Las jornadas previas a la construcción del acueducto iban a ser intensas y prolongadas. Lucio no podía sentirse ni cegado por el odio ni abatido por la pena. Sus cálculos debían ser precisos, de ellos dependía el éxito de la obra. Un error en la pendiente o en el trazado del canal podría suponer un fracaso que requeriría una inversión más elevada y una pérdida de tiempo evitable. La precisa ejecución del trabajo previo era la base del éxito de la obra.
Lucio y Zayin cabalgaron hasta el curso alto del río, que sería la fuente de abastecimiento del futuro acueducto. En primer lugar, había que comprobar que el agua fuera cristalina, de máxima pureza, y que no hubiera causado ninguna infección en la ciudad. Ni Zayin ni Leukón recordaban enfermedades generalizadas, la salud de los habitantes era buena y el agua tenía el aspecto de ser totalmente pura.
El primer objetivo que se propusieron fue calcular la distancia existente entre el río Frío y Segovia, y no solo había que precisar las millas sino también los accidentes orográficos. Su principal función era averiguar el camino más racional para la conducción del agua, teniendo siempre en cuenta la pendiente necesaria para esta circulara. Para ello, nada más fácil que utilizar, simplemente, la fuerza de la atracción de la tierra. Por tanto, había una ley inquebrantable: la altura de la captación del agua debía ser más elevada que la cota de llegada, Segovia. Así pues, el trazado del acueducto debía tener siempre una pendiente descendiente. Y esta debía ser la justa, ya que si el desnivel era poco significaría un escaso caudal y la acumulación de sedimentos; si era demasiado, daría lugar a velocidades del agua erosionantes que incluso podían dañar la construcción. El intervalo ideal era de 4 pulgadas de caída como mínimo y de 20 pulgadas como máximo por cada milla del acueducto. La pendiente también debía ser escasa, para evitar que el agua se desperdiciara durante el camino. Había que mantener esta pendiente mientras el canal salvaba obstáculos naturales como barrancos y montañas.
Era necesario hacer un estudio topográfico del terreno, crear un mapa preciso. Todas las decisiones referentes a la construcción se basarían en este estudio previo.
Si Lucio trazaba una línea recta entre el río y Segovia, tendría el recorrido ideal del canal. Pero este trazado perfecto podía darse de bruces con la realidad: barrancos, valles y algunas montañas obligarían a modificar el trayecto en aras de la economía y de la efectividad de la obra.
Puesto ya manos a la obra, para realizar el mapa por donde transcurriría el acueducto, Lucio cogió la dioptra de su maestro que en tantas ocasiones habían utilizado juntos.
Sobre el trípode, la dioptra tenía un remate en forma de capitel dórico, un detalle ornamental que le recordó el espíritu refinado de su maestro, capaz de tener un instrumento de precisión matemática que a la vez fuera bello y único. Se trataba de una herramienta que le hablaba de su amor al saber y de un estilo de vida, con elementos cuidados en los que se reconocía.
Lucio respiró profundamente, no era el momento adecuado para pensar en las peculiaridades del carácter de su maestro que lo hacían tan excepcional, como su capacidad para renunciar a lo accesorio, su elegante sobriedad. Una muestra de ello era que dispusiera de la dioptra más bella que jamás había visto. Volvió a inspirar fuertemente. Debía prescindir de los recuerdos para ejecutar esta parte del proceso con la máxima precisión posible. Con el aire transparente y libre de recuerdos, su mente se convertiría en un instrumento tan riguroso y exacto como un compás.
Empezó a mover el disco horizontal graduado con su tornillo y engranaje. Al mismo tiempo, cambiaba de posición un semicírculo vertical y, a través de una regla con una alidada móvil que coronaba el instrumento, divisaba el paisaje.
Tras un día de mediciones, obtuvo los primeros datos para efectuar el mapa de la zona. Su trabajo había consistido en medir los ángulos horizontales entre las montañas que debía atravesar el acueducto.
A través de los ángulos y sus cálculos trigonométricos, así como de la distancia existente entre los diferentes puntos, Lucio obtuvo el croquis que necesitaba con sus principales elementos, medidas y alturas. Obtener la altura era esencial para colocar en el paisaje las diferentes alternativas que permitiesen la circulación del agua.
Una vez hecho esto, Lucio tenía que decidir el trazado exacto del acueducto y qué terreno atravesaría en cada tramo de su construcción.
En varias ocasiones Zayin intentó colaborar en la tarea e incluso sugerirle algún procedimiento o aportar alguna solución o idea. Lucio las rechazó, necesitaba concentrarse y no tener ninguna interferencia. Le comentó que esta fase del trabajo le concernía solo a él y que, cuando acabara el mapa y las diferentes partes y trazados del acueducto, se lo mostraría. Entonces sería su turno de opinar, mejorar o discutir el trabajo. Cualquier distracción en ese momento dificultaría la concentración necesaria.
Con Arístides no tenía ningún problema en trabajar conjuntamente: su complicidad, la admiración mutua, las ganas de escuchar las propuestas del otro, el deseo de aprender por parte del discípulo y la paciencia en enseñar por parte del maestro convertían cada trabajo en un canto a la amistad efectiva, diligente, resolutiva y fructífera. Sin él, se daba cuenta de que prefería trabajar solo, concentrado, ya que cada aportación ajena era vivida como una interrupción que le irritaba interiormente.
Se dirigió a su estudio con todos los datos recopilados. Al cabo de un par de días, tenía un enorme mapa sobre su mesa de trabajo. Lo miró detenidamente durante horas y tomó las decisiones pertinentes.
En primer lugar, su maestro ya había realizado la construcción de una arqueta de captación de las fuentes del río. Todo el canal debía estar cubierto, y la mayor parte del acueducto discurriría por el subsuelo, lo que contribuiría a mantener la frescura y la calidad del agua. Durante el recorrido por las partes elevadas, el agua circularía por arquerías y debía estar siempre cubierta. Lucio no escatimaría recursos ni técnicas para lograr un acueducto de la misma calidad de los que funcionaban en Roma.
El trazado desde la captación tenía 36.000 pies y una pendiente de 0,3 pies por cada mil. El siguiente tramo era de 11.600 pies con una pendiente del 0,2 por mil. Desde este punto se llegaría a un decantador. Toda esta parte iba a ser subterránea, y desde aquí daría comienzo el conducto a través de 118 arcadas, con tramos incluso de doble arcada, durante 2.390 pies.
La longitud total del acueducto sería de algo más de 10 millas. La pendiente oscilaría entre el 0,03 % y el 0,02 %, la sección del canal tendría unas 20 pulgadas por 20 pulgadas y el caudal máximo alcanzaría los 100 litros por segundo.
El número de sillares de granito en las arquerías llegaría a ser de unos 20.000. Las piezas de mayor tamaño podían llegar a pesar unas 70.000 onzas. Las arquerías tendrían 43 arcos en su piso inferior y 123 en el piso superior.
El material previsto era sin duda el granito, aunque un volumen tan grande se tuviera que ir a buscar a cierta distancia. Era un material abundante y que permitía llevar a cabo en las mejores condiciones la labra para obtener caras planas. El granito se trabaja bien, mediante cuñas de madera encajadas en pequeñas hendiduras alineadas, de modo que, cuando se mojan, producen un corte plano y limpio por la línea marcada por las cuñas al producirse su hinchamiento por el efecto de la humedad. El granito, además, permite conseguir piezas con caras planas en cualquier dirección. Sin duda, era el mejor material posible, a diferencia del gneis, del que, con la misma técnica, solo se consiguen cortes escalonados. Afortunadamente, en el terreno próximo a Segovia, Arístides ya había localizado buenos bancos de granito y las canteras trabajaban a buen ritmo.
—¿Qué te parecen los resultados de mis cálculos, Zayin?
—Muy acertados, señor. Pero aparte de la ingeniería, en la que sin duda eres un maestro, debo recordarte que es necesario llevar una precisa contabilidad: el acueducto tiene diversas fuentes de financiación y alguien debe llevar las cuentas con rigor. Si puedo serte de ayuda en este aspecto, para mí sería un honor llevar un control de gastos riguroso, para que ningún material del acueducto se vea afectado por haber gastado en otros.
—Déjamelo pensar, Zayin, los recursos del acueducto son muchos y creo que no deberían quedar bajo la responsabilidad de un solo hombre.
Zayin se quedó en silencio un instante que a Lucio le pareció más largo que el breve intervalo de algunos segundos que tuvo en realidad. Por un momento temió que iba a discutirle la decisión tomada, aunque Zayin sonrió y dijo:
—Como desees, solo pretendo serte útil.
—Hay algo en lo que sí me ayudarías enormemente: compartir conmigo cualquier indicio que me lleve al asesino de mi maestro.
—Precisamente de ello quería hablarte. El duunviro de Segovia, Tito, desea darte la bienvenida. Un esclavo suyo me lo ha comunicado esta misma mañana, aunque yo no me he atrevido a interrumpirte y pensaba comunicártelo tan pronto pudiera. Tito es alguien que conoce profundamente la ciudad, la conoce mucho más de cerca que el gobernador. Vive su día a día, y a su casa acuden los vecinos para comunicarle novedades, chismorreos y problemas. Sigue directamente su funcionamiento y se relaciona con sus gentes cada día. Estoy seguro de que es la persona que más puede ayudarte a encontrar quién mató a tu maestro.
—¿Cómo es posible que en Segovia haya un solo duunviro? Normalmente son dos los que presiden los cargos públicos en las colonias y municipios romanos.
—Es un trato especial del emperador hacia Tito, no hay precedentes ni ningún caso parecido al suyo. El otro duunviro murió y no fue reemplazado.
Lucio pidió a Leukón que se acercara a la casa de Tito y agradeciera la invitación que le había enviado a través de su ayudante Zayin. Leukón fue hasta la villa más esplendorosa de Segovia. Un esclavo le atendió y trasladó el mensaje de Lucio a su amo: agradecía su invitación y acudiría a visitarle en el momento en que se lo indicara. Después de consultarlo, un esclavo comunicó a Leukón que Tito le invitaba a cenar al día siguiente.