Owen y Jared salieron del valle que cobijaba San David, un lugar tan profundo que la torre del campanario de la catedral era invisible desde el mar y desde otros muchos puntos a excepción de las colinas más altas que rodeaban la ciudad. Caminaron lentamente, deteniéndose aquí y allá, esperando despistar a eventuales perseguidores torpes. Iolo, Sam, Edmund y Tom iban separados, dos delante, dos detrás, atentos a cualquier agitación detrás del señuelo. Cuando llegaron a la cima rocosa de la colina, Owen se sintió vigorizado por un viento cortante, cargado de sal. Las gaviotas chillaban en lo alto, las olas rompían contra los acantilados. A medida que los dos descendían hacia Porth Clais, el puerto de San David, el rumor y el crujido de varios barcos anclados en la marea alta se unían a la general armonía.
Lo que más apremiaba a Owen era hablar con Martin Wirthir, averiguar qué sabía sobre Cynog y cuán involucrado había estado el albañil en las maniobras de Lawgoch. La última vez que Owen había necesitado a Martin Wirthir, se habían encontrado en Clegyr Boia, un monte situado más allá de los muros de San David. Martin tenía un escondite dentro de las ruinas del antiguo fuerte que dominaba la cima del monte. Owen dudaba de que el flamenco fuera a estar allí entonces. La mejor defensa de su amigo era la invisibilidad y pocas veces permanecía en un mismo sitio mucho tiempo; pero mantenía vigilado Clegyr Boia para poder saber si alguien lo buscaba allí. Y quién lo buscaba. El problema era que si los guardias de Rokelyn estaban tras Owen, él podría conducirlos sin saberlo a una de las personas más buscadas. ¿Podría creer Rokelyn que Owen y Martin eran sólo amigos y no secuaces políticos?
De aquel modo, comprobando si el arcediano lo hacía seguir a Porth Clais, Owen estaba poniendo a prueba la palabra de Rokelyn. Luego decidiría si buscaba a Martin Wirthir o no.
El capitán Siencyn no estaba en la zona de los muelles. De hecho, para ser una mañana tan clara, todo estaba muy tranquilo. En la parte más occidental de la cala, algunos pescadores trabajaban en sus redes. Dos niños jugaban bajo la mirada atenta de un anciano que esquivó los ojos de Owen. Cerca de allí, una mujer estaba de pie, en silencio, mirando el mar. Llevaba una pesada capa con la capucha echada hacia atrás. Tenía el pelo trenzado fuertemente alrededor de la cabeza.
—Es Glynis —dijo Jared—. Se dice que es la amante de Piers el marinero.
—El Señor os acompañe, señora —dijo Owen en galés, esperando que aquello la tranquilizara. Tuvo que levantar la voz para que pudiera oírlo por encima del rugido del mar—. ¿Sabríais decirme dónde puedo encontrar al capitán Siencyn?
La mujer se volvió y señaló hacia la cima de la roca. Al principio, Owen no vio nada, luego sus ojos divisaron una edificación de piedra incrustada en un saliente.
—El sendero comienza a vuestras espaldas —dijo la mujer. Sin esperar a que él le diera las gracias, se recogió la falda y se alejó corriendo hacia los pescadores.
—Se diría que nos han salido cuernos —dijo Jared—. La gente era más cálida hace algún tiempo.
—Antes de que yo llegara.
—Sí —dijo Jared, distraído. Estaba mirando la cima del acantilado—. ¿Esa cabaña? ¿Es ahí donde nos ha indicado que vayamos? —Él no entendía el galés.
—Así es. —Owen estudió el sendero pronunciado y sinuoso. Desde que había perdido la vista del ojo izquierdo, no le gustaba caminar por senderos estrechos sobre acantilados. Su pprecisión para calcular la profundidad y la distancia había mejorado en aquellos diez años, pero la duda seguía presente. ¿Cuándo se conformaría con no ser perfecto? ¿Por qué Dios lo ponía constantemente a prueba?
—¿Capitán? —Jared, que se había adelantado, lo llamó desde arriba.
Owen comenzó el ascenso. El sendero no era tan precario como parecía desde abajo. Estaba bien marcado, con lugares de apoyo para los pies. Evitó mirar hacia abajo y, en unos momentos, llegó a un saliente donde ralas briznas de hierba se erguían valientemente contra la brisa salada. La cabaña era una estructura vacilante, tres paredes de rocas sueltas apiladas cercando la ladera de la colina, y un techo de tierra herbosa que parecía ir a desplomarse sobre ellos. Un hilo de humo salía por la puerta baja de la casucha y por las numerosas grietas en las rocas.
Jared se inclinó y espió por la puerta.
—Capitán Siencyn —llamó.
—¿Quién me busca? —gruñó un hombre como respuesta.
Jared dio un paso al interior. Owen lo siguió.
El cuarto estaba apenas iluminado por un fuego humeante y un farol cerca de la puerta. Parpadeando contra el humo y la repentina oscuridad, Owen sintió que era un blanco perfecto para cualquiera cuyos ojos estuvieran acostumbrados a la penumbra. Poco a poco distinguió a un hombre corpulento que estaba sentado en medio del cuarto, con los pies descalzos apoyados sobre una piedra tan cerca del fuego que era un milagro que sus medias no se hubieran achicharrado. A un lado tenía un enorme gato y al otro, los restos de una comida. Detrás de él había una cama de madera cubierta con una sábana. Cómo la habría subido por el sendero, se preguntó Owen. El capitán Siencyn levantó la cabeza lentamente y asintió con pereza. La luz del fuego confería a sus pesados rasgos un aspecto amenazador. La mueca que le dedicó a Jared como saludo no hizo nada por suavizar aquel efecto, pero cuando, repentinamente, sonrió, se produjo una drástica transformación. Parecía casi infantil.
—Jared, muchacho. Me has evitado la molestia de la subida y la bajada. —Hablaba en inglés, sin acento galés. Con aquel nnombre flamenco, probablemente fuera de los alrededores de Haverfordwest.
—Capitán Siencyn, éste es el capitán Archer —dijo Jared, dando un paso a un lado.
—¿Ah, sí? —Siencyn estiró el cuello hacia delante y miró a Owen con ojos entrecerrados—. El parche, sí, me lo han comentado. —Retiró los pies de la piedra, enganchó con un pie un banco cercano y lo arrastró hacia el fuego—. Sentaos. Tengo algo que deciros.
Owen se sentó cerca de su anfitrión, pero evitó la proximidad del humeante fuego. Jared se retiró a la puerta.
Siencyn miró a Jared y sacudió la cabeza, luego volvió a acomodar los pies para que les llegara el calor.
—¿Cuándo zarpamos? —preguntó Owen, atrayendo la atención de Siencyn otra vez hacia él.
—No zarparemos —dijo Siencyn—. Tendréis que buscaros otro barco.
—Queréis más dinero —supuso Owen.
El hombre meneó la cabeza.
—No tiene nada que ver con el dinero. No viajaré durante un tiempo. —Levantó el mentón como si provocara a Owen a protestar.
—¿Se trata de vuestro hermano? —preguntó Owen.
Los pies de Siencyn golpearon el suelo.
—¿Por qué preguntáis por mi hermano?
—Lo acusan de asesinato. Es lo que se dice en la ciudad.
Siencyn resopló.
—No soy el guardián de mi hermano.
—Me alegro de oír eso. Aun así, quizá podamos llegar a un arreglo.
—¿Para quién trabajáis?
—Aceptasteis llevarnos.
—¿Por qué habría de navegar con alguien que no responde a mis preguntas?
—El arcediano Rokelyn quiere saber por qué Cynog fue ejecutado. Pero yo preferiría viajar a Inglaterra.
Siencyn gruñó.
—Esos religiosos con ojos pequeños como cuentas… Pensé que seríais la clase de hombre a quien esos tipos le gustan menos que a mí. Sí, han encerrado a Piers. Necesitan un chivo expiatorio.
—¿Decís que vuestro hermano es inocente?
Siencyn sonrió con afectación.
—No es una palabra que se use con frecuencia para describir a mi hermano. Pero no se me ocurre por qué iba a colgar a un hombre, y mucho menos a ese albañil.
—Entonces, ¿por qué lo han escogido como chivo expiatorio?
—Porque está loco por una mujer. Pero esta vez se ha comportado más tontamente que de costumbre. Lo vieron en el cuarto del muerto un día o dos antes del asesinato.
—¿Con Cynog?
Siencyn lanzó un resoplido que hizo que el gato levantara la cabeza.
—Piers estaba registrando el cuarto de Cynog en busca de una prueba de que su dama había estado con el albañil. No iba a invitar a Cynog para que lo acompañara. —Siencyn acarició al gato para calmarlo.
Owen notó que la mano del hombre temblaba levemente.
—¿Cynog era el rival de vuestro hermano? —preguntó Owen.
—Él considera que todos los hombres lo son.
—Pero registró el cuarto de Cynog.
—¿Y cuántos otros debe de haber registrado sin que lo pillaran?
A Owen el comportamiento de Siencyn le pareció incoherente. Primero, hostil; luego, colaborador. Primero, específico, y luego, vago. Arrastraba algunas palabras para dar la impresión de estar bebido, pero sus ojos eran agudos, y su respiración, firme. La mano era la que parecía nerviosa.
—De modo que vuestro hermano fue atrapado en el cuarto de Cynog. ¿Qué sucedió entonces?
—Fue y se emborrachó hasta quedarse dormido, eso sucedió. Mientras el ojo que le habían puesto negro y la nariz ensangrentada adquirían colores encantadores. Es sutil, mi hermano.
—¿Pudo demostrar que ella le había sido infiel?
—No. Y él tenía un aspecto tan penoso que ella le perdonó la desconfianza con una caricia y un beso.
—Alguien no lo perdonó. Alguien debió de contarle al arcediano la intromisión de vuestro hermano.
—Sí. También dicen que el asesino ató la soga al árbol con un nudo marinero, lo cual demuestra que Piers es culpable. Aquí estamos prácticamente rodeados de agua. ¿Se supone que mi hermano es el único navegante de la zona? ¡Bah!
—Si Piers no mató a Cynog, ¿quién lo hizo? ¿Lo sabe? ¿Sospecha de alguien?
Siencyn meneó la cabeza.
—No puede salvarse con eso, es una lástima.
—¿Tiene enemigos? ¿Alguien quiere que sufra?
—Eso sería muy complicado para la gente sencilla.
Owen abandonó el hilo de la conversación.
—¿Tenéis un plan para liberar a Piers?
—Es posible. Mientras tanto, no le empeoraré las cosas. Rokelyn os ha prohibido embarcaros antes de descubrir al asesino de Cynog. Ayudaros a partir pondría a Piers en peligro.
—Fingisteis no saber para quién trabajo.
—En según qué momentos, es sabio poner a prueba la honestidad de un hombre.
—¿En según qué momentos?
—¿Quién se está haciendo el tonto ahora? Owain Lawgoch está reuniendo un ejército de galeses infelices financiado por el rey de Francia. Cualquiera de vosotros podría ser traidor al rey Eduardo.
—¿Y vos no?
—El rey Eduardo de Inglaterra recibió de buena gana a mis compatriotas en esta bella tierra. ¿Por qué habría yo de traicionarlo?
—Los hombres tienen sus propias razones para apoyar estas causas.
—La traición se castiga con la muerte. Para mí, ésa es razón suficiente para evitarla. —Siencyn miró a Owen con ojos entrecerrados—. Pero tal vez, como sois galés, lo veis de otra manera.
—Mis preguntas os cansan —dijo Owen, poniéndose de pie—. Enviad a buscarme si cambiáis de opinión.
—¿Sobre la traición? —preguntó Siencyn con una mueca.
Owen no iba a permitir que lo provocaran.
—Sobre el viaje —dijo llanamente.
Siencyn se rió.
—Adiós, capitán Archer.
Jared tuvo el buen criterio de guardarse sus pensamientos mientras bajaban a la playa.
Owen había estropeado la discusión al permitir que Siencyn la controlara, y se sentía muy decepcionado. Había esperado encontrar a Glynis antes de que ella hablara con Siencyn, pero no estaba por ninguna parte y, al parecer, nadie en Porth Clais sabía dónde se encontraba. Algunos incluso negaron que hubiera estado en la playa horas antes.
—Estoy seguro de que no están mintiendo por Piers —murmuró Owen cuando subían la cuesta hacia San David.
Edmund se reunió con ellos, con aspecto igualmente descorazonado.
—Entonces, ¿qué has visto? —preguntó Owen, sin esperar nada.
—Un cura nos ha seguido durante un tiempo, pero ha regresado a la ciudad cuando habéis desaparecido en la cabaña del capitán.
—Bien. —Por fin tenía algo de suerte.
Edmund se rascó la cabeza.
—¿Bien? Pensaba que os preocuparíais.
—Rokelyn sabrá que estoy trabajando en ello. ¿Has reconocido al vicario curioso?
—Era Simon, el secretario del arcediano Baldwin —dijo Iolo, que se les había acercado tan silenciosamente que los tres se dieron la vuelta sorprendidos y sacaron sus dagas. Hizo una mueca—. No creía que fuera una mala noticia.
Jared lo maldijo.
Owen se detuvo en la cima del acantilado, mirando hacia el valle de San David, recordando la discusión que había oído la noche anterior.
—¿Qué le puede importar al arcediano Baldwin adónde voy?
—Quizá no tenga nada que ver con el arcediano —dijo Iolo—. El padre Simon se nombró a sí mismo emplazador de San David. El obispo Houghton no se ha molestado en destituirlo.
Lo cual significaba que observaba la moral de las comunidades clerical y laica. Y por ello Rokelyn decía que era una comadreja.
Edmund rió.
—De modo que pensó que os atraparía en una cita con una bella doncella, capitán.
—Sería muy tonto por mi parte pensar eso. —Owen se arrepintió de sus palabras en cuanto las hubo pronunciado. Edmund inclinó la cabeza y desvió la mirada. Una disculpa empeoraría las cosas. Llegaron a la puerta de San Patricio—. ¿Sólo el padre Simon? —preguntó Owen—. ¿Ninguna otra sombra acechaba? Iolo y Edmund negaron con la cabeza.
—Iré a hablar con el marinero Piers —dijo Owen—. ¿Qué habéis averiguado sobre él?
—Teníais razón sobre el criado de Rokelyn —dijo Iolo—. Está ansioso por ayudar a un compatriota. Dice que hace algún tiempo a Piers lo hicieron bajar de un barco por ladrón. El jura que el delito lo cometió otra persona, pero nadie quiere contratarlo. Excepto su hermano.
—¿Y ahora ha sido injustamente acusado otra vez? Sin duda, debe de pensar que lo maltratan.
—Tenemos a nuestro hombre, ¿eh? —Edmund parecía esperanzado. Todos deseaban emprender el viaje.
—Ésa no es la cuestión —dijo Owen, esta vez con suavidad—. El arcediano Rokelyn quiere saber quién dio la orden de ejecutar a Cynog. Buscad a Tom y a Sam. Averiguad si nos ha seguido alguien más.
* * * * *
El marinero Piers no estaba en la cárcel oficial del obispo Houghton, en la mazmorra del castillo de Llawhaden, a un día de distancia desde San David. Lo habían confinado en un cuarto sin ventanas en la cripta del ala este del palacio del obispo. No era una mazmorra, aunque sí un lugar oscuro, húmedo y desagradable de todas maneras. Piers se parecía mucho a su hermano, pero era menos corpulento y más greñudo, esto último sin duda como resultado de su cautiverio. Estaba sentado cruzado de piernas en un rincón, pasándose una cuchara de una mano a otra. En el suelo, junto a él, había una lámpara de aceite.
—Me gusta ver llegar a las ratas —gruñó a modo de saludo. En inglés.
Owen lo saludó en galés y le explicó por qué deseaba ayudarlo si era inocente. Piers maldijo, nuevamente en inglés.
—¿No habláis galés? —preguntó Owen, todavía en su propia lengua.
—¿Por eso estoy aquí? ¿Porque prefiero hablar inglés? Por el amor de Dios, sé que podéis hablar inglés. He oído cosas sobre vos, ¿sabéis? Ibais a viajar en el barco de mi hermano para volver a vuestro hogar.
Owen se inclinó contra la puerta, después de decidir que era la superficie más limpia de la celda, y cruzó los brazos.
—¿Poniéndoos cómodo? —gruñó Piers—. ¿Queréis un refresco?
Owen percibió el olor a cerveza en la mezcla apestosa de sudor, humedad, orina y rata, y dijo:
—Ya habéis tomado algún refresco, ¿no es así?
—El padre Simon es generoso con la bebida, aunque eso sea lo único.
—Pensé que quizá vuestra díscola dama habría estado por aquí.
—¿Díscola? ¿Lo es? —Piers trató de mostrarse indiferente, pero no lo logró.
Owen eludió la pregunta.
—Habéis registrado el cuatro de Cynog.
—Y por eso seré recordado. —La risa de Piers sonó hueca.
—¿Por qué sospechasteis que Glynis había estado con Cynog?
—Él me odiaba por haberla alejado de él. Era un hombre desesperado.
Aquello era una novedad.
—¿Cynog era amante de Glynis?
—Seguramente os dijo eso la noche en que desnudasteis vuestra alma con él.
Owen sintió que una lluvia de aguijones se clavaba en su ojo ciego.
—¿Cuándo?
Piers parecía divertido.
—¿De modo que no sabíais que se ufanaba de haberse emborrachado con vos y de que le habíais contado toda vuestra vida? Veo que no. ¿Es una desagradable sorpresa que toda la ciudad se haya enterado de vuestra insatisfacción con el arzobispo Thoresby? ¿De vuestra bella esposa? ¿De lo tedioso que es trabajar en su botica? ¿De cómo…?
—¡Silencio! —gritó Owen—. No he venido aquí para ser aguijoneado por alguien como vos.
—¿Para qué habéis venido?
—Para averiguar si el arcediano Thoresby os ha acusado injustamente del asesinato de Cynog. ¿Qué esperabais encontrar en el cuarto de Cynog?
—Alguien lo había visto con Glynis.
—¿Quién os descubrió en la habitación?
—Ojalá lo supiera. Mi daga podría haber detenido todo esto. —Piers pinchó el aire con la cuchara.
—Entonces, ¿cómo supisteis que os habían visto?
Owen pensó que Piers vacilaba, pero fue algo tan breve que no estaba seguro.
—Al día siguiente se difundió el chisme.
—¿Qué esperabais encontrar?
—Su olor, por supuesto.
—¿Quién os dijo que Glynis había estado con él?
—No lo recuerdo.
—Seguramente…
—En una taberna, uno escucha con los ojos en el vaso, capitán. Alguien habló de ello, todos empezaron a burlarse de mí. Ahora me vendría bien un trago. Podríais haberme soltado la lengua con una jarra.
—¿Es eso lo que hizo el padre Simon? ¿Os soltó la lengua?
—No. Se regodeó al decirme que nadie había dado un paso para defenderme y que van a colgarme. —La voz de Piers se acalló cuando pronunció las últimas tres palabras.
—¿Y qué dijisteis a eso?
—Le pregunté por la posibilidad de que me juzguen mis iguales. Él sonrió por mi petición.
—Pero ¿no dijisteis más? ¿Su amenaza no provocó una confesión? ¿O una sugerencia de cómo podría encontrar pruebas de vuestra inocencia?
—Yo no tenía motivos para hacer daño a Cynog. Si Glynis pensaba regresar con él, que así fuera.
—Podéis decir esas cosas y aun así ser culpable.
—Nadie desea investigar. Pero hay alguien que va a defenderme.
—¿Quién podría ser?
—Ya lo veréis. Todos lo verán.
—Pero ¿no diréis quién es?
—Soy un hombre de honor.
Owen se incorporó.
—¿No tenéis nada más que decir en vuestra defensa?
—No.
—Entonces que Dios os acompañe.
—Últimamente el Señor se ha acordado poco de mí.
Owen tampoco estaba pensando en Piers cuando atravesaba el ala del obispo hacia el gran salón del palacio. Pensaba en Cynog. ¿Lo habría traicionado? ¿Habría revelado la conversación que mantuvieron? ¿De qué otra manera podía Piers conocer tantos detalles? Owen había creído que Cynog era un hombre de honor. ¿Acaso se había equivocado?