La señorita Thelma cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás. Mi madre reanudó el proceso de maquillaje. Frotó suavemente con la esponja el rostro de su antigua compañera y yo lo observé con una mezcla de emociones. Siempre pensé que lo que iba detrás de tu nombre era muy importante. Chick Benetto, jugador de béisbol profesional, y no Chick Benetto, vendedor. Ahora me había enterado de que después de Posey Benetto, enfermera, y Posey Benetto, esteticista, estaba Posey Benetto, mujer de la limpieza. Me enojó que hubiera caído tan bajo.
—Mamá… —le dije, titubeante—, ¿por qué no aceptaste el dinero de papá?
Mi madre tensó la mandíbula.
—No necesitaba nada más de tu padre.
—Mm-hmm —añadió la señorita Thelma.
—Nos las arreglamos bien, Charley.
—Mm-hmm, lo hicisteis.
—¿Por qué no volviste al hospital? —dije.
—No me querían.
—¿Por qué no los denunciaste?
—¿Eso te habría hecho feliz? —suspiró—. Entonces no era como hoy en día que la gente pone una demanda por cualquier nimiedad. Aquél era el único hospital de los alrededores. No podíamos marcharnos de la ciudad. Era vuestro hogar. Tu hermana y tú ya habíais soportado bastantes cambios. No pasó nada. Encontré trabajo.
—Limpiando casas —mascullé.
Ella bajó las manos.
—Yo no me avergüenzo de ello tanto como tú —me dijo.
—Pero… —intenté encontrar las palabras adecuadas— no podías hacer el trabajo que te importaba.
Mi madre me miró con un brillo desafiante en los ojos.
—Hacía lo que me importaba —dijo—. Era madre.
Después de aquello nos quedamos en silencio. Al final, la señorita Thelma abrió los ojos.
—¿Y tú qué, Chiquiriquí? —me preguntó—. ¿Ya no estás en ese gran escenario jugando al béisbol?
Meneé la cabeza.
—No, supongo que no —dijo ella—. Es cosa de jóvenes, el béisbol. Pero para mí tú siempre serás ese pequeño con el guante en la mano, tan serio y todo eso.
—Ahora Charley tiene una familia —dijo mi madre.
—¿Es eso cierto?
—Y un buen trabajo.
—¿Ves? —la señorita Thelma echó la cabeza hacia atrás con cuidado—. Lo estás haciendo muy bien, Chiquiriquí. Muy bien.
Estaban completamente equivocadas. No lo estaba haciendo bien.
—Detesto mi trabajo —dije.
—Bueno… —la señorita Thelma se encogió de hombros—, a veces pasa. No puede ser mucho peor que limpiar tu bañera, ¿verdad? —esbozó una sonrisa burlona—. Haces lo que tienes que hacer para mantener unida a tu familia. ¿Acaso eso no está bien, Posey?
Las observé mientras ellas terminaban con su rutina. Pensé en cuántos años habría dedicado la señorita Thelma a pasar aspiradoras o limpiar bañeras para alimentar a sus hijos; en la cantidad de lavados o teñidos que habría tenido que hacer mi madre para alimentarnos. ¿Y yo? Yo tuve que jugar a un juego durante diez años… y quería que fueran veinte. De pronto sentí vergüenza.
—¿Qué tiene de malo tu trabajo, a todo esto? —preguntó la señorita Thelma.
Me imaginé el departamento de ventas, las mesas de acero, la débil luz de los fluorescentes.
—Yo no quería ser normal y corriente —murmuré.
—¿Qué es ser normal y corriente, Charley?
—Ya sabes. Alguien a quien se olvida.
Desde la otra habitación se oyeron los gritos de los niños. La señorita Thelma volvió la barbilla hacia el sonido. Sonrió.
—Esto es lo que evita que me olviden.
Cerró los ojos y dejó que mi madre trabajara en ellos. Respiró hondo y se recostó más en la cama.
—Pero no mantuve unida a mi familia —espeté.
Mi madre se llevó un dedo a los labios para pedir silencio.