Desde la acera de enfrente, miraba la puerta de su casa. Se había asegurado que no la viera desde allí. ¿Qué podía hacer? Lucía no se había vuelto a poner en contacto con ella. No se atrevía a llamarla o enviarle un mensaje. Pero entonces, ¿cómo demonios haría? Llevaba más de una hora allí plantada, y nada. No la vio llegar, ni salir. ¿Y si se hubiera marchado fuera? Decidió esperar, un poco más.
Miró el reloj, ya había pasado más que tiempo suficiente, le dolía la espalda, se levantó del banco, y se marchó.
Su corazón empezó a latir sin control, cuando vio a Lucía esperando en la puerta de su casa. Se miraron sin decir palabra.
—Entra, por favor —le dijo en una súplica desesperada.
Lucía obedeció. Se sentó directamente y fijó su mirada en otra parte que no fueran sus ojos.
Malena lo hizo con todo el cuidado del mundo a su lado. No tenía ni idea por dónde empezar. Finalmente, hizo acopio de valor.
—Créeme, por favor. Siento asco de mí, por ser la causante de tu dolor. Pero yo también tengo derecho a vivir mi vida, igual que haces tú.
Lucía la miró sin comprender.
—¿Mi vida? Gira en torno a ti. Que esté casada, no significa que la tenga.
—¿Cómo que no? Yo solo soy un entretenimiento.
La miró atónita:
—¿Cómo? ¿Crees que solo me sirves para distraerme de una vida conyugal que no me satisface?
—¿Entonces, por qué lo haces?
—Creí habértelo demostrado, pero ya veo que ni siquiera te lo has planteado.
—¿Qué me voy a plantear? Sigues casada. Me llamas, nos vemos, por último me dejas, y sigues tu normalidad, como si nada. Yo me quedo esperando la próxima llamada, el siguiente mensaje. Mi vida es un aleteo a tu alrededor. A una señal tuya, chasqueas los dedos y ahí me tienes, rendida a ti. Y sí, tienes razón, ni siquiera me lo planteo.
—¿Sólo eres mi vía de escape?
—No, vives a través de mí, tu vida, la de verdad. La otra, es la que te asfixia, y que no sabes cómo sacudirte de encima. No somos más que dos cobardes.
Lucía sabía que tenía razón.
—Lucía, ¿tú sientes que engañas a tu marido, o quizás llegas a pensar que me engañas a mí? —Malena fijó su mirada en sus ojos.
—¿Me estás pidiendo que lo deje todo?
—No me atrevería, es decisión tuya. ¿Y sabes quién puede ayudarte?
—¿Quién?
—Tus sentimientos.
Lucía sintió como dagas cada una de las palabras.
—Tú te has dejado guiar por ellos, ¿no?
Malena no contestó.
—Supongo que ha llegado el momento de retirarme de escena —dijo Lucía levantándose.
—Yo no lo quiero.
—¿Y qué es lo que quieres entonces?
—Sólo lo que quieras tú.
—¿Vas a repartir tu tiempo entre las dos?
Malena sabía que se lo estaba poniendo difícil aposta, se lo merecía.
—Podrías enseñarme.
No quería atacarla, pero no pudo evitarlo. Lucía la miró con reproche y dolor. Se fue a la puerta y se marchó.
Se sentó desesperada. No tenía ni idea cómo arreglarlo. Antes de que su cabeza empezara a dar vueltas, salió a la calle.
Acababan de hacer el amor, y Carol, la miraba con cariño. A Malena se le clavaba en pleno corazón. Dudaba si decírselo o esperar, no quería estropear esta relación tampoco. Se había convertido en su refugio, dónde nadie la reprochaba nada. Era consciente de que no estaba siendo justa, y Carol no se merecía ninguna mentira, pero no tenía el valor suficiente, y los días transcurrían ajenos a lo demás. Y aparte, ahora sí que estaba segura que lo suyo con Lucía, había acabado definitivamente.
Carol y ella pasaban más tiempo juntas. La complicidad era total. Y algo especial las unía.
De vez en cuando asistían a algún concierto. Malena fingía dormirse cuando Carol la miraba. Esta la pellizcaba suavemente, siguiéndola el juego.
Escapadas al campo, películas hasta las tantas, cenas con amigos. Sentía que estaba viviendo su propia vida, y lo disfrutaba plenamente. Pero lo que disfrutaba de verdad, era cuando iba a buscarla a la escuela de música, y escuchaba tocar a Carol. Se sentaba a hurtadillas en la última fila de la clase y se quedaba embobada contemplándola. No sabría describir la sensación que le producía, le hacía sentir escalofríos, era capaz de transmitirle su pasión por la música.
El tiempo que pasaban juntas en casa, siempre había música clásica acompañándolas. Malena se había acostumbrado, hasta el punto de que cuando estaba sola, de vez en cuando le gustaba escucharla.
Pero no podía dejar de pensar en Lucía. Hacía más de un mes que no sabía nada de ella. Supuso, no sin pena, que había dado por terminada la relación ella también. Más de una vez, estuvo a punto de arriesgarse a enviarle un mensaje, pero decidió que lo mejor, era dejar las cosas como estaban.
Aún así, no pudo evitar apostarse de vez en cuando en su casa, bien escondida y esperar inútilmente a tener la suerte de verla. La echaba de menos, pero no podía hacer otra cosa, sólo eso, añorarla.
Tomó la decisión de concentrarse en su relación con Carol. Habían llegado a un punto de solidez y complicidad absolutos.
—Los inviernos en Canadá, son muy fríos —comentaba Carol.
—Debe nevar mucho.
—Sí, hay compañeros que han pasado las vacaciones de invierno, y dicen que caen unas nevadas muy fuertes. Qué bonito, ¿no? Saber que vas a pasar unas Navidades blancas.
—¿Allí también se besan bajo el muérdago? —Carol sonrió—. ¿Sabes una cosa? Estoy convencida de que vas a tener tu beca —la besó, entregándole su corazón.
Y así transcurrieron dos meses, en los que no olvidó a Lucía.
Estaba tan ilusionada, que casi no podía esperar a decírselo. Lo había comentado un compañero de trabajo y rápidamente se puso a buscarlo. Le pareció muy curioso y divertido. Estaba convencida de que a Carol le encantaría. Hizo la reserva sin pensarlo.
—Malena, ¿puedes estarte quieta?
—Lo estoy —dijo sorprendida.
—No has parado un minuto desde que llegamos de comprar. Y será mejor que dejes ese cuchillo, te vas cortar. ¿Qué te ocurre?
—Nada.
—¿Te apetece salir?
—No, prefiero estar aquí solitas cocinando —la cogió por la cintura, besándola.
—En serio, dime qué te pasa, cariño —acarició su mejilla.
—¿Por qué crees que me pasa algo?
—Estás inquieta, pareces una cría, no paras un minuto.
—A lo mejor me calmo si me ayudas tú.
Carol sonrió:
—Eso tendrá que esperar —se soltó y siguió con las verduras.
Malena la observaba preparando la comida. La ventana abierta dejaba pasar el sol, que le daba de frente. Iluminaba su rostro, haciendo que su pelo fuera más rojo todavía, realzaba sus pestañas y sus preciosos ojos verdes parecían brillar. Carol giró la cabeza y la miró sonriendo.
—No me mires así, o no respondo.
—Ponte a pelar patatas, anda.
—Así me gusta, que seas romántica —contestó Malena con un tono de resignación que hizo reír a Carol.
—Me encantan tus guisos, eres una cocinera estupenda —comentó Malena al terminar de comer. Carol fue a levantarse para quitar la mesa.
—No, por favor. Ya me encargo yo de recogerlo todo. Tú ponte cómoda —la llevó al sofá y le hizo sentarse—. ¿Un café?
Carol la miraba sin entender nada.
—¿Es que no puedo ser amable?
Al poco salió con una bandeja, la dejó en la mesa y se sentó a su lado. Empezó a servirla.
—Gracias —dijo cogiendo su taza—. Pero ¿sólo uno? ¿Por qué?
—Tienes que dormir bien.
—¿Cómo qué tengo que dormir bien?
—No quiero que pases mala noche —sonrió.
—¿Y por qué iba a pasarla? Además, voy a dormir contigo, así que.
—Sí, y precisamente. Nada de sexo a deshoras, luego estamos todo el día echas polvo.
—Bueno, eso es muy discutible —la besó en el cuello—. ¿Me rechazarías? —Le susurró al oído.
—No haría falta, dormiría en la otra habitación.
—Eso, no te lo crees ni tú. ¿Y a qué viene todo esto, hablando de todo un poco?
—Mañana tenemos que madrugar.
—¿Para qué?
—Sorpresa.
—¿Qué sorpresa?
Malena sonrió al ver su cara.
—Las sorpresas no se cuentan, si no, no lo serían.
—Por favor —dijo apoyándose en su hombro.
—Soy inflexible.
—Vale, está bien. ¿Una pequeña pista?
—No, y ahora termina tu café.
Carol apuró su taza, la volvió a dejar en la mesa.
—¿Entonces nada de sexo esta noche?
—No.
—Pues entonces habrá que solucionar eso, ¿y qué mejor que ahora? —Dijo cogiendo su mano y obligándola a levantarse. Tenía una sonrisa traviesa. Malena hizo que miraba el reloj—. ¿Te parece bien? —Le preguntó camino de la habitación.
—Sí, buena hora, muy buena.
Esa noche cenaron pronto, querían preparar la maleta.
—¿Qué me llevo?
—Pues no mucho, no creo que te haga falta.
—¡Ah! ¡Vamos a una playa nudista!
—Frío, frío. Con algo para cambiarte es suficiente.
No pudo evitar sonreír al imaginar la cara que pondría cuando viera donde la llevaba.
—¿Sabes que eres mala?
—¿Yo, porqué?
—Sí, muy mala.
—¿Y sabes que me encanta?
Carol le tiró una camiseta.
Todavía no había sonado el reloj, y Carol ya estaba despierta. Besó dulcemente a Malena y la abrazó por detrás.
—Despierta mi amor, tenemos que ir a no sé dónde.
—¿Ha sonado la alarma? No la he oído.
—Está a punto de sonar.
—¿Qué hora es?
—Son, las siete menos cuarto.
—Pero cariño.
—No puedo esperar más. Me voy duchando mientras terminas de despertarte. La volvió a besar y fue hacia el cuarto de baño.
Cuando salió, Malena ya estaba de pie, cerraba su maleta.
—Me ducho en un minuto y desayunamos por el camino, ¿te apetece?
—Muy bien —se dieron un beso.
Mientras se duchaba Carol echó un vistazo, no quería dejarse nada.
—Un sitio precioso para una casa rural —dijo aposta Carol, mirando el paisaje por la ventanilla del coche.
—No vas a conseguir nada, y sí, es un sitio muy bonito.
Carol la pellizcó suavemente.
Siguieron unos kilómetros más y dejaron la carretera general para coger un camino asfaltado que daba a unas verjas. Malena detuvo el coche, bajó la ventanilla y pulsó el timbre. Alguien contestó al otro lado, Malena dio los datos y las puertas de hierro se abrieron.
—¿Dónde estamos?
—Ya falta muy poco para que lo sepas.
Avanzaron un poco, y volvió a detener el coche.
—¿Por qué nos paramos?
Malena se giró, hacia ella, inclinándose un poco, y la miró:
—Quiero que me prometas que vas a cerrar los ojos, y no los abrirás hasta que yo te lo diga.
—Te lo prometo.
Malena no pudo resistir la tentación y la besó.
—Bien, ahora cierra los ojos.
Carol obedeció. Oyó como empezaban a moverse, y tras unos minutos se volvieron a parar.
—Ya puedes abrirlos.
Carol abrió los ojos, y en un principio, no sabía exactamente lo que veía. Se fijó: unas extensiones considerables de césped pulcramente cortado y cuidado, se extendía hasta los límites de la gravilla que daba a unas escalinatas que conducían a una puerta de hierro negro, muy bonita.
Una valla de piedra infinita que se perdía a la vista, rodeaba lo que supuso que era un hotel. La fachada era de ladrillo rojo, de diez pisos y sus ventanas blancas llenas de tiestos con flores, le daban un aspecto acogedor.
—Me gusta —comentó Carol—. ¿Pero dónde estamos?
—Vamos a verlo —dijo bajando del coche.
No habían siquiera sacado las maletas del maletero, cuando un mozo de cuerda, con un gracioso y pintoresco bigote, se acercó.
Vestía un uniforme azul, una gorra y una pequeña carretilla de madera. Se llevó la mano a la visera de la gorra.
—Bienvenidos, no se molesten, yo me ocuparé de su equipaje. Síganme, por favor.
Carol miró a Malena, su cara reflejaba la sorpresa que sentía. Malena sonrió satisfecha. Carol la cogió de la mano y siguieron al extraño personaje.
Subieron la pequeña escalera y no hizo falta llamar.
Un hombre vestido con un traje impecable les dio la bienvenida. Su chaqueta, sus pantalones perfectamente planchados y sus relucientes zapatos, y sobre todo su pelo engominado y con raya en medio perfectamente alineada, le daban un aire antiguo.
—Pasen por favor —dijo invitándoles a pasar.
—Sean bienvenidas. Esperamos que su estancia sea lo más grata posible, haremos cuanto esté en nuestras manos, para que así sea.
Les condujo a un mostrador y llamó a un timbre de los que tantas veces habían visto en las películas.
Al momento, una chica vestida con un traje hasta los pies, con cuello calado, que sujetaba un camafeo, y mangas de farol, salió por una puerta. Llevaba el pelo recogido en un moño.
—Buenos días —dijo amablemente—. Tengan la bondad de firmar aquí, por favor.
Mientras Malena se encargaba del trámite. Carol observaba todo con curiosidad.
Una señora de la limpieza, pasaba el plumero, a una lamparilla de mesa. También llevaba un traje de época, la miró y la sonrió amablemente. Carol correspondió al saludo. De repente salió del ascensor una pareja. El hombre llevaba un frac y lucía una chistera, la mujer llevaba una falda larga, una blusa blanca de puntillas y un elegante sombrero, en la mano una sombrilla. El hombre se quitó el sombrero y les saludó, la mujer inclinó la cabeza.
—¿Qué te parece? —Dijo Malena mirando pasar a la pareja y respondiendo a su saludo.
—¿Pero dónde estamos? —Dijo mirando a su alrededor.
—Lo iremos descubriendo poco a poco. Yo tampoco lo sé muy bien.
—Por aquí, si son tan amables —les dijo el botones. Subieron al ascensor. Malena y Carol se miraban divertidas. Salieron del ascensor y enfilaron un pasillo.
—Aquí es —dijo el chico abriendo la puerta, pasó al interior, y dejó las maletas en la entrada.
—Disfruten la estancia —dijo al marcharse.
Malena le dio propina y se fue.
—¡Mira esto! —Dijo Carol mirando el interior del armario.
Malena se acercó. Vestidos, blusas, y zapatos de época les esperaban.
—No me lo puedo creer —miró la habitación.
El mobiliario se correspondía con la ropa. Lamparillas de gas en las paredes, y en las mesillas.
—Es preciosa —dijo Malena mirando la cama de hierro negro—. Vamos a ver el baño.
Azulejos blancos en las paredes, una pila con un espejo y una bañera de esmalte blanco con patas doradas, así como los grifos.
—Menos mal que por lo menos tenemos una bañera, temía que solo hubiera una jofaina —comentó Malena.
Carol se dio la vuelta y la abrazó:
—Me encanta, gracias, eres la mejor, y te quiero —le dijo besándola.
Malena la estrechó en sus brazos.
—Podemos ir a uno de estos restaurantes.
Carol tenía el programa encima de la mesa.
—Vamos a cambiarnos.
Malena se vistió y no pudo evitar reírse al verse frente al espejo con el vestido.
—¿Has acabado? —Dijo al otro lado de la puerta del baño.
—Salgo enseguida —contestó Carol.
Malena se quedó de pie mirándola.
—¿Bueno, no dices nada?
—No puedo, me he quedado en blanco —dijo mirándola de arriba abajo.
Carol giró sobre sí misma.
—Estás todavía más guapa.
—Tú también.
Se pusieron de pie mirándose reflejadas en el espejo. Se miraron, echándose a reír.
Malena miró a Carol y se le ocurrió en ese momento.
—¿Qué te parece el hotel?
—Muy bonito, la verdad es que parece de película.
—Por ahí van los tiros —sonrió.
—¿Qué significa eso?
—Esto no es lo que parece —contestó.
Malena la miró extrañada.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que en realidad todo parece idílico, pero no es así, sino todo lo contrario.
—¿Cómo que todo lo contrario? —Se inquietó.
—En realidad cuando salgamos del ascensor, no sabemos lo que nos espera. Puede ocurrir cualquier cosa, en cualquier momento.
—¿Qué?
Malena reprimió la risa al ver su cara.
—En realidad este hotel, es una casa del terror y nos pueden sorprender en cualquier momento, incluso dentro de la habitación, tampoco estaremos tranquilas, puede colarse alguien muy pálido y con muy malas pintas para hacer lo que quiera. O en plena noche ver reflejado en el cristal de la ventana una cara con unos ojos enloquecidos. ¿Te acuerdas del hotel de «El Resplandor»?
—¿Qué estás diciendo?
—Quería habértelo dicho antes, pero si lo hubiera hecho, no habríamos venido. —Por supuesto, que no.
—¿Por qué? ¿No te gustan tanto las películas de miedo?
—Sí, pero no estar dentro de una —contestó asustada.
—Vaya, yo que creí, que te iba a gustar la sorpresa.
—Bueno, vamos a conocer «este mundo».
—Creo que no quiero salir.
—Pero hemos venido a disfrutar.
—¿El qué? ¿Qué nos maten de un susto?
—¿Así que, está es mi valiente Carol? La que no se ha perdido ninguna película de terror que se precie.
Por el gesto que hizo, Carol se dio cuenta.
—¿Te parece lógico?
—Es que no lo he podido resistir.
—Ahora sí que estoy enfadada contigo.
—Venga Carol, solo quería ver tu reacción.
—Pues ya la has visto —se sentó en el sofá.
Malena se arrodilló frente a ella.
—¿Vamos a perder el tiempo en esto? —Dijo ladeando la cabeza y mirándola con cariño.
—No ha tenido ninguna gracia, ¿sabes? Me has asustado.
—¿Te asustaba que pudiéramos encontrarnos con «Jack el Destripador», por ejemplo?
No quiso reírse. Carol evitaba mirarla Malena cogió su barbilla obligándola a que lo hiciera. Carol la rechazó. Malena acercó sus labios pero los volvió a rechazar.
—No puedes hacer esto —le susurró.
—Creo que tengo todo el derecho del mundo, ahora mismo.
—Es un castigo que no me merezco.
Carol la miró haciéndose la ofendida.
—Estando tan rabiosamente guapa como estás con ese vestido. No puedes hacerme este feo, no lo resistiría.
Se miraron, Malena volvió a intentarlo, Carol no puso ninguna resistencia.
—Perdona, no quería asustarte de esa manera, pero ahora sabiendo que eres una miedica…
—No lo soy —protestó.
—Ya, ya —se levantó, dirigiéndose a la puerta. Carol la siguió.
—Espera —dijo Carol cogiendo su mano.
La miró y sin decir palabra, acercó sus labios a los suyos, y se derritieron en un beso.
Mientras esperaban en el ascensor, un hombre salió de un pasillo de la izquierda y se dirigió a dónde estaban ellas.
Carol instintivamente, se agarró al brazo de Malena. Saludó como si nada. Se abrieron las puertas y entraron. Estaban en el último piso. De repente, el hombre se metió la mano dentro de la chaqueta. Malena le hizo un gesto, Carol la dio un pequeño azote. El hombre cogió un cigarro de la pitillera de plata.
Llegaron por fin y salieron al vestíbulo. Lamparillas de gas, creaban un ambiente extraño. Carol miró la calle, todo parecía tranquilo, los transeúntes, supuso que eran también clientes, paseaban distraídos. Estaba deseando sumergirse con ellos en el mar del tiempo, en el que se encontraban.
—¿Me has perdonado ya?
Carol la sonrió.
—Tú también estás de lo más tentador con esa ropa, ¿sabes?
Su mirada fue provocadora.
—Vamos cariño, estamos en la vía pública. Nos pueden detener por escándalo público —dijo mirando a un policía que paseaba por la acera, con su casco típico, su porra y su mostacho.
—Contestando a tu pregunta, solo te odio un poquito.
—Ya lo sé.
—No es cierto, pero ahora mismo te…
—Eso lo dejamos para después —sonrió.
Caminaron por las calles. Todo parecía tan real que no les costó meterse en ambiente. Coches de caballos, vendedoras de flores, niños vociferando las últimas noticias de los periódicos. El marco perfecto para un fin de semana de ensueño.
Eligieron un pequeño restaurante no muy lejos del hotel.
—No puedo creerlo, todo parece tan real, que me inquieta —comentó Carol.
—Es por la máquina.
—¿Qué máquina?
—Hay una máquina al atravesar la puerta de entrada al hotel, que lo hace posible, ¿no te lo había comentado antes? Toda esta gente que ves no son actores, ni clientes como nosotras, son de verdad, ahora mismo andamos entre nuestros bisabuelos y tatarabuelos.
Carol le dirigió una mirada de reproche.
—¿Quieres dejar de fantasear, por favor?
—Vale, vale. No me creas, allá tú.
—No tienes remedio.
—Bueno vamos a ver que comían nuestros antepasados —dijo mirando la carta. Carol la miró con todo el cariño que sentía por ella.
El camarero les atendió y disfrutaron de un desayuno «muy especial».
Decidieron dar un paseo y perderse por las calles.
—Creo que me gusta este siglo, no hay ruidos de coches.
—Sí, a mí también me gusta —dijo Malena—. Mira un parque y suena música ¿vamos?
—Por supuesto —contestó Carol.
Se sentaron en las sillas del parque, había bastante gente. La banda tocaba en el original templete.
—¿Verdi? —Le dijo Malena al oído.
—Por supuesto —contestó Carol complacida.
El pequeño concierto terminó y decidieron volver a la ciudad para empaparse del ambiente.
Escaparates con moda del momento, tiendas de comestibles, limpiabotas y hasta tranvías tirados por caballos.
—Vamos a subir —le animó Malena.
Dos caballeros le cedieron el asiento, Malena y Carol se lo agradecieron con un gesto.
—Siempre he querido hacer esto —dijo Malena mirando al resto de pasajeros.
—Yo también, cuanto más veo, más me gusta.
—Mira, esta calle tiene muchos restaurantes y terrazas, ¿vamos?
Se levantaron y Carol fue a tirar del cable para hacer sonar el timbre y que el tranvía se detuviera.
—¡Por favor!
Malena la miró con cara de niña pequeña.
—Vale —dijo en tono complaciente—. ¡Gracias!
Malena tiró mirándola divertida.
—Eres como una niña.
—¿Y eso te gusta?
Carol se limitó a mirarla.
Decidieron volver al hotel a última hora de la tarde.
—¿Qué tal un paseo en coche descubierto?
—Genial.
Pararon uno y se subieron.
—Sé que lo he dicho muchas veces, pero es que ¡me encanta! —Dijo Carol entusiasmada.
—Y a mí, que lo disfrutes.
—Pero mucho más, por estar contigo —respondió acercándose a ella.
—Carol, por favor, ese guardia nos tiene echado el ojo —dijo mirando a uno apostado en una esquina.
Carol se echó a reír.
Llegaron al hotel y fueron directamente a cenar al restaurante que daba al jardín. Estaba acristalado y tres músicos animaban la velada. Los camareros vestidos con trajes negros, pajarita y largos delantales blancos, servían solícitos a los clientes.
—Esta tarde se celebra un baile aquí en el hotel —dijo Carol mirando el programa.
—Esta música siempre me recuerda a ti —dijo Malena mirando el estrado.
—¿Y qué piensas? —Malena giró la cabeza y la miró.
—Me hace sentir paz —clavó su mirada en ella.
—No puedo tocarte, es horrible —dijo rozando imperceptiblemente la punta de su dedo por el contorno de su mano.
—Eso ha sido peor todavía.
—De parte de esos caballeros —el camarero dejó dos copas de champán sobre la mesa.
Miraron a dónde le había señalado y levantando su copa se lo agradecieron.
—¡Oh, no! ¿Y ahora qué? —Dijo Malena.
—Pues nada, una sonrisita y cumplidas.
—Pues yo creo que no se van a conformar.
—Venga, vamos a prepararnos para el baile.
Carol miraba el armario y no se decidía por ningún traje.
—¿Este? —Se lo puso por encima, mirándose al espejo—. No, ese no.
—¿Y este?
—Tampoco.
—Entonces, este.
—No.
—¿No te gusta ninguno?
—Todos —contestó Malena, sentada en la cama.
Carol se dio la vuelta:
—Pero bueno, ¿y entonces?
—Ese es el problema, más de uno, va a querer sacarte a bailar. Y sé de alguno que lo está deseando.
Carol sonrió y se sentó a su lado.
—Pero cariño. A lo mejor ligas tú, con un señor de posibles —se rio.
—Muy graciosa.
Carol levantó su barbilla y la besó.
—Nada como esto —dijo saboreando sus labios.
Terminaron de arreglarse y Malena tenía una molesta sensación. Lo que había pasado en el restaurante y ver cómo alguien se interesaba por Carol, le hizo recordar la sensación que siempre se le quedaba cuando Lucía se iba a casa con su marido. Y ahora esa sensación había vuelto. Y escocía como siempre. «Otro recuerdo más en su honor» dijo para sí mientras entraban el salón de baile.
—Estás preciosa —le dijo Carol en un susurró.
Malena intentó no pensar más en ello: «Estás aquí, pásalo bien y olvida esa tontería».
Se mezclaron con la gente que estaba alojada en el hotel. Formaron un grupo y parecía que la fiesta empezaba a despegar. Bailaron, dejándose llevar por el agradable ambiente. Todos vestidos de época, la decoración, la música, todo, invitaba a relajarse.
Pero para Malena, no fue exactamente así. Un baile, dos, vale; pero eso, ya le pareció demasiada insistencia. Por no contar que se sentó a su mesa, y no dejaron de hablar. Carol parecía muy interesada en lo que le contaba. Parecía que su amigo le entretenía a ella, para que tuviera el camino despejado.
—Un vals, ¿vamos?
Malena fingió charlar con interés, pero sin perderlos de vista. Salió fuera quería estar sola.
«¿Y si me pasara lo mismo con Carol que con Lucía? El pánico se apoderó de ella. ¿Y si decidiera cambiar? Pensó en Lucía, por lo menos con ella, lo tenía claro, y sabía lo que había. Pero ahora con Carol, las dudas la quemaban. ¿Pero por qué iba hacerlo? Nunca le notó ningún interés, pero ¿quién sabe? No, era ridículo. ¿Entonces, por qué no dejaba de tener ese convencimiento? ¿O sólo era por su historia con Lucía?».
Había quedado tan tocada que aún dolía. Pensó en ella, por un momento, si hubiera estado allí, ahora no estaría sentada, perdiendo horas de esa bonita tarde.
Miró el sol, y dio un largo y profundo suspiro.
Carol no la veía por ninguna parte. Por fin la vio aparecer, dio una excusa, y dejó a su compañero de baile para sentarse junto a ella. Malena siguió conversando como si nada. Al poco se levantó con otra persona de la mesa y fueron a la barra. Se les unieron dos más, y se quedaron un rato de pie.
Carol se levantó y también se unió a ellos.
—¿Quieres algo? —Le preguntó una de las chicas.
—No, gracias.
Miró a Malena, tenía una actitud indiferente hacia ella. Estaba molesta. El colmo fue cuando salió a la terraza, junto a varias personas más. ¿A qué venía esto? No pensaba ir detrás, volvió a la mesa, y se sirvió algo de beber.
—Me han dicho que es muy divertido —comentaba sentándose una mujer con las que había salido fuera.
—Nosotros vamos —contestó una pareja.
—¿Os apuntáis? —Les preguntaron.
—¿De qué se trata? —Dijo mirando a Malena, quería que le contestara, en cambio no lo hizo.
—Esta noche hay un teatro de variedades. Como se hacían antes con una pequeña orquesta y todo —contestó la persona sentada frente a ella.
—¿Te apetece?
Malena la miro por primera vez.
—Por mi sí, pero lo que tú quieras.
—Entonces nosotras también iremos.
—Estupendo reservaré las entradas —el hombre se levantó.
Malena sintió un poco de alivio. Los dos hombres que no les habían dejado un minuto. No habían dicho que quisieran ir. «A lo mejor con un poco de suerte». «Lo mejor es actuar como si nada, y dejar las neuras. Eso es, no pensar tanto, dejarlo estar, es normal que hable y charle con quién quiera. ¿Pero qué te pasa?, se reprochó».
Cuando salió de sus cavilaciones, comentaban la función, de esa noche.
Carol la miraba interrogándole con la mirada. Hizo como si nada, fijando su interés en la pista de baile.
—Nosotros nos vamos, nos vemos esta noche.
Los demás también se levantaron. Se quedaron solas. Malena no dejaba de mirarla. «No me extraña que ese tío lo intente, con esos ojos que tiene».
—Voy a por la última —dijo levantándose.
—¡Malena! —Se dio la vuelta. Carol la seguía—. ¿No crees que ya es suficiente?
—Tampoco he bebido tanto.
—No me refiero a eso. Vamos arriba, tenemos que hablar.
—¿De qué?
—Por favor.
—Como quieras —suspiró.
Carol la dejó pasar y fue detrás de ella.
—¿Bien de qué quieres que hablemos? —Dijo sentándose en la ventana.
—¿Me estás ignorando?
—¿Qué?
—He llegado a convencerme de que me había vuelto invisible para ti.
—No tenemos que estar pegadas, además hay que disimular, ¿no?
—¿Tanto como para no hablarme siquiera?
«¿Se habría excedido haciendo cábalas? Carol le reprochaba su falta de atención hacia ella. ¿Y si su mente le había jugado una mala pasada? Tendría que controlar eso. Podía hacer mella en su relación con Carol y eso jamás».
—¿Te ha molestado algo?
Malena no la escuchaba.
—Malena, ¿qué es lo que te pasa? —Dijo impotente.
—Nada, nada.
—¿Es por mí? Por favor dime que he hecho mal para que no vuelva a ocurrir. No soporto esta sensación, duele y mucho. Habla conmigo, por favor.
Vio en sus ojos una súplica. Todo había sido por su maldito miedo.
—¿Todo viene por bailar con ese chico? Lo siento, me estaba divirtiendo.
—Y a mí, me parece muy bien. Yo no voy a controlarte ni nada de eso, y no pienses por lo más remoto, que pueda estar celosa, me da exactamente igual lo que hagas.
—¿Ah, sí? ¿Te da igual?
Malena se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—No, claro que no, me refiero a que, no me molesta en absoluto que te diviertas, a eso me refiero. Confío en ti, y no soy de esas personas celosas sin motivo alguno.
—Creo que he hecho algo que te ha molestado.
—No has hecho nada, soy yo, solo tengo que acostumbrarme.
—¿A qué?
—A ti —Carol la miró en una súplica—. Abrázame —le dijo buscando el refugio de sus brazos.
Malena se sintió derretir al sentir su cálido contacto.
—Eres lo único que me importa, ¿lo sabes verdad? —Le dijo Carol.
—Lo sé —dijo acariciando su pelo.
Carol se acurrucó más todavía contra ella.
—Te quiero, no me trates así, por favor. Creí que te daba igual.
Carol buscaba su calor, Malena acariciaba su espalda.
—No podemos desperdiciar nuestro tiempo así. Tenemos que sacarle todo el jugo que podamos, exprimirlo al máximo.
Carol levantó la cabeza y la miró.
—Soy una idiota.
—¿Me sigues queriendo?
—Todavía más.
Carol besó su cuello.
—Te necesito más que nunca. Lléname de ti.
Al día siguiente, comieron sentadas en el césped del parque, bajo un árbol. Con la clásica cesta de mimbre y todo. Disfrutaron del día, incluso remaron en el lago.
—¿Tengo que remar yo? Dentro de dos días, tengo un concierto, no puedo ir con las manos llenas de callos —se rio Carol abriendo su sombrilla para protegerse del sol.
—Eres una tramposa. ¿Y quién va a trabajar con agujetas?
Por la tarde terminó el bonito sueño. Se hicieron una bonita foto de recuerdo.
—Me da pena irme —dijo al subirse al coche.
—¿Eso quiere decir que he acertado?
—De pleno —dijo besándola.
Malena le ayudó a sacar el equipaje.
—Quédate esta noche, por favor.
—No me apetecía irme, la verdad. Entraron en casa.
—Bueno, ya estamos en el siglo XXI de nuevo —dijo Malena dejando la maleta—. Pero lo bueno es que podemos ir al XIX cuando queramos.
Puso sus brazos alrededor de su cuello.
—A ti, te sienta muy bien ese siglo ¿sabes? Te hace tipazo.
Carol, se rio.
—Pues a ti, te pega más de…
—¿De qué?
—Bueno la barca se te daba muy bien.
Volvió a reírse.
—La próxima vez no pienso hacerlo —le dijo enseñándole sus manos.
—Pobrecita, ven, vamos a cuidarlas, para que vuelvan a estar suaves como a mí me gustan.
Malena no lo pudo evitar y al llegar a casa, miró su móvil. Nada.
El semáforo se cerró, se detuvo al lado del coche, por su lado derecho. Se levantó la visera del casco y miró distraídamente a su ocupante, por poco se le cae la moto.
Lucía la miraba tan sorprendida como ella. Fueron unos segundos interminables, Lucía dirigió la mirada hacia delante, cerrando por un momento los ojos, incapaz de soportarlo.
Por fortuna el semáforo se puso verde, y se pusieron en marcha. Malena pasó a su lado adelantándoles para pararse a un lado unos metros más adelante. No podía con el temblor de su cuerpo. Se bajó y dio unos pasos para tranquilizarse.
Lucía no dejaba de mirarla, temblaba por igual. Su hermana afortunadamente no se percató de nada.
Todo ese tiempo sin verla, fue un infierno. No se la podía quitar de la cabeza, si ya había sido duro, apartarla de su vida durante este tiempo, ahora al volver a verla, era simplemente insufrible.
Fueron a salir del coche, pero Lucía no se movió. Su hermana Rocío, la miró.
—¿Cariño, te encuentras bien?
Lucía no pudo evitar que se le escaparan las lágrimas.
—Ven aquí —la abrazó.
Dejó salir toda su angustia y se echó a llorar con toda la tristeza que sentía. El dolor era insoportable.
—Dime qué pasa —acariciaba su pelo, Lucía temblaba de pies a cabeza. Lloró más todavía.
Su hermana, dejó que se desahogara, sentía cómo se aferraba a ella. Estaba asustada.
—Eso es, deja escapar lo que te come por dentro, te sentirás mejor. Tranquila, estoy aquí, para lo que necesites.
—Te quiero, y no soportaría que me odiaras —dijo entre sollozos Lucía.
—¿Odiarte? Jamás. ¿Me oyes?
Lucía algo más calmada, se incorporó y miró a su hermana. Vio la preocupación en su cara.
—Cuando sepas todo, sé que nada será igual entre nosotras.
No dejaba de llorar.
—Eso es imposible, eres mi hermana, y por muy horrible que sea, siempre estaré a tu lado.
—No, esta vez, no. Os he engañado a todos y me siento una miserable.
—Lucía, por favor, cuéntamelo.
Lucía la miró con toda la pena de sus ojos.
—Todo ha sido una mentira.
—¿Qué quieres decir?
—Mi vida entera —se tapó la cara con las manos.
Rocío estaba realmente preocupada, muy preocupada.
—Por favor, ¿a qué te refieres?
Lucía levantó la mirada y clavó su pesar en su hermana, que estaba a punto de darle un ataque.
—Eres lo más importante para mí, y no voy a soportar no verte más.
—¿Qué ocurre? Te lo suplico.
Vio que Lucía dudaba.
—Escúchame, pase lo que pase, o sea lo que sea lo que vayas a contarme, siempre, ¿me oyes bien? Siempre estaré a tu lado. Tú también eres lo más importante para mí, te quiero y siempre estaremos para lo bueno y para lo malo. Y nada podrá cambiar eso.
Tenía su cara entre sus manos y la miraba con toda el cariño.
—Lo sé, pero…
Lucía cogió aire. Si hice lo que hice, fue por evitaros el disgusto, opté por callarme, y sufrirlo en silencio, pero ahora todo ha cambiado, y no puedo más. Me come por dentro y me siento morir. Volvió a llorar de nuevo. Su hermana se temía lo peor.
Levantó la vista y miró fijamente a los ojos de su hermana.
—Estoy enamorada y tengo una relación con otra persona desde hace dos años —dijo del tirón.
La cara de su hermana reflejaba estupor.
—Y, ¿por qué no me lo has dicho antes?
—Por pura cobardía.
—¿Y qué ha cambiado para que me lo digas ahora?
—Nos separamos, por varios motivos, y esta mañana hemos coincidido.
—¿Un compañero de trabajo?
Lucía suspiró.
—Esta es la segunda parte… Es una mujer.
—¿Qué?
—Una amiga de mi socia.
Ya no pudo más y se bajó del coche. A Lucía se le hizo un nudo en el estómago. Salió y fue a su lado, pero su hermana la rechazó levantando su mano. Lucía sintió que el mundo se hundía a sus pies.
—Necesito estar sola, se metió en el coche, y se marchó.
Lucía se quedó de pie viendo cómo se alejaba. Todo se derrumbaba a su alrededor. Hundida por completo se metió en casa.
Tuvo que parar el coche, si no se hubiera estrellado. Los nervios no la dejaban pensar con claridad. No podía creer lo que Lucía le acababa de contar. «Una mujer» «y dos años». Había mentido a todos, haciendo creer lo que no era. Llevaba una doble vida y nadie sospechó nada nunca. ¿Y Esteban? Tendría que haber notado algo, vivía con ella. De repente cayó en la cuenta. Viajaba constantemente por motivos de trabajo. ¡Claro! Podía disponer de ese tiempo a su antojo. Y su antojo resultó ser una… ¡Increíble!
¿Qué pensaría su familia de todo esto? Se quedó pensando en Lucía. ¿Y qué más daba? Lo único importante era su felicidad y ella la había dejado tirada. Había hecho acopio de valor, y su reacción, su estúpida reacción, fue salir corriendo sin querer saber nada más. ¿Qué pensaría de ella? Se había sincerado en busca de consuelo, y había huido.
Arrancó el coche y volvió.
No tenía la seguridad de que la recibiera. Pero era su hermana, y tenía que saber que estaría a su lado pasara lo que pasara, y se enamorase de quién se enamorase. Pero primero le daría toda clase de disculpas.
Llamó a la puerta, Lucía no tardó en abrir. Sus ojos enrojecidos e hinchados delataban el sufrir de su interior.
—Soy una imbécil. Te quiero.
Lucía se abrazó a ella y la besó con todo el cariño que sentía por su hermana.
—Lo siento, perdona, solo me importa tu felicidad. ¿Lo sabes verdad?
—Lo sé —volvió a estrecharse contra ella.
Lucía sintió un alivio infinito. Se sentía protegida.
—¿De verdad me perdonas?
—Por supuesto, tu reacción ha sido totalmente lógica. De repente te suelto una bomba.
Se miraron dedicándose una cariñosa sonrisa.
—Vamos dentro y me lo cuentas más tranquilamente, con una taza de café.
Cuando Lucía terminó, observó la cara de su hermana. Rocío, intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.
—Espero por su bien, no encontrarme con ella.
Lucía sonrió.
—En cierta manera, y no quiero disculparla, ni mucho menos. Es lógico, yo la tenía esperando la próxima llamada, el siguiente mensaje. Hasta que no le daba «permiso» no podía dar señales.
—Eso no dice mucho a tu favor, la verdad.
—Lo sé, pero no quería correr riesgos.
—Y aún así, ella esperaba.
—Sí, hasta que conoció a… —No pudo terminar la frase—. Con ella tenía lo que le estaba prohibido contigo —Lucía suspiró—. Lo sé, de algún modo, yo, la empuje a eso.
—¿Y ahora?
—No lo sé. Lo único cierto es que al verla otra vez, todo ha vuelto a surgir en el mismo sitio dónde estaba, agazapado y dolorido.
—¿Y qué pasa con Esteban?
—Lo hemos hablado, lo ha tomado tan bien como ha podido, el pobre. Ha empezado a sacar sus cosas del piso. Prefiere que yo siga viviendo allí. Él viaja mucho y su idea es alquilar un estudio.
—Es un buen hombre.
—Sí, lo es y no pienso renunciar a su amistad. Han sido muchos años y le quiero.
—¿Vas a decírselo a papá y mamá?
—Creo que es lo justo.
—No te preocupes, se lo diremos las dos.
Lucía la dedicó una sonrisa triste. Sintió como una bendición, el abrazo cálido de su hermana.
Malena por su parte, todavía sentía el aguijonazo de sus ojos. Se le habían clavado hasta el alma. La comía la ansiedad. Lucía había decidido no seguir. ¿Qué podía hacer ella? Pero ¡cómo dolía!
No quería pensar en nada, solo disfrutar de la compañía de Carol. Tenía que pasar página de una vez. Le miró y su corazón le dio un pellizco.
Otra noche de pasión y ternura. Lo mejor despertarse a la mañana siguiente, mirarse a los ojos, y darse un beso cómplice de «buenos días» acurrucadas una en la otra.
En esta ocasión, cuando se despertó, Carol ya no estaba. Extendió el brazo y acarició el hueco de su lado de la cama. La quería, le había hecho ver que podía llevar una vida como todos. Se consideraba afortunada de tenerla a su lado. Todo con ella, parecía más sencillo y fácil.
Al volverse para levantarse, vio un sobre en la mesilla. Un beso de carmín, a modo de cierre decoraba el sobre. Sonrió.
Había una nota junto al sobre. Se sentó en el borde de la cama, desdoblando la pequeña hoja de papel.
«Te quiero», debajo, había hecho un dibujo de una rama de acebo, se puso nerviosa. Y más todavía cuando vio los dos billetes de avión para Montreal.
Eso, solo significaba una cosa. ¡Le habían concedido la beca! Se alegró enormemente. Se lo merecía, eso y más. Se merecía todo lo bueno que pudiera pasarle en la vida.
Ahora entendía la actitud de Carol. Durante toda la semana había estado rara. Ella lo achacó al cansancio, había tenido una semana dura, y llegaba agotada. Pero no podía adivinar la verdadera razón. Le había estado ocultando hasta el último momento lo de la beca. Pensó en lo que Carol le estaba ofreciendo. No se trataba de acompañarla simplemente, le estaba pidiendo dar el salto con ella. ¿Quería darle a entender lo importante que era su relación?
¿Y ella, seguiría ocultándole lo de Lucía? Se angustió solo de pensarlo. No se lo merecía.
Se vistió y se fue a su casa. Necesitaba estar sola y recapacitar. Poner en orden sus ideas.
Llamaron a la puerta y por poco se cae redonda. Lucía plantada frente de ella.
No hicieron falta más que sus miradas. Se entregaron sin más.
Abrazadas encima de la cama, entrelazaban sus manos.
—Era como si mi cuerpo y mi mente embrujados, me guiaran hasta aquí. Cuando me he querido dar cuenta, llamaba a tu puerta.
—Y yo me alegro de eso.
—Cuando te vi en la moto, creí que era mi último día, sentí tal dolor, que pensé que había llegado mi hora.
—Yo me tuve que bajar de la moto, me temblaba todo el cuerpo y por poco me caigo.
—¿Eso significa que hay sitio aquí, para mí? —dijo poniendo su mano sobre su pecho.
—Has hecho que ese trocito vuelva a latir.
Acarició su cara, las dos lloraban por igual. La besó con toda la pasión, sus labios tenían un sabor salado. Su cuerpo, la llamaba, reclamándola en un grito suplicante y silencioso.
No la oyó marcharse, miró el reloj, era bastante tarde, encendió la luz, y fue a la cocina. Apoyado en la cafetera, un sobre cerrado esperaba. Le dio un pellizco el estómago.
Se quedó de piedra cuando vio los billetes de avión a Finlandia. Y se tuvo que sentar cuando sostuvo entre sus manos, la fotocopia de los papeles de divorcio. Lucía adjuntaba una nota, no atinaba a desdoblarla. Olía a su perfume. Empezó a leer.
«Asumiré sumisa el papel de resignada amante. Esperaré paciente a que quieras compartir un momento conmigo de tu tiempo, por muy breve, que sea. Haré lo que me pidas, pero no me apartes de tu vida; yo te entrego la mía para que hagas con ella lo que quieras. Estoy en tus manos, me abandono a ti, puedes disponer de mí, a tu antojo y capricho. Sin ti, todo se convierte en una terrible pesadilla. En una agónica travesía por días vacíos y sin sentido. Si tengo la fortuna de volver a tu vida, será un placer hacer realidad tu sueño. El mío eres tú».
Las lágrimas apenas la dejaban ver, la angustia y el miedo, respirar.
Malena estaba paralizada. Nunca en su vida pasaría por una experiencia semejante. No sabía qué decir, no podía pensar, todo su ser, se hallaba en un estado de conmoción extremo.
La noche no sirvió para tranquilizarse, fue la más larga de su vida, pasó las horas pensando qué hacer. Quería a las dos, pero no podía ser, no quería alargar el sufrimiento de una, y provocarlo en la otra. Siempre se compadeció de sus amigas cuando se veían en una situación así, pero ahora ella lo estaba viviendo, y era terrible, angustioso, y sobre todo extremadamente cruel.
Ahí estaba, con los dos billetes, uno en cada mano. Sonrió. Qué irónica puede ser la vida. De un día para otro, recibía dos proposiciones que podían cambiar su vida.
¿Pero qué hacer? Lucía o Carol.
Quedarse y casarse con Lucía o cambiar su vida por completo con Carol.
¿Si se decidía por Lucía? ¿Cambiaría todo entre ellas? ¿Se acabaría la pasión? ¿A la larga sufriría su relación?
¿Y Carol? ¿Se adaptaría a vivir tan lejos? Ella tendría su trabajo, con su música. Estaría en su mundo, ¿pero y ella? Sería empezar de cero. ¿Y si al final, no resultaba como esperaban?
En cualquier caso, decidiera lo que decidiera, iba a estar con la mujer que amaba. Y las dos estaban decididas a empezar una nueva vida con ella.
Lucía había afrontado todos sus miedos y temores, incluso haciendo lo más difícil, perdonándola. Y la carta… Todo por estar a su lado.
Y Carol, había dejado claro la fuerza de sus sentimientos, proponiéndola una aventura juntas. Se complementaban a la perfección.
Se levantó y dio unos pasos, se asomó por la ventana. Era un día precioso. Para ella en cambio, era un punto de inflexión en su vida.
Puso los billetes encima de la mesa, los miró, parecían atraerla cada uno por su cuenta.
Cogió las llaves de la moto. Condujo sin rumbo por las calles, salió fuera de la ciudad, cuando volvió a casa, empezaba a anochecer.
Los billetes seguían encima de la mesa. Se sentó, pasó sus dedos por ellos, en una caricia, y sin dejar de mirarlos… Tomó una decisión.