Amal encontró a Lucio en la casa de acogida, hablando con Atos. Apresuradamente le dijo que estaba segura de quiénes eran los asesinos del maestro: Tito y Zayin. Que el propio Arístides había dejado una nota dentro de la pared, debajo de una señal de cantero.
Al cabo de unas horas, Lucio y Amal estaban en el estudio de arquitectura. Tuvieron mucho cuidado en cerrar la puerta y hablar en voz baja.
—Es tal y como te lo he comentado. ¿Ves este trozo del muro con un agujero y una caja dentro? En esta zona del fresco había tres puntos en forma de triángulo equilátero, una de las marcas de cantero. Dentro de la caja hay una nota de tu maestro diciendo que los dos símbolos nombran a los dos asesinos. Compruébalo tú mismo. Los nombres son Zayin y Tito.
»Zayin con el símbolo de la I, que significa Zayin en hebreo, y Tito por Taurus, el símbolo del toro, que es su nombre.
—¿Cómo has descubierto que el signo del toro hacía referencia a Tito?
—Fui a la cantera y le pregunté a Zayin todos los nombres de Tito por si obtenía alguna información, y al decirme «taurus» vi la vinculación inmediatamente…
Lucio, preso de la excitación y la sorpresa, abrió la caja. Amal de repente se dio cuenta que podía haber puesto a Zayin bajo la sospecha que había descubierto algo importante, tal vez hubiera algún peligro en la habitación, Amal gritó: «¡No abras la caja!» Lucio la soltó, esta cayó al suelo, y que la mamba negra mordiera a Lucio en el tobillo fue una secuencia de tres simples movimientos imparables, una sucesión de causa y efecto, cuyo cuarto y último movimiento conduciría a su muerte.
Amal, con un gesto implacable, capturó la serpiente y la inmovilizó clavándole fuertemente el dedo pulgar al principio del cuello. La depositó de nuevo en la caja y la cerró fuertemente.
—Lucio, mírame. Tenemos unos veinte minutos aproximadamente, incluso más, porque la picadura no está cerca de los vasos sanguíneos principales. Tengo un antídoto en mi cuarto. Ahora, amor mío, sentirás mareo, tos, dificultad para respirar y notarás que el corazón te late cada vez más fuertemente. Si yo no llegara con el antídoto, morirías por asfixia, pero te pido que confíes en mí, que no tengas miedo, que te serenes. Que te concentres en respirar. En pocos minutos estaré contigo. Te prometo que no te va a ocurrir nada.
Lucio apenas pudo decir que sí. A pesar de su voluntad de serenarse, su mirada era de pánico ante la muerte inminente, justo cuando era más feliz.