DOS

Lucía ya tenía todo preparado cuando oyó el claxon. Se aseguró de cerrar bien la puerta y salió.

Los nervios podían con ella. Vería a Malena, aunque sabía que no iría con ellas en el coche.

Ella y otra chica, Patricia, creía recordar, llegarían por la tarde. No habían podido salir antes del trabajo.

—¿Preparada? —Le preguntó Nuria metiendo la bolsa en el maletero.

—Creo que sí —dijo pensando en Malena, más que en otra cosa.

Nuria le presentó a las demás, cuando se metió en el coche.

—Ella es Mar y ella es Belén. Ella es Lucía mi socia.

El viaje resultó de lo más animado. Las amigas de Nuria, resultaron ser unas chicas divertidas y simpáticas. Lo que hizo que todo resultara más agradable, lo difícil vendría después, la razón por la que ella se encontraba ahora allí. El único motivo, Malena.

—No gracias —dijo rechazando los dulces.

—Lucía no temas engordar, te aseguro que estos días, vas a quemarlo todo.

—Solo de pensarlo, ya me entran agujetas —se echaron a reír.

Pararon el coche frente a la cabaña. Baj aron y entraron.

Un salón con chimenea.

—Aquí debe nevar bastante —comentó una de ellas.

Miraron la parte de abajo, pasando por las distintas habitaciones. Había un dormitorio en esa planta. Subieron al piso de arriba.

—Cuando vengan Malena y Patricia, nos distribuimos para dormir.

A Lucía le puso nerviosa oírla decir eso. Aunque tenía claro que ella dormiría con Nuria, desde luego.

Sacaron el equipaje y todo lo que habían comprado para esos días. Prepararon la comida y se fueron a dar un paseo después por los alrededores.

No dejaba de mirar su reloj, no tardarían en llegar. Habían llamado para decir que en media hora estarían allí. El pulso se le aceleraba por momentos.

Mientras las esperaban se entretuvieron con juegos de mesa.

Oyeron la moto. A Lucía se le aceleró el corazón, conocía muy bien ese sonido.

—Ya han llegado.

Lucía permaneció sentada, le temblaban las piernas. No sabía muy bien qué hacer.

—¡Hola chicas! —Dijo al entrar, Patricia, la chica que había venido con Malena.

—Ella es Lucía —le presentó Nuria—. Bueno a Malena, ya la conoces.

Se saludaron como si nada, aunque sus ojos les pudieran traicionar.

—Bueno, primer paso dado —suspiró Lucía.

Malena estaba algo más seria de lo habitual, y ella se esforzaba, en que no se le notara su inquietud.

Se sentaron alrededor de la mesa en los dos amplios sofás y en los dos sillones.

—Creo que lo primero es decidir lo de las habitaciones, para quitar las bolsas de en medio —sugirió Belén.

Lucía miró de soslayo a Malena, esta se movió incómoda.

—Yo dormiré con Lucía —dijo Nuria—. Es lo más lógico.

Las dos suspiraron aliviadas.

—Yo con Malena dijo Patricia. ¿Te parece bien? —Le preguntó.

—Claro, pero me gustaría arriba.

—Bien, entonces Mar y Belén. Bueno pues, todo arreglado.

Salieron a dar otro pequeño paseo antes de cenar. Malena mantuvo un trato correcto, pero con la distancia que esperaba que tuviera con ella. Por su parte se comportó de la misma manera. Apenas cruzaron unas cuantas palabras. Se mantenían alejadas prudentemente.

Una vez en la casa y después de cenar, se dedicaron a mirar las actividades del día siguiente. Malena esperó a que todas se sentaran en la mesa, para sentarse apartada de ella. «Ya sabías a lo que te arriesgabas», pensó Lucia para sí.

—¿Qué os parece si mañana para empezar hacemos algo de senderismo? —Propuso Patricia.

—Perfecto, así podemos conocer el lugar. Este itinerario es bastante cómodo, no hay muchas pendientes.

—Bien, pues yo me voy a la cama —dijo Belén.

—Yo también —siguió Malena, mirando disimuladamente a Lucía.

Esta sintió una punzada. No sabía bien de qué, pero dolió, y mucho, al ver como Malena y Patricia subían las escaleras y no era ella, la que le acompañaba. No hubieran dormido mucho, de eso estaba segura.

Tumbada en la cama Lucía, no conseguía pegar ojo. Miraba el techo. Se imaginaba con Malena abrazada a ella, resignada se dio la vuelta intentando parar su mente.

Madrugaron y después de un breve desayuno, se pusieron en marcha. A Lucía todavía le duraba el efecto que le había producido el roce de su mano al pasarle la mermelada.

Al mediodía, se habían alejado bastante. Hicieron una parada para admirar el caudaloso río, se sentaron en un claro del bosque. Durante todo el camino, no lo hicieron juntas. Malena lo evitó a toda costa, estuvo amable, pero hasta ahí. Ella lo intentó un par de veces, sin éxito.

A la vuelta Malena iba la última, Nuria se puso a su lado.

—¿Qué te pasa con Lucía? ¿No te cae muy bien?

Malena la miró sorprendida.

—Claro que sí, ¿por qué me iba a caer mal?

—No lo sé, pero parece que no te hace mucha gracia, tienes una actitud distinta con ella.

—No la conozco mucho, es solo eso.

—Pues tiene fácil arreglo, intenta hablar más con ella.

De repente, Nuria la llamó, Lucía se dio la vuelta.

—¡Lucía, ven!

Malena quiso que se le tragara la tierra en ese momento. «¿Pero a qué venía eso?».

—Malena me preguntaba si lo estás pasando bien.

Lucía la miró, y vio el apuro por el que estaba pasando.

—Me alegro de haber venido —dijo mirándola directamente.

Disimuladamente Nuria se adelantó y se puso a hablar con las demás.

Anduvieron un trecho sin decir palabra, Malena miraba el suelo. Lucía a ella.

—Creo que no podemos ignorarnos de esta manera, se están empezando a dar cuenta.

—Será más difícil entonces.

—¿Te refieres al hecho de hablarme o siquiera estar a mi lado? ¿Tanto esfuerzo te supone el tratarme como a las demás?

Malena suspiró.

—No, si lo fueras, pero no lo eres.

—Eso me da esperanzas.

—¿Quieres tenerlas?

—¿Por qué si no, estoy aquí? No has contestado mis llamadas, ignorándome por completo. Si prefieres que me vaya, solo tienes que decírmelo.

Mar y Patricia, se pusieron a su lado y empezaron a charlar. Disimulando otra vez, hicieron un esfuerzo por meterse en la conversación.

Llegaron a la cabaña bastante cansadas, la marcha había sido larga.

—¿Qué buscas? —Preguntó Nuria al ver cómo Lucía sacaba toda su ropa del armario.

—Estaba segura de haber metido una toalla.

—Mira en el armario de arriba, en el pasillo, en el de aquí, creo que no hay ninguna.

—Voy a ver.

Subió, abrió el armario, pero no encontró ninguna, justo cuando se dio la vuelta, salía de ducharse Malena, en ese momento, envuelta en una toalla y con el pelo revuelto y mojado. Lucía se quedó parada mirándola sin darse cuenta de la manera en que lo hacía, Malena tampoco era consciente de cómo la miraba.

—Buscaba una toalla —dijo con voz temblorosa.

—¿Has encontrado alguna? —Dijo Nuria subiendo las escaleras y haciéndolas volver a la realidad.

—No —dijo aclarándose la garganta.

—De todas maneras, el baño de abajo está ocupado.

—Puedes hacerlo aquí, este está libre —dijo Malena.

—Gracias.

Nuria la miró y le sonrió con satisfacción. Lucía se metió en el baño.

—Eso es, así. Estoy segura de que haréis buenas «migas» solo tenéis que conoceros un poquito más.

«¿Más todavía?» pensó riéndose para sus adentros.

—¿Se puede saber por qué me lo dices a mí?

—Ella ha intentado acercarse y tú, ni caso. Con las demás no le pasa eso.

Malena vio el gesto que puso Nuria.

—¿Qué?

—¿Acaso te gusta? ¿Es eso?

—¿Pero te has vuelto loca? Está casada.

—Nosotras sabemos perfectamente que eso no es ningún impedimento.

—No me gusta, no es mi tipo para nada.

—Ya veremos.

—¿Cómo que ya veremos?

Nuria empezó a bajar la escalera, se volvió con una sonrisa pícara.

—Voy a dejarle mi toalla —dijo Nuria.

—No hace falta yo he traído dos.

—Muy bien —volvió a sonreírle.

Llamó tímidamente. Lucía abrió, asomó la cabeza, estaba desnuda, se tapaba con la puerta. Malena lo sabía perfectamente, tragó saliva.

—Toma, puedes utilizar esta, yo tengo otra.

—Gracias —dijo. Se incorporó y totalmente aposta, se puso frente a ella sin puerta de por medio. Malena intentó que sus ojos no se movieran, rápidamente se dio la vuelta entrando en su habitación. Lucía sonrió maliciosamente, sabía que había conseguido su objetivo.

Inocentemente Nuria estaba convencida de que Malena y Lucía se llevarían bien, además, y la otra socia, desde no hacía mucho, pero aparte de llevarse bien en el negocio, personalmente, habían congeniado, desde el primer momento. Y a partir de entonces, sería inevitable quedar en alguna ocasión, y no quería quedar con las dos aparte, mejor conocerse de antes. Y haría todo lo que estuviera en sus manos para que fuera así. No sabía exactamente la razón, pero lo sentía así.

Tuvo el detalle de sentarse frente a ella, a la hora de cenar. «Algo es algo», pensó Lucía.

—Mañana toca «rafting», ¿quién se apunta?

—Yo ni loca —dijo Patricia—. Me da miedo.

—A mí también —dijo Lucía. Malena la miró—. Me parece peligroso —respondió mirándola.

Las demás no tuvieron ninguna duda en apuntarse. Pensó en Malena, y se inquietó. ¿Y si le pasaba algo?

—Voy un rato fuera —dijo levantándose.

Malena espero un tiempo prudente y también salió. Nuria sonrió con satisfacción. Las demás intercambiaron una mirada suspicaz.

Lucía estaba sentada en las escaleras de la entrada. Malena lo hizo a su lado.

—¿Prefieres estar sola?

—Prefiero estar contigo.

Se miraron. Malena tenía ese gesto de inocencia, que tanto le gustaba.

—Todavía no me creo, que ahora mismo estés aquí conmigo.

—Lucía, me gusta que hayas venido.

—¿En serio?

—Sabes que sí.

—No aguantaba más sin verte, y si tengo que seguirte al fin del mundo, lo haré.

Lucía vio en sus ojos el efecto de sus palabras.

—No es justo.

—¿El qué?

—Ni siquiera puedo besarte.

Lucía se rio.

—¿Por qué te ríes?

—Podemos ir detrás de esos arbustos como si fuéramos colegialas.

—No creo que fuera necesario, esas cotillas de ahí dentro, estarán haciendo mil y una conjeturas —se rio.

—¿Y si le damos motivos?

Lucía se acercó, de improviso, sus labios separados tan solo por unos milímetros. Malena se quedó inmóvil, no se lo esperaba. Lucía los rozó casi imperceptiblemente, la miró a los ojos por unos segundos, se levantó y entró. Malena se quedó aturdida. Había sido brutal. ¿Y ahora quién era la guapa que dormía? ¿Es que no se iba a cansar de provocarla? Cuando se recobró un poco, entró. Echó un rápido vistazo y no vio a Lucía.

—Solo quedamos nosotras —dijo Patricia—, las demás se ha ido a dormir.

Miró la puerta de su habitación y suspiró.

—¿Una cerveza? —Le ofreció Mar.

Al día siguiente temprano fueron al centro de actividades, donde alquilarían la balsa para descender el río. Lucía aprovechó un momento en que Malena se separó del resto, sentándose para ajustarse el traje.

—Por favor, ten cuidado.

Malena la miró sorprendida.

—Prométeme que lo tendrás.

—Por supuesto, no tengo la menor intención de ahogarme.

—No lo digas ni en broma. Estoy muy asustada.

Malena se apiadó, sabía la angustia que sentía.

—No te preocupes.

Se fundieron en una mirada.

—¡Tenemos que irnos! Malena se levantó, y fue a la orilla del río dónde esperaban las demás.

Esperaron a que se subieran a la balsa para esperarlas unos kilómetros más abajo. Mar y Nuria detrás, y Malena y el instructor delante. Lucía se puso más nerviosa todavía, ahí seguro que era más peligroso. Le hubiera gustado desahogarse con Patricia, pero tuvo que tragarse el miedo.

—Subamos a ese puente, las veremos bajar —dijo Patricia.

Lucía miraba como se metían en la balsa y empezaban a alejarse de la orilla, empezaron a remar y se metieron en los primeros torbellinos de agua. La balsa se levantó para bajar con todo su peso en el agua, envolviendo a Malena y al guía por completo.

El corazón empezó a latir por su cuenta.

—Me alegro de no estar ahí —comentó Patricia.

—Yo también —dijo justo cuando la balsa pasaba debajo de ellas.

«Y Malena no debería estar tampoco». Subieron al coche.

Cuando llegaron al lugar dónde finalizaba el recorrido, Lucía le propuso dar un paseo por la zona, no hubiera podido estar sentada. «No tiene porqué pasar nada».

Cuando regresara hablaría con ella, no tenía muy claro cómo hacerlo, pero ya se las apañaría. No aguantaba más, no poder tocarla, siquiera.

—Deben estar a punto de llegar —dijo Patricia mirando su reloj.

—Sí, vamos.

La balsa llegó a su destino, pero con dos pasajeras menos. Se alarmaron.

—¿Y Malena y Patricia? —Preguntaron las demás.

—Un accidente inoportuno.

—¿Les ha pasado algo? —Lucía no pudo controlar sus nervios.

—Nada grave, Patricia se ha hecho daño en un tobillo y Malena la ha acompañado a que la vean. Hemos parado en un recodo y les ha recogido un coche de emergencias.

Lucía suspiró aliviada. Casi se desmaya.

Cuando llegaron a la cabaña estaban todas esperando impacientes. A Malena no le había pasado nada, pero Lucía estaba inquieta y descolocada. Era la primera vez que tenía esa sensación. No sabía muy bien qué era, lo único cierto era que deseaba que llegaran ya, y que Malena estuviera allí con ella. Eso era, era necesidad. La necesidad de tenerla, su cuerpo y su mente la reclamaba quejándose al sentir su falta.

Las vieron bajarse del coche. Patricia se apoyaba en el hombro de Malena y cojeando llegaron a la puerta. Nuria y Mar salieron a ayudarlas.

«Si le hubiera pasado algo», pensaba Lucía con angustia al verlas acercarse.

—Te dije que era peligroso —le recriminó Mar.

—Ha sido una tontería, un esguince, nada más —se sentó y apoyó las muletas a su lado.

Malena miró a Lucía y esta parecía contestarle con la mirada.

—Lo mejor será que duermas aquí abajo. Te resultará más cómodo —dijo Nuria.

Malena y Lucía la miraron a la vez.

—La verdad es que no creo que pueda subir y bajar las escaleras —dijo mirando a Malena.

—Por mí, no hay problema.

—¿Te importa dormir con ella? —Preguntó de pronto Nuria a Lucía.

Esta, por un momento, se quedó sin saber qué contestar.

—Si a Malena no le importa.

Malena tenía la misma expresión.

—No, claro, sin problema.

—Lo digo, porque si necesita cualquier cosa, por la noche, no me importa estar pendiente.

—Por mí vale, aunque yo puedo hacerlo también —contestó Malena, aparentado normalidad, aunque por dentro estuviera de todo menos tranquila. Pero hablaría con Nuria ¿qué demonios pretendía?

—Bien, entonces voy a bajar tus cosas —le dijo a Patricia.

—Mientras subiré las mías —dijo mirando tímidamente a Malena.

Después de cenar, se quedaron charlando tranquilamente, e inevitablemente la charla tomó unos derroteros más personales.

—Pues sí, yo por ejemplo, prefiero que mis parejas no fumen —comentaba Mar.

—¿Y eso porqué? —Preguntó Lucía.

Todas se echaron a reír.

—Dice que no soporta que «después» fumen en la cama, que le quita el buen sabor —comentó Patricia.

Volvieron a reírse. Siguieron con la conversación, repleta de anécdotas, y le tocó el turno a Malena, que hasta ahora, no había abierto la boca.

—Pero nuestra campeona es Malena —dijo Mar.

—Otra vez, con eso no, por favor. Además no tiene ningún interés.

—Cuenta, por favor —dijo Lucía mirándola fijamente. Vio el gesto de fastidio que puso. Estaba muy interesada en lo que pudieran contarle.

No habían hablado mucho, entre ellas, de sus relaciones anteriores y Malena mucho menos.

—Fue en una boda.

—Creo que mejor me voy —protestó Malena levantándose.

—De eso nada —Nuria le sujetó por el brazo obligándola a sentarse de nuevo.

—Como decía, fuimos a una boda de unos amigos comunes: Pablo y Carmen. La novia tenía una hermana, me parece que se llamaba Cristina. La familia de la novia invitó a un amigo de toda la vida, y compañero de carrera de Cristina, y también a sus padres. El chico estaba perdidamente enamorado y ella, pues tonteaba con él.

—Ya vale, todas sabemos lo que pasó esa noche —volvió a protestar Malena.

—Pero yo no —contestó Lucía.

—Eso es cierto, deja que se lo cuente, se va a reír.

«Pues yo creo que no le va hacer ninguna gracia» y resignada dejó que continuara.

—Malena coincidió en la mesa con la tal Cristina y su «enamorado», y lo típico, entablaron conversación y así pasaron animadamente, toda la noche.

—¿Y el chico? —Lucía estaba intrigada.

—Las miraba impotente.

—¿Puedes resumir, por favor? —Volvió a protestar.

—Total que pese a los esfuerzos que durante toda la noche, hicieron todos para que acabaran los dos juntos por fin, cosa que ya daban por hecha.

—Tenías que haberlo visto, fue algo impresionante —quiso participar también Nuria—. Por más que querían, más se alejaba ella. Y cuando mirabas, ya estaba al lado de Malena, sin dejar de insinuarse.

—¿Y tú qué hacías? —Le preguntó Lucía directamente.

—Pues nada, ¿qué voy a hacer?

—¡Qué cara tienes! —Contestaron todas a la vez.

—¿Qué?

—¿Cómo que nada? ¿Acaso no se te declaró?

—Pues sí, ¿y?

—Que la seguiste muy bien el rollo —contestó Belén con toda la ironía que pudo.

—¿Y qué podía hacer?

—Claro, no ibas a desaprovechar la oportunidad, ¿verdad? —Lucía no se cortó.

—Para empezar, yo no tenía ningún interés y segundo, ella me besó a mí. Y para vuestra información, fue ella la que.

—¿Qué? —Preguntó Lucía.

—Imagínatelo —contestando Belén por ella.

Malena se arrepintió, tenía que haber cortado la conversación, pero ya no había remedio.

—Parece que se le dan bien las heteros —siguió Nuria, mirándola descaradamente.

«Sí, tenía que tener una charla con Nuria, desde luego».

—Y las casadas, ni te cuento —apostilló Mar.

—¡Bueno, ya está bien! ¿Podemos hablar de otra cosa, por favor?

Malena no pudo evitar mirar a Lucía, esta tenía una expresión, no sabría definirla muy bien.

—¿Toda una ligona? —Dijo mirando a sus amigas.

—Desde luego.

—Por favor, basta. ¿No podéis meteros con otra?

—No nos metemos, solo contamos tus batallitas.

—Pues por hoy es suficiente, me voy a dormir.

—Yo también —dijo Patricia—, me dan pinchazos.

—Espera voy contigo —le ayudó Nuria.

—Por cierto ¿quién se apunta mañana a hacer ala delta? —preguntó Mar.

—Yo —contestó rápidamente Belén.

—Y yo —dijo entusiasmada Malena.

—Bien, entonces a descansar.

Si Malena ya estaba nerviosa de por sí, ahora más todavía. Y encima solo había una cama. Se dio una ducha rápida y cuando entró en la habitación, Lucía ya estaba acostada. Se miraron, y las dos tuvieron los mismos pensamientos.

Lucía leía un libro, o por lo menos, lo fingía, estaba tan nerviosa como ella. Malena se metió en la cama, pero asegurándose de poner la distancia que pudo, Lucía se percató del gesto, fue a cerrar el libro.

—Puedes seguir leyendo, no me molesta la luz.

—Lo sé —contestó con una mirada significativa.

Volvieron a mirarse. Malena miró para otro lado. Lucía no iba a dejar escapar la oportunidad.

—¿Cómo acabó la historia?

Malena suspiró resignada. Sabía que lo mejor era contárselo de una vez.

—¿Tú qué crees?

—No lo sé. ¿Cómo acaban una mujer casada y una lesbiana?

La estaba picando, pero hizo como si nada.

—Para tu información, la «supuesta» hetero, se llevó a la cama a la lesbiana, ¿sabes?

—Me escandalizas —contestó con ironía—. ¿Cuánto duró?

—¿El qué?

—Lo vuestro.

—Lo que tardó en amanecer. Suele pasar —le dijo mirándola. Lucía bajó la mirada.

Malena no había dejado de mirarse la mano, mientras hablaban.

—¿Qué te pasa?

—Creo que me he clavado algo, y me duele del roce de la cuerda donde nos sujetábamos.

—A ver, déjame ver.

La proximidad tuvo el mismo efecto para las dos. Evitaban mirarse sabían perfectamente lo que podía pasar.

—Espera, voy a por unas pinzas.

Al poco, volvió con ellas.

—Quieta, así no puedo.

Malena volvió a mover la mano. Lucía la miró, vio como sonreía.

—Es que me duele. Casi prefiero la astilla.

—Eres una blandengue, déjame ya casi está.

Lucía no quiso seguirle el juego, tendría que esperar.

—Ya está fuera —le dio un pequeño masaje y le aplicó algo de crema.

Sentir el contacto de sus manos, hizo que Malena la deseara al instante. Como adivinando sus pensamientos, Lucía levantó la vista y clavó su mirada en ella.

—Puedes seguir —le dijo en un susurro.

«Resiste». Lucía se incorporó y se apoyó en la almohada.

—¿Sabes que estoy nerviosa?

—¿Por qué? Lucía sonrió.

—Voy a pasar la noche con una «rompecorazones».

—Lucía, por favor.

—¿Y si intentas algo?

—Ya vale.

Lucía se puso seria y la miró.

—¿Y ahora qué?

—Me he tenido que enterar por tus amigas. Nunca me has hablado de tus cosas, te siento como una extraña. En cambio tú, lo sabes todo sobre mí.

—No hay nada que tengas que saber, y yo tampoco te he ocultado nada nunca.

—Eso no lo puedo saber.

—Nunca —la miró fijamente, ella esta vez.

—Todavía estoy esperando una respuesta.

—¿Qué respuesta?

—Saber si yo puedo formar parte de tus ilusiones.

—Lucía, las dos sabemos perfectamente, que nosotras no podemos permitirnos siquiera pensarlo.

—¿Por qué, no?

—¿Tú qué crees?

—Nada es imposible.

—Pues lo nuestro, ya lo ves.

Lucía la miró, se dio la vuelta, apagó la lamparilla de la mesilla, y se tumbó dándole la espalda. Malena acarició su pelo.

Había ido hasta allí, por verla, y eso significaba que era algo más que su amante.

Lucía lentamente se dio la vuelta y se quedó mirándola.

—Me gusta que estés aquí —se sinceró Malena.

—¿Lo dices de verdad?

—¿Por qué nos hacemos esto?

Lucía le contestó sin necesidad de palabras.

Malena se despertó y miró el reloj.

—Deberíamos levantarnos, podrían sospechar.

—Ni loca —dijo Lucía acurrucándose contra ella.

—Tenías que haberme dejado dormir —bromeó—. No voy a estar al cien por cien para hacer ala delta.

Lucía levantó la cabeza.

—No quiero que vayas, me da miedo.

Malena sonrió y le acarició la mejilla.

—No va a pasar nada, tranquila.

—¡Prométeme que no lo harás, prométemelo!

Malena se inquietó, no la había visto nunca así.

—Lucía tranquilízate.

—No, hasta que me digas que no lo harás.

Se sentó cruzando las piernas. Malena sabía que no tenía otra opción, y además vio el temor en sus ojos.

—De acuerdo —su gesto cambió radicalmente—. ¿Mejor así?

Lucía se abrazó a ella, aferrándose dulcemente. Malena la sintió en cada poro de su piel, estaba completamente descolocada.

Bajaron, Malena vio una mirada suspicaz en Nuria, que estaba sentada con las demás desayunando. Se estaba empezando a hartar, de esa mañana no pasaba.

—He cambiado de idea, no me apetece volar hoy —bromeó.

—Entonces las demás podemos alquilar unas bicis, ¿qué os parece chicas?

—Por mí, estupendo —contestó Lucía y bebió de su taza, al tiempo que miraba disimuladamente a Malena.

Nuria se quedó fregando, Malena vio que ese era el momento.

—¿Se puede saber qué te propones?

—¿Yo?

—Sí, tú. ¿Por qué lo dices?

—Te las arreglas muy bien para que Lucía y yo siempre acabemos juntas.

—Estás desvariando, ¿no será que quieres que pase?

Malena se empezó a desesperar.

—¿Pero, por qué tienes tanto empeño? ¿Se te ha olvidado que está casada? Y lo más importante que no entiende. Mételo en tu dura cabezota, y yo tampoco quiero nada.

Se secó las manos, sonrió y salió: «Será posible».

Llegaron de su excursión.

—Hemos terminado con algunas reservas, habría que ir a comprar —dijo Patricia.

—Me ofrezco voluntaria —dijo Malena.

—¿Puedo ir contigo? —Dijo Lucía.

—Sí, claro.

—¿Puedo conducir yo? —Dijo con una sonrisa, Malena le dio las llaves. ¿Pero, por qué estaba tan alegre?

—Nuria no sabe nada, ¿no?

—Por mí, no —contestó Malena—. Aunque si se enterase, se llevaría una gran alegría.

—¿Y eso porqué? —La miró sorprendida.

—Está convencida de que tú y yo tenemos que acabar juntas.

—¿Me tomas el pelo? —Dijo riendo.

—No hace más que achucharme para que intente algo —volvió a reírse.

—Al principio incluso creyó, que me caías mal.

—No la culpo —la miró con reproche. Malena la besó en la mejilla—. Me lo has puesto muy difícil, ¿sabes?

—De eso se trataba.

—Te has equivocado; las tiendas están más adelante —dijo Malena, al ver que giraban un poco antes de llegar al pueblo.

—No me he equivocado —le dijo aparcando el coche frente al motel.

Malena la miró.

—Me preguntaba el motivo de tu espontánea alegría. Bien, ¿y ahora qué?

—¿Tú, qué crees?

Bajaron del coche. Entraron en la recepción y cogieron habitación.

—La 15, esta es.

Pasaron dentro, Lucía se sentó en la cama. Malena se quedó de pie junto a la puerta.

—No lo entiendo, si dormimos juntas.

—Pero, no es lo mismo —se levantó yendo hacia ella.

—¿Cuál es la diferencia?

—¿Tú, qué crees?

Empezó a besarla, mientras se desnudaba.

—Quiero tenerte, sin estar pendiente de nadie más, que de ti.

La desnudó a ella también, y se tumbaron en la cama.

Esos cuatro días, y el estar fuera de lo que para ellas, era su rutina, encuentros escondidos y con prisa.

Fugaces instantes de intimidad. Cuando por la noche, cerraban la puerta de su habitación, aislándose del resto, y viviendo su complicidad, su relación oculta, entregándose en secreto, convirtieron esas cuatro paredes, en su oasis particular. Todo eso les hizo ver, que podían cambiar todo, aunque Malena no quería pararse a pensarlo, lo más prudente sería esperar. Había sido muy bonito, pero por si acaso, prudencia.