hemos sido atacados por tres hombres —dijo Owen—. íbamos de San David a la casa de la familia de Cynog, el albañil.

—¿Y qué queríais de ellos?

—Deseo averiguar quién mató a su hijo.

—Entrad. —Hizo alejarse a la perra y los condujo al interior de la casa, hasta una gran cama encajonada.

Iolo se dejó caer sobre ella.

Owen se sentó en el borde.

—Si me acuesto, creo que no me levantaré nunca.

—Entonces me ocuparé de vos mientras os sentáis junto al fuego —dijo la mujer—. Vuestro amigo… Está muy callado.

—No quiero maldecir delante de vos. —La voz de Iolo sonó ronca.

Owen se levantó con un esfuerzo y colocó un banco junto a la pared para poder sentarse y apoyar la cabeza. Pensó que podría cerrar los ojos mientras la mujer curaba a Iolo. Se despertó cuando ella le tocó la manga.

—Debéis sacar el brazo de ahí dentro. —Ayudó a Owen a quitarse sus ropas de cuero y lino. Él hizo una mueca de dolor cuando la tela se despegó de las heridas del antebrazo y del costado, pero lo que más dolor le provocó fue levantar el brazo derecho, aun con ayuda de la mujer. Un brazo roto lo volvería inútil con un arco, por segunda vez en su vida. Buscó algo que lo distrajera—. ¿Conocéis a la familia de Cynog? —preguntó Owen.

—Soy su madre —dijo la mujer suavemente—. Que Dios os bendiga por preocuparos por cómo murió mi hijo.

—Era un hombre bueno y con talento.

Ella recorrió una larga cicatriz que había en el hombro de Owen.

—Por vuestras cicatrices, veo que ésta no es la peor herida que habéis sufrido.

Después de pasar tanto tiempo sin una mujer, Owen encontró turbador su contacto.

—¿Y el brazo? ¿Está roto?

Recorrió la parte superior con las manos, presionando aquí y allí, moviéndolo suavemente.

—Está hinchado, pero no noto ningún hueso fuera de lugar. —El rostro de la mujer estaba iluminado desde abajo por el fuego, y el pañuelo blanco con que tenía recogido el pelo arrojaba sombras desde arriba. Owen no le vio arrugas; su cara era lisa y agradable. No parecía tener edad suficiente para ser la madre de Cynog. Ella apartó la ropa sucia y acercó una lámpara para examinarle las heridas—. No son profundas. —Volvió a tocarle el brazo—. Torcerse un brazo en el sentido contrario puede doler tanto como una rotura, lo sé. Os limpiaré las heridas, las vvendaré y luego os ataré el brazo contra el cuerpo para inmovilizarlo. Eso contribuirá a la recuperación. —Se apoyó sobre los talones, se puso de pie y revolvió dentro de un gran arcón junto a la cama.

—¿Iolo duerme? —preguntó Owen cuando ella regresó con tiras de tela.

—Sí. —Ella permaneció un rato en silencio, empapando en agua uno de los trapos—. Iolo —dijo, mientras untaba otro paño con un ungüento aceitoso—. ¿Y cuál es vuestro nombre?

—Owen.

—Yo soy Enid. Mi marido es Math. Lo siento, pero tendréis que levantar el brazo para que pueda limpiar la herida del costado.

Owen contuvo la respiración mientras trataba de hacerlo. No podía mantenerlo arriba. Enid arrastró la única silla con respaldo y lo ayudó a levantar el brazo y apoyarlo sobre él. Su tacto era suave.

—¿De qué conocíais a mi hijo?

—Cynog estaba tallando una tumba para el padre de mi esposa. En San David.

Enid sonrió con tristeza.

—Mi hijo me habló de ello. Estaba muy orgulloso de esculpir la tumba de un hombre bendecido con una visión de santa Non. ¿La terminó?

—No.

Enid no dijo nada por un momento, su respiración era desigual, como si estuviera llorando.

De no ser por sus heridas, Owen la habría tomado en sus brazos. Pero Dios lo protegía. No iba a insultar a aquella mujer amable de aquella manera y en casa de su esposo. ¿Y dónde estaba el esposo? Como estaban dentro de la casa oscura y llena de humo, Owen no tenía ni idea de qué hora podía ser.

—¿He dormido mucho?

—No mucho. Le he vendado el tobillo a Iolo y le he dado una bebida para aliviarle el dolor. Sostened esto contra la herida. —Owen sostuvo un trapo con ungüento mientras Enid lo aseguraba con una larga tira alrededor de la cintura—. Es una ssuerte que seáis delgado. —Metió el extremo. Le ayudó a bajar el brazo y alejó la silla. Se dijeron poco mientras ella le limpiaba y vendaba el brazo, luego se lo sujetó al costado. Cuando terminó, le puso una áspera camisa de lana—. Debo lavar la vuestra.

—Por favor, puedo hacer eso cuando regrese a San David.

—¿Tenéis caballos?

—Los teníamos. Nuestros atacantes se los llevaron.

—Entonces vuestra camisa se arruinará si no se lava antes de que volváis a San David. Pasará un tiempo antes de que vuestro amigo pueda recorrer esa distancia.

—Tengo amigos en la ciudad que saben que debo estar de vuelta mañana a mediodía. Vendrán a buscarnos.

—A menos que vuestros atacantes también los esperen.

Owen ya había pensado en eso.

Enid estaba frente al fuego, donde revolvía algo que estaba dentro de una gran olla. Owen, al oler hierbas y potaje, se dio cuenta de que estaba hambriento.

—¿Conocíais a los hombres que os atacaron en el bosque? —preguntó ella.

—No.

Un hombre entró en la casa. Tenía el pelo blanco y profundas arrugas alrededor de la boca y los ojos.

—Math, mi esposo —dijo Enid.

Math acercó la silla a Owen y se sentó con un suspiro cansado.

—¿Qué hizo Cynog para que alguien lo colgara y tratara de matar a su amigo? —Parecía mucho mayor que su esposa, desde luego, lo bastante para ser el padre de Cynog, y sus ojos eran muy parecidos a los de su hijo.

—No lo agotes —dijo Enid.

—He venido aquí con la esperanza de que pudierais nombrarme a sus enemigos.

Math meneó la cabeza.

—No conocimos a ninguno. Estábamos muy complacidos cuando se convirtió en aprendiz en San David. Nuestro único hijo, tan cerca de nosotros. Ahora pienso que hubiera sido mejor que se hubiera marchado lejos… —Inclinó la cabeza sobre sus manos cruzadas, que estaban llenas de nudos e hinchadas—. Que lo hayan colgado… es una forma deshonrosa de morir. Como si fuera un criminal. Mi hijo era un hombre honesto, un hombre pacífico.

Owen permaneció en silencio durante un rato.

—¿Venía con frecuencia por aquí?

—No sé lo que es con frecuencia —dijo Math con la voz de alguien que está cansado de pensar.

—Durante un tiempo vino todos los meses —dijo Enid—. Pensé que debía agradecérselo a Glynis, al consejo de una mujer. Pero incluso después de que ella le rompiera el corazón, siguió viniendo todos los meses, el día siguiente a la luna llena.

—Ella no lo merecía —dijo Math.

—Lo mataron dos días antes de una visita —dijo Enid en voz baja.

—Siento mucho pediros que recordéis todo esto —dijo Owen.

Math se inclinó para rascar a la perra, que se había tumbado a sus pies.

—Nunca dejamos de pensar en nuestro hijo, capitán Archer.

Owen se sintió reprendido, aunque entendía que no era la intención de Math.

—¿Por qué Cynog venía después de la luna llena?

Enid sacudió la cabeza.

—Nunca hablamos de ello.

—¿Traía a Glynis con él? ¿O a alguien?

—Glynis. —Enid siseó el nombre—. Nunca la conocimos. Ni tampoco a ninguno de sus amigos. ¿Creéis que alguien lo mató para impedirle que viniera aquí?

—No digas tonterías. —Math se masajeó las hinchadas articulaciones de su mano derecha—. ¿A quién le iba a preocupar que un albañil visitara a sus padres?

—¿Creéis que tenía algo que ver con sus visitas? —preguntó Owen a Enid.

—Creo que tiene que ver con ese hombre a quien la gente llama el Redentor —contestó ella.

—¡Mujer!

—¿Owain Lawgoch? ¿Cynog habló de él?

—Hubo un tiempo en que lo hizo. —Enid pasó por alto la cara de su esposo—. Pero últimamente sólo hablaba de su trabajo. Y de la traición de Glynis. La amaba con toda el alma. —Desvió la mirada, ahogada en sus propias palabras.

—Era demasiado sensible, el muchacho —dijo Math—. Cuando le ahogué los cabritos no me habló durante días. —Sacudió la cabeza al recordar—. Pasión. Pasión insensata. Eso sentía por esa mujer.

—¿Cómo lo sabéis?

—Por la forma en que hablaba de ella. —Math miró a Owen con ojos cansados—. «No puedo vivir sin ella», decía. Es pecaminoso pensar esas cosas.

El viaje podría ser la clave. ¿Quizá lo mataron por algo que había hecho, porque se encontró con alguien en el camino, a la luz de la luna?

—Cuando el tiempo era lluvioso y no había luna, ¿seguía viniendo?

—Sí —dijo Enid.

—¿Y no tenía problemas en el bosque? ¿Nunca llegó herido? —preguntó Owen.

—¿Por qué iba alguien a atacar a los viajeros cerca de nuestra granja? —Math sacudió la cabeza—. Poca gente pasa por aquí.

—Entonces, ¿qué estaban haciendo hoy tres hombres armados en el bosque?

—Debieron de seguiros a vos y a Iolo —dijo Enid—. Vamos, tenéis que comer algo y luego descansar.

* * * * *

La perra pequeña y robusta que se creía guardiana estaba echada junto a Owen con sus cortas patas encogidas, disfrutando del calor del fuego cubierto de ceniza. Enid y Math estaban acostados en unos jergones frente a Owen. Iolo seguía dormido en la cama encajonada en la esquina más alejada. La lluvia caía suavemente sobre el techo y lo hacía en ritmos discordantes por dos puntos invisibles sobre ellos. La pálida luz que se colaba por las aberturas de las puertas sugería que estaba amaneciendo. El dolor consumía a Owen. Los cardenales habían ido apareciendo poco a poco. Eran profundos dolores que convertían cada movimiento en un recuerdo desagradable de la emboscada. El hecho de que pudiera seguir dormitando era un tributo a lo agotado que había estado aun antes de esa última desventura. Owen se estaba quedando dormido cuando la perra levantó la cabeza, con las orejas tiesas y los ojos en la puerta, y comenzó a gruñir.