27

Y el tiempo siguió su curso hasta que llegó el día que había pactado con la secta del Sol para entregar a las dos criaturas. Lucio se levantó y se dirigió a la casa de niños.

Atos estaba desesperado, y ya poco le importaba que fuera el peor estoico del mundo. Con gesto inútil e impertérrito le temblaba el labio superior y sus ojos se empañaban de lágrimas.

—¿Cuáles son las más enfermas? —preguntó Lucio.

—Estas dos niñas, pero has de saber que, si no las dieses a la secta, no morirían. No voy a decirte que morirán para que te sientas mejor. No morirían.

Sabía que no tenía que mirarlas, que eran solo un trozo de carne, como los muchos que se vertían cada mes en Roma…

A pesar de ello, dudó y buscó la aprobación de Amal. Hubiera bastado con que ella asintiera levemente con la cabeza, entonces ya no habría dudado. Pero Amal permanecía callada y sin ninguna expresión. No encontraba ninguna pista, el más leve indicio de lo que ella pensaba… Impaciente, la cogió por el brazo y la sacó afuera.

—¿Qué quieres que haga? —le espetó—. Nunca había estado tan cerca de los asesinos de mi maestro como ahora…

—¿Quieres vengarte?

—Sí, quiero vengarme y quiero justicia. Que el asesino de mi maestro no se pasee tranquilamente por la ciudad.

—Si de verdad quieres vengarte, deberías hacer un dibujo.

—¿Qué dibujo?

—¿Ves ese muro? —dijo Amal señalando una de las paredes de la casa—. Dibuja a tu maestro, a mí, a Atos, la casa de niños, a Leukón, el acueducto, las obras futuras que harás, tus escritos, los libros que quieres leer, Tarquinia, la música que jamás lograrás tocar, pero que tanto gozas en escuchar…

—Sí…

—Dibuja todo tu mundo…

—También está el mar, tus ojos, de color del mar en la hora más baja, en la hora violácea…

—Sí, dibuja todo tu mundo en él. —Amal no pudo evitar sonreír y sentirse halagada, pero no desvió la conversación—. ¿Lo has hecho?

—Sí…

—¿Quieres coger a las dos niñas y entregarlas? Entonces, este muro que has dibujado en tu mente con todo tu mundo en él tendrás que borrarlo todo… Rostro a rostro, paisaje a paisaje, lectura a lectura, canción a canción, iris a iris… Hasta que no haya nadie más excepto el asesino de tu maestro.

—No puedo… Especialmente, no puedo borrarte a ti.

—Entonces no puedes borrar todo tu mundo por un nombre, el que te indicará al asesino de alguien que no volverá. ¿Dónde está tu maestro en el cuadro que dibujabas?

—En el aire, entre los rostros de los que aún viven.