El mundo no se había parado cuando había muerto su maestro. Tampoco lo había hecho cuando pegaban a Amal y parecía que le arrancaran la piel del cuerpo. Tampoco se pararía ahora que sabían quién había matado a su maestro. Allí estaba el asesino, impune y feliz, con sus orgías, sus abusos, su pequeño templo lleno de arbitrariedades, favoritismos y castigos azarosos.
La construcción del acueducto continuaba según los planes marcados, según los diseños realizados. Seguía su ritmo sin un tiempo determinado que podría oscilar entre una y dos décadas.
Lucio intuía que su tiempo en Segovia se estaba terminando. Había llegado hasta donde era posible: había descubierto al asesino de su maestro, pero poco importaba, porque ni nada ni nadie parecía poder arrestarlo y condenarlo. Es más, si ahora Tito muriese, él sería directamente acusado.
Le llenaban de rabia y de impotencia todas las molestias que se había tomado Arístides, introduciendo nuevas marcas para señalar directamente los nombres de los asesinos. Había llegado el momento: Lucio quiso saber cómo había muerto su maestro.
Leukón le explicó que lo encontraron con los brazos y las piernas cortadas, enterrado en una especie de nido de hormigas gigante. Lo habían dejado morir a pleno sol y con miel en el rostro para que lo cubrieran los insectos.
Aquella noche, Lucio lloró de nuevo a su maestro como si Arístides acabara de morir.
A la mañana siguiente, le dijo a Amal:
—Mi tiempo en Segovia ha terminado. Lo que tenía que aprender ya lo he aprendido, ya he conocido a quien tenía que conocer —dijo mirando con una sonrisa de complicidad a Amal—. Aunque de nada haya servido, también he descubierto a quien tenía que descubrir. Lo que tenía que construir ya está edificándose. Ocupémonos por un tiempo de otras cosas. ¿Te parece?
Amal contestó:
—Mi casa está allí donde tú y yo estemos juntos.
—Vayámonos, pues, de Segovia antes de que llegue el otoño. Viviremos en Tarquinia y visitaremos Roma, sucia, ruidosa, pero indiferente al mundo, el único lugar donde ser albina es absolutamente irrelevante.
—Háblame de Roma y de Tarquinia, de la vida que nos espera…
Lucio fue explicando a Amal todo lo que recordaba de su casa y de sus tierras. Además, le confesó que, aunque a él Roma no le gustaba, quería redescubrirla a su lado. Y así se durmieron, sintiendo que aquellas tierras ya pertenecían al pasado.