Desde el punto de vista genético, la bítica es una resultante de tres procesos, por lo menos, apenas interdependientes: la superación de la llamada barrera de la inteligencia, debido al trabajo de los constructores; luego, la acción autorregeneradora de los mecanismos a partir de la binastía 17 (es decir, los «autofrenados de acción relajante»), no ideada ni proyectada por aquéllos; y, finalmente, las relaciones paulatinamente establecidas entre las máquinas y los hombres como consecuencia del «interés recíproco por el reconocimiento de las posibilidades y limitaciones ambilaterales» (Yves Bonnecourt). Hoy en día sabemos ya, y lo sabemos con toda certeza, que la barrera de la inteligencia, cuya superación fue intentada en vano por la cibernética incipiente, no es más que una ficción. Al decir «ficción», nos referimos al hecho de que su rebasamiento por las maquinas es imposible de discernir, aunque esto nos sorprende. Y es así porque la gradación de la metamorfosis de unos aparatos «irracionales», «balbucientes» —cuyo funcionamiento es «meramente formal» en las maquinas «racionales», que manifiestan una «lucidez» y «hablan»—, es fluctuante. A pesar de que las categorías de «irracionalidad mecánica» y de «soberanía del pensamiento» conservan su validez, nos damos cuenta de que no las separa ninguna frontera concreta y definitiva.
La acción relajadora de las máquinas fue descubierta y anotada hace ya casi treinta años: los prototipos —a partir de la binastía 15— sentían una necesidad, puramente técnica, de períodos de reposo durante los cuales su actividad no se extinguía, sino que, libre de instrucciones programadoras, se manifestaba en un «balbuceo» peculiar. Tal era, al menos, la interpretación que se daba en aquel entonces a esa clase de producción verbal o quasi matemática de los autómatas. Se llegó incluso a darle un nombre: el de «ensoñaciones mecánicas». Según una opinión entonces al uso, las máquinas necesitaban un reposo activo que facilitara su regeneración, o sea el retorno a una actividad plena y normal, igual que los hombres necesitan una fase parecida, la del sueño, junto con sus ensoñaciones características. El nombre de «producción bítica», conferido entonces a aquellos «balbuceos» y «divagaciones» tenía, por lo tanto, un carácter de menosprecio y «desaire». Se decía que las máquinas desperdigaban sin ton ni son los «bits de toda la información que contenían», para recuperar, gracias al método de «barajar a ciegas», una parte de la capacidad que habían perdido. Hemos adoptado ese nombre aunque su despropósito salta a la vista. Lo hemos adoptado siguiendo la tradición histórica de toda la nomenclatura científica: cualquier ejemplo que se nos ocurra (el de la «termodinámica» entre otros), revela una incoherencia análoga, ya que la termodinámica actual rebasa la esfera de conceptos que le habían adscrito los físicos de antaño, forjadores de ese termino. La termodinámica no se ocupa tan sólo de los «movimientos térmicos» de la materia, igual que no solamente se trata de los bits, o sea de las unidades de la información norsemántica cuando hablamos de la literatura bítica. Sin embargo, la costumbre de verter vino nuevo en odres viejos suele estar muy generalizada en la ciencia.
El «acercamiento recíproco» de máquinas y hombres condujo a la división de la bitística —cada vez más rotunda— en dos partes fundamentales, conocidas con los términos de «creatio cis-humana» y «trans-humana».
La primera comprende las obras literarias cuyo origen se debe a la coexistencia de máquinas y hombres, o sea al simple hecho de que, además de haber inculcado a las máquinas nuestros idiomas étnicos y oficiales, las hemos obligado a continuar nuestros trabajos intelectuales en todas las ramas de la cultura y ciencias naturales, incluidas las disciplinas deductivas (lógica y matemática). No obstante, la creación bítica, cuyo origen directo y cuyo factor inspirador es la transmisión a los autores no humanos de la problemática típicamente humana en el campo de las ciencias y las bellas artes, se divide a su vez en dos subsectores netamente diferenciados. En el primer subsector se incluye el producto lingüístico obtenido gracias a una programación intencionada que —según la expresión del profesor Kuentrich— podría llamarse «encargo» (el caso de orientar directamente las máquinas hacia un círculo de asuntos o temas escogidos por nosotros) y, en el segundo —y aquí está la diferencia—, el producto no «encargado» por el hombre. Esta creación, aunque originada por la influencia de impulsos (o programaciones) introducidos previamente en la máquina, debe ser considerada como una manifestación de la actividad espontánea. De todos modos, sea directa o indirecta la fuente de la creación de textos bíticos, el rasgo más característico y fundamental de los mismos consiste en su relación con la problemática típicamente humana. Por esa razón ambos géneros están sometidos a la investigación de la bitística «cis-humana».
Más tarde, cuando a las máquinas se les había facilitado el acceso a una creatividad libre, emancipada de todos los rigores, programas, órdenes y limitaciones, se produjo gradualmente la separación de su obra (llamada «tardía») de las influencias antropomórficas y antropológicas. En el transcurso de la evolución mencionada, la literatura bítica empezó a presentarnos, poco a poco —como a sus eventuales destinatarios—, resistencias y crecientes dificultades de asimilación. En efecto, existen actualmente géneros de bitística «extrahumana» (en el sentido de «trans-humana»), que ponen a prueba la comprensión (análisis, interpretación, exégesis) de textos bíticos, bastante impenetrables para el hombre.
Evidentemente, siempre podemos intentar la utilización de unas máquinas para interpretar la obra de las otras. Pero la cantidad de eslabones, imprescindibles para aclararnos esas producciones literarias bíticas que representan el punto culminante de la «apostasía» (es decir, de su alejamiento respecto de nuestras normas de creación, comprensión e interpretación de los significados), aumenta en proporción directa a la dificultad de los textos. Esta multiplicación, ilimitada, de factores explicativos, nos hace imposible una orientación, incluso aproximada, en los temas de la «apostasía culminante». En otras palabras, la especie humana se halla totalmente desarmada ante una literatura cuyos comienzos se deben, indirectamente, al hombre.
Hay quien habla, en este contexto, de la «situación de un aprendiz de brujo» que ha desencadenado unas fuerzas cuyo dominio se le escapa. La definición citada refleja una especie de resignación, pero la ciencia no tiene cabida para actitudes semejantes. La literatura bítica ha generado todo un alud de escritos que se pronuncian tanto a favor como en contra de ella. Se formulan en ellos juicios desesperados, se articulan manifestaciones de depresión, espanto y estupefacción ante el hecho de que el hombre haya creado un fenómeno que lo supera incluso espiritualmente.
Sin embargo, deseamos declarar con firmeza que no es lícito dirigir esas opiniones sólo contra la bitística, entendida como disciplina científica, ya que son atribuibles a la filosofía de la naturaleza, al hombre y a su obra (incluida la no humana). Creemos, de acuerdo con Roger Gatzky, que la bitística no ofrece ni más ni menos motivos de desesperación que, por ejemplo, la cosmología. Es un hecho evidente y fuera de discusión el de que, por larga que sea la existencia de la especie humana y por más ayuda intelectual que las máquinas puedan prestarnos en las tareas del conocimiento, jamás agotaremos el universo hasta el final ni, por tanto, lo comprenderemos por entero. Sólo que a los astrofísicos, los cosmólogos y los cosmógonos ni tan siquiera se les pasa por la cabeza quejarse de ese estado —inevitable— de las cosas.
La única diferencia es la siguiente: nosotros no somos creadores del universo, y sí lo somos de la obra bítica, aunque sea indirectamente. Así y todo, no sabemos a qué se debe la convicción de que el hombre pueda admitir tan tranquilamente la inagotabilidad del universo, mientras que pierde totalmente la calma cuando se trata de la inagotabilidad de su propia obra.