Justo antes de su muerte, Tito declamaba su filípica manipulada, gesticulando con sus manos enjoyadas, sin darse cuenta de que miembros de la secta del Sol se percataban del anillo que llevaba. Un anillo de orfebrería con la luna y la diosa Isis, el símbolo más odiado por ellos: Tito era un demonio.
Empezó a correr la voz de «estamos gobernados por el mal» entre los miembros de la secta. Uno de ellos, el más osado, que deseaba llevar a cabo un sacrificio mayor, atravesó con el golpe certero y seco de una lanza el tórax de Tito.
El duunviro miró la empuñadura que le emergía del pecho. Incrédulo, cayó de rodillas y su cuerpo quedó bañado en un charco de sangre. Su último pensamiento fue el absoluto desconcierto por perder de golpe, sin motivo y por sorpresa, la vida.