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Amal, por su parte, estaba inaugurando sus mejores recuerdos, salía de los muros de su prisión y abrazaba la vida. Cada vez quedaban más lejos los tiempos en que estaba confinada en su casa y vivía con miedo. El hecho de ser custodiada constantemente le permitía visitar la obra, comprobar los avances, anotar los símbolos. Estaba en el taller, en el lugar donde se forja la historia, un mundo ancho y largo se presentaba por primera vez ante su mirada.

Al darse cuenta de todas las ventajas de su nueva situación, algunos temores acecharon su ánimo: una cierta culpabilidad por estar traicionando la relación con su padre, de estar superando demasiado deprisa la pérdida de un contacto que había durado toda su vida. Llegó a una conclusión dura pero evidente: si no estaba dejando rastro en ella es porque tal vez no era tan importante como creía. De alguna manera, su mezcla de cariño y desprecio habían creado fracturas en los lazos entre ambos que ahora, con la ausencia paterna, se mostraban tal y como eran: un cariño superable.

Disfrutaba de la nueva libertad, de la sensación de ser ella misma, sin ataduras a nada ni a nadie, con posibilidades de movimiento y de acceso a todos los recursos culturales y de bienestar que su nuevo y generoso amo le proporcionaba. Tenía mucha suerte: Lucio no era su dueño, era más bien un soporte, tan impersonal como cómodo y confortable. Además, no le pedía nada a cambio. Tuvo miedo, ahora por fin podía confesárselo a sí misma, miedo de palabras que no se atrevía a pronunciar para no tenerlas que pensar, tales como «abusos, agresiones, violaciones, vivir encerrada…». Por ello había amenazado con matarse al llegar a la que podía haber sido su nueva mazmorra. Había tenido suerte, de eso no cabía la menor duda.

Dejando de lado el hecho de que Lucio era su amo, sabía que, en el fondo, era sobre todo su amigo. Le apreciaba cada vez más, y era la primera persona en quien confiaría en caso de tener algún problema y la única que podía acompañarla en su soledad. Sin embargo, no era ahora la soledad lo que la preocupaba, no era este el sentimiento que predominaba en su interior: se trataba de una energía nueva, diferente, de una sensación de verdadera potencia en su ser, de libertad, de un nuevo hálito que la empujaba hacia espacios, interiores y exteriores, que quería conquistar.

Había estado largos años formándose, viviendo entre cuatro paredes, semioculta, y ahora el mundo le abría sus infinitas puertas. Una nueva seguridad y fuerza se estaban apoderando de ella.

Presa de sus muchos intereses se preguntó por la composición del hormigón, una parte de la obra que sentía especialmente suya, ya que era ella la que había propuesto que fuera el material de las paredes del canal.

Se dirigió a los obreros y preguntó cómo se elaboraba. Le informaron que estaba compuesto de cal y arena gruesa, mezclada con grava, guijarros y cascotes.

Amal se dirigió a Zayin y le comentó que, en vez de hormigón común, que puede ser trabajado por cualquier obrero, sería una buena idea que pensaran juntos una disposición de mortero combinada con capas de piedras para mejorar la solidez de la obra.

—Los canales no serán de hormigón, sino de piedra. No haremos una zanja, sino conductos de piedra. Es lo más barato y rápido. Y esto es lo que le voy a proponer a Lucio.

Mientras hablaba con Amal, Zayin se dio cuenta de que algunos trabajadores habían parado las obras y observaban atentamente a la mujer blanca. Preso de la ira, ordenó a unos guardias que los azotaran y los castigaran a pasar el día sin beber agua.

—¿Sabe estos cambios Lucio? ¿Sabe que utilizas los guardias para castigar tan duramente a los hombres?

—Evidentemente, es el jefe de obras. ¿Qué te habías creído, que te iba a hacer caso? Eres más estúpida de lo que imaginaba. Lárgate, métete en tus asuntos y empieza a aprender a cocinar, a coser o a fregar y olvídate de la arquitectura, pues la cabeza de una mujer no está hecha para los números, sino para parir y no salir de casa. Quién sabe, si vas viniendo por aquí, igual, entre unos cuantos de nosotros pronto te haremos madre de un hijo del que no podrás recordar quién fue su padre.

Amal, indignada, se marchó. A partir de entonces, hacía las comprobaciones de los símbolos de la cantera en sus dependencias a través de los informes que le llegaban de sus encargados. Se había equivocado, se sentía libre, pero hombres como Zayin le recordarían una y otra vez la violencia que su cuerpo podía sufrir si no se ausentaba del mundo.

En los días sucesivos, Lucio fue observando que Amal casi no salía de sus habitaciones. Al principio no le dio la más mínima importancia, su capacidad de concentración y de aislamiento eran ya legendarias en su vida. Pero al pasar el tiempo y ver que ya nunca se dirigía a la obra, al final sospechó y en una de sus conversaciones se lo preguntó abiertamente.

—Ya no vas a la obra y creía que era una actividad que te gustaba especialmente.

—No, ya no voy.

—¿No necesitas ver los símbolos? ¿Prefieres trabajar en casa?

—Creo que es mejor que me quede en casa.

Lucio se situó justo frente a ella, la miró fijamente a los ojos y le preguntó:

—¿Qué ha pasado?

—La canalización con hormigón dentro de la zanja ha sido sustituida, siguiendo órdenes tuyas, por una canalización de piedra, exteriormente. Y, además, los guardias azotan y castigan sin agua a los obreros simplemente por pararse. No es una obra a la que desee ir.

—No sé de lo que me estás hablando, pero voy a averiguarlo.

—Eres un jefe de obras un tanto extraño, Lucio, si no sabes lo que ocurre realmente en la obra.

Lucio se dirigió cabalgando hasta la construcción. Al llegar, espetó a Zayin:

—¿Has cambiado la canalización del agua sin mi autorización, y creyendo que no me iba a enterar?

—¿Ya ha hablado contigo esa sucia ramera? Sabía que no tardaría en contártelo. No. He estado pensando la mejor manera, la más rápida y barata, y simplemente quería someterlo a tu consideración. Hice creer esto a Amal, ya que me estaba dando órdenes directamente para hacer cambios en la obra. Me pareció pertinente darle una lección de quién manda aquí, y es evidente que, cuando tú no estás presente, la responsabilidad de la construcción recae en mí directamente.

—Ten en cuenta, de ahora en adelante, que la opinión de Amal es de gran validez para mí. Cualquier humillación o desaire que le hagas a ella me lo estás haciendo directamente a mí. Ella es libre de venir a la obra cuanto le plazca. Y todas las buenas ideas para mejorar el resultado, vengan de donde vengan, serán atentamente escuchadas, valoradas y decididas por mí. ¿Te ha quedado claro, o prefieres que alguien más rápido en entender las cosas que tú ocupe tu sitio?

—Me ha quedado perfectamente claro.

—¿A cuántos hombres has hecho azotar hoy?

—A ninguno, señor. El día que vino Amal los mandé azotar, porque algunos de ellos se propasaron tan brutalmente que temí una rebelión. Algunos hombres son como bestias y, si no llego a controlar la situación, sin titubeos, hubieran podido llegar a violarla, como una jauría de lobos.

—Lleva una custodia de diez hombres, no me importa que lleve una de veinte o de cien. Quiero que se sienta libre y segura, que tenga capacidad de decisión. Estudiaré tu propuesta, que es lo que es, no una decisión, sino solo una propuesta. Y te daré mi respuesta. ¿Ves los arcos que ya empiezan a levantarse? Quiero que decida el material y la forma de los apuntalamientos. Ella es tan importante en esta obra como tú. No sé si te has dado cuenta, pero a diferencia de ti, aprendió arquitectura directamente del propio Arístides. Más que mi subordinada es, en cuanto a conocimiento, mi hermana.

A partir de esta conversación, Lucio logró que Amal volviera a visitar la obra más asiduamente. Por su parte, Amal diseñó unos andamios de madera capaces de levantar piedras a través de varios tipos de poleas que generaban la fuerza necesaria para alzar las rocas sin tener que utilizar bestias de carga.