CUATRO

—Hola —dijo simplemente al sentarse en el coche. Lucía la miró extrañada—. ¿Qué ocurre?

—No nos vemos en casi tres semanas y con un simple «Hola», ¿ya está? —La miró sin comprender.

—Con un «Te he echado de menos», ¿es suficiente?

—Yo estoy esperando oírtelo decir a ti.

—Lo sabes perfectamente.

—¿Después de todo este tiempo? Se da por hecho, ¿no? —dijo con toda la ironía que fue capaz.

—Aunque no lo creas, no he dejado de pensar en ti, ni un minuto.

—Ojalá fuera verdad.

—Lo es.

—Ojalá fuera verdad —repitió.

Lucía la miró como nunca. Arrancó y se pusieron en camino.

—¿Dónde vamos?

—Es una sorpresa, he estado planeándolo, todos estos días.

Malena no dijo nada, pero le resultó un poco extraño. Había hecho una escapada con su marido, según le había contado, y se había pasado el día, pensando dónde ir con ella. Curioso.

Aparcaron frente a la cabaña de madera y apagó el contacto. No se veía ninguna otra cabaña alrededor.

—Me he asegurado de que esté lo suficientemente lejos de las otras.

—Es bonita —comentó.

Apagó las luces y se quedaron a oscuras por completo. Lucía la miró y se acercó a ella. Sin más la empezó a besar con deseo puro.

—Espera a entrar, por lo menos —dijo como pudo.

—No, te quiero ahora.

Le hizo pasar a la parte de atrás, y sin mediar palabra la desnudó. Malena le quitó la ropa a carreras. Sentir como la deseaba, le hizo perder la cabeza, a ella también. Lucía no era más que deseo.

La sentía por todo su cuerpo, hicieron el amor, a lo loco, y sin dejar un centímetro de piel libre.

Se abrazó a ella, buscando el refugio de sus brazos.

—Esta vez, casi acabas conmigo —le susurró.

Apenas podían verse, todo era oscuridad. Malena se estremeció al oírla decir eso, y la manera en que buscaba el calor de su contacto, acurrucándose de la manera más tierna. El tono en que lo dijo le traspasó el corazón. La estrechó dulcemente entre sus brazos, la besó con ternura. Sintió como fuego su caricia. Nunca habían llegado a eso. Las dos lo sabían, pero se limitaron a guardar silencio. Sus miradas bastaron.

Al día siguiente, lo dedicaron a pasear tranquilamente. Lucía cogió su mano. Malena la miró.

—Me da igual, es lo que quiero. Cuando estuvimos con tus amigas, no dejaba de imaginarme, las dos solas, en medio de la nada.

No contestó, pero estaba algo. Como decirlo, algo no, bastante sorprendida. Se la habían cambiado, ¿o qué?

—¿Tienes la misma extraña sensación que yo? —Le preguntó Malena.

—Sí, dijo por toda respuesta.

Se miraron. Lucía la cogió por la cintura y la besó con ternura. Malena se derretía. ¿Qué estaba pasando? Estaba mucho más cariñosa de lo que ya era de por sí.

—¿Sabes? Me gusta cocinar juntas, aunque me regañes todo el rato —dijo Malena.

—No te regaño, sólo te digo cómo hacerlo, tonta.

—¿Sabes que estás de lo más atractiva con ese delantal? —Se acercó a ella.

—Quieta.

—Ni lo pienses.

Se pegó a ella por detrás.

—Puedes seguir con lo que estás haciendo. Yo no te voy a interrumpir —besaba su cuello al tiempo que desabrochaba el pantalón.

—Malena, por favor.

—Malena, ¿qué?

Sus manos subieron lentamente y acariciaron sus pechos henchidos y duros de deseo, se pegó más todavía a ella. Metió su mano por la goma de las braguitas, y siguió un poco más. Instintivamente Lucía le dejó el camino libre. Le temblaban las piernas, y cuando sus dedos llegaron dónde querían, se agarró con fuerza, dejando que el placer recorriera su cuerpo.

Encendió su móvil. Empezó a pitar. Una llamada y un mensaje de Carol. «Me gustan los finales felices». En cuanto llegara a casa, la llamaría. Tendría que controlar el tema del teléfono. Tenía tantas ganas de ver a Carol como de estar allí con Lucía. No se permitió pensar. Volvió a apagar el móvil, y salió de la habitación.

Esa mañana decidieron comer en un pinar a orillas del pequeño lago. La complicidad iba en aumento. La actitud de Lucía había cambiado por completo. No sabría describirlo, pero parecía más relajada. Sí, eso era, y escondía algo que ella no sabía, de ahí su actitud.

—¿Por qué me miras así? —Preguntó Lucía, estaba sentada apoyada en el tronco de un árbol.

—No te miro.

—Sí, desde que llegamos, lo haces.

—¿El qué?

—Mirarme pensativa.

—Es que, estoy muy a gusto contigo. Y le doy vueltas a la cabeza.

—Pues no se las des. Estamos bien y vamos a estarlo siempre.

—¿Siempre?

—Siempre.

Malena miró sus bonitos ojos marrones, y su pelo castaño claro que movía el aire, el sol iluminaba su preciosa cara. Lucía le sonrió, no lo pudo evitar y se sentó entre sus piernas y se acurrucó. Apoyó la cabeza en su hombro, Lucía le acarició el pelo, besándolo.

—Estoy en una nube —le dijo—, y no quiero bajarme nunca. Tú, eres esa nube, mi nube, amorosa y acogedora, que me aísla de todo lo que no seas tú —volvió besarla en la frente.

Malena volvió a sentir como la aguijoneaban sus palabras, la miró y pudo ver todo el amor que Lucía sentía por ella, la atrajo hacia sí, perdiéndose en un beso.

—¿Me dirías qué es lo que está pasando? Lucía la miró descolocada.

—¿Qué está pasando?

—¿A qué se debe tanta complicidad, tanto cariño? —Lucía se levantó.

—¿No lo sabes? ¿Tan extraño te parece?

—Sí —dijo tímidamente. Sabía que se estaba metiendo en terreno pantanoso.

—¡Es verdad! Únicamente nos tratamos en la cama.

—Lucía, no es así.

—Claro que lo es, si no, no te resultaría tan extraño. A partir de ahora, voy a limitarme a eso.

—¿Por qué me tratas así?

—¿Y cómo me tratas tú? ¿Te parece extraño que te de cariño o quiera algo más que simple sexo?

Malena la miró sin saber qué contestarle, estaba desorientada.

—Muy bien —dijo Lucía interpretando mal su silencio—. Nos limitaremos a la cama, como hasta ahora.

—No, me gusta, sigue así, por favor.

—La verdad es que no sabríamos qué hacer.

—¿No? ¿Por qué no nos damos una oportunidad? No podemos condenarnos solo a eso.

—No sabríamos cómo actuar.

—Quiero más de ti. Lo necesito.

Lucía la miró sorprendida. Le había gustado oírle decir eso. No se lo esperaba.

—¿Qué necesitas de mí?

—A ti, por completo.

En el camino de vuelta fueron continuos gestos de ternura.

La dejó en la puerta de su casa. Sacaron su bolsa del maletero.

Se miraron, las dos sabían que algo había empezado a cambiar entre ellas. Lucía se dio la vuelta, se metió en el coche y se alejó. Se quedó mirando. La verdad era, que sentía por ella, algo muy fuerte y aunque tardara en llamarla, siempre buscaba el hueco para ir corriendo a su lado. Le había demostrado que ella también sentía lo mismo, aunque nunca hubieran dicho «Te quiero».

Lucía miraba por el retrovisor. Malena se había quedado de pie, esperando a que se alejara. Había cambiado su forma de estar juntas, y no lo había hecho tan sólo para demostrarle que todo empezaba a ser diferente, sino porque ella misma, se sentía bien, mejor dicho, fenomenal, había tomado una decisión, pero no quería precipitarse. «Una vez tomada, mejor con calma».

—¿Es tarde? No podía esperar más para hablar contigo.

—¿Has visto mis mensajes y llamadas?

—Me he dejado el móvil y te he llamado en cuanto he vuelto. He estado fuera estos dos días.

—¿Y todo bien?

—Muy bien, pero me gustaría verte.

—No he dejado de pensar en ti, ¿sabes?

—¿Otra vez mintiendo?

Carol se rio.

—En serio, tenemos pendiente una sesión de terror.

—Vaya, yo pensaba en otro tema muy distinto.

Volvió a reírse.

—¿Mañana?

—Muy bien.

Estaba de pie esperándola, junto a la estatua del parque, la vio y la recibió con una sonrisa y un beso. «Tendré que acostumbrarme a estos recibimientos». La cogió de la mano, era muy cariñosa. Y Malena estaba encantada con eso. Pensó por un momento en Lucía, ella parecía que empezaba a ser así, al menos no sólo en la intimidad.

Fueron paseando tranquilamente, las dos querían estar a solas. Subieron al apartamento de Carol.

Nada más cerrar la puerta, Malena la cogió en brazos y la llevó a la cama.

—¿Esto no es la escena final de una película? —Comentó divertida.

—¿Has visto que detallista soy?

Carol empezó a desabrocharla la blusa.

Malena miró su reloj.

—Quédate si quieres.

—Mañana tengo que madrugar, hay bastante lío en el trabajo. Pero me voy de mala gana. ¿Lo sabes, verdad?

—Supongo.

—¿Cómo que supones?

Carol la besó y se dio la vuelta.

—¿Qué manera es esta de despedirte?

—Tienes que madrugar, ¿no? —Dijo con una sonrisa maliciosa.

—Pero antes nos despediremos como es debido, maleducada.

Lucía desapareció como era normal, así que llamó a Carol, quería verla, y no tenía que esperar a que le diera permiso.

Otra vez, Carol la recibió con un cariñoso gesto. Le gustaba muchísimo que lo hiciera.

Quedaron en un café cerca del Conservatorio. Como no podía ser de otra manera, la decoración se basaba en la música. Fotos de directores de orquesta, de algunas escenas de óperas, y cuadros con pinturas de diversos instrumentos. La música, por supuesto, clásica.

Carol observó a Malena cómo miraba todo.

—¿Qué te parece?

—Muy apropiado.

A Carol le hizo gracia. Malena se quedó mirándola. Era preciosa. Su pelo ensortijado y pelirrojo, sus ojos verdes y su piel blanca. Llevaba una blusa que realzaba todo el conjunto.

—¿Qué me miras? —Preguntó Carol.

—¿Estás todavía más guapa que la última vez?

Carol sonrió. Malena dejó el paquete en el asiento. Se les pasó la tarde volando. Carol no dejó de saludar. Muchos de los empleados y músicos acudían a ese sitio. Les presentó a alguno de sus compañeros. Se sentía tan a gusto con ella.

—¿Nos vamos? Mañana tengo un día bastante cargadito.

—Te dejas esto —dijo Lucía.

—¡Ah, sí!

Salieron a la calle.

—No me hubiera gustado nada perderlo. Sobre todo porque es para ti.

—¿Para mí?

—Sí.

—¿Qué es?

—Por la forma, yo creo que una bici.

—Muy graciosa —le dio un pequeño beso en los labios.

Carol lo abrió. La miró con toda ilusión.

—La edición de coleccionista —dijo mirando la película.

—¿Te gusta?

—¿Que si me gusta? —Le dio un abrazo que hizo que Malena sintiera un escalofrío. Era un cielo de chica.

Quedaban cada vez, más asiduamente. Querían verse, se lo pasaban muy bien juntas, Carol conoció a sus amigos y Malena a los suyos. Malena estaba contenta, Nuria y Carol habían congeniado bastante bien.

Ese fin de semana tampoco quedó con Lucía, lo pasaron tranquilamente en casa de Carol.

—¿Tomamos un café?

—Tú lo preparas y yo recojo la mesa.

—Perfecto —la besó y entró en la cocina.

Carol dejó la bandeja encima de la mesa. Malena sentada en el sofá, preparaba el vídeo.

—¿Te apetece?

—Sí, claro. ¿De qué se trata esta vez?

—Pues de un tema que te entusiasma, pero contado de una forma muy distinta. A mí, me parece mucho más entretenido.

Pulsó el botón y empezó. Carol no podía dejar de reírse al ver los dibujos animados. La música clásica sonaba mientras Tom vestido como un director de orquesta, perseguía a Jerry que se había escondido en un enorme piano.

—Tienes razón, así es más divertido.

—Es una buena manera para que no te parezca tan aburrida, ¿no te parece? Estos dibujos me encantan, y qué mejor que verlos contigo. Mi genio particular.

Carol la besó, Malena se acurrucó contra ella apoyándose en su hombro y continuaron disfrutando de la película.

El vacío de Lucía, lo ocupaba Carol. Malena lo tenía muy claro, porque Lucía se había vuelto a encargar de decírselo sin palabras. Cuando estaban juntas todo parecía que fuera a cambiar, pero en cuanto volvía a su vida cotidiana, ella quedaba relegada.

En cambio Carol, la tenía reservado el sitio en el que siempre había querido estar, junto a su pareja, simplemente.

No volvió a preocuparse de estar pendiente del móvil. Ahora ella tenía también alguien a su lado, aparte de Lucía. ¿Verse de vez en cuando, como hasta ahora? Por ella perfecto.

—¿Pero qué dices? ¿En serio?

—Sí —dijo Carol con una sonrisa ilusionada.

—¿De verdad quieres que vaya contigo?

—Pues claro, tonta.

—No creo encajar, la verdad.

Carol la abrazó.

—Escúchame, todos van acompañados de sus parejas ¿por qué, yo no voy a ir con la mía?

—Intentaré organizarlo en el trabajo —dijo pensativa.

Malena se sentía, rara no, rarísima. No estaba acostumbrada a eso, Carol la estaba pidiendo que fuera con ella. Había visto a sus compañeros un par de veces, nada más. Lo más importante y sobre todo, significativo, era que Carol quería que estuviera a su lado. No había tenido la menor duda en pedirle que le acompañara al viaje a Viena, que había organizado el Conservatorio.

—¿No tendrás problemas por ir conmigo?

Carol se rio.

—No te preocupes por eso, todos saben de ti, es como si ya te conocieran.

—¿Les has hablado de mí?

—Por supuesto.

—Ahora, me va a dar más corte todavía.

Carol volvió a reírse. La besó con todas sus ganas.

Para su tranquilidad, los compañeros de Carol, eran gente sencilla. La habían aceptado como una más, y se sintió cómoda desde el primer momento.

Ojeaba una revista sentada en el avión.

—¿Te aburres? —dijo Carol sentándose a su lado.

—No, estoy bien.

—¿Sabes? Estoy nerviosa, nunca he estado en Viena —Malena sonrió.

—¿La capital de la música, no?

—Sí, dijo emocionada.

—Yo tampoco la conozco.

—Vamos a conocer la casa de Strauss, y la ópera, y…

—¡No me lo puedo creer! ¿En serio?

Carol la miró sin comprender, luego se dio cuenta.

—Muy graciosa —hizo una mueca de burla. Se miraron.

—Lo mejor de todo, ¿sabes qué es?

—¿Oír música a todas horas?

—No. Compartir todo esto contigo —le dijo en un susurró Carol.

A Malena se le puso la carne de gallina.

—Me alegro de haber venido. Y que formes parte de mi vida.

Una vez acomodados en el hotel, cenaron en un restaurante cercano, y subieron para descansar y madrugar al día siguiente.

—¡Qué vistas! —Dijo Carol mirando por la ventana.

—Se ve toda la ciudad —dijo cogiéndola por la cintura.

—Tu querida Viena.

Carol se dio la vuelta.

—Mi amada Malena —la llevó a la cama con un beso.

Malena se despertó, estaba nerviosa, desde que empezaron el viaje, sentía una sensación que no había sentido nunca.

Era como si Carol y ella se conocieran de siempre. No sabía si algún día llegarían a convivir, y todo sería tan bonito como ahora. No quiso darle vueltas a la cabeza. Ahí estaba ahora, en Viena, a miles de kilómetros de Lucía. Pensó en ella. ¿Le habría llamado? Dejó el móvil en casa. Quería disfrutar de todo sin más. Una parte de ella, tenía que reconocer que la extrañaba. Pero ahora estaba con alguien que le había demostrado todo lo que le importaba.

Carol dormía, era preciosa. Su rostro siempre reflejaba una calma y una paz interior que transmitía a quién estuviera a su lado. Tenía la habilidad de hacer que cualquier problema fuera mínimo y no tuviera importancia. Era optimista y pocas veces se la veía seria. Le encantaba su carácter. Y ver cómo se ilusionaba por todo cuanto veía, en esa acogedora ciudad, le hacía plantearse sus sentimientos. Estaba completamente enamorada. ¿Quién no lo estaría? No pudo más y la despertó con un cariñoso beso.

Se perdieron por las calles de Viena. Pasearon tranquilamente. En la mayoría de las calles y plazas había algún músico callejero tocando una pieza de música clásica.

—Espero que no te aburras demasiado —comentó uno de los compañeros de Carol.

—Me gusta, de verdad. Al final voy a saber hasta quién es el compositor y todo.

Se echaron a reír.

El grupo se hizo una foto con unos músicos vestidos de época.

El día transcurrió en armonía. Malena estaba encantada. Solo el hecho de estar junto a Carol ya era más que suficiente. La estrechó la mano con cariño. Carol la miró y se la estrechó ella, con una entrañable sonrisa.

A la salida de una plaza y un par de calles detrás llegaron a una calle, una compañera se paró, y miró su mapa.

—Creo que es aquí.

—Sí. ¡La casa de Strauss!

Carol miró a Malena. Esta se tapó la boca con la mano al tiempo que ponía cara de sorpresa.

—Eres mala, ¿lo sabías?

—Por favor, estamos en la casa de… ¿cómo has dicho que se llamaba?

Carol se rio.

—No tienes remedio, pasó su brazo por detrás de su cintura atrayéndola hacia ella.

Malena volvió a sentir un escalofrío.

Entraron, a Malena le hacía gracia el entusiasmo del grupo. Hacían que ella también participara de esa ilusión.

—En esta casa compuso su famoso vals, ¿no? —Hizo que bailaba.

—¿Y cómo sabes tú eso? —Dijo Carol sorprendida—. ¡Ah! Claro, tus queridas «maquinas» y el maravilloso mundo de «Internet». Qué pregunta para toda una informática como tú.

Malena sonrió.

—Que sepas que se encuentra de todo. Y creo que te voy a sorprender.

—¿Ah, sí? Me gustaría verlo.

—Lo verás.

—Estoy deseando, pasó sus dedos por su cintura.

Malena miró a su alrededor cortada. Carol contuvo la risa.

Su entusiasmo aumentó en el museo de antiguos instrumentos musicales.

Malena se separó del grupo, que describía cada detalle de lo que veían, ella miraba con ojos inexpertos. Pasó a otra sala.

—¿Qué haces aquí sola? —Dijo Carol a su lado.

—No te preocupes por mí.

—¿Prefieres que nos vayamos?

—Claro que no —la miró. Carol tenía todo el amor del mundo en sus ojos. Algo a lo que no acababa de acostumbrarse, la conmocionaba por dentro—. Vamos con ellos —dijo cogiéndola por los hombros.

—¿De verdad que lo estás pasando bien?

—De verdad. Estoy muy a gusto, tus amigos son gente muy maja, y desde el primer momento han hecho que me integre. Me alegro de haber venido.

Carol la miró y acarició su mejilla.

—¿Sabes una cosa? Desde que llegamos haces que este descentrada —Malena la miró extrañada—. No pienso en otra cosa que en estar contigo. Reprimo continuamente las ganas de besarte.

Se miraron.

—Será mejor que vayamos con ellos, por favor.

Antes de volver al hotel, decidieron tomar unas cervezas en una terraza.

—Mañana es el festival de música en la plaza del Ayuntamiento, han instalado una pantalla gigante y habrá casetas de comida y bebida de varios países.

—A eso me apunto —dijo Malena.

—Y yo también —dijo uno de ellos.

Carol apoyó su brazo en el respaldo de su silla y acarició su espalda. Esos gestos de cariño a Malena la desarmaban por completo.

Casi no le dio tiempo de cerrar la puerta de la habitación, cuando la empezó a besar con urgencia.

—¿Y esto?

—Llevo todo el día pensando en tenerte para mí sola, ya no puedo esperar más —dijo mientras la desnudaba.

—Yo tampoco —dijo Malena quitándose la blusa.

Esa mañana fueron a ver la Opera. Como era habitual, todos estaban emocionados, no pararon de comentar todo lo que veían.

—¿Sabes que se inauguró en 1869 con la ópera «Don Giovanni» de Mozart? —Dijo aposta Malena. Carol la miró—. ¿Qué? Empieza a interesarme el mundo de la música —respondió.

Carol le regaló una sonrisa. A modo de bienvenida, una chica tocaba el violonchelo en la entrada.

—¡Qué casualidad! —Dijo Malena mirando a Carol.

—Lo hace muy bien —comentó esta.

—Sí, los acordes suenan justo a su tiempo. ¿Mahler, no?

El grupo se quedó mirándola y se echó a reír con ganas. La expresión de Carol revelaba claramente cómo se sentía.

—Te prefiero a ti —le susurró mientras subían las escaleras.

A última hora de la tarde, fueron a la plaza del Ayuntamiento, era algo temprano y todavía no estaba abarrotada de gente. Cogieron un buen sitio frente a la enorme pantalla que había instalada.

—Vamos a por algo de beber y aprovechamos para traer también algo de picar —dijo Tomás.

—Te acompaño —se ofreció Malena.

Se sentaron. Carol estaba sentada en la otra punta. Alfredo y Malena se sentaron juntos. Primero ofrecieron música clásica, y después cambiaron radicalmente con música jazz.

—Me voy a tomar algo, no me gusta nada esta música —dijo Malena.

—Te acompaño, a mí tampoco me entusiasma —le siguió Alfredo.

—¿Qué probamos bebida suiza o checa?

—Checa.

—Muy bien, vamos.

Se acercaron a la caseta y pidieron dos cervezas. Unas chicas a su lado hablaban entre ellas.

—Qué bien, por fin entiendo algo de lo que se habla —dijo Alfredo mirándolas.

Estas se rieron. Empezaron a hablar. Carol las vio. Parecían muy animados. No es que le hiciera mucha gracia.

Una de ellas parecía contarle algo a Malena, esta escuchaba con atención. Se rieron con ganas.

—Pues sí, es un músico reputado —dijo Malena a una de ellas, que miraba a Alfredo más de la cuenta.

—Sólo soy el primer violín.

—¿Eso es importante, no?

—Sólo un poquito.

Se volvieron a reír.

—No seas tímido, aprovecha, le gustas, está claro —le dijo al oído Malena.

—Hace tanto tiempo, que ya ni me acuerdo.

—Déjate llevar, te saldrá solo.

El chico bebió de su vaso. Malena sonrió.

Carol no quería reconocerlo, pero estaba molesta. La miraba esperando que ella hiciera lo mismo, pero ni una sola vez, se digno hacerlo.

Miró hacia las casetas y vio a Alfredo con la chica. Reían y parecían disfrutar de la charla. Sonrió, pero se le borró al ver a Malena muy interesada por la conversación. Volvió a mirar, las vio pedir y afortunadamente, Malena se quedó sola un momento.

Decidió que ya era suficiente, se levantó y fue hacia ella.

—¿No tienes con quien charlar? Malena notó el tono:

—¿Qué te pasa?

—Nada. ¿Se ha ido tu amiga?

—Carol, por favor.

—¿Qué haces aquí?

—No me gusta el jazz.

—¿Qué te gusta?

—¿A qué viene esto?

—Me gustaría saber el motivo por el cual, no has estado conmigo ni cinco minutos.

Malena la miró sorprendida.

—No podía pasar por encima de la gente.

—Y parece que eso te ha venido muy bien.

Malena suspiró.

—Escucha, parece que Alfredo ha hecho buenas «migas» con esa chica —dijo mirando dónde se encontraban ellos—. Yo sólo le he echado una manita.

—Has puesto mucho empeño en distraer a las otras.

—Vaya, ¡estás celosa!

—Por supuesto que no.

—Claro que sí.

—No lo estoy. Solo que no me gusta esta faceta tuya.

A Malena, eso le molestó.

—¿Qué faceta?

En ese momento llegaron los demás.

—Esto ya ha terminado, nosotros nos vamos al hotel.

—Yo también —dijo Carol sin mirarla.

—Iré a decírselo a Alfredo —dijo seria.

Le dieron cien patadas, cuando vio cómo se acercaba a las otras chicas, y se despedía de ellas.

—Alfredo se queda —dijo al volver. Los comentarios fueron inevitables.

Carol no se molestó en dirigirse a ella en todo el camino de vuelta. A Malena no le gustaba nada como había acabado la noche.

Se despidieron de los demás en el pasillo. Entraron en su habitación en poca armonía. Carol fue a la ducha directamente. Ella se tumbó encima de la cama, ahuecó la almohada y se apoyó en el cabecero. Carol salió al poco, llevaba nada más que una toalla en la cintura, la parte de arriba iba desnuda. Se puso delante del espejo de espaldas a Malena, y empezó a sacudirse el pelo para colocarlo a su gusto. Malena no dejaba de mirarla, sabía que Carol la estaba picando. Aguantó un poco más, Carol la miraba a través del espejo disimuladamente, fingiendo no hacerlo. Se echó la melena hacia atrás con los brazos en alto, dejando ver su torso desnudo, clavó su mirada en Malena. Se quedaron así, durante unos segundos. Malena incapaz de aguantar más, se levantó despacio, se colocó detrás, pegándose a ella, hundiendo su cara en su pelo mojado, al tiempo que le quitaba la toalla, que cayó al suelo.

Dulcemente abrazadas se estrechaban una contra la otra.

—No vuelvas a pensar algo así —dijo Malena.

—Me he portado como una tonta, lo siento, pero no he podido evitarlo.

—Sólo hablábamos. Pero debo reconocer que me ha gustado verte celosa.

—Te repito que no lo estaba.

—¿Entonces?

Carol la miró.

—Eres para mí ¿lo entiendes?

Esas palabras la hicieron pensar en Lucía. Ella también se lo había dicho en una ocasión. Pero no, no era el momento para eso. Estaba con Carol y habían tenido una reconciliación de película. Eso era lo único que importaba.

—¿Qué piensas?

Carol la miraba intrigada.

—Nada, en lo que me has dicho.

—¿Excesivo, no?

—No, me gusta. Se tumbó encima de ella y la empezó a besar.

Apuraron la última mañana en la ciudad.

Malena se acercó a Alfredo.

—¿Bueno como terminó la noche?

—Un par de copas y después, la acompañé al hotel.

Alfredo se fijó en la sonrisita de Malena.

—Pues no, nada de eso. Sus amigas estaban en la habitación.

—Qué pena.

—Hemos quedado para vernos en Madrid.

—Eso es otra cosa, me alegro, parece una chica muy maja y además es guapa.

—Está buenísima, mejor dicho.

Se rieron.

—¿Qué os parece si vamos a uno de esos cafés, son muy típicos?

—¿Ahí tampoco se oye Rock and Roll, no?

Se rieron todos a la vez del comentario de Malena.

A última hora de la tarde les llevaron al aeropuerto.

—Me llevo un recuerdo muy bonito —le comentó Malena.

—Yo también, acarició sus manos.