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—No puedo liberarla, Lucio, es imposible —dijo Publio, el gobernador de la provincia, que había accedido a recibirlo sin ningún entusiasmo, puesto que no entendía la urgencia de la petición: no era más que una esclava detenida—. Fíjate… —continuó indiferente, mirando el paisaje, sin prestar una atención especial a Lucio. Toda sociedad tiene elementos débiles, que deben ser sacrificados por el bien de la comunidad. Elementos dispares, disonantes, extraños, cuya desaparición purifica el ambiente.

Lucio escuchaba cada vez más impaciente.

—Se trata de una mujer albina, egipcia, esclava, blanco de los odios de una secta religiosa cuya muerte tranquilizará el ambiente.

—Escúchame… —irrumpió Lucio—. Estoy enamorado de esta mujer. Su pérdida supondría un dolor similar al de perder a mi maestro, a mi mejor amigo. Haré, diré, seré lo que quieras, pero evita que la condena sea a muerte. Si lo haces, estaré en deuda contigo para siempre. Piensa qué puedes querer de mí y lo haré. Todo lo que soy, lo que tengo, lo que pueda conseguir, es para ti. Pero te suplico, te imploro que la salves.

—Ah, vaya, te has enamorado… ¿Así que te estás encamando con la muchacha albina?

—No, no me he ido a la cama con ella. La quiero. No es relevante si nos hemos acostado, ella es mucho más importante que eso.

—¿Estás hablando de concubinato?

—Mi deseo es liberarla y casarme con ella algún día. Si me acepta, si lo desea…

—Ya veo…

—Te suplico que me ayudes.

—No supliques más. Me indigna ver a un ciudadano, hijo de uno de los hombres más ilustres de Roma, suplicando como una mujer por una esclava…

—Pocas cosas están por encima de mi orgullo, pero lo que siento por ella sí que lo está.

—Muy bien. Mis órdenes serán las siguientes. Publio escribió en un pergamino: «Dado que una mujer vale mucho menos que un hombre, que se multipliquen por cuatro los días que tuvo retenido al joven llamado Kaciro. Que los golpes que recibió de la mujer llamada Amal, se multipliquen por diez y que reciba este número de latigazos en la plaza pública. Que se encargue del castigo el propio duunviro de Segovia.» Es mi decisión, intento complacer a la secta, a Tito… Y te proclamo vencedor a ti.