Vixere fortes ante Agamemnona multi
(Vivieron muchos héroes antes de Agamenón)
—Empecemos por la ética, empecemos con Homero. Homero cantaba a los héroes, héroes como Aquiles. Nada o casi nada podemos aprender de él ya que nosotros somos humanos. ¿Consideras esta afirmación correcta?
—La considero correcta, maestro.
—Te equivocas, cualquier hombre tiene algo de héroe. Este héroe habita en las altas ideas que tienes de ti mismo, cuando te imaginas realizando grandes gestas, logrando lo que quieres, cuando nada ni nadie se opone a la justicia que impartes y, en tu mente, el mundo es tal y como debería ser siempre.
—Pero el mundo no es así, está lleno de dolor, errores, injusticias…
—Entonces debes aprender de Homero a mantener dentro de ti estas ideas heroicas sin que se debiliten por la realidad. Conserva esta parte de ti intacta, si no, acabarás siendo un cínico. Un cínico no tiene ideales, solo suciedad y pobreza, viven como perros cuando podrían vivir como hombres. Fíjate que se puede explicar la historia del hombre de dos maneras: como una sucesión de horrores, de crímenes, de sangre; o se puede explicar por sus más magníficos logros en la arquitectura, el arte, la literatura, en sus acciones llenas de justicia y generosidad. El ser humano siempre ha tenido dos caras como las monedas, es el único animal capaz del mayor bien y el mayor mal. El bien más ideal, sus acciones más excelsas son las que forman parte de nuestra naturaleza heroica.
—¿El ejemplo que has puesto es de Diógenes de Sínope, que vivía dentro de una cuba de vino, sin nada, y solo pretendía que lo dejaran en paz? —preguntó Lucio más para demostrar al maestro que era un alumno aplicado que para cerciorarse de que la respuesta era la correcta.
—Sí, de él, pero incluso de Diógenes tenemos cosas que aprender, pero no hoy. Hoy nos centraremos en Homero. Homero nos enseña que somos lo que hacemos, que al final seremos conocidos por nuestras obras. Por tanto, la ética no halla su fuerza en la reflexión, ni en explicar las vivencias, sino que se manifiesta en las actividades que llevamos a cabo. Con Homero podemos hacer que nuestra vida entre en la historia con la fuerza del mito, que los días que vivimos, que el tiempo, arranque de nuestra naturaleza más recóndita las posibilidades que solo se abren con los sueños y se impulsan con el deseo, aquello que nos convierte en héroes, aunque no seamos hijos bastardos de un dios. Bueno, no sé si es correcto en tu caso, puesto que tu padre es casi un dios en Roma…
—Homero nos enseña a ser tal y como nos soñamos…
Con aquella frase, Lucio acababa de eludir hablar de la fama de su padre, y Arístides, hombre atento y gran conversador, cogió al vuelo aquel leve indicio para no insistir en el tema.
—Sí y solo si mantenemos la mirada alta cuando nos vemos. Pero ¿qué es lo que no debemos aprender de Homero? Jamás debemos creer, como él piensa y defiende, que la guerra es la esencia del hombre, su verdadera naturaleza. En este aspecto Homero estaba totalmente equivocado. La guerra no es el estado natural del hombre, solo lo es la paz. Me refiero al hombre que es un verdadero hombre, no una bestia sanguinaria. La guerra no es ni un camino para llegar a la paz, porque ya no hay paz posible con tantas heridas abiertas. Cuando un hombre mata a un niño, a una mujer, a otros hombres, si incendia un poblado y contempla con satisfacción sus cuerpos en llamas corriendo hacia ninguna parte… entonces, ese hombre deja de ser un hombre. No me preguntes en qué se convierte, pero deja de ser aquello que era. Y no solo el asesino deja de serlo, también dejan de serlo las víctimas y los ultrajados. Un hombre que sufre cómo matan a su familia, cómo destruyen su vida… entonces ya es solo una herida viva, una herida abierta que no se curará mientras viva. De su enorme nafra pueden surgir todos los tipos de personalidad enferma imaginables: seres de una profunda tristeza o vengativos y crueles o, como también acostumbra pasar, seres locos y risueños. Hay quien no ha vuelto a hablar jamás, otros que han partido con las ropas que llevaban, dejando atrás todo lo que perdieron y se han convertido en vagabundos errantes, viviendo de lo poco que podían pedir o robar. Reconocerás a los hombres que han vivido una guerra porque están como perturbados, con la mirada vacía, te miran, pero sin verte o tal vez mirando hacia otro lado, hacia su propio interior, hacia un recuerdo, o hacia una visión que les persigue. Todos han vivido una experiencia tan alejada del orden natural de las cosas… que no sabes si conocen un secreto que no se puede revelar o simplemente se han ido de nuestro mundo para siempre. Creo que han conocido una verdad que al serles revelada les ha disuelto. Como el mito de Orfeo y Eurídice. Orfeo solo puede salir del infierno con su amada Eurídice, a condición de que no gire la vista para verla en ningún momento, pero lo hace en el último instante, cuando cree que ambos han logrado dejar el infierno atrás, ignorando que a ella aún no le ha tocado la luz del sol, y se disuelve en el aire, esta vez ya, para siempre. De la misma manera, hay verdades que si las miramos nos disuelven como hombres irremediablemente. La guerra nos hace saber algo que ya no nos deja volver a ser los mismos, que nos perturba hasta la muerte. No sé cuál es esa verdad, no quiero que la tengamos que averiguar nunca, que nadie nos obligue a mirarla de frente y convertirnos en sal, en piedra, en aire, sea como sea, en algo que ya no es ni sangre, ni piel, ni huesos.
—Creo que sé a qué te refieres: la transformación que sufren hombres decentes antes de la guerra, que vivían en sus pueblos de la agricultura o la ganadería y que ya jamás han vuelto a ser los mismos.
Arístides asintió con la cabeza y prosiguió su lección:
—Homero también ve en el reconocimiento, la admiración, la fama, la única manera de superar a la muerte.
—Superar a la muerte… y eso, ¿cómo se consigue?
—Según Homero, si sigues en la memoria de los hombres, y esto es posible especialmente gracias a las hazañas militares. Pero se equivocaba: detrás de cada gran victoria militar hay cientos, tal vez miles de hombres, mujeres y niños que han perdido la vida o que, como te he contado, han visto cosas tan terribles como la muerte de sus padres y el ultraje de sus madres. Los hombres en la guerra se preguntan por qué en mala hora nacieron. Nadie debería vivir una guerra. Incluso no deberían vivirla los pobres elefantes de Aníbal, capturados y muertos contra su voluntad con el fin de atemorizar a sus enemigos por ser unas bestias nunca vistas. ¿Nunca vistas por parte de quién? De Roma, porque ellos llevaban miles, tal vez cientos de miles de años viéndose mutuamente en fraternal alegría. Aníbal no consiguió derrotar a Roma, pero cartagineses y romanos murieron y sufrieron lo que ningún hombre debería vivir y sufrir. Nadie gana una guerra, tal vez los gobernantes que obtienen nuevas y enormes riquezas.
—Entiendo entonces que Homero se equivocaba, puesto que morimos igual, recordados u olvidados. Ser recordado no es llegar a ser inmortal. El tema de la guerra y su horror me lo has explicado largamente y entiendo que es la más horrible de las experiencias. Has logrado que, a diferencia de mi padre, no me aliste jamás, por suerte la Pax Romana me lo permite. Pero mi padre vivió guerras, no sé si él era un perturbado, más bien diría que era un estudioso…
En aquel punto del diálogo quería hablar de su padre. Así pues, Arístides aprovecharía su súbito interés para no eludir el tema.
—Tú no llegaste a conocer a tu padre y yo solo conocí al hombre público que debía a su carrera militar no solo sus riquezas y honores, sino a todo lo vivido y a todo lo logrado, un pasado de gloria que le permitió acabar sus últimos años como estudioso. Debía demasiado a su carrera militar para renegar de ella sin renegar de sí mismo. También es cierto que desde los puestos de mando no creo que se viva igual una guerra, aunque no dudo de su valor ni de sus mil méritos, vamos a pensar que fue uno de los pocos afortunados que no quedó perturbado por ella, toda norma tiene su excepción.
Arístides sabía que estaba tocando un tema espinoso, le estaba haciendo al joven un marcado alegato a favor de la paz, cuando su padre era un reconocido militar, así que cambió de cuestión.
—Pero volvamos al tema de «seguir vivos a través de un recuerdo». ¿Qué es un recuerdo? Un reflejo borroso de alguien que nos conoció u oyó hablar de nosotros. Un recuerdo —necesariamente siempre distorsionado de alguien— no es seguir estando vivo. Mírame, conservo recuerdos de tu padre y no solo está muerto sino que no sé de él algo tan básico como si renegaba en su fuero más interno de la guerra. Solo conozco la fama y los honores que obtuvo en la guerra, su historia oficial. Nunca llegamos a conocer a nadie del todo, y quizás aún menos a través de recuerdos o de la historia. Lo que sí puedo decirte es que no debes vivir para ser recordado o para alcanzar la fama, sino para saber tú, tú solo, quién eres y lo que puedes lograr. El resto es tan solo azar y los recuerdos son como las nubes en el cielo, algunas adquieren formas humanas y balanceadas por el viento parecen estar vivas, pero ninguna lo está. Por tanto, retén siempre lo siguiente: miles serán conocidos por hazañas que no cometieron y otros miles serán olvidados con méritos de sobras para ser recordados…
De pronto Arístides sonrió, acababa de darse cuenta de que vivieron muchos héroes antes de Agamenón, pero no quería extenderse más en este punto.* Sabía que Lucio aún era demasiado joven para sentir su misma pasión por temas como la memoria, el recuerdo y la muerte, temas que ensanchan su importancia con el paso de los años. Así que dio por terminada la lección y sentenció: «En fin, con Homero has visto que de todos podemos aprender algo y que de todos hay algo que no debemos aprender.»
—¿Y cómo podemos ser mejores arquitectos gracias a Homero?
—Pensando a lo grande y construyendo a lo grande, con ambición y energía, como si fueras Aquiles —contestó alegremente mientras le daba una palmada en el hombro y volvía a tratar a Lucio como el joven lleno de vitalidad y de proyectos que realmente era.