38

—¿Y ahora cómo podemos acabar con Tito? —preguntó Amal, cuando a la mañana siguiente Zayin fue enterrado como víctima de una muerte fortuita, debida a la picadura de una serpiente.

—Una posibilidad sería matarlo tal como él mató a Arístides: conseguir unos matarifes y que recibiera el mismo pago por su acción.

—No sería fácil encontrar a alguien que lo matara. Aunque Leukón haría cualquier cosa por ti…

—No, no podría matarlo. No soy un asesino. Siento que hemos matado a Zayin casi en defensa propia. Acababa de pasar, casi había conseguido matarme y en aquel momento lo odiaba, su confesión, su ambición… Es diferente matar que no salvar. Matar directamente, no creo que pueda. Lo sé porque la mirada de Zayin suplicándome el antídoto me acompañará para siempre. Lo hice para protegernos: si él vivía, nos acusaría y juntamente con Tito pondría en peligro nuestras vidas. Tenía que acabar con su poder.

—No debes sentirte mal. Te aseguro que él no hubiera tenido ninguna duda en dejarte morir, aunque sé que no debo compararte a él. Hay personas que, si no las matas y las rematas y las entierras, si las dejas con vida, irán a por ti hasta su último aliento: Zayin era uno de ellos. Si no hubieras acabado con él, nuestra vida correría un grave peligro. Estoy segura de que, como mínimo, yo esta vez estaría en el saco de Tito con los animales.

Aquella noche hicieron el amor más apasionadamente que nunca. Un hálito de tristeza recorría la habitación, por la posibilidad de que Lucio hubiera podido estar muerto. Tenerse, tocarse, sentirse, olerse, tener aún los cinco sentidos intactos, les obligaba a vivirse desesperadamente, porque eran más conscientes que nunca de que el reverso de la vida siempre está al acecho, para que ya nada jamás pueda volver a ser lo mismo.

Por la mañana, Lucio volvió a hablar de cómo se podría arrestar a Tito.

—Iré a hablar con el gobernador.

—¿Estás seguro? No podrás explicar los hechos tal y como sucedieron. No podrás decir que matamos a Zayin y acusarás a Tito con las pruebas vagas de los signos de cantero. No podrás utilizar lo único que de verdad cuenta: la confesión de Zayin bajo amenaza de muerte.

—Ya que no puedo matarlo, intentaré que lo arresten y lo juzguen. No será fácil, pero es el único camino que nos queda: convencer al gobernador. Es todo lo que se me ocurre.