Zayin esperó cerca del estudio de arquitectura. Al oír el grito de Lucio al ser mordido por la serpiente se retiró a su casa corriendo. Al cabo de media hora, Lucio debía estar muerto.
Ahora solo se tenía que preocupar de la zorra blanca. Una mujer sola, sin amo, sería tan fácil de matar como comerse el puñado de cerezas que tenía frente a él. Se dio la vuelta y sufrió el ataque del frío latigazo de una serpiente salida de las manos de Amal, que le mordió directamente en la cara.
—Esta serpiente es una mamba negra, la misma que has dejado en el estudio. La he dejado descansar un par de horas para que recuperara su veneno letal. El mismo tiempo que he necesitado para dar el antídoto a Lucio y para que se recuperara y pudiera ver el espectáculo de Zayin mordido por su propia serpiente. Valía la pena revivir para no perderse algo tan único y asombroso. ¿No crees?
Zayin no contestó. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
—La serpiente es un magnífico animal y, como yo, no es tan mala —continuó Amal—. Si no te la hubiera echado directamente a la cara, no te habría mordido. Tienes la mejilla tan hinchada ahora…
—¿Qué has hecho? —preguntó Zayin.
—Lo mismo que has hecho tú antes. Te felicito por poner la serpiente en la caja que sabías que tendríamos que abrir. Por suerte, la serpiente mordió a Lucio y no a mí. ¿Sabes cómo me conocían en Egipto? Como la niña blanca que juega con serpientes. Allí me llamaban «la serpiente blanca». Allí la serpiente blanca, aquí el diablo blanco, porque este color siempre me acompaña. Pero fíjate qué cara tienes, deberías ser tú el llamado Zayin el blanco, Zayin el pálido, Zayin el muerto. ¿Pero ves a Lucio? —Cogió fuertemente su cara sin dudar en clavarle el dedo en la mejilla herida para dirigir su mirada al rostro sereno y sonriente de Lucio—. Está vivo. ¿Sabes por qué? Por este frasquito de aquí. Se llama «antídoto». La niña blanca que juega con serpientes debe tener sus redes por si algún día una de sus amiguitas le obliga a hacer un salto al vacío.
—Dinos por qué matasteis a Arístides. De que fuisteis vosotros, ya no tenemos ninguna duda, y tú también sabes que lo sabemos —dijo Lucio.
—Matamos a tu maestro e intentamos matarte a ti para conseguir buena parte del dinero que se mueve con la construcción de acueducto. De todos los impuestos que se pagan para facilitar su construcción, ninguno llega a Roma. Un decreto del emperador permite que todo el dinero vaya directamente dedicado a la construcción del acueducto. Nunca ha habido tanto dinero y tan poco control. Nuestra idea era hinchar los gastos y desviar los pagos a nuestras cuentas personales. Pero Arístides tenía un control férreo de la contabilidad, y ningún soborno fue posible. Con él dirigiendo la obra era imposible obtener beneficios. La secta del Sol acabó con su vida por encargo nuestro. Fueron nuestros matarifes, aunque fue un error, porque, al fin y al cabo, habían matado a un ciudadano romano y las amenazas y continuas exigencias fueron cada vez mayores.
Sudoroso y con una respiración cada vez más anhelante, Zayin miró con desesperación el frasco del antídoto. Amal, completamente quieta, miró a los ojos a Lucio y este dijo que no con la cabeza.
Zayin murió en el suelo sacando espuma por la boca en una agonía convulsa, dolorosa y breve.