Al terminar el partido de veteranos volvimos caminando por el túnel y nos cruzamos con los jugadores en activo. Nos miramos de arriba abajo. Eran jóvenes y tenían la piel tersa. Nosotros teníamos sobrepeso y nos estábamos quedando calvos. Saludé con la cabeza a un tipo musculoso que llevaba puesta la máscara de receptor. Era como verme a mí mismo saliendo mientras entraba.
Dentro del vestuario recogí los bártulos rápidamente. Algunos de nosotros nos duchamos, pero parecía una tontería. Tampoco nos habíamos esforzado tanto. Doblé la parte superior de mi uniforme y me lo guardé de recuerdo. Cerré la cremallera de la bolsa. Me quedé allí sentado durante unos minutos, completamente vestido. Luego me pareció que no tenía mucho sentido.
Salí por el mismo sitio por el que había entrado, por la entrada de servicio. Y allí estaba mi padre, fumando un cigarrillo y mirando al cielo. Pareció sorprendido al verme.
—Gracias por las zapatillas —le dije sosteniéndolas.
—¿Qué haces aquí? —me contestó, molesto—. ¿No encuentras a nadie con quien hablar ahí adentro?
Solté un resoplido sarcástico.
—No lo sé, papá. Supongo que salí a saludarte. Hace dos años que no te veo.
—¡Por Dios! —meneó la cabeza, indignado—. ¿Cómo vas a volver a meterte en el juego si pasas el rato hablando conmigo?