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Ultimum malorum est e vivorum numero exire,

antequam moriatis

(El peor mal es salir del mundo de los vivos

antes de morir)

—No es posible una vida feliz sin amor, así pues la felicidad dependerá de la calidad de nuestros afectos. Pero nos podemos hacer dependientes de las personas a quienes amamos, de sus caricias, palabras, presencia, y esta dependencia puede llevarnos al infierno del sufrimiento.

—Y entonces ¿qué podemos hacer? —preguntó Lucio.

—Entender que amar siempre es correr un riesgo. Aunque diría que para llegar a la felicidad y el amor antes que hacer un viaje hacia el otro es necesario viajar primero hacia la tierra más lejana de nuestro interior.

—No sé… maestro. No me preocupa el amor, quiero estar solo.

—Perfecto, porque tienes el daimon que significa carácter o personalidad interna que te permite decidir hacia dónde quieres encauzar tu vida. No tienes por qué tener una existencia convencional. Lo más importante para vivir es el jara y el eufrosine.

—¿El jara? ¿El eufrosine?

—Lo importante es tu predisposición, tu actitud vital. ¿Cómo crees que tendría que ser esta actitud vital?

—De curiosidad.

—Pero con curiosidad y tristeza no será una buena vida. Todo lo que descubrirías serviría para alimentar la tristeza…

—Entonces lo más importante es una actitud alegre.

—¿Alegre y estúpida?

—No, alegre y sabia.

—Exacto. El jara designa la buena disposición del espíritu para gozar y el eufrosine un temperamento alegre y sereno. Esta es la base, a partir de aquí estudia. Sin jara ni eufrosine solo serás un erudito.

—Sí, Demócrito dijo: «Muchos son los eruditos que no tienen inteligencia.» Demócrito se parecía a ti, maestro, porque él también viajó mucho.

—Eso dicen, que estudió astronomía con los caldeos, geometría con los egipcios, teología con magos. Que viajó hasta Etiopía, el mar Rojo, y, como yo, también la India.

—Aunque no entiendo por qué se quemó los ojos… —preguntó extrañado el discípulo.

—Sí, dicen que perdió de manera voluntaria la vista, exponiendo sus ojos al sol reflejado en un escudo plateado ya que no quería que «la vista del cuerpo le impidiera la del alma».

—No puedo entenderlo.

—Yo tampoco, Lucio. Observa, alguien que considera que el gozo debe ser moderado, que lo más placentero es un exceso, se convierte en el reverso del placer. ¿Te parece moderado el hecho de quemarse la vista?

—No.

—Debes tener cuidado de los fanatismos, no solo de los religiosos. Los hombres más sabios, los filósofos más reconocidos, pueden hacer actos tan extraños y extremos como estos. La razón, pensando sin fronteras, puede crear afirmaciones tan demenciales como «los ojos del cuerpo cierran los ojos del alma». No lo olvides, lo que desafíe el sentido común es falso aunque parezca un algoritmo impecable. Creo que tenemos la suerte de vivir en una época en que podemos ser a la vez felices y razonables.