UNO

Flotaba fuera de su cuerpo. El vértigo, salvaje, incontrolable, sobrenatural. Cuando volvió a la realidad, su cuerpo yacía inerte sobre la cama. Se dejó abrazar sin fuerza ninguna. El sublime calor del otro cuerpo, la ayudó a recuperarse en una dulce quietud, después de una intensidad avasalladora y brutal.

Esos minutos en sus brazos, los mejores, en muchos años. Ahora, todo empezaba a tener sentido. Por fin había encontrado el camino. Todo encajaba en su sitio. No imaginaba que pudiera existir ese mundo. Ese otro mundo, lleno de todo lo que ella, tenía, ahora. Se sentía llena de vida. Ella era la pieza que faltaba para completar el puzzle. La mujer más afortunada del mundo, sin duda ninguna.

Arropada por su desnudez, los labios de su amante, besaron su cuello, con una dulzura extrema, con ternura desconocida, con suavidad insólita. Su piel reaccionó al cariño que recibía estremeciéndose por completo. Su cuerpo se abandonó al roce mimoso de sus manos amantes.

Se dio la vuelta y pudo disfrutar de su sonrisa enamorada, de sus ojos de mirada infinita. Su boca buscaba la suya, ávida del abismo de placer que le tenía reservado. Le dio la bienvenida, abriendo, de par en par su corazón. Consciente de que en cada envite, y cachito a cachito, iba perdiendo un trocito, sin remedio y para siempre. Había vendido su alma y ya no había marcha atrás.

—Quédate toda la noche, sólo por esta vez.

—Malena, te lo suplico, no me hagas esto.

—Tienes razón, perdona, no volverá a pasar.

Lucía la miró y quiso entregarse a ella de nuevo, pero había que parar en seco. No había otra manera. Por muy a gusto que se encontrara, tenía que volver a su vida, por muy duro que le resultara.

«A esperar de nuevo» dijo para sí Malena. Algo que le empezaba a molestar.

¿Cuánto tendría que esperar esta vez? Cuatro, cinco días. ¿Y, cuando iba a ser capaz de dejar de contar los malditos días? No lo dudó cuando recibió la llamada de Nuria para quedar ese día.

Casi acababan de llegar cuando vieron a sus amigas.

—¿Entramos? Hay bastante gente, dijo Nuria.

—Es habitual el último día, soltó con ironía, una de sus amigas.

—Por lo menos, esta vez no nos la perderemos.

—Hoy tenemos la agenda llena —comentó Malena mientras pasaban dentro.

—Creo que lo tenemos bien organizado. Primero la exposición. Después con Marisol y su chica, unas cervecitas, y después en el «Tenedor Enamorado» con los chicos.

—¡Qué stress! —Dijo Malena riendo.

La exposición resultó interesante. Malena estaba relajada, le venía muy bien quedar y salir. Se negaba a guardar su ausencia. Tenía que llevar el control de su vida, fuera, de lo que Lucía le imponía. Y se lo había impuesto como una obligación.

Nuria comentaba algo a Malena, cuando esta, vio al fondo, a Lucía.

«No puede ser». El estómago se le hizo un nudo, iba con dos mujeres más, supuso que serían amigas. «Por lo menos no va con su marido» pensó con alivio. Hizo como si nada, y siguió la visita, intentando no coincidir con ella. Hubiera preferido irse en ese momento, pero era una buena ocasión para ponerse a prueba.

Lucía la vio desde el primer momento en que entró. Controló sus nervios como pudo, y se comportó como si nada. Aunque no podía remediar el temblor de sus piernas cada vez que la veía. Malena representaba lo prohibido, el deseo oculto, amor clandestino. Goce vetado, imaginación sin límite.

Desde el principio de su relación, por llamarlo de alguna manera, en esos momentos, en los que las dos se ignoraban por completo, tratándose como extrañas, hacía estragos en ella. Su mente, se retorcía en mil preguntas sin respuesta. Al tiempo que sentía crecer su deseo por ella, todavía más, si eso fuera posible.

Malena recibió un mensaje en su móvil: «Estás preciosa», sonrió para sus adentros. Miró dónde se encontraba Lucía, y en ese instante, fijaba su atención en un cuadro.

Mil veces se imaginaba tener la libertad de poder hacer lo que quisieran. Ir y venir juntas dónde se les antojara, y a la vista de todos. Aunque tenía que reconocer que hacía todo más excitante cuando coincidían en algún sitio, se ponía en marcha, su juego privado, que las envolvía dentro de un velo invisible y provocador, al que sólo ellas podían acceder. Y que una vez a solas, daban rienda suelta a todo lo escondido.

Siguieron con la visita, escultura a escultura, pintura a pintura. El deseo al verla allí, distante, indiferente a su persona, iba creciendo de forma desmesurada. Hasta el punto de rozar la imprudencia.

Malena pudo aspirar, como veneno provocador, su perfume. Lucía se puso a su lado, mirando con fingido interés un detalle de la escultura. Una diosa romana desnuda les miraba con la indiferencia de sus ojos vacíos.

Lucía la rodeó despacio, muy despacio, fingía recrearse en cada detalle mientras sonreía disimuladamente. Malena, de pie, inmóvil, la observaba sin mirarla. Ese fugaz momento, sin nadie alrededor, hizo que la respuesta física, fuera inevitable e idéntica para las dos. No contenta con eso, Lucía, la rozó imperceptiblemente al pasar por detrás de ella, quedarse unos segundos parada, para a continuación, marcharse sin más.

«Eres cruel», Lucía leyó el mensaje. La satisfacción, se podía ver perfectamente en su cara.

Por fortuna, terminaron antes la visita. El ver a Lucía pululando por ahí, la descentraba al máximo. No se daba muy buena puntuación. «Bueno ha sido la primera vez, la siguiente será mejor».

El bullicio del bar le hizo salir de la nube en la que se encontraba, y volver a lo cotidiano. Nuria y ella esperaban a sus dos amigas sentadas en la barra.

—Espero que no lleguen muy tarde —Nuria miró su reloj.

—Es la última vez que tenemos tres citas en la misma noche, no disfrutas ninguna.

—Es cierto, es mejor concentrarse en una o como mucho en dos.

Nuria se rio:

—Tú siempre pensando en lo mismo.

Poco duró su tranquilidad, Lucía y sus amigas volvieron a hacer acto de aparición. «No, por favor» pensó para sus adentros.

—¿Qué te pasa? —Dijo Nuria.

—Nada, es que hay mucho ruido.

Lucía se fijó y se llevó una sorpresa. ¿Era amiga de Nuria, su socia? No podía ser. Esto lo complicaba todo. ¿Le habría contado Malena lo suyo? No, no lo creía, Malena nunca le comentó nada al respecto. Y ahora tenía que lidiar con la sensación de impotencia al no poder acercarse y verla charlando tranquilamente, ¿sería una cita? Se fijó en que no eran las mismas chicas de la exposición. ¿Dos y dos? No le hizo la más mínima gracia. Hizo un esfuerzo sobrehumano para no mirar a su mesa. Pero no pudo evitar observar lo bien que parecía estar pasándolo. ¿Y si se acercaba a saludar a Nuria? Ella no le había visto, podía hacerse la encontradiza.

Esa noche ya no sería lo mismo. Verla lo había cambiado todo. Ahora no podría evitar pensar en cuanto le hubiera gustado acabarla con ella. ¿Una llamadita a última hora? «Mejor no ceder a la tentación». Se obligó a prestar atención a la conversación de sus amigas, ni siquiera sabía de qué estaban hablando.

Después de un par de rondas salieron en dirección al restaurante. Lucía al pasar por delante de su mesa, ni siquiera la miró. Y Nuria afortunadamente tampoco la vio.

Ya en la calle se sintió aliviada, «mejor así». Aunque sabía que ya daba igual. Malena le acompañaría toda la noche.

«Bueno, esta vez, has mejorado, no has hecho el más mínimo gesto, siquiera, sigue así» pensó mientras por el rabillo del ojo, las veía salir fuera.

—¡Vamos a llegar tarde! —Dijo de pronto Nuria. Malena miró el reloj—. ¡Nos van a matar! Es su cumpleaños.

—Hasta luego chicas, nos vemos.

A la carrera, llegaron al restaurante.

Lucía no se lo podía creer, cuando las vio entrar. Casi se atraganta con el vino.

Dos chicos, que no llevaban mucho tiempo sentados, las esperaban en una mesa algo apartada de la suya. Se fijó, porque uno de ellos, le resultaba familiar, creyó haberle visto con Malena en alguna ocasión.

Apuradas se sentaron a la mesa. Le divirtió verlas disculparse por no haber sido puntuales.

«En tres sitios diferentes con tres grupos diferentes. Y encima coincidimos en los tres. En el siguiente lo haremos a solas». Otra vez su cuerpo respondió, a lo que su mente imaginaba. Pero se cortó de raíz, al ver cómo uno de ellos le decía algo al oído a Malena y esta sonreía con picardía mientras bebía de su copa.

Se tuvo que tragar, el ver cómo después de darle el regalo, se daban un beso en los labios. ¿Qué significaba aquello? Le faltó poco para levantarse y pedirle todo tipo de explicaciones.

Estuvo tentada al salir, de pasar al lado de la mesa y disimuladamente, hacerse ver y dirigirla una mirada de reproche, pero decidió que lo mejor, sería dejarlo para cuando se vieran la próxima vez. Aunque no estaba muy segura de poder esperar hasta entonces. No dejaría pasar mucho tiempo hasta verse.

Aparcó frente a su casa, sonó un mensaje: «¿Solo chicas?». Lucía no contestó. Estaba más que molesta. ¿A qué venía ese estúpido coqueteo?

—Hola ¿lo has pasado bien? —Preguntó su marido al verla entrar.

—Ahora lo pasaré mejor, dijo cogiéndole la mano y llevándole al dormitorio.

Estaba furiosa, tenía que descargar toda la adrenalina como fuera. Aunque en la cama esa noche, fueran tres. No conseguía sacar a Malena de su cabeza.

Durante toda la semana, no hubo más mensajes, ni Lucía la llamó. Malena tenía prohibido cualquier llamada o mensaje por sorpresa, siempre Lucía era la primera, y eso era, como obtener permiso para contestar, al estar el panorama despejado.

Dejó transcurrir los días con la rutina del trabajo y las horas en el gimnasio. Y alguna tarde de compras por el centro.

No era la primera vez que pasaban tanto tiempo sin saber una de otra.

Era como si Lucía lo hiciera a propósito, y en efecto, así era. Dejarla como olvidada, teniendo ella las riendas de la situación. Era la que dirigía todo.

Ella entraba en su juego tardando más de lo normal en contestarle a su mensaje. Lo que provocaba el enfado de Lucía. Su juego no tenía fin y cada vez era más y más desafiante.

El jueves por la noche le llegó su mensaje: «Este viernes, Hotel Las Rosas, habitación 233». Había llegado su momento, dejó pasar el día entero, y el siguiente, hasta que no salió del trabajo, no contestó. Sabía lo que significaba, y se regodeó al pensarlo.

«Casi dos días para contestar. Muy bien, si lo quieres así…».

—Pero cariño, ¿no puedes dejar el móvil, ni siquiera hoy? —Protestó su madre.

—Ya lo dejo, contestó resignada.

—¿Qué te parece? —dijo su hermana Rocío dando vueltas sobre sí misma con el vestido que se pondría para su boda.

—Para el Juzgado, está bien, contestó Lucía. Algo que su madre, no entendía. «Los jóvenes de hoy en día» decía siempre que hablaban del tema.

Llegó a casa con el tiempo justo para cambiarse y llegar al hotel. Ese fin de semana lo pasarían juntas. Esteban estaría unos días fuera trabajando. Seguía molesta y cada vez que recordaba la imagen, no podía evitar sentirse furiosa.

Fue la primera en llegar. «Y encima se permite el lujo de hacerme esperar». Se metió en la ducha.

Malena aparcó la moto, y se quedó mirando la fachada del hotel. Le dio un brinco el estómago. Sabía lo que le esperaba dentro de esas paredes. Guardó el casco y se dirigió a la entrada.

Llamó a la puerta. Lucía abrió, se había puesto un albornoz. «Irresistible» pensó. Quiso besarla pero la rechazó. «Empezamos».

—Creí que te lo habías pensado mejor, dijo apoyándose en la pared.

—A mí también me ha tocado esperar y mucho, esta vez.

Lucía la miró con intensidad, la deseaba en ese momento, sin llegar siquiera a la cama. Malena pudo verlo claramente. El escote del albornoz, estaba abierto justo por dónde Lucía quería que estuviera. Como a Malena le gustaba, sintió su mirada ardiente.

La cogió por los hombros y la sujetó con fuerza. Lucía la miró con una mirada dura. Acercó sus labios, pero volvió a rechazarlos.

—Como quieras —le susurró.

La besó detrás de la oreja, la mandíbula, el cuello. Lucía se resistía, pero Malena la impedía moverse. Siguió recorriendo su piel que erizada respondía a las caricias de sus labios. De un tirón deshizo el nudo, metió sus manos y acarició su cintura. Lucía no pudo evitar que su respiración se alterase.

—Déjame, no quiero.

Malena hizo caso omiso de sus palabras, se entretuvo en su pecho, jugando como sabía que le gustaba.

Beso a beso fue descendiendo lentamente, se agachó y… Lucía la cogió del pelo y la obligó a que la mirase.

—He dicho que no.

Se miraron unos segundos.

Malena se levantó de improviso y la miró fijamente.

—Creo que no está de acuerdo contigo —dijo con las manos entre sus piernas.

Estuvo a punto de sucumbir, pero la empujó, liberándose de ella. Malena sabía que la estaba provocando. Fue detrás, la cogió por un brazo y la tiró encima de la cama. Lucía la miró desafiante, intentó oponer resistencia, pero Malena separó sus piernas con brusquedad, mientras la sujetaba con fuerza. Sentía su cuerpo debajo de ella y se excitó más todavía, se miraron fijamente. Lucía intentó levantarse, pero le fue imposible. Malena le dejó claro que no iba a parar. Lucía estaba tan excitada como ella.

La avidez y el calor de su boca, la llevaron a un orgasmo imposible. Siguió en la misma postura y obligó a Malena a permanecer así unos segundos más, mientras intentaba reponerse. La sumisión de su amante, y sentir su respiración, alterada en sus muslos, volvió a excitarla de inmediato. La hizo levantarse, cogió su mano, acompañándola con la suya, y se penetró ella misma también, cerró los ojos, y volvió a gozar del placer que sólo Malena le proporcionaba.

Cuando se despertó, Lucía estaba sentada en el sillón con los pies en la mesa.

—¿Qué haces ahí?

Lucía no contestó.

—Ven aquí.

Giró la cabeza y la miró:

—¿Para qué?

—¿Cómo que para qué? —Hizo intención de levantarse.

—Sigue ahí.

—¿Qué te pasa?

—Nada, intentó imaginar qué interés puedes tener tú en un hombre.

—¿Qué? —Se levantó sentándose en la mesa. Lucía siguió en la misma postura.

—¿Pero a qué viene esto?

—Dímelo tú.

—No entiendo nada.

—¿Vas a negarme que os besasteis?

—¿Yo con un tío?

—En el restaurante griego, le disteis un regalo.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Os vi.

—¿Estabas allí?

—El otro día, aparte del museo, coincidimos también en los otros dos sitios siguientes. Tenías la agenda llena —dijo con reproche.

Malena se quedó sorprendida.

—Yo no te vi.

—Procuré que no lo hicieras.

—¿Y dónde está el problema?

—¿Dónde? No imaginé verte nunca.

—Ya entiendo. Eso está reservado solo para «vosotros» —dijo con toda la ironía que pudo.

—No lo sé, yo sólo sé, que no me gustó.

—¿Y si hubiera sido una mujer?

—Ni lo intentes.

Malena la miró incrédula.

—¿Estás celosa?

—Por supuesto que no —se levantó.

—Claro que lo estás.

—Me da igual, ¿sabes?

—Si fuera así, no te hubiera molestado hasta ese punto.

Lucía la miró.

—No se trata de celos. Tú eres para mí, entiéndelo de una vez.

—¿Una propiedad?

—A mi antojo.

Las dos sabían perfectamente lo que estaba pasando. Malena quiso picarla.

—¿Estoy en tus manos? ¿A tu disposición?

—Por entero.

Vio en su mirada algo que no había visto nunca. Lucía acarició su cara.

—Sólo mis labios pueden besar los tuyos —la besó—. Ni otras manos podrán acariciarte, más que las mías —recorrió con la punta de sus dedos el contorno de sus pechos—. Ninguna otra piel podrá estremecerse al contacto con la tuya —la tumbó encima de la cama y se echó sobre ella—. Y por supuesto, el placer, vetado. Esa llave exclusivamente para mi uso.

Malena la miró.

—¿Por cierto, que hacías tú en un restaurante de «ambiente»? Me gustaría saberlo.

Lucía la besó, por toda respuesta.

No lograba concentrarse, no apartaba a Lucía de sus pensamientos. El que tardara tanto en llamarla, estuviera tan molesta con ella, y sobre todo, la forma en que la miró cuando se lo dijo, le dio que pensar. Hasta ahora, no habían hablado o siquiera comentado nada, se habían limitado a sus encuentros secretos y escondidos. Placer y nada más, pero según transcurría el tiempo, este, empezó a hacer mella en ellas. Lógico por otra parte, se había ido creando un vínculo entre las dos. Traspasando la débil línea que se habían autoimpuesto.

Antes hubiera sido impensable que le reprochara algo, pero ahora, sí lo había hecho. Eso no podía significar más que una cosa. ¿Por qué, no? ¿Acaso no deseaba estar con ella cada vez más tiempo? Los encuentros eran más frecuentes, aprovechaba cualquier hueco para llamarla y decirle que necesitaba verla. Por su parte, creía que sus sentimientos hacia ella habían permanecido callados.

Lucía estaba casada, tenía su vida, y ella no formaba parte de ella, tan sólo, era ella, Malena, y pensar en la posibilidad de algo más, era simplemente ridículo, hasta ahora.

No se había planteado si estaba enamorada, de alguna manera, se prohibió siquiera pensar en ello, aunque ahora, parecía que entraban en una nueva fase. ¿Hasta qué punto cambiarían las cosas? Sonó el teléfono de su despacho, esfumando sus pensamientos, descolgó de mala gana.

—¡No quiero saber nada! —Dijo su hermana entrando por la puerta, hecha una furia.

—¿Qué ha pasado?

—No hay boda, eso es lo que pasa.

—¿Pero qué dices?

Lucía no daba crédito.

—Pues eso, se acabó, es un cabezota.

—Siéntate y cuéntamelo.

—No se le ha ocurrido otra cosa que decirme que podíamos celebrar la boda en el campo de fútbol.

—¿Qué?

—Para que pueda ir su equipo y matar dos pájaros de un tiro.

—¿En serio? —Dijo divertida.

—Y lo dice totalmente convencido.

—Y habéis acabado discutiendo, claro.

—Por supuesto, no tiene la menor consideración, no quiero volver a saber nada.

Lucía reprimió la risa. Sergio era el entrenador del equipo local y un apasionado del fútbol.

—Solo son los nervios de antes, es casi un tópico.

—No lo sé, y me da igual, lo único que sé, es que se acabó.

—No seas niña, habla con él.

—No pienso verle más. Que se vaya con sus amigotes, si le hacen tan feliz. Y con esa ayudante que tiene, a lo mejor le comprende mejor que yo, seguro que ahora le estará consolando.

—No seas paranoica, Rocío, sabes lo enamorado que está.

—¿De quién?

—No tienes remedio.

Lucía pensó en Malena, con ella no hubiera tenido esos problemas, se rio para sus adentros.

—Vamos a tomar un café, te ayudará a relajarte.

—No necesito relajarme, lo que necesito de verdad, es que me olvide.

Lucía, no pudo por menos que reírse.

Malena esa tarde fue a casa de Nuria, le apetecía dar un paseo con ella.

—He quedado con mi socia en su casa, tengo que entregarle unos papeles para mañana. ¿Me acompañas?

—Vale, pero si no te entretienes mucho.

—Solo dárselos.

Bajaron de la moto, y se dirigieron a la puerta.

—Te espero aquí.

—Nada de eso, vienes conmigo.

Aceptó de mala gana.

—Es un matrimonio muy majo, ya verás cuando la conozcas a ella, está buenísima.

Malena sonrió.

—Lo tuyo es muy fuerte.

—Mira quién fue a hablar, la rompecorazones.

—Eso no es verdad.

—¿Preguntamos a más de una?

—Eso son rollos como los puedes tener tú o cualquiera.

—Ya, ya, —contestó llamando. En ese momento abrieron la puerta.

A Malena casi le da un ataque. Intentó controlarse y vio el esfuerzo que hacía ella también, pero no pudo evitar ponerse algo pálida.

—Hola Lucía —se dieron dos besos.

—Te presento a mi amiga, Malena.

Se saludaron cordialmente. Un escalofrío recorrió sus espaldas.

Lucía evitaba mirarla en todo momento, estaba seria y se le notaba algo nerviosa. Ella tenía las manos heladas.

Se sentaron un momento, tenía que explicarle un par de cosas. Lucía fingía prestar atención, pero sabía que estaba tan bloqueada como ella.

Malena, deseaba salir de allí, no sabía qué hacer. Se fijó en una foto en la que no había reparado antes. En ella aparecían Lucía y otra chica, supuso que sería su hermana, se parecían bastante. Evitando delatarse, miraba a Lucía hablar con Nuria. Ella también luchaba por ocultar sus emociones. La conocía bien, y sabía que estaba tan nerviosa como ella.

Separadas por Nuria, que ignoraba su historia, entre ellas. ¿Qué diría si se llegara a enterar? De seguro su amistad acabaría mal, muy mal. Evitó pensar en ello.

—Bueno, esto es todo, nos vamos —dijo Nuria, se levantó, despidiéndose de ella, pero Malena se retiró un poco aposta para no tener que volver a besarla.

Seguían sin mirarse de frente. Lucía adoptó una actitud de indiferencia.

Cuando se marcharon, cerró la puerta y se apoyó en ella, temblaba como un flan.

No era muy tarde, cuando llamaron a la puerta. Malena dejó el libro y abrió. Se sobresaltó no esperaba visita.

—¿Te preguntarás qué hago aquí?

Lucía la miraba fijamente. No le dio tiempo a responder siquiera. Buscó sus labios con urgencia.

—Tú tienes la culpa, vamos a la cama.

—¿Esto lo he provocado yo? —Dijo Malena mirando las sábanas en el suelo—. Te olvidaste de darme el beso de despedida —sonrió maliciosamente.

La volvió a besar con deseo puro, pero cortó de inmediato. Cogió su ropa, se vistió en el salón y ahí, se quedó ella otra vez, oyendo cerrar la puerta, como lo llevaba haciendo desde hacía más de un año.

No podía ser un domingo más tedioso. Comida con la familia. El día perdido. ¿Qué estaría haciendo Malena? Su fantasía empezó a despegar…

—Pero Lucía, hija, otra vez en Babia.

—Perdona mamá, ¿qué decías?

—Últimamente estás en otra parte, ¿no estarás?

—¡Mamá!, por favor, deja el tema.

—¡Ay!, hija, qué seca eres.

Lucía suspiró por enésima vez. Miró a su hermana y esta reprimía la risa. Le hizo una mueca de burla. Cogió a su sobrinito, «Lolo» y salió al jardín.

Su marido, Esteban, charlaba sentado tomando el aperitivo con su padre y su cuñado. «Qué bonita y formal foto», pensó volviendo a suspirar.

Se recreó imaginando la escena. Todos sentados a la mesa y ella confesándoles todo. La única razón por la que no lo había hecho ya, aparte de su cobardía, era por no ver sufrir a sus padres. No lo podría soportar. ¿Y si no quisieran saber más de ella? Sería algo impensable, pero tenía miedo, mucho miedo. ¿Pero y ella, le importarían sus sentimientos? ¿Hasta qué punto la apoyarían, con tal de verla feliz?

«¿Vas a castigarme a esperar, hasta que te dignes contestarme? Malena». Con solo leer el mensaje activaba todo su interior. «Solo un poquito» contestó pasada una hora. Lucía sonrió y lo borró. Apagó la luz y se acostó, Esteban hacía rato que dormía.

Después de cinco días sin noticias, ahí estaba plantada en su puerta.

—¿Te apetece dar un paseo?

Lucía, estaba tan guapa, que no podía resistirse, tenía que empezar a controlar eso.

—¿A qué viene esa sonrisita?

—Ya decía yo, que me sonaba tu cara.

—¿Vamos a empezar así?

—Vale, está bien. ¿Pero seguro que quieres pasear?

—Sí.

—¿No pasas un rato siquiera?

—No —dijo bajando dos peldaños de la escalera.

A Malena le hizo gracia.

—¿Ni siquiera un momento? Me gustaría…

—No —cortó, cruzó los brazos y la miró mientras esperaba.

—Como quieras. Vamos a pasear.

A medida que transcurría la tarde, la notaba más relajada que nunca, más alegre, no sabría decirlo. Malena estaba encantada. Lucía había resultado ser una persona alegre y animada. Aunque ella ya había conocido ese aspecto, pero ahora era diferente. Estaban fuera de lo que normalmente conocían. En plena calle, a la luz del día, y compartiendo mucho más que un simple paseo. La sentía ¿enamorada? No se atrevía siquiera a pensarlo. Habían pasado cinco días, en cierta manera, era lógico, ella también tenía muchas ganas de verla.

Cogida a su brazo, Lucía no paraba de comentar esto y aquello. Se paraban delante de los escaparates, entraban en las tiendas y salían con alguna cosa.

Miró el escaparate de la lencería.

—Vamos a entrar, quiero comprarme un conjunto nuevo.

Miró varios modelos, pero no parecía decidirse por ninguno.

—Lucía, elige alguno.

—Yo no tengo que hacerlo, eso es cosa tuya.

Malena la miró. Lucía sonreía.

—Por mí, mejor sin ninguno. Pero me gusta este.

—¿No te parece… mínimo? —Le dijo mostrándole la parte de abajo.

—¿Es cosa mía, no? Este también, me gusta.

—Lo que tú quieras —le dijo con ternura.

Malena se quedó un poco descolocada. «¿Qué pasaba?». No es que fuera la primera vez, pero últimamente, lo hacía con más frecuencia.

—Pues me llevo los dos.

—¡Qué bien!

Lucía se rio, fue a pagar.

—Espera, me corresponde a mí. Son el envoltorio para el regalo que me espera después —le dijo bajito al oído.

Lucía se la volvió a comer con la mirada.

—¿Tienes que irte ya?

—No, puedo quedarme lo que quiera.

—Me gustaría que tomáramos algo tranquilamente.

—A mí también, me apetece.

La tarde resultó de lo más reveladora, pensaba Lucía. Las dos estaban más relajadas, no pararon de bromear, y reírse ajenas a todo lo que no fueran ellas.

Malena la llevó a una tabernita, que no había estado nunca.

—Que sitio más acogedor.

—Sabía que te iba a gustar, por eso he querido venir aquí.

Lucía la volvió a mirar con cariño.

—Es la primera vez que hacemos algo así, y la verdad, es que haces que se pase el tiempo volando.

—Yo también lo he pasado muy bien.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿Entonces por qué tengo la impresión de que te pasa algo?

—¿A mí? No me pasa absolutamente nada.

—Quiero acercarme a ti, pero no me dejas.

—¿A qué te refieres?

—¿Estás cansada de lo nuestro?

Malena ya alucinó.

—Por supuesto que no.

—No sé, intento una complicidad, pero pones una barrera.

—Lucía, no lo hago.

—Yo lo siento así.

—Es que.

—¿Ves? Sabía que algo te pasaba.

—Lo único que me pasa, es que estoy un poco descolocada, sólo eso.

—¿Descolocada, por qué?

—Es la primera vez que hacemos esto. No estoy acostumbrada, supongo, no conocía esta faceta tuya. Me siento un poco rara, estar aquí contigo, sentada tranquilamente.

A Lucía le sentó mal la contestación.

—Entiendo, no estoy desnuda y en una cama, ¿no?

—Lucía, por favor.

—Es eso, ¡qué tonta!, y ¡qué ilusa! Deseaba que nuestra relación, se basara en otra cosa, que no fuera solamente sexo, pero ya veo, que no te intereso de otra manera.

—Escucha, no es así.

—Para ir de compras ya tienes a tus amigas, ¿no?

Malena no entendía porque se había alterado tanto.

—¿No puedes evitar sentirte incómoda conmigo, verdad?

—Pues sí, soltó a bocajarro.

Lucía puso un gesto de sorpresa, y acusó el golpe.

—Incómoda porque estoy deseando besarte. Incómoda porque deseo ir contigo de la mano, sin importar que nos vean. Pero en cambio tenemos que fingir, ser dos amigas pasando una tarde de compras. El otro día cuando coincidimos en tu casa, realmente no sabía qué hacer. Estaba tan preocupada porque Nuria no notara nada, que realmente no sé qué hice siquiera. Lo único que sentía eran las ganas de estrecharte contra mí. Y te juro, que me costó un esfuerzo sobrehumano no hacerlo.

No se esperaba semejante respuesta. ¿Y crees que a mí, no? Por eso fui esa noche a tu casa. Te necesitaba.

«Sí, ya ¿Pero de qué manera?». Pensó Malena mirándola con tristeza.

—No puedo evitar que las cosas sean como son.

—Lo sé, y lo entiendo —dijo con resignación.

Se hizo el silencio.

—Lucía, vamos a dejar todo eso, fuera de aquí. Quiero disfrutar este momento. —Tienes razón, perdona.

—No importa.

—Sí que importa. Lo siento, pero es que te notaba distante, y eso es algo que no soporto.

Malena la miró con una sonrisa. Lucía acarició su mano.

Malena se reía de ella aposta, cuando al morder su patata, la salsa, se le caía por los lados.

—Eres mala.

—Espera desastre; le limpió la barbilla con la servilleta. Ese gesto, tuvo el mismo efecto para las dos, se miraron como si se vieran por primera vez.

—Es la mejor tarde en mucho tiempo —dijo Lucía.

—Para mí también.

Decidieron dar un paseo, comiendo un helado.

—¿Quieres un poco del mío? —Le ofreció Lucía.

—No, gracias.

—Solo un poquito —le dijo mientras le ponía un poco en la nariz.

—Muy graciosa, ahora verás.

—¡Ni se te ocurra! —Salió corriendo, con tan mala fortuna que su helado acabó en el suelo.

—¡Vaya! ¿Ya no te parece tan gracioso, verdad? —Dame el tuyo.

—¡Tendrás cara!

—¿Lo compartimos? —dijo poniendo un gesto de niña pequeña.

—Ni hablar.

—Anda, por favor —puso su mano en su brazo.

Malena sin darse cuenta le paso el brazo por detrás y la besó en la mejilla. Lucía se movió incómoda.

—Perdona, ha sido un acto reflejo, no volverá a pasar.

—No importa, en serio —sonreía.

—¿Qué te hace tanta gracia?

Lucía le contó lo de su hermana y la «genial» idea de su novio. Malena se rio sorprendida.

—¿Y sabes qué pensé yo?

—¿Qué?

—Que si tú y yo planeáramos nuestra boda, no tendríamos esos problemas.

—¿Y cómo estás tan segura?

—¿De ese tipo?

—Mi ilusión es pasar mi luna de miel en una cabañita en Finlandia.

Lucía se sorprendió.

—¿En serio?

Afirmó con la cabeza. Lucía siguió escuchando con atención.

—Las dos solas en la cabaña de madera, unas copas de champán frente a la chimenea. Nuestra ceremonia privada, sólo ella y yo. Y cuando llegase la hora, saldríamos al exterior, y con una gruesa manta que por supuesto, compartiríamos, observaríamos, la «Aurora Boreal», creo que es impresionante, entonces nos miraríamos, dándonos el beso más dulce que se pueda dar.

Lucía la miraba incrédula.

—Solo es una ilusión.

—A lo mejor se cumple.

—No lo creo, ¿qué chica querría pasar frío en su noche de bodas?

—A mí, no me importaría.

Malena la miró totalmente sorprendida.

—Bueno no va a pasar, y menos contigo.

Lucía se quedó de piedra, no esperaba semejante respuesta. Sin saber qué contestarle, decidió marcharse.

—Me tengo que ir ya.

—Lucía, espera. Quiero decir que entre nosotras, eso es impensable. Pero no por eso, voy a dejar de hacerme ilusiones.

—La cuestión es, sí yo formo parte de esas ilusiones.

Se dio la vuelta, y se marchó.

Malena no daba crédito.

—¿Pero qué demonios está pasando?

Todo se esfumó, casi diez días, sin saber nada. «¿Pero es que esperabas otra cosa?». «Sólo eres parte de su juego». «Y ella decía ser la ilusa». No creía que estuviera tan enfadada como para llegar a eso. ¿Formar parte de sus ilusiones? ¿A qué venía eso? Ella seguro que no le estaría dando tantas vueltas, cuando le apeteciera, pues, otro mensaje y solucionado. Ella no era más que un muñeco que cogía cuando le apetecía ponerse a jugar.

—No entiendo porqué te niegas.

—Pero Nuria, ya te lo he dicho, no puedo.

—Solo será un momento, y no sabes el favor que le harías. Está desesperado, el pobre. Puede perder todo un mes de trabajo, por el maldito ordenador. Me lo comentó Lucía y le dije que hablaría contigo, tú eres de las mejores.

—Sí, claro, ahora quieres camelarme.

—No lo hago, por eso tienes el puesto que tienes. Eres una informática de las buenas, y eso nos viene muy bien a todos —se rio.

—¿Cómo un médico, no?

—Tú lo has dicho, siempre se le puede consultar y que eche un vistazo —volvió a reírse.

Malena sabía que no tenía más remedio que aceptar.

—Está bien, pero si lo veo complicado, me largo.

—Gracias, sabía que irías —la besó en la mejilla.

—Ya, claro.

«¿Pero cómo se había dejado liar de esa manera?». Tenía que saber decir que no, y mucho más cuando se trataba de algo así. Ellas se conocían y no sería la primera ni la última vez.

Ahí estaba frente a su puerta de nuevo. Y ahora, era todavía peor, estaría su marido. No podía con eso, tenía que haberse negado y punto. Verla con él, superaba todas sus limitaciones.

Nuria llamó, Malena preparó mente y cuerpo, cogió aire, y esperó a que la puerta se abriera. Lucía hizo acto de aparición. Saludó, y esta vez, parecía que lo hiciera más despacio, aposta.

«No has entrado siquiera. Para, tu mente». La siguieron hasta el despacho. Malena la miraba caminar. Estaba tan guapa, se había puesto el vestido ligero de tirantes que tanto le gustaba. «Eso no es una insinuación, es toda una declaración de guerra». Sabe el efecto que ese vestido tiene sobre mí.

«Qué suerte tiene su marido». «Y yo, a veces» una sonrisa se dibujó en su rostro. Lucía la miró, y entonces, se dio cuenta de que ya estaban en el despacho.

Sus ojos parecían adivinar sus pensamientos, se aclaró la voz.

—Bueno, aquí lo tienes, todo tuyo, le ofreció la silla.

—Gracias, vamos a ver…

Se sentó y notaba su presencia detrás de ella. Si hubieran estado solas. Hizo un esfuerzo por concentrarse.

—¿Tomamos algo mientras? —propuso Lucía.

A Malena un escalofrío le recorrió la espalda. Estaba casi pegada a ella. Cerró los ojos y tragó saliva. «Aposta, totalmente aposta, no hay ninguna duda».

—Vale —contestó por ella Nuria.

—Vamos a la cocina.

Malena respiró aliviada. ¿Pero y su marido? Con un poco de suerte, a lo mejor no estaba. Fijó su vista en la pantalla y se puso a la tarea.

—Mi marido no está —dijo de pronto Lucía, asomándose por la puerta—. Cualquier cosa, me tienes a mí.

Malena sintió como le fulminaban sus palabras. A Lucía, el deseo se le escapaba por los ojos. Se miraron durante unos minutos interminables. A punto de perder la cabeza, y arrojarse una en brazos de la otra.

—Aquí tienes —dijo Nuria cargada con dos vasos.

—Gracias —atinó a contestar Malena. Se bebió medio vaso de un trago.

Lucía sonrió disimulando beber del suyo.

—¿Tiene arreglo?

—Sí, he actualizado el antivirus y ahora lo está chequeando, hay que esperar un poco.

—Perfecto —contestó Lucía, volviéndola a mirar.

¿La estaba desafiando? Se insinuaba en cada movimiento, en cada mirada. ¡Claro! Estaba jugando a su juego preferido, y ahora tenía su juguete, en su propia casa, estaba en su terreno y eso le hacía sentirse más fuerte. Pero ese juego no le gustaba nada, hasta el punto de hacerla enfadar. Primero y lo más importante, porque se sentía una miserable al mentirle de esa manera a Nuria, y segundo porque estaba harta de que la moldeara a su antojo. Solo tenía una cosa clara, quería salir de allí, a toda costa.

—Esto ya está, no creo que tenga más problemas —mintió.

—Nos acabamos esto, y nos vamos —dijo Nuria.

—Yo tengo algo de prisa, quédate tú, yo tengo que irme ya.

Lucía sabía perfectamente que no era así. Hablarían en cuanto tuvieran ocasión.

Pero la ocasión no llegó, Malena hizo todo lo posible porque así fuera. No contestó ni a uno de sus mensajes, ni llamadas.

—¿A qué es genial?

—Y tanto —contestó ilusionada Malena, mirando los folletos que Nuria le mostraba.

—Cuatro días haciendo «rafting», senderismo y toda clase de actividades, ¡qué pasada!

—El miércoles por la tarde quedamos y rumbo a la aventura.

—Estoy deseando ir.

—¿Vamos a ir todas?

—Sí, iremos cinco.

—¿Qué cinco?

—Se lo he dicho también a Lucía, ¿te acuerdas de ella?

A Malena casi le da un ataque.

—Sí, el otro día fuimos a su casa.

—Su marido se marcha esa semana entera de viaje de negocios, ella se quedaba sola, y me pareció correcto decírselo. Estuve con ella ayer, en un principio no quería, pero luego conseguí convencerla.

«¿Y ahora qué?».

—Si no le importa ir con, ya sabes —se rio.

—Pues claro que no, ella está por encima de esas tonterías.

«Yo no estaría tan segura» pensó.

—Bueno, hablamos para concretar con las demás.

—Perfecto.

Malena se quedó pensando. Lucía había accedido a ir con ellas, ¿pero porqué? No lo entendía muy bien. Estarían todo el día juntas y disimulando todo el tiempo, ¿a qué venía todo esto? Se le escapaban las razones y eso le asustaba.

Lucía no dejaba de pensar en el momento en que se encontraran. ¿Qué haría Malena? Daba por hecho que Nuria se lo había dicho ya. ¿Qué habría pensado? Seguro que se habría sorprendido. No llegaría a entender el motivo por el cual se había apuntado, tampoco se lo imaginaría. Se lo había tomado como algo personal, una especie de prueba. Una dura lección de autocontrol, el hecho de no poder relacionarse como quisiera con ella. Guardar las distancias y disimular en todo momento, un duro ejercicio sin duda alguna. La verdad era que deseaba estar con gente que «entendía», solo conocía a Malena. Tenía curiosidad por saber cómo reaccionaría ella misma. ¿Se sentiría identificada? ¿Incómoda? ¿Encontraría por fin una respuesta? ¿Cómo se comportaría Malena con ella? ¿Sería ella la que estuviera incómoda? ¿Le hablaría como a las demás, o no podría evitar mantener una distancia autoimpuesta? Lo que estaba claro, es que le daría una explicación de porqué no había contestado a sus llamadas y mensajes.

Por fin llegó el día. Las dos estuvieron pensando lo mismo. ¿Qué haría la otra?

Malena esperaba algún mensaje, pero ni siquiera. Seguía sin noticias. «Como quieras». Sacó la bolsa y empezó a meter la ropa.