Studium virtutis per ipsam virtutem
(El afán de la virtud por la virtud misma)
—¿Sabías que una vez Séneca tuvo la ocurrencia de emprender un viaje en condiciones muy modestas?
—¿Por qué lo hizo? Tenía rango consular, podría haber viajado como hubiese querido.
—Tenía ganas de llevar a cabo un viaje verdaderamente estoico. Hizo un largo viaje con su amigo Cesonio Máximo. No traían otra cosa que la ropa que llevaban puesta y un solo carruaje. Quería valorar los placeres básicos de la existencia como un buen baño en una posada, un cocido caliente, una manta para protegerse del frío de la noche. Séneca era un romano a quien le gustaba viajar, y recorrió buena parte del imperio. En este sentido, era un romano típico.
—¿Y en qué no era típico?
—No adoraba la sociabilidad, ni el placer, ni el desenfreno, ni los baños, ni los banquetes, ni los espectáculos, ni la vida en la calle, ni la prostitución, ni las sectas. Sin embargo, su vida estuvo llena de contradicciones porque estuvo demasiado cerca del poder y lo que predicaba no siempre era lo que llevaba a cabo. Pero recuerda que la coherencia es un atributo de las matemáticas, los hombres estamos hechos de ideales y pasiones, de voluntades y necesidades, de impulsos y decisiones… Demasiado blanco y negro para que no nos aparezcan los grises.
—¿Y qué debería yo leer de lo que escribió?
—Una buena posibilidad es De la tranquilidad del alma. Lo que te citaré a continuación es un fragmento. Intenta decirme qué crees que significa: «No es cosa fácil conseguir una vida bienaventurada, cuando con mayor afán se persigue, el mismo anhelo es causa de mayor alejamiento.»
—Que todo lo que te hace luchar desesperadamente por tener una vida buena te aleja de ella. Dice que es mejor que las cosas te acompañen antes que tener que perseguirlas. Va en contra de los afanes por ser feliz. La felicidad es un estado más que una carrera.
—¿Y tú? ¿Crees que la felicidad se construye con esfuerzo?
—No estoy seguro… Sin esfuerzo no se logran cosas tan importantes como el conocimiento, sin el esfuerzo de leer mucho no se disfruta de la felicidad de la lectura. Pero también es verdad que, a menudo, me alcanzan momentos de gran felicidad, como cuando me tumbo entre los árboles, contemplo las ramas bajo el cielo y, de golpe, aparece un halcón con un vuelo majestuoso: el mundo me parece perfecto.
—Acabas de sugerir otro tema básico en Séneca. Considera que no es más feliz quien más tiene, ni quien más puede, ni quien más vale, sino el que abre su vida a la libertad.
—¿La libertad para hacer lo que te plazca?
—No, más bien la libertad para poder morir en cualquier momento. La posibilidad de morir le ofrece al hombre una salida frente a cualquier situación.
—Creo que yo solo podría morir para evitar una larga tortura que terminara en muerte. No escogería la muerte si existe una posibilidad… Y eso nunca se sabe.
—Los estoicos no temían a la muerte, nosotros solo somos parte de un órgano compuesto. Este órgano siempre es fugaz, cambiante e inestable. Salimos de este gran organismo y, una vez que cumplimos nuestra misión, volvemos a lo que éramos antes de formarnos. Por mucho que algo se acabe, no hay diferencias entre el «ya no ser» de la muerte y «aún no ser» de antes de nacer. En cuanto a las riquezas, no es necesario que el sabio renuncie a ellas, lo único que tiene que hacer es evitar convertirse en su esclavo. Las riquezas sirven al sabio, pero gobiernan al necio.
—¿Hubo otros estoicos antes de Séneca?
—Zenón fundó esta doctrina y edificó su sistema. Para Zenón el hombre es un animal que habla y razona, un ser que a través del logos, la razón, está íntimamente unido al logos universal y es consciente de formar parte de la comunidad de los racionales.
—Una comunidad de racionales, como una ciudad perfecta… ¿Un ser racional es un sabio?
—La virtud y la sabiduría son sinónimos. El objetivo es la buena conducta y a esta solo se puede llegar desde la reflexión.
—¿Cómo tendría que ser una comunidad para funcionar felizmente?
—Los estoicos hablarían de un todo armónico. Para que una comunidad funcionara tendría que haber una conexión, una simpatía, entre todas las cosas. Se tendría que desarrollar como un todo orgánico, tener una unidad en su naturaleza y hacer de la racionalidad su causa común.
—¿En qué consiste para los estoicos la tranquilidad? ¿En vivir juntos?
—Para ellos la ataraxia significa imperturbabilidad y firmeza. Y en la comprensión de la naturaleza cósmica y humana significa la aceptación de la ley natural y la idea de una nueva ciudad universal, la cosmópolis, que sea natural y también política.
—¿Te refieres a la política de los senadores?
—Más bien a la política entendida como civilizada, social, supraindividual, de la que el individuo se sienta parte orgánica.
—¿Pero esta ciudad ideal puede ser de todos?
—Puede ser de todos aquellos que encuentren valioso lo razonable, y lo razonable fije las determinaciones y deberes que se derivan del conocimiento de lo razonable. Esta es la felicidad: atenerse a lo razonable, y es una felicidad autosuficiente, porque no depende de nada más que de uno mismo. No depende ni de la vida, ni de la salud, ni de las posiciones, porque no son verdaderos bienes. De la misma forma, no son verdaderos males ni la muerte, ni la enfermedad, ni las afrentas, ni la pobreza, ni el dolor.
—¿Entonces, solo la conducta correcta, es decir, solo la conducta racional asegura la propia satisfacción?
—Así es. Alguien feliz está libre de toda perturbación exterior.
—Pero, aunque seamos seres racionales, también estamos llenos de pasiones, impulsos irracionales, afectos incontrolables…
—Entonces, los estoicos te dirán que debes tener capacidad para enfrentarte a las pasiones, has de superar las debilidades y enfermedades del alma. Para ser verdaderamente libre debes superar cualquier pasión.
—Pero todos estamos hechos de racionalidad y de pasiones…
—Así pues, hay pocos sabios, porque el sabio o posee todas las virtudes o no posee ninguna, puesto que para ser sabio debe haber superado todas las pasiones.
—¿Qué podemos aprender de los estoicos?
—Que la felicidad no se halla en la reclusión, ni lejos de la multitud, ni de la actividad pública. Los estoicos afirman la solidaridad y la vida activa y proclaman el parentesco natural entre todos los hombres. Algo que más adelante tendré que recordarte.
—Me gusta la idea del hombre como ciudadano de la comunidad de los racionales. La racionalidad para mí es la justicia y el amor a los demás.
—Sí, esta es la concepción de la humanidad. Todos somos parientes de una sola familia.
—¿Incluso los esclavos y las mujeres?
—Sí, todos tenemos el mismo origen y destino. Nuestra unión consiste en una comunidad y reciprocidad de intereses y amor al género humano que se extiende, primero, en forma de parentesco de sangre, después por parentesco de alianza, luego por amistad y, por último, al vecino, al conciudadano, al aliado político y a la humanidad entera.
—¿Por tanto, el ideal estoico es un estado mundial o bastaría una ciudad con este ideal de armonía y convivencia?
—Bastaría, si hubiera una moralización de la política, si los miembros del estado confiaran en el jefe, lo respetaran y lo amaran más que lo temieran. El jefe habría de ser justo, imparcial e intachable en su vida personal y no guiarse jamás por la intención del propio beneficio.
—Entonces, el bien y el mal del individuo son inseparables de los de la comunidad. ¿Un hombre sabio no puede escoger la soledad?
—No, su ser no se verá cumplido en la contemplación y en la soledad. Ha de darse siempre en él una actividad determinada al servicio de la comunidad, inspirada siempre, claro está, por la moralidad.
—A mí me gusta la soledad de la villa, la naturaleza que hay en ella…
—Ese sería otro tema, la naturaleza que a ti tanto te gusta no está en estado puro, se transforma en la expresión y el medio que el hombre elabora y disfruta. Hay mucha humanización en la naturaleza de tu villa familiar. Pero no nos desviemos. Lee estos pensamientos de Marco Aurelio, otro estoico ilustre.
—Lucio empezó a leer: «Reconoce siempre el mundo como un solo organismo, compuesto de una sola sustancia y una sola alma.»
—Sigue leyendo.
—«Todos formamos parte de un mismo cuerpo político y estamos hechos para la cooperación.»
—Exacto, el principal deber en el mundo de los hombres es el pensamiento justo y las acciones para la comunidad.
—Y conocimientos técnicos, maestro: aritmética, matemáticas, astronomía…
—«¿De qué me aprovecha saber dividir un campo, si no sé repartirlo con mi hermano?», pregunta en otra ocasión Séneca. De nada te sirven los saberes técnicos si no hay una ética que oriente tu conducta.
—¿Qué podemos aprender de los estoicos?
—El sentimiento de la dignidad de la persona y el poder de la voluntad moral. Creo que la mejor lección del estoicismo es «que el alma que hemos recibido en préstamo la devolvamos mejor que nos fue dada».
Una contestación así, tan profunda, sabía que sumiría a Lucio en un hondo ensimismamiento durante horas. Se guardó la respuesta dentro de sí «que el alma que hemos recibido en préstamo la devolvamos mejor que nos fue dada…».
—Y en la arquitectura, ¿qué podemos aprender de los estoicos?
—Que es propio de la construcción de una obra padecer los infortunios. Porque ser siempre feliz y recorrer la vida sin recibir mordiscos es ignorar la naturaleza de la vida. «Te tengo por desgraciado, puesto que nunca lo fuiste», dice en otra ocasión Séneca. La dignidad y la posible grandeza de un arquitecto radican justamente en que puede determinarse a sí mismo y mantenerse firme en su ruta sin dejarse vencer: la dignidad del hombre es resistir la mala fortuna. Y no existe ninguna gran obra arquitectónica que no haya padecido los reveses de la fortuna. Véncelos siempre y emergerá tu obra digna, desafiando a los hombres y a la suerte.