Lo malo de los brotes verdes es que cuando brotan de verdad, no estos de la economía que no se ven por ninguna parte, sino los de la corrupción, lo hacen como las hierbas bordes, por todos lados. Por más que los arranques salen de nuevo. Ahora estamos en plena cosecha. El paisaje se cubre de fechorías.
Vamos a referirnos a un caso concreto por ser paradigmático de la situación: la carrera política de Jaume Matas, alguien que se va creciendo hasta que rebasa la valla de protección y, como al venado de muchas puntas, se le ven los cuernos aunque se esconda detrás de las jaras.
Jaume Matas fue consejero de Economía y Hacienda en Baleares. Dos veces presidente de esa comunidad. Presidente del PP de Baleares y ministro de Medio Ambiente de España. No está mal. Muchos cargos, todos de gran importancia, y, sin duda, un líder considerado en su partido. Era un hombre importante en el organigrama de José María Aznar.
De su exconsejero de Comercio José Juan Cardona, que también fue el líder del PP en Ibiza, dijeron tanto el fiscal como la jefa del Grupo de Delincuencia Económica que era el «jefe de una banda criminal». A través de sociedades pantalla derivaba fondos públicos a sus propias cuentas. Era un entramado de corruptos. Él se declara inocente y la defensa intenta buscar resquicios por los que impugnar el proceso. En cualquier caso atribuye al señor Matas el control político en todos los nombramientos, en los distintos departamentos y empresas públicas.
No debemos generalizar en la cuestión de la corrupción, pero casos como estos, en los que se trata de una organización que forma una red para delinquir y que salta de isla en isla, con distintos feudos, no sabe uno cómo calificarlos.
Volviendo al señor Matas, jefe del anterior, en la actualidad se encuentra procesado por doce delitos cometidos durante su presidencia del gobierno balear: prevaricación, cohecho, malversación de caudales, apropiación indebida, falsedad documental, tráfico de influencias, blanqueo de capitales, delito fiscal y delito electoral. Casi todos relacionados con el llamado caso «Palma Arena», en el que por la construcción de un velódromo presupuestado en 48 millones de euros, que ya está bien, se llegaron a pagar más de 90.
Al señor Matas le perdió la falta de contención. No se pudo sujetar, tampoco su señora. Deberían ir más al cine. En la película Uno de los nuestros, de Martin Scorsese, hay una secuencia en la que Robert de Niro coge los abrigos de piel de las novias de sus compinches y los tira en medio de la calle, abroncándoles por hacer ostentación de bienes. Habían roto la cuarentena impuesta por el jefe tras un golpe redondo. Esa orden les impedía hacer uso del botín durante un tiempo, hasta que la policía dejara de investigar, para evitar sospechas. Los torpes secuaces se quejaban de no poder vivir encima de un tesoro sin hacer uso de él.
El factor humano desbarató también en este caso de las Islas Baleares lo que podría ser un crimen perfecto, al romper una ley de oro: hay que esperar a entrar en la empresa privada para sacar la pasta a flote.
El matrimonio Matas compró un palacete en el centro de Palma valorado en unos 2,5 millones de euros, que fue reformado y decorado a todo lujo. También adquirieron otros inmuebles en Madrid y Mallorca. Especial relieve mediático cobró una escobilla del váter de 400 euros que apareció en el palacete de Palma. La señora de Matas, doña Maite Areal, lucía todo tipo de modelazos de marca (Dior, Chanel, Vuitton); un día se detuvo en una joyería y compró unos caprichos por valor de 70 000 euros, que pagó a tocateja. Soltaba billetazos por doquier. Como dice el cuplé: «¿Dónde se mete la chica del diecisiete?, / ¿de dónde saca pa tanto como destaca?, / pero ella dice al verlos en ese plan: / la que quiera comer peces que se moje el Ku-Klux-Klan».
A pesar de ese ajetreo aún le quedaba tiempo a Maite para llevar a cabo trabajos de asesoría, bien de educación en la Comunidad de Madrid, cuando su marido estaba de ministro, o en el Centro de Cálculo Balear cuando su marido volvía de president, trabajos que alternaba con otros puestos en distintas sociedades.
Se calcula que en cinco años gastaron cerca de cuatro millones de euros a pesar de que sus ingresos en uno de esos años fueron sólo de 84 000 euros entre los dos, a los que hay que sumar otros 1000 euros que les devolvió Hacienda. Durante ese período, el matrimonio sólo sacó 500 euros de su cuenta bancaria.
Ella se negó a declarar. El exministro se declaró inocente y se limitó a decir que confía plenamente en la justicia, y tiene motivos. El Tribunal Supremo ha rebajado su primera condena por tráfico de influencias de seis años a nueve meses, evitando que, de momento, vaya a la cárcel. Se le impuso una fianza de tres millones de euros, que de no ser satisfecha implicaba el embargo y la subasta de sus bienes. Tal subasta se paralizó porque llegó a un acuerdo con el Banco de Valencia en el último momento. Se da la circunstancia de que ese banco está intervenido, y aun así, le quedaban fuerzas para hacer este tipo de operaciones. Estando como afirma en la ruina, ¿qué garantías pudo ofrecer? Por último, se le retiró la fianza porque el juez decidió que ya no era oportuna. Tras la tempestad vino la calma. Así, después del ruido mediático y la sensación de que la justicia estaba actuando con contundencia, finalmente ha evitado la prisión y se le han levantado tanto la fianza como el embargo de los bienes. Hace bien en confiar en la justicia, pero ese ruido mediático que, decíamos, desató en su día la acción de la justicia deja ahora un fuerte regusto a impunidad.
Se llegó a hablar, incluso, de extralimitación judicial porque el juez en el auto utilizó términos poco frecuentes. Decía, refiriéndose a Matas, que «había venido aquí a burlarse de los simples mortales»; y manifestó su indignación porque ante la multitud de preguntas que le hacían, en demasiadas ocasiones se limitaba a encogerse de hombros. Una vez más, la ignorancia. Se venden como genios de la gestión y solución para los problemas de la patria en período electoral, y como idiotas cuando les sientan en el banquillo. Tampoco disimuló el juez su irritación por la pasividad del acusado a pesar de estar pendiente de una causa por malversación de 50 millones de euros. A lo mejor ignora el juez que, simplemente, se distrae pensando en sus cosas porque no se cree nada de lo que pasa en la sala y está convencido de que al final se sacudirá el polvo de la chaqueta y saldrá por la puerta grande a recuperar el tiempo perdido, y el patrimonio diseminado por esos paraísos fiscales de dios. Como Bárcenas, se sabe una pieza de un dominó puesto en pie. Sólo le pueden sacar, con su consentimiento, hacia arriba y con unas pinzas, pues si le da por tirarse hacia delante, caerán muchas fichas. Se puede ir todo a hacer puñetas. Sí, todo. Ya saben, lo de los hilos del poder: bancos, grandes empresas, altos cargos, presidentes y expresidentes, en fin, los que alternaban con él hasta hace dos días, como quien dice. En todo negocio hay dos partes. El que compra y el que vende, el que paga y el que recibe. Por eso Matas está como ausente.
Existe una leyenda en Holanda acerca de un niño llamado Peter que al volver de casa de un amigo vio que en un dique de contención se había hecho un agujero por el que entraba un pequeño chorro de agua del calibre de su dedo meñique. Peter descendió por el dique y taponó el agujero con su dedo. Allí se quedó toda la noche ante la preocupación de su madre, que salía a buscarlo y no lo veía. Al día siguiente lo encontró un campesino gimiendo en el suelo con el dedo todavía dentro del agujero. Corrió a pedir ayuda y enseguida acudieron paisanos con picos y palas que repararon el dique. Peter, con su dedo, había salvado al pueblo de la inundación y se convirtió en un héroe.
Esa es la dualidad en la que se mueven estos presuntos delincuentes cuando se sientan en el banquillo. Como Peter, Matas permanece con el dedo metido en el agujero escuchando los improperios de sus compañeros. No los tiene en cuenta porque sabe que son parte de una puesta en escena. Mientras, les mira condescendiente: les está salvando el pellejo. Esa mirada ausente refleja cierta amenaza a través de un código cifrado que puede traducirse por: «Si no hay más remedio tendré que sacar el dedo del agujero». Sus compañeros le envían vibraciones de resistencia y apoyo. Viven en un estado de desazón permanente. A veces llega un SMS que dice: «Aguanta, Luis». Desconcertado, contesta: «Yo soy Jaume». Recibe otro: «Es igual, Luis somos todos».
A esta situación se llega por una forma especial de funcionar durante muchos años. A pesar de la importancia que entraña alguien de la trayectoria política de Jaume Matas, que ha sido un personaje fundamental en la cúpula del PP y ministro de España, nadie se siente en la obligación de salir a dar la cara y pedir perdón a los españoles por el error cometido al confiar en él. Somos nosotros los que pagamos estas supuestas equivocaciones. Nadie lo hizo, nadie lo hace, nadie lo hará. El señor Aznar, que lo puso ahí, sigue dando charlas por el extranjero y ocultando la tan cacareada fórmula que poseía para sacar al país de la crisis. Cuando estaba en la oposición se entendía que la escondiera, aunque el gesto no era de patriota, para no dar ventaja a su odiado Zapatero, al que no cesaba de poner a parir en el extranjero a la menor ocasión, actitud que hacía fruncir el ceño de sus entrevistadores, que veían en ella un gesto de resentimiento impropio de un expresidente. Pero ahora que gobierna quien él decidió, podría pasarle la hojita de Harry Potter donde guarda la solución milagrosa a nuestros problemas. Mariano se lo agradecería. La lengua de Aznar para exigir responsabilidades y acusar a los demás desaparece ante la cantidad de basura que produjo aquel equipo del «milagro económico» y que ahora sale a flote. Aquel dream team de la corrupción. No pidió perdón por sus mentiras de la guerra de Irak, no lo hará por las fechorías de los que puso al frente de nuestro patrimonio.
Una muestra del sentido de lo público que tienen y de la forma en que manejan los fondos estos neoliberales la desvela el propio Matas en una entrevista a Jordi Évole. En un momento dice: «En Baleares no ha pasado nada que no haya pasado en otras comunidades autónomas…, aquí se ha sufrido una fiscalización que no ha pasado en otros sitios». No nos consuela nada, señor Matas, saber que lo que pasa en Baleares ocurre también en el resto de España. La diferencia, dice, es que a él le han investigado. Ahí es donde ve el problema, en la fiscalización de las cuentas. Si no se fiscalizara, aquí no pasaría nada.
En otro momento declara: «La verdad es que a Urdangarin le habría recibido a la hora que él hubiera querido y donde él hubiera querido, eso es así». También afirma que en ese caso la adjudicación de fondos se hacía sin concurso alguno. El señor Matas apela a la lógica y al hecho incuestionable de que no todos somos iguales. Olvida un pequeño detalle, que es donde se ve la forma en que se ha venido actuando durante demasiado tiempo: el dinero que soltaba no era suyo. Eso que afirma estaría muy bien si hubiera sacado su propia cartera y, mostrando esa admiración que él ve incuestionable hacia la institución monárquica, hubiera vaciado los fondos de su cuenta corriente traspasándolos a la del instituto Nóos, pero era generoso con el patrimonio ajeno. Son los propietarios de ese dinero, los ciudadanos, los que se quejan, señor Matas, compréndalo.
Estos neoliberales funcionan como si el dinero fuera suyo. De ahí, aquel comentario del señor Fraga cuando explicó las razones que le llevaron a suspender una gala de actores españoles: «Yo no pago para que me insulten». Ustedes, queridos señores neoliberales, no pagan nada. Somos nosotros los que pagamos todo, y es a nosotros a quienes tienen que rendir cuentas, no a los líderes de su partido, a los que también pagamos nosotros. Ya sabemos que ellos no les ponen pegas, operan de la misma manera. La vieja consigna de la izquierda «el campo para quien lo trabaja», los liberales la traducen como: «El dinero público para quien lo administra». Entienden el resultado de las urnas como una acta notarial donde el administrador pasa a ser el propietario. «Aguanta, Luis». «Marca España».
En medio de este caos generalizado con una red de corrupción que, como diría Matas, se extiende por toda España y aflora a nada que se investigue, aparecen las cuentas de Bárcenas y se lía el taco.
En total van por diecisiete, con un montante de 47 millones de euros. El lío se complica porque resulta que es el cajero central. El que guarda la llave de los fondos del partido.
Al principio todos le defendían e incluso el partido le pagaba el abogado. Disponía de despacho, secretaria y coche oficial. Poco a poco, se fue convirtiendo en un personaje tóxico que contaminaba a los que se acercaban a él. Le fueron desposeyendo de prebendas a cambio de ayuda subterránea, «Luis, sé fuerte», y de que cerrara el pico. Él pedía cariño, el mismo que habían otorgado a Camps. Nadie duda de que si el partido hubiera dado la espalda al expresidente de la Comunidad Valenciana y le hubiera calificado de apestoso como a Bárcenas, la decisión de aquel glorioso jurado popular que lo absolvió hubiera sido muy diferente.
El famoso «caso de los trajes» también nos da un índice de la baja exigencia moral en la que viven los próceres de la patria, aquellos que deberían dar ejemplo a los subordinados. El escándalo surgió a raíz de la investigación de la trama Gürtel, en la que los cabecillas de la organización corrupta habrían hecho regalos a altos cargos de la Generalitat Valenciana en forma de trajes y otros complementos, por un valor total de 40 000 euros entre los cuatro imputados.
Los compañeros de Camps salieron en tromba en su defensa, también el presidente Rajoy. Los más osados aseguraban que todo era falso, insidias, a pesar de que de los cuatro acusados dos, Víctor Campos, exvicepresidente del gobierno valenciano, y Rafael Betoret, exjefe de gabinete de Turismo, se declarasen culpables y reconocieran los hechos. La negación de los mismos por parte del jurado y, más tarde, del Supremo, implica la inocencia de Camps y Ricardo Costa, y el masoquismo suicida patológico de los otros dos que se declararon culpables de unos hechos inexistentes.
Aquella absolución por parte del jurado popular fue polémica porque en el juicio se aportaron numerosas pruebas de los hechos, así como los testimonios de una decena de empleados que reconocieron los regalos y a las personas que se encargaban de pagarlos. El informático de la empresa declaró que fue obligado a borrar el nombre de Camps como cliente de la contabilidad y sustituirlo por el de Álvaro Pérez, conocido por El Bigotes, labor que tuvo que llevar a cabo personalmente porque los responsables de la tienda lo habían intentado sin éxito. Según declaró, la orden le había sido dada por correo electrónico. La contable que, «presuntamente», envió esos correos declaró que un hacker se había metido en su ordenador y había dado la orden.
Tuvimos que oír unas conversaciones entre los cabecillas de la trama y los altos cargos de la Generalitat en las que se agradecían los regalos y se hacían manifestaciones de íntima amistad. Dolían los oídos. Tras declarar que apenas le conocía, se oía a Camps decir al Bigotes: «Te quiero un huevo» y llamarle «amiguito del alma». Y en otro momento al segundo decir al primero: «Fíjate si te debo».
Como finalmente tales hechos «no ocurrieron», y debemos ser respetuosos con las sentencias, nos quedamos sin saber qué le debía El Bigotes a Camps.
El Tribunal Supremo ratificó la absolución considerando que no veía el veredicto ni «arbitrario» ni «irrazonable» ni «ilógico». Tampoco tuvo en cuenta el Supremo la inculpación de los otros dos acusados cuando respaldó la absolución del jurado popular.
Valoraciones jurídicas aparte, este caso generó cientos de escritos de carácter surrealista en la prensa, donde se ve hasta dónde se puede rizar el rizo cuando se quiere defender lo indefendible. En el camino quedó eso que llaman la responsabilidad política: si no había condena, si la justicia no consideraba punible lo ocurrido, se podía continuar con la cabeza alta en la administración de lo público. Todo es cuestión de que no te pillen y, si te pillan, que tengas suerte con el juez. Como dijo Rajoy en defensa de Bárcenas y Galeote: «Nadie podrá probar que no son inocentes». Esa es la consigna: «Mientras nadie pueda probar nada, tú sigue adelante». No es necesario ser honrado, basta con que nadie pueda probar que no lo eres. O sea: «Móntatelo bien, imbécil». Una vez decretada la inexistencia de los hechos, se pasó —de nuevo aparece ese surrealismo tan español— a valorar la importancia de los mismos. Los neoliberales ponían el grito en el cielo por el revuelo armado. Total, por unos trajes.
Un claro exponente de esa baja condición ética a la que han llegado estos altos cargos son las palabras de Rita Barberá al hablar de los hechos inexistentes de los trajes. Barberá, en su lógica, decía que si estaba prohibido recibir regalos debería procesarse también a Zapatero porque «Revilla le obsequia, por agasajo o complacencia, con algunas cajas de anchoas, un producto buenísimo y caro». Se refería a Miguel Ángel Revilla, presidente de la Comunidad de Cantabria. Para ella era lo mismo recibir regalos de una trama corrupta que se caracteriza por conseguir adjudicaciones de «la cosa pública» a cambio de sobornos, que unas latas de anchoas de un presidente de una comunidad autónoma. No se entiende bien por qué les ponía a los dos en el mismo plano. A lo mejor era porque ella, tal y como revelaba El Bigotes en una conversación telefónica, también recibía un regalito todos los años, aunque en este caso, a diferencia de Camps, con poca productividad: «Llevamos cuatro años regalando una cosa a la alcaldesa y este año no voy a dejar de regalarle, ¿sabes? No nos da nada, no nos sirve de nada, pero tampoco me jode». En efecto, no le jodía, de hecho le ponía a la altura de un presidente de comunidad autónoma, que no será ponerle por las nubes, pero oye…
Esta opinión de que el valor de lo regalado era insignificante estaba muy extendida y servía de argumento absolutorio. Quién fuera la persona que regalaba lo consideran intrascendente. Para ellos es lo mismo sentarse a la mesa con un presidente de comunidad autónoma, caso de Revilla, que con un delincuente. No sabemos si es que no dan importancia a estar rodeados de chorizos mientras «nadie pueda demostrar que no son inocentes», o que rebajan la condición moral de un presidente a la de cabecilla de trama corrupta.
Esta defensa encendida de Camps por parte de los suyos, que consiguió convertir al pulpo en animal de compañía, fue determinante para su suerte procesal. Así es la vida, por los mismos hechos puedes ser declarado culpable o inocente en función de tus padrinos. Fue esta orfandad la que acabó con la paciencia de Bárcenas. Volvemos con él.
La cuestión es que si el cajero de la casa tiene bajo control una suma tan importante, 47 millones de euros, hay que aclarar de dónde ha salido y a quién pertenece. Aquí es donde se monta el taco. Este señor no tiene acceso a más fondos que los del partido. No tiene cargos que dependan de él que puedan proporcionarle una comisioncilla. Sólo puede sacar la pasta de la caja que, supuestamente, está a cero, siempre es deficitaria, como la de todos los partidos.
Se descartó, por gilipollesco, el argumento de su espectacular éxito como marchante de arte. Supuestamente, vendía cuadros sin valor a precios asombrosos. Su principal clienta, una señora argentina, Isabel Mackinlay, declaró que no sabía nada del asunto cuando se enteró de la envergadura del proceso. Según confesó, sólo había cobrado 1500 euros por haber simulado ser mediadora en compraventa de arte. Bárcenas pidió en el juicio que se le hiciera un examen psiquiátrico, lo que ofendió al abogado de la señora. Protestó alegando que su cliente no estaba loca y exigió que la mujer de Bárcenas aportara pruebas del escaso bagaje mental de doña Luisa. El abogado, de paso, afirma que recibió una llamada del presidente de la compañía a través de la cual Bárcenas se acogió a la amnistía fiscal. En esa llamada le anunciaba que tendría problemas. Sainete «marca España».
El caso es que de la actividad como especuladores de arte de Bárcenas y su mujer, Rosalía, no se ha vuelto a hablar.
También quedó en el olvido la otra fuente, y nunca mejor dicho porque la pasta fluía a chorros, de ingresos de don Luis, su ojo como lince de la bolsa. Decía que sabía colocar muy bien el dinero y que le producía tales beneficios que, partiendo de su sueldo, llegó a amasar los 47 millones de pavos.
Como el personal del partido se empezó a quitar de en medio y, además, algunos debieron de sentirse idiotas por haberse quedado fuera del tinglado, o agraviados con respecto a lo que recibían los demás, pues empezaron las salidas de tono y las disensiones. La señora Cospedal entra en juego, reparte estopa y a Bárcenas no le gusta. Se queja por SMS a Rajoy, este le dice que no tema por ella, que no va a hacer daño. Pero Bárcenas esta cada día más mosca.
A través de su amigo, abogado y exdiputado Jorge Trías, que verifica su autenticidad, aparecen en el mercado los famosos «papeles de Bárcenas», primero unas notas guarrillas y más tarde una contabilidad en toda regla con los apuntes correspondientes de pagos y cobros. Son descalificados por tratarse de unas fotocopias. El señor Bárcenas niega la mayor y afirma que esos papeles no son suyos. Le hacen una prueba caligráfica, queda impugnada porque los peritos dicen que escribe mal aposta. Se comporta como un niño haciendo el tonto, escribe como si le hubiera dado una embolia. Es una forma de ganar tiempo. El PP niega la veracidad de los papeles, afirma que todo es un infundio del diario El País y anuncia querellas contra el periódico y el autor de los falsos papeles sin nombrarlo. En estas llega la señora De Palacio, exministra de Exteriores, que nunca se ha caracterizado por ser muy espabilada, y aparece metiendo la gamba, se querella contra Bárcenas porque aparece mentada en los papeles como receptora de sobres. Así, sin querer, adjudica la autoría de los papeles al extesorero. La caga.
Bueno, al final se demuestra que la letra es suya y que apuntes de entrada de determinadas empresas —donantes altruistas, «la duda ofende»— que aparecen en los «papeles» coinciden con apuntes de salida por la misma cantidad de dinero en la contabilidad de esas empresas. Se va confirmando que no sólo los papeles son auténticos, sino también lo que contienen.
Al parecer, se recibían importantes cantidades de dinero, al tiempo que el señor Bárcenas habría estado pagando sobresueldos en sobres con dinero negro a distintos cargos del PP durante un par de décadas. Algunos, como el señor Matas, se habrán sentido ofendidos por aparecer como perceptores de un sobre con 2000 euros. Se dirían, no me fastidies que me van a tocar las narices por esta gilipollez, con lo que yo tengo «trajinao».
Esta de los sobres era una costumbre muy arraigada. Según diversas informaciones se vendría practicando desde la época de Fraga y se estandarizó en 1989 con la llegada de Álvarez Cascos a la secretaría general. Fue Dolores de Cospedal la que acabó con ella. Qué lista, como ella cobraba tres sueldos… uno como secretaria general del PP, otro del Senado y otro como presidenta de Castilla-La Mancha, y aún pillaba otro cachito de los trienios como abogada del Estado… Durante un tiempo, a pesar de cobrar más del doble que el presidente del gobierno, se erigió en la defensora de la austeridad. Les quitó el sueldo a los diputados de su comunidad. En un acto de demagogia espectacular, pretende hacer de la actividad política un asunto para amateurs. Es decir, para ociosos o rentistas, la vuelta a la aristocracia. No le va mal a la número dos del PP, que además goza de una buena economía familiar. Desde que accedió al cargo, su marido ha estado en la dirección de once empresas y aún estaría en más si no se encontrara en el punto de mira y pendiente de un proceso por cobrar 7000 euros al mes de Liberbank por no hacer nada, según dice la denuncia. En este estado de cosas ha tenido que renunciar a unos emolumentos de 180 000 euros al año como consejero (cómo mola lo de consejero, yo quiero serlo de mayor, están todos los ex altos cargos ahí) de Red Eléctrica por las presiones de la oposición, «por no entorpecer la carrera política de su mujer», según sus propias palabras. Está metido en todos los saraos, si uno lo busca en internet, acaba loco.
Volviendo al caso del cajero, el PP se presenta en la causa como parte perjudicada. ¿Perjudicada por qué? ¿Reconocían que esa pasta era suya? En ese caso se meterían en un lío.
Bueno, supongamos que todo es cierto y que Bárcenas hizo su fortuna sustrayendo dinero en el partido sin que nadie se percatara. De nuevo surge la pregunta impertinente. ¿Cuánto dinero se maneja en esa sede para que alguien pueda sustraer 47 millones de euros y nadie se entere? ¿A cuánto ascienden las donaciones?
A los neoliberales les encanta siempre poner ejemplos de la empresa privada. Su modelo, su guía, su meta. Pues bien, ahí va uno. Si a una cajera de una gran superficie no le cuadra la cuenta, se queda ese día hasta que se arregla el desajuste: si no, lo tiene que poner de su bolsillo. No se permite el escaqueo ni de un euro. Estos señores que pueden permitirse el lujo de ignorar la desaparición de 47 millones de euros en sus propias narices pretenden estar capacitados para resolver los problemas económicos de los españoles. No cuela. Uno no puede ser tonto de cuatro a seis y de nueve a diez. El «síndrome de la oligofrenia puntual, temporal y crónica» no existe en la literatura médica.
Como ya hiciera con el caso Gürtel, el PP se persona como acusación popular en la causa. Es evidente que después de negar todo, de no reconocer la verosimilitud de los papeles, ni la entrega de pagos en negro, poco tiene que aportar como acusación. No se creen nada, lo niegan todo, la pasta no salió de ahí. Entonces, ¿cuál es el problema? Todo apunta a que sólo pretendían tener acceso a la investigación para entorpecerla, dilatarla, torpedearla. Finalmente, el juez Ruz ha rechazado tal posibilidad.
El fiscal, para variar, se despista, se opone a la declaración de algunos testigos e incluso a que se investigue la destrucción de pruebas como los discos duros, las memorias de los ordenadores de Bárcenas, y la desaparición de las agendas de don Luis y de Álvaro Lapuerta, el anterior tesorero. Considera que esa investigación no es necesaria para el desarrollo de la causa, a pesar de que la destrucción de pruebas constituye un delito en sí. Sorprendentemente, también se niega a preguntar a los donantes altruistas, «la duda ofende», aunque la mayoría rechazan haber hecho donaciones y alguno se acoge al derecho a no declarar. Según los famosos «papeles», Villar Mir ha donado a la formación hasta 530 000 euros. Ha recibido 629 obras públicas por un valor de 7758,21 millones de euros. Cuando llegan estos señores donantes altruistas, «la duda ofende», y el fiscal hace mutis, es el juez el que tiene que ejercer sus funciones. Es un poco raro que no le interese nada de esto, ¿no?
Lo único que está claro, por ahora, es que todos los miembros del PP que han sido citados mienten. Según una versión, los discos destruidos estarían vacíos, no se perdió información, pero añade que los formatearon. Bueno, en general no se suele borrar un disco vacío, pero a nadie se le puede condenar por extravagante. Según otra, los ordenadores eran suyos y pueden hacer con ellos lo que les dé la gana. Obrarían en este caso de la forma habitual cuando alguien deja el puesto de trabajo: borran sus archivos para ceder espacio a los del nuevo. Una tercera versión, la más interesante, la del abogado de Dolores de Cospedal, afirma que fue el propio Bárcenas el que destruyó o borró los discos duros.
Definitivamente, alguien debería mirar los aires acondicionados de Génova. Ahí reside un virus que vuelve majara al personal. Uno sugiere que ya que no permiten una sola comisión de investigación en el Congreso amparándose en su mayoría absoluta; ¿no podrían aprovechar ese tiempo en la creación de un seminario para inventar una versión de los hechos única que todos sostuvieran delante del juez?, porque a este paso lo van a volver loco y, además, al fiscal, que, por más que intenta ayudar el hombre, como buenamente puede, lo dejan en mal lugar. Se está portando como un abogado defensor, y si en estos tiempos y con la que está cayendo, esta es la forma de actuar de los que deberían perseguir la corrupción, estamos «apañaos».
Un abogado de la acusación popular, José María Benítez de Lugo, ha elaborado una clasificación de los diferentes tipos de personal que han ido pasando por la sala. La mayoría de los miembros del PP, según él, estarían en la categoría de «claramente» mentirosos. Otros serían «los destructores». Otros, los «desmemoriados selectivos», recuerdan con precisión unas cosas y olvidan otras. Los «ignorantes» no recuerdan nada. Los «cautos», como María Dolores de Cospedal, precisan mucho las cosas, se ve que vienen bien preparados, como hay que venir. O los «imaginativos», como el abogado de la misma, que es el autor de la versión en la que Bárcenas destruye las pruebas que le pueden salvar la vida.
Dentro de lo farragoso que está siendo todo y de la poca colaboración que prestan los testigos e imputados, hay que darse con un cantito en los dientes. Hubo un tiempo en que el señor Bárcenas estaba en manos del juez Antonio Pedreira, del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, del que presumían en el PP que estaba a favor de obra. Este señor fue el que no veía relación entre las siglas de un pagador del PP llamado L. B., o también Luis el Cabrón, y un pagador que trabajaba en el PP y que se llamaba Luis Bárcenas. Desde luego, un lince, lo que se dice un lince, no es. O a lo mejor sí, y se hace el osito panda.
Afirmaba este juez que carecía de sentido que Bárcenas percibiera de las empresas de Correa 72 000 euros porque hacía tres años que no tenían relación (?). Y consideraba probado que, además, existía una mala relación entre ellos. Bueno, si esto de la mala relación le servía al juez para concluir que Correa no le daba dinero, también es cierto que le ponía en la pista de a quién se refería cuando mentaba a Luis el Cabrón. En cualquier caso, el juez Pedreira no vio nada de lo que ahora se sabe, teniéndolo encima de la mesa.
Salta al terreno de juego Jorge Trías Sagnier, exdiputado del PP de la época de Aznar y abogado. Este señor parece ser que se encargó de sacar a la luz los famosos «papeles de Bárcenas». En cuanto se publicaron dijo reconocerlos porque el propio Bárcenas se los habría enseñado un par de años antes. Trías se entrevistó con el juez en muchas ocasiones, haciendo de intermediario, según su versión, entre el propio juez y Rajoy, al que tendría al día del desarrollo de las investigaciones. A cambio, Pedreira, que se encontraba muy enfermo, pedía tranquilidad, que le dejaran trabajar en paz, «sin presiones». Gracias a esta relación que estableció con el juez, Trías se jactaba de haber evitado que empapelaran a la mujer de Bárcenas en la Gürtel. Esa exoneración de Rosalía indignó a las fiscales del caso, que manifestaron su rotunda oposición. Unos meses después también dictó sobreseimiento para Bárcenas.
Entonces apareció Trillo y dijo: «Esto demuestra que todo ha sido un montaje político de los socialistas encabezados por el exministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba y obedecido por sus hombres». Pidió responsabilidades: «Tras dos años y medio de acoso al tesorero nacional del PP y a través de él al PP, González y Olivera deben ser removidos de su cargo de manera fulminante». Juan Antonio González era el director de la Comisaría General de la Policía Judicial, y José Luis Olivera, el máximo responsable de la Unidad Central de Delincuencia Económica y Fiscal. Así las gasta don Federico, que Londres lo tenga en su gloria.
También aprovechó Trillo la ocasión para echar las campanas al vuelo y pedir el archivo del caso Gürtel: «Se vio claro que el caso Gürtel fue un montaje y quedó demostrado con la cacería celebrada un día después de producirse las primeras detenciones de la trama —el 7 de febrero de 2009— a la que asistió el juez Baltasar Garzón, instructor de la causa, y el entonces ministro de Justicia Mariano Fernández Bermejo». Esta cacería en la que coincidieron Garzón y el ministro fue organizada por un miembro del PP y el encuentro provocó la dimisión de Fernández Bermejo. O sea, la cacería la organiza un hombre de PP que se encarga de invitar a unos y a otros y luego piden la dimisión de los que acuden. Hombre, pues, puestos a ver conspiraciones, el señor Trillo podría pensar que la cacería fue una trampa. Desde luego más de uno se pegó un tiro en el pie.
Trías, según su versión, estuvo reunido con el juez Pedreira decenas de veces a instancias de Rajoy. ¿Estamos locos?, ¿qué pensaría Trillo? Si pidió y consiguió la dimisión del ministro de Justicia por coincidir con Garzón en una cacería, a estos, por quedar a comer en pleno proceso cada vez que les venía en gana, y sin testigos, qué menos que un destierro de veinte años en Siberia. Pero no, ahí no había nada que objetar.
Trías se vio tantas veces con el juez que pasó una factura al PP de casi 50 000 euros. Por cierto, y rizando el rizo, Bárcenas dijo que entregó dinero a Trillo para pagar la defensa de militares del Yak-42. Y también un pastón, personalmente, cuando dejó la presidencia del Congreso, porque, según él, debían compensarle la pérdida de poder adquisitivo. Paradójicamente, Trillo siempre ha defendido el honor, la inocencia y la honradez de Bárcenas: no sé si seguirá pensando lo mismo. De momento, con lo que le gusta despacharse en los medios, se niega a responder a estas acusaciones de los dineros recibidos. Claro que estas opiniones acerca de la inocencia de Bárcenas no son desinteresadas: Federico Trillo cobró del PP 69 600 euros, IVA incluido, por coordinar las defensas de los altos cargos imputados en la trama Gürtel. El PP se hace cargo de las defensas de los acusados por delitos de corrupción. Si fuera una madre, se podría decir que malcría a sus retoños. Como es el partido que nos gobierna, es más apropiado decir que vamos de culo, por utilizar un término jurídico. Hay que recordar que mientras se hacía cargo de la defensa de los imputados, el PP se personaba en la causa como acusación particular. «Habemus morro».
Al enterarse Trías de que había tela por medio, presentó a su vez una factura de casi 50 000 euros por las zampas y reuniones habidas con el juez Pedreira, que en el partido se negaron a pagar. Se cabreó y se volvió contra ellos. Se han buscado un enemigo chungo, les traía cuenta haber pagado. Total, por uno más…
Poco después, la Audiencia Nacional echó para atrás estas decisiones del juez Pedreira y el caso Bárcenas se reabrió, lo que nos ha traído hasta aquí.
La Fiscalía Anticorrupción asegura no ver relación entre la supuesta doble contabilidad del PP y las cuentas Bárcenas en Suiza. Al mismo tiempo, Rajoy asegura no haber recibido dinero negro del partido y, en un acto característico del Festival del Humor, anuncia que publicará sus declaraciones de la renta y patrimonio.
Hay que recordar al señor Rajoy que, en caso de recibir aportaciones de dinero negro, no las puede incluir en la declaración de la renta como un ingreso, ni siquiera extraordinario, porque no hay casilla para tal efecto; por tanto, la publicación de su declaración de la renta para aclarar las cosas no viene a cuento. Es como si le preguntan a un ladrón si ha robado una casa y para demostrar su inocencia enseña su declaración de patrimonio. Lo más probable es que se gane una galleta porque a la policía no le suele gustar este tipo de cachondeo en horas de trabajo. Otra posibilidad es pensar que lo dice en serio, que no está de guasa, en cuyo caso podemos caer en una depresión profunda al comprobar en manos de quién estamos.
Don Mariano debería rodearse de asesores que le orienten en este sentido. Cuando tire balones fuera debe hacerlo con arte. En los estadios de fútbol, cuando están junto a la línea de banda, los jugadores no despejan dando un patadón con todas sus fuerzas al balón contra la grada, porque pueden hacer daño a la gente y, aunque la pelota no toque a nadie, el personal se va a cabrear sobremanera. La afición exige respeto.
Puestos a sacar documentos exculpatorios, tampoco serviría para demostrar que no ha cobrado sobresueldos en negro la publicación de un libro de poemas, y dejamos aquí la lista de publicaciones que no vienen a cuento, porque su número se aproxima al infinito.
El 3 de febrero de 2013, el diario El País hace pública la segunda entrega de los papeles de Bárcenas y Alfredo Pérez Rubalcaba pide la dimisión de Mariano Rajoy. Al día siguiente, el presidente del gobierno, en rueda de prensa —en Alemania, claro—, con motivo de una visita a Merkel —aquí no se digna hablar con los medios, él es más de «transparencia»—, afirma que «todo es falso salvo alguna cosa». Le gusta hablar como si estuviera en la barra de un bar jugando a las adivinanzas. Ante la aparición de documentos tan comprometedores, se limita a lanzar un enigma al viento. También podría haber dicho: «Si es verdad o no, algún día se sabrá. Venga, me invito a una rondita».
El juez Ruz revela que Bárcenas se acogió a la amnistía fiscal a través de una cuenta en Suiza; Hacienda insiste en que no pudo acogerse. No explican por qué.
Bárcenas denuncia al PP por despido improcedente, por el robo de sus ordenadores y por maltrato laboral. Al no llegar a un acuerdo tras un acto de conciliación, reclama a su antiguo partido 900 000 euros de indemnización.
El 27 de junio, el juez Ruz ordena el ingreso en prisión de Bárcenas por riesgo de fuga tras conocer que el extesorero ha estado llevando fondos de Suiza a Estados Unidos y Uruguay.
En julio aparece una hoja original arrancada, supuestamente, del cuaderno donde Bárcenas llevaba la contabilidad, que recoge pagos a Mariano Rajoy por valor de 15 millones de pesetas, así como otros a Rodrigo Rato, Jaime Mayor Oreja, Javier Arenas y Francisco Álvarez Cascos.
Mariano Rajoy compareció el 1 de agosto en el Congreso en un pleno extraordinario sobre el caso Bárcenas. En esa comparecencia, se despachó con multitud de frases cuya veracidad era puesta en duda porque ya se habían publicado los SMS en los que mandaba mensajes de ánimo al extesorero, después de saberse que tenía las cuentas en Suiza, lo que le impediría alegar que Bárcenas le engañaba. Aun así, siguió erre que erre. «Mi único papel fue el de creer a un falso inocente, no el de encubrir a un presunto culpable». No sé qué entiende el señor Rajoy por encubrir, pero a través de sus mensajes telefónicos apoyaba al tesorero, no le pedía explicaciones por ese «presunto» engaño del que decía en el Congreso había sido objeto. «Me equivoqué en mantener la confianza en alguien que ahora sabemos que no la merecía», dijo, pero la siguió manteniendo cuando supo que «no la merecía». No se entienden las razones que llevaron a Rajoy a seguir junto a Bárcenas si le había traicionado. En ese caso, debería ponerse de parte de los que le acusan y perseguirlo con saña por el gran daño que le ha hecho. Recordamos que Bárcenas sigue afirmando que le entregó sumas de dinero negro. Al negarse a aclarar estas cuestiones, el presidente del gobierno queda en mala posición. La única razón por la que alguien mandaría mensajes de ese tipo a un recluso que le está haciendo daño es porque se trata de su cómplice.
En este sentido, es especialmente significativo el que envía Bárcenas a Rajoy con fecha 14 de marzo de 2013, en pleno tomate, cuando ya se sabe todo, cuando no caben excusas de desconocimiento de los hechos o dudas sobre la integridad del extesorero. En un trozo de ese mensaje podemos leer: «No sé a qué estáis jugando, pero quedo liberado de todo compromiso contigo y con el partido». ¿A qué se había comprometido Bárcenas con Rajoy y con el partido hasta el 14 de marzo en que rompe su alianza? Un año antes, Rajoy le había escrito un mensaje que nos da una pista: «Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo». A todas estas, no hay voces discrepantes dentro del partido que pidan una aclaración de lo que está pasando, la omertá funciona. Antes conservar el puesto que exigir honradez.
Bárcenas seguía en contacto con el presidente del gobierno después del descubrimiento de las cuentas secretas de Suiza y de la publicación de los «papeles». La comparecencia en el Congreso quedaba por tanto plagada de mentiras y de medias verdades, como dirían los diarios británicos, de contradicciones, como dirían los medios de comunicación españoles. «La cosita está muy maaaal», como diría Chiquito.
El presidente del gobierno había mentido en sede parlamentaria y no en una cuestión política, algo a lo que él y sus compañeros ya nos tenían acostumbrados, sino en un tema de dinero, en un caso de delincuencia común, en una cuestión de pasta gansa, que dirían en mi barrio; de viruta, que dirían en el talego; de jurdós, que dirían los gitanos. Parafraseando al presidente podemos decir que es inocente de todo, salvo de «algunas cosas». Y deben de ser esas cosas las que le mantienen unido al recluso en un compromiso que no se explica ni a través de un plasma.
Aparece una nómina de Bárcenas de mayo de 2012. Otra vez petición de dimisión de Rajoy de toda la oposición. Además, que se hubiera ocultado esa nómina implica que todo el aparato está colaborando en la causa. La complicidad con Bárcenas ya no es cosa de los íntimos, atañe al partido. Todo parece orquestado, se comportan como una banda, y no precisamente de música.
En agosto de 2013, María Dolores de Cospedal, Javier Arenas y Francisco Álvarez Cascos declaran ante el juez Ruz que no tenían control alguno sobre las donaciones que se entregaban al partido, que eran competencia exclusiva del tesorero. Quitándose de encima toda responsabilidad terminan de enredar la madeja. Según esta versión, allí llegaban personas, dejaban un pastón encima de la mesa y nadie sabía qué pasaba con ese dinero salvo Bárcenas. El tesorero podía disponer a su antojo de la «cifra». Si Cospedal, Arenas y Álvarez Cascos no tenían ni idea de qué pasaba con ese dinero, ¿en qué se basan para afirmar que no se repartía, por qué siguen sosteniendo que nadie ha cobrado sobresueldos cuando ya hay miembros del partido que han reconocido públicamente haber aceptado esos sobres?
También sorprende que afirmen con rotundidad que las cuentas están claras y que no hay ninguna doble contabilidad. Hacen responsable exclusivo de todo el dinero que entra en la sede a Bárcenas, que lleva, según dicen, las cuentas de una forma impecable. ¿Es el mismo Bárcenas al que han calificado de ladrón, mentiroso, embaucador, delincuente y un largo etcétera de adjetivos, todos relacionados con la falta de honradez? Podrían decir: «Nos ha engañado, no nos extrañaría que las cuentas no se correspondieran con la realidad, que esté repartiendo sobres por ahí, o que llevara una doble contabilidad». Esta versión sería más creíble, pero resulta que no, que Bárcenas mentía siempre, robaba dinero, pero sus cuentas son incuestionables. ¿Esto cómo se come? Lamentándolo mucho, después de escuchar la opinión que ellos mismos tienen de ese señor, resultan más creíbles sus famosos «papeles» que las cuentas oficiales, también del mismo autor.
Para colmo, sólo unos días después de que estos líderes del partido pasaran por la Audiencia, el exgerente del PP, Cristóbal Páez, afirmó ante el juez que recibió pagos en dinero negro por valor de 12 000 euros, que aparecen en los «papeles de Bárcenas», procedentes de donaciones que no se declaraban a Hacienda. El que decía esto era el gerente, uno de los encargados de llevar las cuentas. O sea, que los que no llevaban control del dinero le dicen al juez que no hay doble contabilidad, y los que llevan el control del dinero dicen que sí.
Más tarde, la prensa destacó que Páez podría haber cobrado hasta 350 000 euros del PP por haber custodiado «los papeles de Bárcenas». Esos que no existían y si existían eran falsos.
Para terminar de esclarecer las cosas, en su afán de ser líderes de transparencia, los ordenadores de Bárcenas que tenían «bajo custodia» fueron formateados. Desde el partido advirtieron, cuando les pidieron que los entregaran, que lo habían hecho siguiendo un protocolo acorde con la Ley de Protección de Datos, según el cual cuando un empleado que maneja información sensible deja su trabajo se procede a borrar la memoria de sus ordenadores. ¿Qué entendieron cuando se les ordenó la custodia de esos aparatos? Estos señores del PP debieron de creer que, en realidad, lo que el juez quería era que no se rompiera el cacharro porque vale dinero, y no están los tiempos para derrocharlo, pero que no tenía el menor interés en consultar la información que contenían esos ordenadores. Qué rabia les debió de dar, con lo que les gusta colaborar con la justicia, que el juez se quedara de piedra al comprobar que los discos duros estaban formateados. De haber sabido que lo que quería el juez era el contenido y no el continente, no habrían tenido inconveniente en conservar las memorias. «Marca España».
Por otro lado, las secretarias de los señores Bárcenas y Lapuerta (que le precedió en el cargo), Estrella Domínguez y Rosa María López, declararon que habían destruido, por iniciativa propia, «sin que nadie se lo ordenara», las agendas de sus respectivos jefes porque creían que no servían para nada. Estas agendas contenían las anotaciones de las visitas de los empresarios que hacían las donaciones. Visitas que ellas no recordaban en absoluto y que las agendas podrían ayudar a aclarar. A pesar de que el caso copaba los medios de comunicación, ellas no estaban al tanto de lo que podían significar esas agendas para la causa y se limitaron a hacer lo que hace cualquier secretaria, tirar las agendas de sus jefes cuando les parece bien.
De nuevo estamos ante un caso en el que dos personas se vuelven tontas al ser interrogadas por el juez. No se entiende que, con esa mala memoria que les impide recordar visitas y la negligencia manifiesta al destruir documentación «sin que nadie se lo ordene», trabajaran en puestos tan cualificados.
Bromas aparte, dejémoslas para los testigos cuando son citados por el juez Ruz, estas señoras parecen comportarse de otra manera cuando no están declarando. En unos SMS que intercambió con la mujer de Bárcenas, cuando esta pidió a la que fue secretaria de su marido sus agendas, Estrella Domínguez parecía comprender la importancia de esos documentos y confesaba no poder devolverlas porque estaban en el «partido». Vaya, ahora resulta que estaban en el partido, nada decía de que las hubiera destruido en un arranque de iniciativa «sin que nadie se lo ordenara», arranque que, recordemos, también tuvo la secretaria de Lapuerta, y que se configura como una plaga de espasmos destructores de pruebas que asola la sede de Génova. Tal vez habría que aislar y poner en cuarentena el edificio como en la película Rec, donde un extraño microbio vuelve a la gente muy rara.
Si no son partidarios de dejar huella de lo ocurrido hace dos días, como quien dice, de la «memoria histórica», mejor no hablamos. Corramos un tupido velo y pensemos que gracias a la aplicación de la Ley de Protección de datos, sumada a la acción de voraces secretarias que actúan como termitas, no ha quedado un solo documento sano en este país. Aunque también podemos correr un tupido velo sobre toda esta patraña, toda esta sarta de mentiras y exigir, de una vez, a la justicia que ponga las cosas en su sitio.