CINCO

«Me duele tu silencio, tu indiferencia». Malena se sintió culpable, se quedó mirando la pantalla del móvil. No sabía la razón, pero cada vez se enfadaba más, cuanto más tardaba en saber de ella. Se suponía que ahora que Carol estaba en su vida, no tenía que importarle tanto; pero en cambio, era totalmente al contrario. Al ver su mensaje, todo lo compartido le vino de golpe.

«No hay quién te entienda», se reprochó. «¿Cuánto ha tardado en darse cuenta? Lo único que le molesta, no es que tarde o no, en contestar, sino que no lo haga siquiera. Cree que no tiene el control, y eso le descoloca, ni más ni menos. A ver si te enteras de una vez. Le apetece el polvo de costumbre, solo eso, so ilusa».

¿Pero por qué se tenía que sentir mal? No la traicionaba al estar con Carol. Lucía estaría con su marido, y ni se le pasaría por la cabeza, que le estuviera engañando. ¿Acaso ella tenía los mismos sentimientos? Pues no, estaría tranquilamente, y ella era tan tonta, que compartía su corazón. Se sentía enamorada de Carol como no lo había estado nunca, pero a la vez también Lucía ocupaba su sitio.

Se debatía entre dudas, decírselo o callarlo. Tanto a una, como a otra.

Aunque realmente la única que merecía, a su entender, una explicación, sería Carol. ¿Lucía, no hacía lo mismo con su marido? ¿Por qué ella no? ¿Y si al sincerarse con Carol, la dejara? Sería totalmente lógico. ¿Quién aguantaría compartir a tu pareja? Saber que cuando no estás con ella, estás con la otra.

Lo malo de todo, era que no quería prescindir de ninguna. Eran muy diferentes, y le gustaba todo de cada una. ¿Por quién decidirse? Eso era imposible. ¿Qué hacer?

Dejó transcurrir los días al lado de Carol, intentó no pensar en Lucía. No quería seguir en la posición que ella le había colocado, esperar una señal suya. Ya había sido suficiente. Y ahora, Carol, era el centro de todo.

Acababa de despedirse de ella y ya la echaba en falta. Bajó de la moto, y al quitarse el casco la vio.

Lucía de pie en su puerta, la miraba con melancolía. No la había llamado, se había presentado sin más. Afortunadamente, Carol, se había ido fuera a dar unos conciertos.

—¿Puedo pasar?

—Por supuesto.

Lucía entró.

—No sé, si soy bien recibida.

—Es tu casa.

Se sentó, Lucía lo hizo a su lado.

Miraba la mesa pensativa.

—¿Por qué?

—¿A qué te refieres? Malena se puso en guardia.

«¿Acaso las había visto?».

—¿Por qué me tratas así? Malena suspiró aliviada.

—No te trato de ninguna manera.

—Eso es a lo que me refiero. No sé de ti hace. Ni lo sé.

—He estado ocupada.

—¿Tanto como para no responder, ni a una llamada, ni a un mensaje? El único motivo es para echármelo en cara, ¿no?

—Pues no, pero ahora que lo dices.

—Lo sabía, muy bien, pues si quieres que te diga lo mal que lo estoy pasando, te lo diré. Es una tortura no saber de ti, me siento perdida y vacía, ¿contenta?

Malena sintió lástima, no se merecía que la tratara así. Se levantó y la abrazó.

—Yo también te he echado de menos. Y no sabes hasta que punto. También tus silencios me torturan.

—No vuelvas a hacerlo, por favor. No me he atrevido a venir antes, por miedo a volver con el corazón roto.

—Eso no pasará jamás.

Desechó la idea de reprocharle todo lo que le hacía daño de ella. Por primera vez, sintió que estaba jugando con fuego.

—Si hemos quedado donde siempre, nos veremos allí con los demás. Por cierto, ¿sabes que mañana se casan Rocío y Sergio? —Dijo Nuria.

—Vaya, no sabes cuánto me alegro —disimuló.

«Pues claro que lo sabía, Lucía se lo había dicho, y por eso, ese día, no se podían ver».

—¿Y tu hermana? Siempre tiene que ser la última.

—Ya estoy aquí —dijo Lucía.

Un último mensaje a Malena.

—Bueno, ya he sacado el coche, ¿nos vamos? Vaya dos hijas guapas que tengo —dijo el padre de Lucía desde la puerta.

—Ya lo sabemos, y ahora, vámonos.

—Tranquilízate, mamá, nos pones más nerviosos.

—Se acabó la cháchara, todo el mundo fuera —zanjó Esteban.

Esperaban fuera en la calle a poder pasar a la Sala. Unas chicas en bici pasaron por la carretera a su lado.

—¡Eh! Lucía —gritó Nuria deteniéndose.

Lucía se acercó. Malena se paró con los demás un poco más adelante. Se quedó mirando, pero no se acercó. Nuria charló unos minutos con ella.

—¿Te acuerdas de mi compañera? —Le preguntó a Malena.

—Sí, claro —no tuvo más remedio que acercarse.

—Hola —dijo como si nada.

Lucía la contestó en el mismo tono.

—Un vestido precioso.

—Gracias —la sonrió mirándola directamente.

—Hoy toca hacer deporte, ¿no? —Miró sus bicicletas.

Malena estaba irresistible con la camiseta de tirantes y el pantalón ajustado.

—De vez en cuando no viene mal.

Se miraron durante unos segundos intensos.

—Tu hermana está preciosa —comentó Nuria.

—Y de los nervios, lleva un día insoportable.

—Es normal, es el día de su boda, un día importante —contestó aposta Malena.

—Sí, todo son ilusiones compartidas entre dos —respondió, y esta vez la miró fijamente.

—Y la luna de miel, lo mejor —siguió Nuria.

—Desde luego. ¿No crees? —Miró a Malena obligándola a responder.

—Mejor que nada, por supuesto.

Sonrió con ironía. Malena esquivó la mirada.

«Touché» tuvo que admitir.

La llamaron.

—Me tengo que ir, pasarlo bien.

Nuria se reunió con el resto, Malena fingió mirar algo de la bicicleta, para observar cómo se alejaba. Lucía se dio la vuelta antes de desaparecer por la puerta.

Viendo a su hermana y a su cuñado tan felices. Recordó el día de su boda. Creyó estar tan ilusionada como ella, se convenció de ello, aunque algo fallaba, no sabía exactamente que era, pero ninguna novia, y estaba segura de que era así, tendría la sensación que ella, de que en el fondo, algo no marchaba como debía.

Un vacío, por muy pequeño que fuera, en su interior, le avisaba de que tarde o temprano se lo haría saber, sin siquiera darse cuenta, se presentaría delante de sus narices, en el momento más inesperado.

Aunque logró dejarlo de lado y continuar con su vida, o con lo que se suponía que debía ser su vida.

Matrimonio, hijos y todos tan contentos. ¿Pero y ella? ¿Y si no fuera del todo así? No de esa manera. Como su familia y la de su marido esperaban, y si ella no seguía ese camino, ¿qué? Solo deseaba estar bien y a gusto consigo misma.

Ahora echando la vista atrás, no podía decir con sinceridad, si alguna vez estuvo enamorada de Esteban. Se conocieron en el primer año de carrera y hasta ahora. No se plantearon más. No es que no fuera feliz con él, pero el leve aunque continuo mensaje de su interior, persistía, obcecado en su empeño de mostrarle algo ¿pero qué? En ese momento ni podía imaginar, que ese desasosiego, era el instrumento del que se valía su corazón, guiándola por el sigiloso camino, que con tanto empeño, se esforzaba en hacerle llegar.

Y que llegó transformado en un choque brutal, sin contemplaciones, cuando Malena apareció en su vida. En ese momento, todo su ser se llenó de ella, su cuerpo tembló como una hoja, su interior soportó lo que antes era una débil llamada, para estallarle, sin previo aviso, por dentro y dejarla conmocionada y aturdida. Supo que era ella, con tal certeza, que llegó a asustarla. Nadie había hecho que se conmoviera de ese modo, con tan solo mirarla.

—¿Entonces, te apuntas? —Preguntó Malena.

—Me apetece, iré con dos amigas.

—Nosotras iremos un poco antes, te espero allí.

—No tendrás que esperar mucho.

—¿Te gusta ponerme nerviosa?

Carol se rio.

—Hasta luego.

—No, hasta ahora.

A salir del convite, unos pocos, decidieron continuar la noche.

El local estaba animado. No les importó que fuera de ambiente, a Lucía siempre le hizo gracia, como se referían a esos sitios. Ahí se tomarían la última. Ponían buena música y podían acabar a las tantas. Cogieron un sitio en la barra, y pidieron. Lucía decidió pasarlo bien, era la boda de su hermana y dejó su mente en blanco. Estaban animados y se pusieron a bailar. Disfrutaba viendo a su hermana tan contenta. Siempre habían estado muy unidas, aunque su hermana, ignoraba la existencia de Malena. No tuvo el valor de contárselo, era algo pendiente y que la torturaba. Sabía que cuando se enterase, haría mella entre las dos, no porque no lo aceptara, sino por no haber confiado en ella. Dio un trago a su vaso y se unió a los demás.

Malena estaba sentada charlando tranquilamente, cuando notó, que alguien se sentaba a su lado.

—¿He tardado? —Le dijo Carol al oído.

—Una eternidad.

Se besaron. Saludó al resto y presentó a sus amigas.

Lucía se dejaba llevar por la música, hacía tiempo que no estaban todos juntos, y querían pasarlo bien.

—Voy a descansar un rato. Estos zapatos me matan.

Lucía se descalzó y se dio un pequeño masaje en los pies. Los tenía doloridos, no estaba acostumbrada a los tacones, hacía siglos que no se los ponía. Miraba distraídamente a la gente. Observó a sus amigos divertirse, se sentía bien, era una noche animada.

Dudó si pedir otra copa más, no es que estuviera borracha, pero no tenía costumbre de beber. Mientras se lo pensaba, observó a la gente. La mayoría eran chicas. Vio a dos acarameladas. Al instante, le vino a la mente Malena. Le encantaría hacer eso. Se preguntó la razón de que nunca hubieran ido a sitios como ese. Malena nunca le dijo nada, y ella ni siquiera lo pensó. Si lo hubieran hecho hubiera tenido que contárselo a Nuria. Se sintió mal, no encontraba el valor para contárselo.

Siguió observando a las dos chicas. Sintió algo de envidia, vivían su sexualidad sin tapujos ni mentiras, estaba segura. Deseó estar con Malena en ese momento. Harían lo mismo que esas dos tortolitas, sonrió. Desvió la mirada y la fijó en la barra. Se incorporó en el asiento. Creyó ver a Malena de espaldas en la barra.

No podía ser, sería mucha coincidencia, aunque ¿por qué, no? Estaba segura de que era ella, y más cuando se giró un poco y pudo ver su cara claramente. Sintió un escalofrío.

Miró a sus amigos y miró a Malena, sus dos mundos, y ella vivía entre los dos. Tuvo una sensación extraña y a la vez inquietante. Ninguno de ellos sospecharía, ni remotamente, que esa chica, era su amante clandestina, su amor secreto, su vida tal y como hubiera querido vivirla siempre, pero su cobardía podía más, y la obligaba a poner buena cara.

Tuvo el impulso de levantarse e ir hacia ella, pero no podía ser, otra vez, no podía ser.

Una chica se acercó por detrás de Malena y la abrazó, dándole un beso. Se dispararon todas las alarmas. Malena se dio la vuelta y respondió, la besó de nuevo. La chica la tenía agarrada por la cintura, mientras se decían algo. Las miradas y gestos de cariño fueron lo suficientemente explícitos para que Lucía comprendiera.

—No puede ser, ella no.

Sintió un mareo repentino, quería salir de allí a toda costa. No pudo dejar de observarlas, y creyó morir cuando, cogidas de la mano, salieron a bailar. La chica se movía con movimientos sensuales, a lo que Malena respondía de la misma manera. No dejaron de besarse y abrazarse.

A Lucía le dio la impresión, de que su corazón se paró en ese momento. Todo su mundo se derrumbó y ella con él.

—¡Lucía! —dijo alguien al lado de su mesa. Miró, Nuria la sonreía.

—¿Pero qué haces aquí? —Sacó fuerzas de flaqueza de donde no las tenía.

—Hemos decidido seguir la noche.

—Pues me alegro, que sea aquí, vamos a tomar algo.

—No me apetece mucho, gracias.

—No parece que estés de fiesta, ¿qué te ocurre?

—Estos dichosos zapatos.

Nuria se rio.

—Venga, vamos a tomarnos algo juntas.

Se levantó de mala gana, sintió las piernas temblar.

—¿Estás bien?

—Sí, un poco cansada, ha sido un día bastante intenso.

—Me imagino, ahora te animarás un poco.

Empezaron a hablar, Lucía intentaba pensar con claridad, pero estaba aturdida por el golpe. No se dio cuenta de que Malena y Carol se acercaban con sus amigas. Estaban unos metros de dónde estaban ellas.

—Mira a quién me he encontrado —dijo Nuria a Malena.

Esta se puso algo pálida, pero se recompuso enseguida. Apenas oyó su saludo, y no sabía siquiera si ella, había contestado.

Lucía miró a Carol, y luego fijó su mirada en Malena, sintiendo que se partía por la mitad. Se tuvo que apoyar en la barra. Malena no podía describir lo que sentía en ese momento, pero ¿no hacía ella, lo que quería? ¿No tenía el mismo derecho?

—Bueno, voy con ellos —dijo mirando su mesa.

—Me ha gustado mucho verte —dijo Nuria.

Lucía se despidió con un gesto, y una tímida sonrisa. Pasó al lado de Malena, sin mirarla, esta apenas podía pensar, Lucía se movía por inercia.

—¿Qué te pasa? —Estaban se sentó a su lado.

—Estás pálida, ¿te encuentras bien?

—Quiero irme a casa. Vámonos, por favor.

—Has bebido más de la cuenta —le regañó su hermana.

—Creo que sí, necesito aire.

—Te acompaño —dijo su marido.

—Quédate si quieres, cogeré un taxi.

—No importa, me voy contigo.

Lucía no quiso obligarle a quedarse, era lógico que se fuera con ella. Pero quería estar sola y llorar su desgracia. Aguantó las lágrimas como pudo. Se sentía vacía y sobre todo, traicionada.

Malena no sabía exactamente qué había hecho a partir de ese momento, su mente en blanco, seguía abotargada.

El choque de emociones que la invadía, era una tremenda lucha interior. Era consciente del dolor que Lucía sentiría, y se odiaba por eso; pero ella tenía que admitir que podría pasar en cualquier momento. No la quiso engañar, no se trataba de eso, además, no sentía haberlo hecho, tan sólo había encontrado alguien con quien compartir lo que no podía con ella. Y sí, Carol le gustaba y mucho, sentía algo muy fuerte, pero también estaba enamorada de ella. Si no lo estuviera, ¿cómo hubiera aguantado lo que ella le había impuesto?

¿Tenía que haber sido sincera desde un principio? Se negó a volver a meterse en el enredo que era su cabeza. ¿Intentaba hablar con ella? ¿O esperar su reacción? No, le correspondía y era su obligación ir en su busca.

Esa noche sería muy larga, se dio la vuelta en la cama. Sabía que no iba a pegar ojo.

Lucía no sabía el tiempo que llevaba sentada a oscuras en el salón. Por compañía, su pena, lo único que se movía eran sus lágrimas. No podía borrar las imágenes de su cabeza. Daría lo que fuera porque el amanecer, borrase ese mal sueño en el que estaba inmersa, y todo volviera a ser como siempre.

Buscando un consuelo inútil y vano. Malena se presentó en casa de Nuria. Sabía perfectamente la reacción que tendría, y era consciente de que podían terminar mal. Se lo había ocultado y no se merecía eso.

La cara de Nuria, era indescriptible, cuando Malena acabó de contárselo.

—Te miro y veo a otra persona —dijo perpleja—. ¿Me estás diciendo, que eres la amante de una mujer casada, que es mi socia? Acabas de empezar una relación con una chica que se muere por ti, y que no sabe que Lucía existe, por no hablar, que me lo has ocultado, a mí, tu mejor amiga.

Malena bajó la mirada. ¿Qué podía decirle?

—De verdad, que no te conozco. ¿Esta es la amistad que tenemos? ¿La confianza que compartimos?

—No lo sabes por expreso deseo de Lucía, no quería que nadie lo supiera, solo me limité a respetar su decisión —Nuria la miró y supo que no estaba convencida—. Dime que me vaya, y que no quieres volver a saber de mí, y desapareceré.

Nuria la miró durante unos minutos interminables. Malena no le llegaba la camisa al cuerpo. Era su mejor amiga, no podían terminar así.

Viéndose vencida, se levantó y se dispuso a marcharse. Casi estaba a punto de abrir la puerta.

—¿No vas a explicarme siquiera de que va todo esto?

Malena suspiró aliviada. Se giró.

—Ni yo misma lo sé. De repente, me veo metida en todo este lío.

—¿No te has parado a pensar que podía ocurrir en cualquier momento?

—Me limité a que las cosas siguieran su curso.

—No exactamente, te limitaste a pensar solamente en ti. Ahora hay una persona, que está sufriendo lo insufrible, y otra que pasará por lo mismo. ¿O no piensas decirle nada?

Malena se levantó. Hizo un gesto de impotencia.

—Supongo que tendré que hacerlo.

—¿Supones?

—Tengo miedo a perderla, a Lucía ya lo doy por hecho.

—Pues haberlo pensado antes.

Malena sabía que tenía toda la razón. Suspiró pretendiendo calmarse.

—Malena —dijo poniéndose a su lado—. Tienes que comprender que una relación no puede basarse, en mentiras, en ocultar lo que te pueda resultar incómodo, para no pagar ninguna consecuencia. ¿De verdad, ellas, se merecen lo que tú les das?

Malena la miró, y de algún modo le hizo ver todo lo mal que lo había estado haciendo. Le arrojó a la cara sin contemplaciones todo lo miserable que era.

—Tienes razón. No las merezco, a ninguna de las dos —Nuria cogió aire, aliviada—. Y a ti tampoco, eres lo mejor —la abrazó con todo el cariño de tantos años de amistad—. Siento haberme portado así contigo, no tengo perdón.

—Pues no, pero bueno.

Se miraron y volvieron a abrazarse.