No había duda de que el asesino de su maestro se hallaba oculto entre los antiguos indígenas o bien entre los miembros de la secta del Sol. Arístides ya había muerto, nada de lo que descubriera podría cambiar esta realidad inalterable. ¿Investigaba, pues, por pura venganza? Más bien por justicia. Alguien tan valioso, humanamente tan profundo y elevado no podía morir sin más: hay actos en la vida que no pueden quedar impunes y, sin duda, la muerte de su maestro debía tener consecuencias. Arístides no podía haber muerto sin que nadie pagara por ello. Lucio hubiera deseado que la ética tuviera el mismo mecanismo de ejecución que las leyes más elementales de la física: igual que la gravidez de los cuerpos los hace sucumbir al peso y a la atracción de la tierra, así también un asesinato tan injusto debía condenar a los seres sin escrúpulos que lo habían llevado a cabo.
Sabía que debía ser eficiente y tener los ojos abiertos a cualquier indicio sin regirse por la impaciencia. No había duda de que se enfrentaba a dos grupos peligrosos. Por un lado estaban los indígenas, cada vez más residuales y aislados, seres escurridizos y oscuros, que tal vez vivían en la sierra o eran tristes asalariados. Los otros, en cambio, vivían a plena luz del día, pero estaban cegados por su fanatismo religioso. Incluso podía ser que la secta del sol simplemente matara a su maestro por relacionarse con Amal. Tal vez él también estaba en peligro por acoger a esa mujer, tan arrogante como única. Le asombraba que nadie más se diera cuenta de hasta qué punto era bella, tal vez incluso ella misma no lo supiera.
Pero debía compaginar la investigación del asesino y la construcción del acueducto con sus pensamientos cada vez más recurrentes hacia Amal.
De nuevo en la obra, Lucio se fijó en cómo un ingeniero enseñaba a un grupo de esclavos a calcular la pendiente del agua a través de troncos con una canaladura llena de agua, calzándolos hasta conseguir la pendiente adecuada. Lucio, una vez más, sonrió al pensar en cómo cambiaría la vida de la ciudad con la llegada del agua. Segovia se convertiría en un polo de atracción y el número de sus habitantes crecería. Su cercanía con otra ciudad, Cauca, sería sin duda también interesante para futuras alianzas y ofrecería la posibilidad de enriquecer la zona. También se construirían basílicas, foros, termas, templos y algún anfiteatro. Sentía que podría vivir en Segovia, una ciudad mediana, importante, bien comunicada, tranquila y bella. El paisaje le atrapaba por su pureza. Segovia le brindaba sobre todo la posibilidad de participar en algo verdaderamente grande.
Si quisiera, fácilmente podría hacerse aún más rico en esa ciudad: montar una alfarería, por ejemplo, que junto a las riquezas de su padre y el alquiler de su propiedad en Roma, le permitirían vivir más lujosamente, si cabe. Pensaría en ello más tarde. El dinero, precisamente, no era un problema: pertenecía a una de las familias más ricas de Roma y era hijo único, le sobraba dinero y le faltaban parientes.
Lucio comunicó a Zayin sus nuevas decisiones sobre la construcción. Por un lado, le preocupaba la vigilancia del agua. Era necesario tomar todas las precauciones, en el futuro, para que no fuera robada y a la vez crear una nueva cultura en torno a ella, con hábitos salubres como prohibir los entierros en zonas próximas a su cauce. Para que nadie la robara para el riego u otros usos, la mejor alternativa sería que el agua circulara desde el sur de la sierra hasta la ciudadela, donde una guarnición vigilaría la zona.
Debía conseguir una superficie completamente lisa por donde circulara el agua, que fuera eficiente para evitar la adherencia de los sedimentos que arrastraba y que a la vez evitara la erosión por la fuerza de su velocidad. Lucio explicó que quería que se siguieran exactamente las siguientes instrucciones: por encima de la cornisa tendrían que construir una cama de piedras planas, trabadas con argamasa, sobre la que se aplicaría una capa de mortero de unos cuatro dedos de grosor, sin intrusiones. La superficie exterior del mortero estaría acabada con un estrato de guijarros muy pequeños revestidos por una argamasa decantada y fina.
Una vez que hubo dado las órdenes, se reunió en su casa discretamente con Leukón y Atos para repasar las cuentas. Participaban en la financiación tanto la oligarquía de la ciudad como el propio estado. Este no solo ofrecía asesoramiento técnico, como el envío a la zona del fallecido Arístides y de él mismo, sino que cubría también parte de los gastos. También había aprobado una exención temporal de impuestos para que Segovia pudiera llevar a cabo una obra tan importante.
Una decisión, pensó Lucio, que también sería, a la larga, una buena inversión para el imperio, ya que con la llegada del agua se llevaría a cabo la explotación intensiva de lana y cerámica. Tal como le comentó el gobernador, las arcas del tesoro obtendrían beneficios con las concesiones de agua a particulares. Además, era una buena forma de acabar con los grupúsculos reacios de ascendencia indígena, puesto que ya nadie más se resistiría al modo de vida romano, tan lujoso, higiénico y placentero. Roma, a pesar de las apariencias, nunca regalaba nada.
Así que repasaron el aporte de las arcas estatales al acueducto y las recaudaciones de la obra. La suma era muy importante y debía seguir creciendo. Sus dos servidores de confianza le mostraron el cofre de tamaño grande, con ataduras de hierro, en donde se guardaba todo el dinero. Leukón tenía el deber de guardarlo y custodiarlo.
Cuando acabaron de revisar las cuentas, se dirigieron al atrio. Lucio tenía ganas de beber un vaso de vino con ellos y de tener una conversación distendida.
—¿Cómo cambiará la vida en Segovia con la llegada del acueducto? —preguntó Leukón e insistió—: Tú ya has vivido en Roma… ¿Cómo es tener agua?
—Pues es un bien esencial, porque, aparte de suministrar agua a nuevos edificios como templos o termas, también habrá agua pública para todo el mundo, con numerosas fuentes por toda la ciudad. Ya no serán tan necesarios los pozos ni la captación del agua de la lluvia con cisternas. Además, tenemos suerte: la calidad, pureza y transparencia del agua del río es insuperable y su caudal, enorme. Tendremos un gran abastecimiento de agua.
Lucio volvió la cabeza y vio a Amal escuchándolos, al verse sorprendida, se alejó con diligencia, intentando aparentar que estaba ocupada en algo.
—El acueducto va bien —añadió para finalizar—. Estoy muy satisfecho de las tareas de reconocimiento del terreno, de los trabajos de agrimensura, de la elaboración de los planos…
Atos contestó:
—Segovia no disponía de personas con tus conocimientos y los de Arístides, por ello se pidió al gobernador de la provincia y al emperador el servicio de alguien que pudiera llevar a cabo la dirección de la obra.
Era evidente que Atos no estaba muy interesado en la construcción del acueducto, y que repetía algo por todos sabido, y por el simple deseo de hacer una aportación. También era evidente que llevaba los cálculos más por un interés forzado que por verdadera vocación contable. A pesar de ello, se esforzaba en llevar a cabo su cometido con la máxima aplicación posible. Al oír su extraño e innecesario comentario, Lucio y Leukón no pudieron evitar levantar las cejas con una expresión que demostraba tanto la incredulidad como la certeza de que jamás harían de él un verdadero ingeniero hidráulico.
—¿Crees que ahora tendrás suficientes hombres o será necesario pedir de nuevo al gobernador mano de obra del ejército?
Era la voz de Amal. Lucio no se lo podía creer: no le bastaba con escuchar una conversación de la que no formaba parte, sino que además se atrevía a dar su opinión.
Lucio se despidió de los dos hombres con un seco «hasta pronto» y se alejó del atrio para retirarse a sus aposentos. Contestar a Amal hubiera sido rebajarse y, por otra parte, se resistía a humillarla.
Al anochecer se dispuso a dormir. De nuevo, su piel, que otorgaba a su cuerpo un aire ingrávido, flotaba por sus pensamientos. Esta vez, sintió que el deseo se apoderaba de él. Nunca antes había sentido nada parecido, era una emoción inquietante, de una urgencia apremiante. Mientras daba demasiadas vueltas en su lecho, insomne y sudado, algo rompió el silencio: un sonido estremecedor que conocía perfectamente y que nunca había soportado: un llanto espeluznante que le provocaba un dolor por todo el cuerpo, un sonido por cuya causa había huido lejos de Roma y que necesitaba no volver a oír nunca más. Se trataba de los llantos de los recién nacidos sufriendo hambre y sed. Una vez oído este llanto, el silencio que lo seguía era aún más terrible, porque significaba que la criatura ya estaba demasiado débil incluso para gemir. Los recién nacidos eran abandonados como res vacantes, es decir, objetos a cuya posesión sus dueños han renunciado. Por ello eran abandonados, para morir o para ser recogidos por quien los deseara. La mayoría eran niñas, y las pocas recogidas serían utilizadas, al crecer, como prostitutas, mascotas o esclavas domésticas. No esperaba encontrar en Segovia aquel terrible sonido, un sonido que parecía que le persiguiera desde la Columna Lactaria, en el mercado de verduras de Roma, lugar donde se abandonaban los neonatos.
Lucio despertó a todos los miembros de la casa: sus catorce esclavos, Leukón, Atos y Amal. Les ordenó dirigirse donde estaban las criaturas. Esta vez había decidido rescatarlas.
Eran tres niñas. Atos pidió lavarlas y alimentarlas. Una vez que estuvieron dormidas y a salvo, cuando ya estaba amaneciendo, solicitó hablar con Lucio.
—Hay algo que creo que no sabes de esta ciudad. Una nueva modalidad de prostitución totalmente demencial. Han cogido a las esclavas más recias, con caras más toscas y las hacen pasar por indígenas auténticas, por salvajes terribles. Las tienen encadenadas en lechos para que los romanos vivan la experiencia de copular con una «auténtica» salvaje. La cuestión es que, como en todas partes, las prostitutas paren criaturas a las que sus amos abandonan.
—Las barbaridades del llamado mundo civilizado parecen no tener fin. No sé qué tipo de civilización hemos llevado al mundo —contestó Lucio con voz resignada.
—Y la otra cosa que deberías saber es que estos neonatos son utilizados frecuentemente por la secta del Sol para hacer sacrificios humanos. No sé hasta qué punto se enfurecerán si se quedan sin sus tributos humanos.
—No vamos a cometer una injusticia por temor. Si hay algo que no soporto es el fanatismo y la crueldad, y esta secta encarna las más aborrecibles capacidades humanas.
Lucio volvió la vista y vio a Amal esperándolo.
—Lucio, ¿podría hablar contigo?
Estaba demasiado nervioso para tener una discusión sobre su libertad, derechos y dignidades, así que le espetó sin esperar ningún comentario por su parte:
—Nunca he querido marcar tu camino, tan solo ofrecerte un ambiente de protección, pero si no lo quieres, puedes marcharte. Oficialmente soy tu amo, pero no me siento tu dueño. Tampoco me sirves para nada.
Lucio se dio cuenta de que había pretendido y conseguido ser especialmente duro.
—No quería hablarte de irme. Pero ya que mencionas el tema, hay algo en lo que sí creo que podría servirte y que me interesaría: me interesa mucho la arquitectura y me gustaría colaborar en el proyecto del acueducto.
—¿Y qué sabes tú de los acueductos?
—Sé que Plinio el Viejo consideraba que no había nada más admirable en todo el orbe de la tierra que los acueductos. Sé que Píndaro tiene un poema en que valora el agua como lo mejor de este mundo. También sé que Tales de Mileto consideró que el principio del mundo era este líquido transparente. Igualmente, sé que para Platón el agua es abundante y preciosa. Que Aristóteles escribió en su Metafísica que «el agua todo lo ha generado y es el principio de todo». Que una ciudad sin una fuente no es una ciudad, como dijo Pausanias. Que Dionisio de Halicarnaso consideraba que la grandeza del Imperio romano está en los acueductos y que Estrabón habla del acueducto como de la obra prodigiosa capaz de llevar un río a la ciudad.
Amal continuó hablando como si le fuera la vida en ello.
—Conozco todos los libros de arquitectura de Vitrubio y tu maestro me enseñó todo lo que pudo el tiempo que estuvo vivo.
—¿Crees que con cuatro referencias y una supuesta amistad con mi maestro vas a impresionarme? Ni que convirtieras el hielo en fuego y el aire en tierra lograrías trabajar a mi lado. ¿Sabes lo que ha ocurrido esta noche? Hemos salvado a tres niñas recién nacidas que habían sido expuestas. ¿Te gusta la arquitectura? Ocúpate de la construcción de una casa de expósitos: créala, consíguela, acondiciónala, procura que tenga espacio y que sea un lugar apropiado. Cargaré con todos sus gastos.
Amal se vio presa de una inmensa premura. En el fondo, sabía que le estaba dando una oportunidad que no quería ni podía desaprovechar.
—Déjame pensar en ello unos días y te daré mi respuesta sobre el cómo, cuándo y dónde —dijo intentando no mostrar más entusiasmo de la cuenta, pero de la forma en que reían sus ojos de un gris palidísimo era evidente que su satisfacción no podía pasar desapercibida.
Al cabo de tres días, Amal se personó de nuevo ante Lucio y le dijo:
—Mi idea es hacer de la casa de los expósitos un lugar de autoabastecimiento con un molino de agua. Una casa grande, con varios pisos y dependencias…
Mientras hablaba, iba señalando en un enorme plano cada uno de los espacios.
—En esta dependencia había pensado hacer una alfarería, para labrar un futuro a las niñas y a otras trabajadoras de la casa de acogida que, a la vez, con su trabajo contribuyeran a los gastos. Tal vez te sonará raro, pero la cerámica de aquí es muy valiosa y con la llegada del agua la producción podría ser mayor.
Lucio se limitó a sonreír. Parecía que le hubiera leído la mente.
—Aquí irá el espacio de los recién nacidos, y en el piso de arriba se creará una escuela. Creo que sé quiénes pueden ser las madres de estas criaturas: las prostitutas encadenadas a las que pretenden hacer pasar como «auténticas» indígenas. Mi idea es comprarlas como esclavas y darles una nueva oportunidad, que bajo la dirección de Atos puedan trabajar de alfareras y cuidadoras de sus propios hijos. También he pensado en unos terrenos adyacentes para que puedan tener un huerto y un espacio para criar vacas y tener leche y gallinas para los huevos. Me imagino que, al igual que tu maestro, preferirás un lugar donde no se maten animales.
Lucio asintió complacido.
—Estoy segura de que estas mujeres aprovecharán esta oportunidad. Además, como nunca podrán saber si son sus hijas o no, las amarán a todas como propias.
Lucio se sintió profundamente conmovido y satisfecho. El plan era altamente racional y profundamente emotivo. Reunía la exactitud de las matemáticas: un molino, diferentes dependencias, producción e ingresos, suministro de alimentos… Y a la vez contenía todo lo intangible: justicia, esperanza y futuro. Si hasta entonces había visto a una mujer de una belleza cegadora, ahora veía un alma tan grande como la de su maestro. El dolor que Amal había vivido, los desprecios, las injusticias no habían hecho de ella un ser rencoroso. Seguía sintiendo que debía algo a la vida, que el don de vivir era tan importante que por mucho que diera, jamás haría las paces con ella, y se había convertido en un ser generoso y práctico. Sus ojos de aguamarina podían ver más allá. La mayoría de ojos negros solo veían en las prostitutas encadenadas a seres que han estado demasiado hundidos en la miseria para poder ofrecer nada bueno, seres radicalmente malos que, con la libertad, matarían y devolverían a quien tocara todo el dolor que habían sufrido. Sus ojos de pálido argén veían mujeres capaces de amar, cuidar y agradecer la vida digna y justa que cualquier ser humano merece tener.
Lucio la oía hablar con entusiasmo y alegría, con todos los detalles pensados. La observaba inclinada sobre la mesa señalando el plano de la construcción y explicando dónde podría llevarse a cabo la obra. Entonces fue cuando sintió algo aún más poderoso que el deseo.
Lucio aprobó el proyecto, y la única condición que puso es que alguien ejecutara las órdenes por Amal y que esta permaneciera en casa y no saliera sin la dotación de soldados que Lucio había contratado para su protección y la de los suyos.
Con una magnífica dotación de hombres y recursos, al cabo de pocas semanas, Amal había conseguido una casa con jardín, huerto, establos, y con el molino que mandó construir para que aportara agua: un lugar lleno de luz. El resultado no podía ser mejor y Lucio se sentía reconfortado de haber confiado en ella. No solo era una mujer de grandes ideas, sino que sabía llevarlas a cabo.
En este espacio de tiempo, dos de las tres niñas murieron enfermas de tétanos y tuberculosis. Atos ordenó que cubrieran sus cuerpos de añil; sus cuerpos azules y muertos eran la triste imagen del fracaso.
—Las buenas intenciones no sirven para nada —dijo Lucio en voz alta sin dirigirse a nadie.
—¿Me permites hablar contigo? —preguntó Amal.
—Sí, dime.
—Las buenas intenciones pueden no ser una gran meta, pero son el principio de todo. Ahora tienes una casa de expósitos totalmente habilitada, una niña salvada y Atos parece haber encontrado algo que le llena absolutamente. Tendrías que verlo con la pequeña, con qué mimo la cuida y cómo duerme con ella. No la deja a sol ni a sombra. Por cierto, me ha pedido que le des un nombre.
—¿Cómo te gustaría que se llamara?
Amal sonrió y dijo:
—Papiria. Ella solo es el principio de este proyecto. Tenemos el lugar, tenemos quién lo gestione. Ahora solo es necesario que uno de tus esclavos vaya a la zona de expósitos tres veces cada noche. A primera hora, a media noche y al amanecer y recoja a los recién nacidos. No hay muchos, unos cinco al año: uno cada dos meses, pero conviene estar atento porque una noche fría podría acabar con su vida. Hemos comprado a diez esclavas prostitutas. Te juro que no he visto a nadie más implicado en algo jamás. Cuando creían que su vida había acabado y deseaban la propia muerte, están cogiendo confianza y valor para empezar una nueva vida.
Lucio siguió sonriendo.
—A pesar de ello, no volveré a pedirte nada más. Lo hice una vez cuando te pedí participar en la construcción del acueducto y me equivoqué. Pensaba que eras distinto a los demás y vives con los mismos prejuicios. Pensaba que tu maestro había hecho de ti alguien más osado, valiente e imaginativo, capaz de superar convenciones en aras de la verdad, la justicia y el talento. Me equivocaba, ya he hecho tu casita, volveré a mi habitación a leer y a dejarte en paz.
Y con la cabeza alta y sin esperar respuesta, Amal salió de la estancia.