Resumen y conclusión

1. Resumen

Veamos si podemos resumir brevemente algunas de las propuestas principales del sistema ético que defendemos.

  1. La moral no es un fin que perseguimos puramente por sí mismo. Es un medio para alcanzar fines ulteriores. Pero, debido a que se trata de un medio indispensable, la valoramos también por sí misma.
  2. Toda acción humana se ejecuta con el fin de sustituir, mediante un estado de cosas más satisfactorio, uno menos satisfactorio. La conducta que llamamos moral es la que consideramos que tiene más probabilidades de conducir a una situación más satisfactoria en el largo plazo.
  3. Decir que procuramos maximizar nuestras satisfacciones en el largo plazo solo es otra manera de decir que procuramos maximizar nuestra felicidad y nuestro bienestar.
  4. Aunque las acciones deben ser juzgadas por su tendencia a promover una felicidad y un bienestar duraderos, es un error aplicar este criterio utilitarista directamente a un acto o una decisión considerados en forma aislada. Es imposible para cualquiera prever todas las consecuencias de un acto particular. Pero somos capaces de juzgar las consecuencias de seguir determinadas reglas generales de acción: esto es lo mismo que actuar de acuerdo con principios.
  5. Hay varias razones por las cuales debemos sujetarnos a ciertas normas generales establecidas, en lugar de intentar tomar una decisión ad hoc en cada caso. Debemos respetar un código aceptado de normas —incluso aunque no sean las mejores imaginables—, para que otros puedan fiarse de nuestras acciones y nosotros podamos fiarnos de las de ellos. Solo podemos lograr la cooperación social adecuada cuando cada uno puede seguir su propio camino de acuerdo con esta expectativa mutua. Por otra parte, el conjunto particular de reglas de conducta plasmadas en nuestra tradición moral existente, la moral del «sentido común», se basa en miles de años de experiencia humana, y en millones de juicios y decisiones individuales. Este código moral tradicional puede no ser perfecto o adecuado para hacer frente a cada nueva situación que pueda surgir. Algunas de sus reglas pueden ser vagas o incluso de alguna manera defectuosas, pero en conjunto implican un maravilloso desarrollo social espontáneo, como el idioma: un consenso al que la humanidad llegó a través de los siglos, y que el individuo debe respetar justamente con sentimientos que se acercan a la reverencia y al temor. La regla general de conducta debería ser cumplir siempre con la regla moral establecida, a menos que exista una razón de fuerza mayor para apartarse de ella. Nadie debería negarse a seguirla simplemente porque no entiende claramente su razón de ser.
  6. El progreso ético depende no solo del cumplimiento de las reglas morales existentes, sino de un constante refinamiento, mejora y perfección de tales reglas. Pero cualquier intento a gran escala de «darle un nuevo valor a todos los valores» sería presuntuoso y tonto. Lo mejor que cualquier individuo —o incluso toda una generación— puede aspirar a hacer es modificar el código moral y los valores morales en algunos detalles comparativamente menores.
  7. La ética filosófica tiene mucho que aprender del estudio de los principios de la ley y la jurisprudencia, por un lado, y de la razón fundamental de los modales, por otro. Tiene también mucho que aprender de la economía teórica. Tanto la ética como la economía estudian las acciones, decisiones y valoraciones humanas, aunque desde diferentes puntos de vista.
  8. La ética filosófica es un esfuerzo por comprender la razón fundamental tras el código moral por el que nos regimos, y por descubrir los grandes principios o criterios mediante los cuales se pueden probar las reglas morales existentes o diseñar otras mejores. ¿Cuáles son algunos de estos principios o criterios? ¿Deberían diseñarse las reglas morales principalmente para promover la felicidad en el largo plazo del individuo o la felicidad en el largo plazo de la sociedad? La pregunta supone una antítesis falsa. Solo una regla que sirviera para hacer lo primero serviría para hacer lo segundo, y viceversa. La sociedad son los individuos que la componen. Si cada uno logra la felicidad, necesariamente se logra la felicidad de la sociedad.
  9. Por supuesto, si cada uno busca su felicidad a expensas de otros, debe frustrar el logro de la felicidad de otros, y así cada uno debe frustrar también el logro de la felicidad de todos, incluido él mismo. De ello se desprende que a ningún hombre se le debería permitir que se trate a sí mismo como una excepción. Todas las reglas morales deben poderse universalizar y aplicarse de manera imparcial a todos.
  10. Este sentido de la universalidad puede y debe conciliarse con un amplio sentido de la individualidad. Esto se deduce no solo de la necesaria división y especialización del trabajo, y de que cada persona tiene una vocación y un trabajo particulares, sino de que cada uno es un ciudadano de un país particular, un residente de un vecindario particular, un miembro de una familia particular, y así sucesivamente. Una regla «universal» a menudo puede tomar la forma particularizada de que cada hombre tiene un deber hacia su propio trabajo, su propia esposa, su propio hijo, etc., y no necesariamente hacia otros empleos, esposas o hijos.
  11. El objetivo mínimo de las reglas morales es prevenir los conflictos y las colisiones entre los individuos. Un objetivo más amplio es armonizar nuestras actitudes y acciones, a fin de hacer lo más compatible posible la consecución de los objetivos de todos. Esto puede lograrse cuando las reglas no solo son tales que nos permiten prever y depender del comportamiento de cada uno, sino cuando promueven e intensifican nuestra cooperación positiva con los demás. Por lo tanto, la cooperación social es el corazón de la moral y el medio por el que cada uno de nosotros puede, con más eficacia, satisfacer sus propios deseos y maximizar sus propias satisfacciones. La división y la combinación del trabajo han hecho posible el enorme incremento de la producción y, por lo tanto, de la satisfacción de los deseos en el mundo moderno. La sociedad está basada en un sistema económico en el que cada uno de nosotros se dedica a colaborar en el cumplimiento de los propósitos de los demás como un medio indirecto de lograr cumplir los propios.
  12. Así, el «egoísmo» y el «altruismo» se funden y la antítesis entre el «individuo» y la «sociedad» desaparece. De hecho, la actitud moral apropiada —y quizás la actitud dominante del típico hombre moral— no es ni el egoísmo puro, ni el altruismo puro, sino el mutualismo: la consideración para con los demás y para con uno mismo, y a menudo el no hacer ninguna distinción entre los intereses propios y los de su familia, sus seres queridos, o algún grupo particular del que se siente parte integral.
  13. Debido a que la cooperación social es el gran medio para alcanzar casi todos nuestros fines, se la puede considerar como el objetivo moral que debe alcanzarse. Por lo tanto, nuestras normas morales dominantes pueden orientarse a lograr o a intensificar esta cooperación social, en lugar de orientarlas directamente a lograr la felicidad. Como no hay dos personas que encuentren su felicidad o satisfacción exactamente en las mismas cosas, la cooperación social tiene la gran ventaja de que no es necesaria la unanimidad en cuanto a los juicios de valor para que funcione.
  14. Los llamados «sacrificios» que las normas morales exigen a veces son, en una abrumadora mayoría, sacrificios temporales o aparentes, que el individuo hace en el presente para obtener una ganancia mayor en el futuro. Las ocasiones en que las normas exigen un verdadero sacrificio por parte del individuo son tan raras que a la mayoría de nosotros nunca se nos presentan: por ejemplo, el riesgo o la entrega de la vida. Esta situación suele limitarse principalmente a personas en ciertas posiciones o con vocación especial: soldados, policías, doctores, el capitán de un barco que se hunde, etc. Los sacrificios que una madre hace por su hijo, o cualquiera de nosotros por nuestros seres queridos, rara vez son considerados verdaderos sacrificios.
  15. La acción inmoral casi siempre es acción de corto plazo. Si de vez en cuando ayuda a un individuo a lograr algún fin particular inmediato, que no podría haber logrado sin ella, es por lo general a costa, hasta para él, del sacrificio de un fin más importante o duradero. Incluso la inmoralidad puede lograr esos pequeños éxitos, pero solo en la medida en que es rara y excepcional, y se limita a una pequeña minoría. Una sociedad corrupta o inmoral es, en última instancia, una sociedad infeliz o agonizante.
  16. El ascetismo —pero no la autodisciplina— es una perversión de la moral. La diferencia entre el ascetismo y la autodisciplina es que el primero tiende a minar nuestra salud, acortar nuestra vida y destruir nuestra felicidad, mientras la segunda tiende a aumentar nuestra salud, prolongar nuestra vida y aumentar nuestra felicidad. La autodisciplina y el autocontrol no se practican como fines en sí mismos, sino como medios para aumentar la propia felicidad en el largo plazo y para promover la cooperación social.
  17. Las proposiciones éticas no son verdaderas o falsas en el sentido en que lo son las existenciales. Las normas éticas no son descriptivas sino prescriptivas. Pero, aunque no son verdaderas o falsas en sentido existencial, pueden ser válidas o inválidas, consecuentes o inconsecuentes, lógicas o ilógicas, racionales o irracionales, inteligentes o no inteligentes, justificadas o injustificadas, convenientes o inconvenientes, sabias o imprudentes. Es cierto que los juicios o las proposiciones éticas, a pesar de que siempre deben tomar en cuenta los hechos, no son puramente fácticos, sino valorativos. Pero esto no significa que sean arbitrarios o simplemente «emotivos» —en el sentido peyorativo en que ese adjetivo es usado por los positivistas y, de hecho, para el que parece haber sido acuñado—. Las reglas, los juicios y las proposiciones éticas son intentos de responder a esta pregunta: ¿Qué es lo mejor que se puede hacer?
  18. La moral es autónoma. Aun cuando la religión a menudo sirve como una fuerza que fortalece el cumplimiento de las reglas morales, las reglas morales apropiadas en sí mismas y la naturaleza de nuestros deberes y obligaciones no dependen necesariamente de ninguna doctrina teológica o creencia religiosa.

Esta lista de proposiciones no pretende, por supuesto, ser completa. Se establece solo para recordar al lector el esquema general del sistema; si están numeradas, es simplemente por conveniencia de referirlas.

2. Cooperatismo

Quizá sea oportuno dar al sistema de ética desarrollado y comentado en este libro un nombre que lo distinga. Puede, por supuesto, encajar en varias clasificaciones muy amplias. Es eudemónico, porque considera la promoción de la mayor felicidad y bienestar en el largo plazo como el fin de la acción. En su sentido más amplio, concibe la felicidad como sinónimo de la máxima armonización y satisfacción de los deseos humanos. Pero muchos sistemas éticos, desde los tiempos de Epicuro y Aristóteles, han sido eudemónicos en su fin. Necesitamos un término para describirlo más expresamente.

Es asimismo teleológico,[431] porque juzga las acciones o reglas de acción por los fines que tienden a producir, y define las acciones «correctas» como aquellas que tienden a promover fines «buenos». Pero la mayoría de los sistemas éticos modernos —con algunas excepciones, como la doctrina del imperativo categórico y del deber por el deber mismo de Kant— son más o menos teleológicos.

También es una forma de utilitarismo, en la medida que considera que las acciones o las reglas de acción deben ser juzgadas por sus consecuencias y su tendencia a promover la felicidad humana. Pero aplicar este término a nuestro sistema podría ser fácilmente engañoso. Esto no solo porque en algunos sectores se ha convertido en un término despectivo —debido a su supuesto hedonismo puramente sensual, o porque en sus inicios el utilitarismo usó la tendencia a producir placer o felicidad como la prueba de un acto y no la de una regla de acción— sino porque se aplica indiscriminadamente a una variedad demasiado amplia de sistemas diversos. Cualquier sistema ético racional debe ser utilitario en algunos aspectos, si tomamos el término como simplemente significando que juzga las reglas de acción por los fines que tienden a promover. Un crítico filosófico ha enumerado «trece pragmatismos».[432] Un análisis agudo probablemente distinguiría al menos la misma cantidad de utilitarismos. Hay utilitarismo «hedonista», utilitarismo «eudemónico», utilitarismo «ideal» o «pluralista», utilitarismo «agatístico», utilitarismo directo o ad hoc, utilitarismo indirecto o de reglas, y varias combinaciones de unos y otros. Si vamos a llamar utilitarismo al sistema que hemos planteado, entonces tendría que llamársele utilitarismo eudemónico-mutualista-de reglas, para distinguirlo de otros tipos. Pero esto sería irremediablemente engorroso y no muy esclarecedor.

Me gustaría sugerir, de hecho, que la misma palabra utilitarismo empieza a durar más que su propia utilidad.[433]

Hay dos nombres posibles para el sistema de ética expuesto en este libro. Uno de ellos es mutualismo. En él se subraya la actitud dominante que el sistema sugiere, contrastada con el «egoísmo» puro o con el «altruismo» puro. Pero el nombre que creo que en general es preferible es cooperatismo, porque en él se subraya el tipo de acciones o reglas de acción que el sistema prescribe, por lo que enfatiza su característica más distintiva.

Puede pensarse que, lógicamente, un nombre debería describir el objetivo último del sistema o de la conducta que prescribe, que es maximizar la felicidad y el bienestar humanos. Pero este felicitismo o eudemonismo, como ya he señalado, ha sido un elemento implícito o explícito de muchos sistemas éticos desde la época de Epicuro. Lo que hasta la fecha ha sido insuficientemente reconocido[434] es que la cooperación social es el medio indispensable y principal para realizar todos nuestros fines individuales.

Por lo tanto, la cooperación social es la esencia de la moral. Y la moral, como deberíamos recordárnoslo constantemente a nosotros mismos, es un asunto diario, incluso de cada hora, y no solamente algo en lo que tenemos que pensar solo en unos pocos momentos elevados y heroicos. El código moral de acuerdo con el cual vivimos se muestra cada día, no necesariamente en grandes actos de renuncia, sino en abstenernos de pequeños desaires y mezquindades, y en la práctica de pequeñas amabilidades y cortesías. Pocos de nosotros somos capaces de elevarnos al mandamiento cristiano de «amarnos los unos a los otros» pero la mayoría podemos aprender al menos a ser amables unos con otros, y para alcanzar la mayoría de los objetivos terrenales esto será casi tan bueno como lo otro.